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Arqueología fantástica

Arqueología fantástica

José María Herrera ha escrito uno de los libros más hermosos de la temporada: La tumba de Dios (y otras tumbas vacías). Se trata de un libro de periodismo arqueológico, y en gran medida fantástico, en el que el autor especula sobre los lugares donde yacen los cadáveres de entes imaginarios, de personajes literarios y de seres mitológicos. Desde la tumba del mismísimo Dios hasta la de Gregorio Samsa, pasando por las de Adán, el rey Arturo y, entre otros, Drácula.

En este making of, José María Herrera cuenta la génesis de La tumba de Dios (y otras tumbas vacías) (Turner).

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La inspiración aparece siempre por casualidad, a la vuelta de la esquina, cuando menos se la espera, igual que el amor o la muerte. No hay forma de convocarla. Lo único que cabe hacer es estar atentos por si tropezamos con ella. “Que te pille trabajando”, recomendaba Picasso con buen criterio porque la inspiración, como la ocasión, hay que agarrarla por los pelos para que no se escape.

Los poetas, familiarizados con las musas desde tiempos remotos, están acostumbrados a experimentarla. El arrebato, el entusiasmo, la visión, el soplo acompañan al poeta igual que la sombra al cuerpo. Otro tipo de escritores, menos originales, más dependientes de lo que ya se sabe o de lo que ya ha ocurrido, tienen —tenemos— que conformarnos con algo más modesto: un chispazo, una ocurrencia, nada espectacular, pero que puede servir, con suerte, como detonante para emprender el camino de una obra.

"Algo me empujó a prestar atención a los escombros y entonces, misteriosamente, inspiradamente, comprendí que era de ellos, no de los ideales o los verdugos, de lo que tenía que ocuparme"

El chispazo que encendió en mi cabeza la llamarada que daría lugar a La tumba de dios (y otras tumbas vacías) se produjo un día que miraba en la pantalla del ordenador la última pintura de Felix Nussbaum, El triunfo de la muerte. Me habían encargado un artículo sobre el artista judío y la obra, que ya conocía, aunque como tantas cosas, distraídamente, esta vez me sobrecogió. Se trata, sin duda, de un cuadro impactante. Recorrido de abajo a arriba podría decirse que tiene tres niveles: a ras de suelo aparecen, al estilo de los bodegones barrocos, montones de cosas rotas y desperdigadas, cosas de las que la humanidad podría sentirse muy orgullosa (esculturas, partituras, libros…) si no fuera porque ella misma las ha destruido salvajemente. Un escalón por encima, sobre los escombros, encontramos una orquesta de esqueletos burlones interpretando una danza macabra. Son los bárbaros responsables de la devastación. Su música aturde al único testigo de la escena, un hombre profundamente abatido a causa de los efectos de la guerra. Por último, flotando en el aire, vemos varias cometas de papel en las que se han estampado rostros desesperados en los que podemos intuir los pueriles ideales que han conducido al desastre. La destrucción afecta a todo, también a lo sagrado, Dios incluido, y, por eso, uno de los esqueletos de la banda es el esqueleto de un ángel con las alas negras.

Por simpatía con Nussbaum, que murió gaseado en Auschwitz poco después de pintar el cuadro, en 1944, o quizá por vicio profesional, mis ojos saltaban de los esqueletos a las cometas y de las cometas a los esqueletos, o sea, de la despiadada ferocidad de quienes, convencidos de que la realidad está obligada a concordar con sus ideales, desencadenaron las calamidades del siglo XX, a esos ideales demenciales que no sirvieron para mejorar el mundo como prometían, pero sí para sacarlo de sus casillas. No obstante, en cierto momento, como si en vez de un crítico de arte fuera un místico al que sorprende una voz imperativa, algo me empujó a prestar atención a los escombros y entonces, misteriosamente, inspiradamente, comprendí que era de ellos, no de los ideales o los verdugos, de lo que tenía que ocuparme.

"El saber actual se corresponde más ciertamente con el orden de las cosas existentes que el de nuestros antepasados, proclives a suplir con fantasías aquello que escapaba a su intelecto. Sin embargo, jamás hubiéramos llegado a donde estamos sin ellos"

Hay quien cree que escribir es para el escritor tan fácil como para Jesús caminar sobre las aguas del lago Genesaret, pero no: lo más fácil cuando se escribe es hundirse. La idea que se me había ocurrido contemplando el cuadro de Nussbaum tardó bastante en convertirse en proyecto, y durante algunos meses estuve a punto de desecharla varias veces. Aquella misteriosa incitación que he llamado “voz” porque no sé cómo llamarla no terminaba de concretarse. Ocuparse de los escombros del siglo XX era ocuparse nada más y nada menos que de la civilización europea en su conjunto. Demasiado para mí. Debía afinar más, restringir el campo y conformarme sólo con aquello que pudiera ser objeto de una recreación literaria. Pensé entonces que si el totalitarismo, emulando a Arquímedes, había intentado mover la realidad haciendo palanca sobre el corazón del hombre occidental, con el único resultado de hacerlo añicos, mi tarea podía ser reunir esos pedazos. Claro que para ello tendría que recorrer de alguna manera su historia, sacar a la luz los elementos esenciales que contribuyeron a formarlo, en particular los mitos (religiosos, morales, filosóficos, patrióticos…) que fueron durante siglos la savia de la tradición.

