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Ayer recibí un premio

Foto: Emilio Lara, al recibir el II Premio Edhasa de Narrativa, con sus editores, Daniel Fernando y Penélope Acero, y con Sergio Vila-Sanjuán y Jacinto Antón, miembros del jurado.

Martes 12 de febrero, 13’30 horas:

Les estoy explicando a mis alumnos de 1º de Bachillerato la Primera Guerra Mundial. Justo cuando les hablo de las fases de la contienda suena el móvil. En clase le bajo bastante el volumen para que no importunen las alertas de twitter y de whatsapp y las eventuales llamadas telefónicas. Compruebo en la pantalla que es de Edhasa, les pido disculpas a mis alumnos, salgo de clase y Penélope Acero, la editora, me comunica, en calidad de secretaria del jurado del Premio de Narrativas Históricas, que he ganado. Me dice que la votación del jurado ha sido unánime y que al día siguiente tengo que estar en Barcelona para entregarme el galardón y participar en una rueda de prensa. La conversación dura un minuto. Vuelvo a entrar al aula y retomo el tema de la Gran Guerra, aunque no tengo la cabeza en 1914 ni en los embarrados campos de Flandes. A las 13’45 les doy clase a alumnos de 2º de Bachillerato. Me toca explicarles la dictadura de Primo de Rivera. A pesar de que es mi quinta clase esa mañana y estoy cansado de hablar y hablar, la noticia me provoca un subidón, así que mis alumnos aguantan del tirón una clase exprés acerca del Directorio Militar, de Abd el-Krim, de pantanos y de la Exposición Universal de Barcelona de 1929. Les hablo por encima de la novela de Eduardo Mendoza La ciudad de los prodigios y sonrío. Al día siguiente estaré en aquella ciudad. Qué maravilla.

Martes 12 de febrero, 18 horas:

La editorial me envía por correo electrónico los billetes de avión. Salgo a hacer unos mandados. De vuelta a casa termino de leer el ensayo histórico de Giles MacDonogh Después del Reich: Crimen y castigo en la posguerra alemana, me doy una ducha, ceno con apetito, veo un episodio de la tercera temporada de True Detective y doy varias cabezadas porque me resulta tediosa, pues no tiene ni un gramo de la genialidad de la primera temporada, que me hipnotizó. A las 23’30 me voy a la cama y me quedo frito a velocidad de crucero.

Miércoles 13 de febrero, 6 horas:

Suena la alarma. Me despierto escuchando a mi locutor radiofónico favorito y mi mente ya está a cientos de kilómetros. Mi mujer y yo desayunamos escuchando al periodista radiofónico de voz profunda y, tres cuartos de hora después, comprobamos que hemos cogido todo y bajamos a la cochera.

Miércoles 13 de febrero, 7’15 horas:

Nos ponemos en marcha. Hace fresco y la luz aún es negra. Enfilamos la carretera de Granada y, aunque en el coche llevamos sintonizada la misma emisora, me entran ganas de poner la Cabalgata de las Walkirias de Wagner a todo volumen para que la mañana huela a napalm, pero me contengo. Hay poco tráfico y el amanecer preludia un día espléndido, como si estuviera rodado en cinemascope en alguna película de John Ford.

Miércoles 13 de febrero, 8’15 horas:

Aparcamos en el aeropuerto de Granada. Tomamos un café en la cafetería y compro el periódico para entretenerme durante el vuelo. No he cogido de casa ningún libro, y eso que pensaba haberme traído Los lobos de Praga, el último de Benjamin Black, un autor que me chifla. A las 9’20 despegamos.

Miércoles 13 de febrero, 10’50 horas:

Tras un vuelo sin turbulencias aterrizamos en Barcelona. Cogemos un taxi y nos deja en la puerta del restaurante El Principal a las 11’25. Al poco llegan Daniel Fernández y Penélope Acero, editores de Edhasa. Nos saludamos como si hubiésemos estado juntos el día de antes (es lo que sucede con los amigos aunque llevemos sin vernos meses), tomamos un café y me informan de cómo irá de rápido el proceso de edición de la novela, pues quieren que esté en la calle a mediados de marzo. Tocará trabajar a contrarreloj y a destajo en la corrección de galeradas y diseño de la portada. Me gustan esos retos.

Miércoles 13 de febrero, 12’15:

Un tempranero fotógrafo me hace decenas de fotos en el restaurante donde se desarrollará la rueda de prensa. Con la rapidez de su oficio busca encuadres y zonas de luz que le gustan y yo, obediente, poso y sonrío. A las 12’25 llegan más fotógrafos de prensa y disparan sus cámaras con rapidez de kalashnikov en el hermoso patio del restaurante. Después de numerosas ráfagas fotográficas comienza el acto del premio una vez que han llegado el resto de periodistas.

