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Aprende a escribir con… Karmelo C. Iribarren

Karmelo C. Iribarren tiene un poema titulado «Método» en el que básicamente dice que los poetas no tienen método. Está escrito de un modo irónico, para reírse un poco del asunto, una burla para quienes andan convencidos de que la literatura surge antes de la disciplina que del talento. Los dos últimos versos sirven de resumen: «Para no decir nada/cualquier método es bueno».

Iribarren cree firmemente en la inspiración. La define de la única manera en que se pueden definir los conceptos confusos: de un modo abstracto y con titubeo. Dice que es ‘un estado en el que tú notas que estás en modo poeta’. Y a continuación añade, más que nada para aclarar el asunto, que este tipo de cosas realmente existen, que los que escriben poesía lo saben perfectamente, que hay periodos en los que uno nota que algo se le mueve por dentro. Y ese algo es, obviamente, la inspiración.

"De repente y sin saber ni cómo ni por qué motivo, un día se le activa el modo poeta y, al mirar a lo lejos, el mundo parece distinto"

Pero a veces ocurre que eso que a Iribarren se le mueve por dentro permanece quieto días, semanas e incluso meses enteros, y durante estas fases de inactividad del alma, el poeta no escribe versos. Pasea, lee y, a lo sumo, anota algo en ese diario en el que plasma sus ideas, construye aforismos o simplemente mata el tiempo. Pero ni una sola estrofa. Hasta que, de repente y sin saber ni cómo ni por qué motivo, un día se le activa el modo poeta y, al mirar a lo lejos, el mundo parece distinto.

Normalmente, este cambio de actitud se produce tras leer una frase en algún libro, muy a menudo en una novela negra, que le atrapa no tanto por su contenido como por su ritmo. Es así como ocurre: abre un libro y, ¡zas!, encuentra un tono que ya no puede sacarse del cuerpo. También puede ocurrir mientras hojea un periódico y tropieza con un destacado, cuando sube al autobús y escucha un comentario, o cuando se acoda en la barra del bar y el camarero le cuenta un suceso. Esas noticias, conversaciones o habladurías suelen ser de lo más corrientes, de esas que normalmente no recuerdas a los cinco minutos, pero tienen la facultad de activar al poeta que Iribarren llena dentro o, si lo prefieren, de despertar a la musa que llevaba demasiado tiempo durmiendo.

En esas frases pilladas al vuelo habita el germen de algo y ahora toca sacarle el máximo rendimiento. El bardo se lanza entonces a caminar. Lo hace sin rumbo fijo, allá donde le lleven las piernas, a veces demasiado lejos. Y es que, en realidad, no está paseando, sino componiendo. Porque Karmelo C. Iribarren escribe los poemas en su mente. No regresa a su domicilio y se encierra en su estudio y enciende el ordenador y se pasa las horas dándole vueltas a esa frase tan potente, sino que echa a andar avenida a lo lejos y, con la mirada en el suelo y las manos en los bolsillos, compone tantos versos como farolas pasa de largo.

"Después relee todos los versos con sumo cuidado y, aunque es un poeta de verso libre, a menudo descubre que algunos renglones se ajustan a eso que la métrica llama endecasílabo"

Cuando regresa a su apartamento, ahora sí, se coloca frente a la pantalla y transcribe aquello que compuso en su mente. Y es entonces cuando ajusta los resortes. Lo hace en el ordenador no sólo porque necesita reemplazar palabras, adaptar metros y elevar imágenes, sino también porque concede mucha importancia al dibujo que el poema revela sobre el fondo blanco. Necesita ver físicamente la forma que su obra adquirirá cuando se imprima en un libro, y solo da la pieza por cerrada cuando, además de expresar todo aquello que debe expresar, adquiere la dimensión gráfica que le corresponde.

Después relee todos los versos con sumo cuidado y, aunque es un poeta de verso libre, a menudo descubre que algunos renglones se ajustan a eso que la métrica llama endecasílabo, que es la unidad de medida silábica que, en su opinión, mejor conversa con nuestro inconsciente. Descubrió esto durante sus años de formación, cuando dedicaba las mañanas a practicar los formatos clásicos y las tardes a convertirse en el poeta que siempre quiso ser y que, afortunadamente, ha acabado siendo: alguien que escribe sobre el ciudadano invisible, sobre el hombre que se levanta y se va a trabajar y se toma una caña y se acuesta de nuevo, sobre el individuo que pasa por la vida en silencio y que no deja huella entre otras cosas porque, sobre el cemento de las aceras, ni siquiera quedan marcadas las suelas de los zapatos.

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El último poemario de Karmelo C. Iribarren es El escenario (Visor, 2021).

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