Sé, por supuesto, que hoy los mitos son vistos con desdén, como algo superado. No sólo el bárbaro menosprecio de los principios en que descansaba la sociedad occidental durante la guerra desencadenada por nazis y comunistas al invadir Polonia, sino los avances de la ciencia, el incremento del poder de la tecnología, los abusos del capitalismo, etc. los han convertido en cuentos para escuchar junto a la chimenea. El saber actual se corresponde más ciertamente con el orden de las cosas existentes que el de nuestros antepasados, proclives a suplir con fantasías aquello que escapaba a su intelecto. Sin embargo, jamás hubiéramos llegado a donde estamos sin ellos. La historia de Adán ofreció a judíos, cristianos y musulmanes una explicación de por qué el ser humano es una criatura extraña en la naturaleza, la única que no parece integrada en ella. Las figuras de Teseo, Tarpeya o Arturo proporcionaron a atenienses, romanos y medievales las referencias necesarias para construir su identidad colectiva. Igual ocurrió, en otro contexto, con personajes literarios cuyo comportamiento reflejó críticamente actitudes morales típicas de las sociedades donde surgieron (don Juan Tenorio, Emma Bovary, Gregor Samsa). El desconcierto derivado del contacto con fuerzas de la naturaleza desconocidas o irracionales está en la base de mitos como el de las sirenas, la Sibila o el Golem. Igual sucede con la Historia, entendida como un orden aparte sujeto a sus propias leyes, la cual ha generado también multitud de relatos en este sentido (la papisa Juana o Drácula). El mito por antonomasia (utilizo aquí la palabra “mito” en su sentido original, como relato cuya verdad descansa en la aceptación de cierta tradición previa y no en la constatación de hechos evidentes) es, obviamente, el de Dios, con el que se ha tratado siempre de encontrar un sentido global a la totalidad de las cosas y nuestro problemático vivir en medio de ellas.

" Descubrir sus tumbas era el paso previo a revivirlos durante un instante para escuchar lo que tuvieran que decir. ¿No fue eso lo que hizo Odiseo cuando descendió al Hades para hablar con Tiresias?"

Las figuras que he mencionado son las que elegí para mi libro. Podría haber elegido otras o añadir muchas más, pero pensé que bastaría con algunos ejemplos influyentes de cada período histórico. Saltando literariamente de uno a otro sería posible hacerse una idea de cómo hemos sido los europeos a lo largo de los siglos y, también, cómo hemos cambiado. A fin de cuentas los mitos responden al empeño por aplacar la angustia que produce la sospecha de que la realidad carece de sentido, algo que, tras la devastación de las guerras mundiales y sus consecuencias posteriores, parece ya fuera de duda. Ahora vivimos sin ellos, quizá esperando con ansiedad que aparezcan otros nuevos, razón por la cual es posible que proliferen hoy con tanta facilidad las más burdas mentiras.

Pese a su naturaleza mítica, la mayoría de los personajes que iba a conjurar en mi libro llevaban muertos mucho tiempo. Muertos y enterrados. Descubrir sus tumbas era el paso previo a revivirlos durante un instante para escuchar lo que tuvieran que decir. ¿No fue eso lo que hizo Odiseo cuando descendió al Hades para hablar con Tiresias? Durante algunos meses me sentí como un arqueólogo que recorre el mundo tratando de encontrar los restos mortales de unos personajes que existieron, por así decir, en el límite entre la realidad y la ficción. Por suerte, las tumbas que buscaba no estaban ocultas bajo las arenas del desierto, sino en las estanterías de las bibliotecas. Y allí, para mi sorpresa, acabé encontrándolas, pues la costumbre de enterrar no se ha limitado únicamente a los seres de carne y hueso. Mi arqueología, en fin, era, por decirlo, así, arqueología fantástica, el nombre con qué pensé titular el libro hasta que Ricardo Cayuela, mi perspicaz editor, me convenció de que lo cambiara.

De todas las tumbas aquí registradas la más difícil de encontrar fue, sin duda, la tumba de Dios. Su muerte, anunciada en el siglo XIX por Hegel, Nietzsche y Dostoyevski, no tuvo lugar de verdad hasta que los adalides del totalitarismo, soviéticos y nazis, no inventaron los campos de exterminio. Fue entonces cuando entró definitivamente en crisis la creencia esencial de nuestra civilización: la de que formamos parte de un cosmos, un orden dotado de sentido, una realidad de suyo inteligible. El cadáver de Dios, quiero decir, la nada y su tumba —que busqué animado por el sabio consejo de Bécquer de “no esperar a que se borren las huellas para empezar a buscarlas”— se encuentra allí donde la nada se te coge a la garganta como un nudo corredizo hasta llenarte de la peor de las angustias. Pero esto es algo que lector debería ver en el libro, no aquí, en el relato de cómo se escribió.

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Autor: José María Herrera. Título: La tumba de Dios (y otras tumbas vacías). Editorial: Turner. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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Flavio salesi
1 año hace

Un libro breve con un contenido que empuja a releer, revisar o explorar literaturas variopintas, una erudición amable y cercana. Una actualización inesperada . Grata lectura

San Anton
San Anton
1 año hace

¿La segunda guerra mundial comenzó con la invasión de nazis y comunistas a Polonia? Como cargarse el interés en leer un libro atractivo con una barbaridad histórica. Que este señor lea la historia de Europa de Perez Reverte (o cualquier otra)

jose maría herrera
jose maría herrera
1 año hace
Responder a  San Anton

¿Es posible que el señor San Anton no sepa que Hitler y Stalin eran aliados cuando se produjo la invasión de Polonia y hasta un año después, que no haya oido hablar del pacto Ribbentrop-Molotov, de que los rusos atacaron Finlandia, los países Bálticos y las comarcas orientales de Polonia dos semanas después de que lo hicieran los alemanes, con los que habían pactado la invasión, de la masacre de Katin, etc.?