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Aquel Gatsby en este invierno, un cuento de Thais Gamaza

Aquel Gatsby en este invierno, un cuento de Thais Gamaza

Inventario de siembra nos propone rescatar la historia de quince mujeres que, en localizaciones y momentos históricos diferentes, comparten una motivación común: romper con las normas establecidas, con lo que la sociedad demandaba de ellas.

De forma poliédrica, esta colección de cuentos revisita y dignifica trayectorias tan importantes y necesarias como las de Nancy Cunard, Emma Goldman, Camille Claudel, Unica Zürn, Clarice Lispector, o Theresa Cha, entre otras. Sacrificios vitales, en la mayoría de los casos, a favor del arte y, sobre todo, a favor de las libertades femeninas.

Zenda publica Aquel Gatsby en este invierno, el cuento dedicado a Zelda Sayre dentro de Inventario de siembra, de Thais Gamaza.

***

Localización: Casa en Antibes, Costa Azul de Francia

Año de la acción: 1925

Oficio:  Novelista y bailarina

Logros: Desobedeció de manera pública a las reglas impuestas por la sociedad y la posición a la que pertenecía.

22 días de encierro

El trabajo de musa no es nada gratificante, sobre todo cuando no se ha decidido serlo. Por eso, trato de esconder bien el diario para que al menos Scott se esfuerce en encontrar a mis personajes. Ellos me esperan, protegidos de él, en las letras que guardo en los cajones de la mesilla.

A mi marido lo conocí tras un guiño de ojo. El teniente Fitzgerald era amable y vertía promesas de amor. Años más tarde comprobé que sus ojos solo conseguían ver hacia dentro. Pero esa vez, necesitaba sentir que sus pupilas eran las causantes de la velocidad de mi pecho y de ese pequeño mareo agradable que se encargaba de moverme la cabeza en círculos mientras parecía quieta ante los demás. Sentados sobre el techo de un taxi, nuestros cuerpos destilaban alcohol mientras disfrutábamos de las miradas juiciosas de las personas que, al pasar junto al coche, nos exhibían su envidia desnuda. Ese es el momento que resume con fidelidad todo lo que fue nuestra vida en Nueva York.

86 días de encierro

Desde la habitación, escapo reviviendo sin una cronología fiable los centelleos de libertad que experimenté a su lado. Todo un engaño teniendo en cuenta que ahora solo puedo beber encima de la cama mientras ideo un sitio nuevo en el que amordazar mis escritos para que no me los robe. En mi diario, imagino a un hombre alto, con traje, y una sonrisa embaucadora. Casi puedo verlo mientras lo escribo y, por un momento, creo estar perdiendo el juicio. Le invento un pasado humilde que con maestría le ha llevado hacia una vida exitosa. No me siento culpable de mi aventura, me convenzo de que solo trato de compensar las ausencias y, entre las paredes sin puertas que me contienen, retrato nuestro primer encuentro en la estación. Gatsby me coge de la mano y siento un hormigueo. Nos enamoramos entre las vías descritas en el papel. Algunas noches lo llamo a gritos, pero él aún se desvanece.

167 días de encierro

El Gran Gatsby espera translúcido en el dormitorio. Viene y se evapora mientras Scott intenta encerrarlo en sus párrafos, igual que a mí. Lo he conservado oculto todo el tiempo que me ha sido posible pero, cuando le escasea la imaginación, mi marido se niega a enfrentarse al papel en blanco y rebusca entre mis diarios. Gatsby se contonea y atraviesa los muros antes de que lo atrape. Scott se lamenta al no encontrar mis textos en el cajón, da golpes y patalea con los pies cargándome con la culpa por haber acaparado a su protagonista. Me esfuerzo en ocultar al millonario detrás de las cortinas oscuras de mi habitación, lo convierto en mi aliado y planeamos fugarnos juntos. El olor húmedo y cerrado me provoca náuseas y un reflujo alcohólico me enciende la garganta. Golpeo una puerta que ni siquiera tiembla ante las sacudidas. Nadie me escucha. Los huesos se me empiezan a entumecer por el encierro. El filo de una cómoda de madera lacada hace de barra y, allí, como en mis años de inocencia, subo y bajo en Pliés y Pas couru. Mientras bailo, decido que mi acompañante será romántico. Entonces, con nuevas aptitudes, Gatsby aparece tras la cortina y me observa. Por fin consigue verme sin disiparse. Esa noche no se va. Lo imagino, escribo sobre él mientras ideo una vida juntos en los tres palmos de la cama solitaria en la que permanezco la mayor parte del día. Le regalo a Gatsby una personalidad, ya no tiene que desaparecer, aunque por ahora, solo yo lo veo.

243 días de encierro

Scott me escucha hablar sola y decide ser generoso. Abre las puertas por las que podamos cruzar mi nuevo personaje y yo. Me prepara un desayuno copioso de reconciliación forzada. Me ha dicho que me espera en la cocina por lo que entiendo que puedo abandonar el dormitorio. Mientras salgo a respirar a la puerta de la casa, él busca a Gatsby que, incapaz de evaporarse, no tiene más remedio que ceder a su pluma. Scott lo guarda en el cajón de un escritorio repleto de ideas arrugadas de segunda mano y se frota las zarpas con una sonrisa avariciosa. Por fin ha encontrado al protagonista de su nueva novela

Recién liberada, paseo por la casa como el que descubre un territorio desconocido. Me fijo en el relieve de las baldosas, en la forma en la que se contonean los flecos del mantel bordado dejándose llevar por la corriente de aire que, sin permiso, se cuela por un desperfecto de las ventanas. Pronto me doy cuenta de que hace horas que no veo a Gatsby. La culpabilidad agujerea mi alegría y busco por todos los rincones donde lo imagino oculto. No está detrás de las cortinas ni bajo la cama, tampoco en el cajón de la mesilla. Horas de registro minucioso me llevan a pensar que puede haberse resguardado en mi sueño y, desesperada por la pérdida, viajo en una sobredosis de somníferos al encuentro del que fue mi amor creado.

Zelda Sayre

(Montgomery, Alabama; 24 de julio de 1900 –
Asheville, Carolina del Norte; 10 de marzo de 1948)

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