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Apuntes para una novela de atracos

Apuntes para una novela de atracos

En 2013, el atracador conocido popularmente como El Robin Hood de Vallecas era detenido e ingresaba en la prisión de Soto del Real. Poco después, la noticia apareció en los telediarios y, al otro lado de la televisión, al cineasta Elías León Siminiani se le encendió una bombilla. Cinco años más tarde, de la relación entre ambos ha nacido una película, Apuntes para una película de atracos, que se estrenó en San Sebastián y ahora está nominada al Premio Goya al Mejor Documental. De forma paralela, la pulsión que Flako —como el propio documental se encarga de renombrar a El Robin Hood— sentía hacia la literatura lo llevó a preparar un libro de memorias que, con la ayuda de León Siminiani y el equipo editorial de Libros del K.O., ha terminado convirtiéndose en una suerte de novela biográfica: Esa maldita pared (Memorias de un butronero).

Zenda adelanta el prólogo del libro.

Prólogo: Apuntes para una novela de atracos

Este libro es como otro atraco. Un atraco perfecto.

Tres días después de ingresar en el módulo 1 de la prisión de Soto del Real, la noticia de mi detención salió en prensa y televisión. De mí dijeron algunas barbaridades que sirvieron para que me aplicaran un régimen de primer grado y el FIES (fichero de internos de especial seguimiento). En el módulo de aislamiento la vida era muy distinta a la de un módulo normal. Solo salía cuatro horas a un patio con unas medidas parecidas a las de una pista de pádel. Pasaba muchas horas encerrado sin televisión ni radio, solo con algunos libros que me traían mis familiares, entre ellos un ejemplar del Lute, Cuando resistir es vencer, y otro de la familia Corleone de Mario Puzo.

Compré folios y bolígrafos y empecé a escribir todo lo que recordaba de mi infancia. Cuando me aburría leía, cuando me cansaba volvía a escribir, cuando me quedaba en blanco dormía, cuando me levantaba hacía deporte, y así hasta que me dejaban salir cuatro horas al patio y me volvían a encerrar y otra vez volvía a lo mismo. Escribía con rabia.

A veces me dolía tanto la cabeza que después de levantarme y desayunar un asqueroso café volvía a dormirme hasta la hora de la comida. Había días que solo comía manzanas y algún sobre de fiambre de pavo, y bebía mucha agua. Pero, sobre todo, no dejaba de escribir. Alternaba mi infancia con los atracos. Escribía con muchísimas faltas de ortografía, ponía comas donde me parecía y puntos donde no iban…, pero me daba igual, el tiempo lo mataba. Escribía sin pensar en que algún día todo esto pudiera salir a la luz, me desahogaba de una forma brutal e intentaba darle forma a una escritura que no había por donde coger.

A los dos meses de estar en el módulo de aislamiento de Soto del Real me trasladaron a la prisión de Estremera, también al módulo de aislamiento, y ahí seguí escribiendo. Calculo que la mitad de este libro pudo escribirse en el tiempo que estuve aislado.

Ocho meses después, mi mujer, Mariela, me dijo por teléfono que unas personas de una productora se habían puesto en contacto con mi abogada porque querían hacer un documental sobre la banda de las alcantarillas. Mi mujer desconfiaba de aquellas palabras. Yo también: imaginaba uno de esos programas fantásticos de investigación de la tele, con mucho ruido, mucha cámara al hombro y mucha humillación. No, yo no quería que hiciesen leña del árbol caído.

A los pocos días recibí una carta de Elías León Siminiani. Había leído en la prensa sobre mi detención y quería contar la historia que había detrás del Robin Hood de Vallecas (como me había apodado la prensa). Algo me dijo que ese hombre no iba a perjudicarme, que sus intenciones no eran malas.

Pensé que ese documental podría ser una oportunidad para desahogarme y para rebatir algunas mentiras que había dicho la prensa sobre mí, pero cuando empecé a conocer a Elías comprendí que era algo mucho más serio de lo que imaginaba. Pensé: «Este tren no pasa dos veces en la vida».