Miércoles 13 de febrero, 12’40 horas:

El editor de Edhasa lee el acta del fallo y me entrega el premio: una pesada placa de metacrilato que encontrará acomodo en el despacho donde escribo. Daniel está flanqueado por los dos miembros del jurado que han podido estar presentes: Sergio Vila-Sanjuán y Jacinto Antón, dos periodistas culturales de tronío (y de rompe y rasga) a los que he leído tanto y durante tantos años que me inunda una pleamar de felicidad, una radical alegría que se siente en ocasiones contadas en la vida.

Miércoles 13 de febrero, 13 horas:

La rueda de prensa se desarrolla en una espaciosa sala habilitada para ello. Me comentan que se trata del salón de la casa que perteneció a Luis Carandell, y sonrío, porque me gustaba muchísimo aquel periodista y escritor de acerada ironía y prosa zumbona. Los periodistas hacen preguntas interesantes, toman notas muy concentrados, sonríen a veces, hacen acotaciones y Vila-Sanjuán interviene para ponderar la estructura y tensión narrativa de la novela, que presenté bajo el pseudónimo de Vesper Lynd (la única mujer que amó de verdad James Bond) y que se titula Tiempos de esperanza.

Miércoles 13 de febrero, 13’40 horas:

¡Nada de un tercer grado! La rueda de prensa ha transcurrido tan deprisa y en un ambiente tan relajado que terminó convirtiéndose en un acto de compañerismo con gotas de complicidad, sobre todo cuando expliqué las motivaciones que me impulsaron a escribir la obra y a destacar el protagonismo de tres mujeres: Raquel, Esther y Giulia. Hemos hablado de lo que entiendo por novela histórica, de mis autores predilectos vivos y muertos, de mi pasión cinematográfica, de mis gustos literarios y de la importancia que le doy a las emociones para sostener una historia y darle carnalidad a los personajes. Ha sido un momento singular, de densificación temporal, de los que luego uno se acuerda con gusto. La editora Penélope Acero sabe organizar eventos, haciendo que funcionen como un mecanismo de precisión y otorgándoles una fluida naturalidad.

Miércoles 13 de febrero, 13’45 horas:

En el soleado patio del restaurante tomamos un refrigerio y disfruto de una conversación con periodistas y escritores en la que casi ni de soslayo hablamos de política, pues todos los temas giran en torno al periodismo cultural y a la literatura, y a etapas de la historia que nos fascinan a Jacinto Antón y a mí. Silvia Bastos, mi agente literaria, se suma al ágape y a las conversaciones, y cuando los periodistas se marchan, como no he parado de hablar y apenas he tomado bocado, insisto en que comamos algo, así que nos buscan una mesa redonda (me encantan) en el salón interior del restaurante y picoteamos y bebemos vino los dos editores, Silvia, mi mujer y yo. Y continuamos hablando de literatura y de la novela. Y tras las despedidas, mi mujer y yo nos montamos en un taxi, llegamos al aeropuerto, hacemos tiempo en alguna tienda, en la puerta de embarque nos informan que el avión ha tenido un problema técnico y que hay que cambiarlo, así que despegamos con media hora de retraso. El vuelo en la negrura de la noche es bueno. Recapitulo sobre lo que he vivido en ese día tan intenso, y a pesar de que suelo dormitar en los aviones, estoy tan contento que en mi memoria las cosas suceden por segunda vez, como en una moviola de recuerdos.

Emilio Lara con María José M., Penélope Acero y Silvia Bastos

Miércoles 13 de febrero, 22’25 horas:

Aterrizamos en Granada. El viaje de regreso en coche es tranquilo y en la radio escuchamos música con un volumen bajito. Ya no me pide el cuerpo meterme algo de Wagner. A las 23’45 llego a Jaén. Una ducha obra en mí un efecto relajante. La prensa virtual se hace eco del Premio Edhasa de Narrativas Históricas y en ese momento calibro la resonancia mediática que ha tenido.

Jueves 14 de febrero, 00’50 horas:

Me acuesto. No sé si Cupido, por ser el día de los enamorados, ha disparado una flecha a mi corazón, pero seguro que Morfeo ha vertido algún bebedizo en el vaso de leche que he bebido, y antes de que en mis ojos se haga un fundido en negro y caiga narcotizado de sueño, pienso que ese jueves al mediodía, cuando terminen mis clases, tendré que contar lo que viví.

Que ayer me dieron un premio.

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