Unos días después, Elías me visitó en prisión y pudimos ponernos cara mutuamente. Empezó a fraguarse una amistad que jamás pude imaginar. Elías fue un gran apoyo en toda mi estancia en prisión, me visitaba y nos carteábamos con frecuencia. Me regalaba muchísimos libros de autores que, como yo, habían empezado a escribir en la cárcel: El enamorado de la Osa Mayor, de Sergiusz Piasecki; La educación de un ladrón, de Edward Bunker. En este último libro me escribió la siguiente dedicatoria:

Este libro habla en profundidad y sin tapujos de sus días de gloria en primera persona. También habla de amistad y de leer en prisión. Y de escribir sin descanso como una vía de redención. Pensé que podría acompañarte en tu proceso de encierro y escritura como preparación a esa vida plena que te espera. Un abrazo. Elías. Madrid, 3 de diciembre de 2015. P. S.: Sobre todo habla de hacer las cosas pensando en un hijo. Algo que, creo, te es muy íntimo.

A veces me ponía a pensar: «Este tío tiene que estar igual de loco que yo, por eso nos entendemos tan bien» y me daba la risa floja. Pasaron dos años y medio hasta que empecé a salir de permiso. En febrero del 2016 Elías y yo nos vimos cara a cara por primera vez y empezamos a rodar Apuntes para una película de atracos. Como mi mujer, Mariela, no estaba muy contenta con la idea de la película, aprovechaba las mañanas que tenía que ir a firmar a comisaría para pasar un rato con Elías. Él me recogía en coche y, mientras conducíamos por un Madrid vacío a primera hora de la mañana, yo le iba contando los secretos del oficio de butronero.

Por aquella época, Elías le pasó el manuscrito de mis memorias a una de las editoriales más importantes del planeta. Tiempo después supe que la rechazaron diciendo que la historia no tenía demasiado interés y que, en cualquier caso, solo se plantearían publicarla si podían utilizarme para la promoción. Pero, para entonces, para proteger mi intimidad (y la de mi familia) ya habíamos decidido que mi cara no aparecería en la película: en todas las escenas salgo escondido detrás de una máscara hecha a medida, una máscara blanca como la de El fantasma de la ópera o, más bien, como las máscaras de fototerapia antiacné que venden en farmacias (mi editor, Emilio, me mandó el otro día una foto de una de estas por wasap).

Elías no me contó nada del rechazo de la editorial grande y siguió moviendo hilos con otra editorial pequeñita. Meses después, en diciembre de 2017, cuando yo ya estaba de tercer grado, Elías me presentó a Emilio Sánchez Mediavilla, de Libros del K. O. Nos sentamos en la mesa redonda junto al gran ventanal de la librería Tipos Infames de Madrid, junto a una pila de libros coronada por La noche de la pistola, de David Carr. «Toma —me dijo Emilio—, es de un periodista que investiga su propio pasado: igual te puede servir para escribir sobre el tuyo». Recuerdo que, al otro lado de la ventana, un repartidor se quedó mirando mi máscara extrañado.

Cuatro años y medio antes de conocernos en persona, Emilio presenció la resaca de uno de mis atracos: exactamente el que cometí en la calle Alcalá, 74, el 10 de junio de 2013. Ese día, Emilio salía del metro de Príncipe de Vergara para abrir la caseta de Libros del K. O. en la feria del libro del Retiro y se topó con el operativo policial que intentaba encontrar a unos atracadores que habían robado un banco y habían huido por las cloacas. Cuatros años y medio después, nos sentábamos frente a frente.

Lo demás fue cuestión de tiempo.

Al escribir este prólogo me acuerdo de la bravata que dije, años atrás, en los pasillos de la comisaría de la Policía Judicial —recién detenido, esposado, magullado, con mi mujer en el hospital dando luz a mi hijo sietemesino— cuando el inspector del Grupo XII de la Policía me dijo: «¿Qué dirá tu hijo cuando sepa que le has dejado tirado?».

Yo le respondí que lo invitaría a tomar café cuando escribiera un libro e hicieran una película sobre mí.

Hoy tengo treinta y tres años. Dentro de dos semanas la película Apuntes para una película de atracos se estrena en el Festival de San Sebastián y estoy en tratos para cerrar la edición de este libro. Si estás leyendo estas páginas, será porque lo he conseguido.

Solo me falta invitar al inspector a un café.

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Autor: Flako. Título: Esa maldita pared (Memorias de un butronero). Editorial: Libros del K.O.. Venta: Amazon, FnacCasa del Libro.

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