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Zendianos, amigos, camaradas

Zendianos, amigos, camaradas

Los libros son como las personas: acompañan, desengañan, dejan indiferentes o cautivan. Si tengo que elegir entre colegas, conocidos y amigos, descarto conjugar el verbo coleguear. Nunca he querido tener colegas, sino amigos, pues más allá de su hermosa etimología de compañero profesional, colega me ha parecido una variante superficial e interesada de las relaciones amistosas, con su punto quinqui. Conocidos tenemos a porrillo en nuestra vida, son amistades circunstanciales de variada duración que, al cesar el trato, apenas dejan testimonio de su paso. Los amigos son quienes ganan nuestro corazón, sentimos la irrefrenable necesidad de convivir con ellos, nos enriquecen como personas y, al perderlos, dejan huella en nuestra memoria. Los buenos libros, los que jalonan nuestra vida, son por tanto como los amigos. Ni sabemos ni queremos vivir sin ellos.

A partir de cierta edad, nos quitamos las caretas. Una de las mejoras cosas de acumular años es seleccionar con quién amigarnos y con quién no, elegir las personas con las que queremos compartir retazos de vida y rechazar sin inmutarse a las que sólo nos aportarían mediocridad, banalidad y lugares comunes. Vivir es aprender a decir no, despojarse de imposturas, firmar una entente cordiale con nuestro pasado, ser comprensivo con las flaquezas ajenas e indulgente con las propias y saber que aún nos quedan personas interesantes por conocer. Por eso la lectura tiene tanto de acto amoroso, o fraternal, como esas amistades que provocan dulces terremotos intelectuales y sentimentales en nuestra vida. Leer algo fascinante es una epifanía de la alegría, y cuando sabemos que hemos hallado un tesorillo inagotable de lectura y un terreno propicio para la amistad, el placer entra en bucle. Eso sucede con Zenda.

"En esa paleoépoca que existió hasta anteayer, los suplementos culturales desbrozaban a machetazos la jungla libresca para abrir senderos"

Desde joven me ha gustado leer suplementos culturales. De papel, claro. A las últimas generaciones, el texto inicial de Star Wars “Hace mucho tiempo, en una galaxia lejana muy, muy lejana” puede servirles para referirse al mundo en el que no existía internet, para calcular los años luz que las separan de aquel planeta en el que la lectura de las noticias manchaba los dedos de tinta, las linotipias rugían como bestias mecánicas de la revolución industrial y las letras que componían las páginas eran de plomo. De pequeño, recuerdo cuando a los ordenadores se les decía computadoras, y en las películas su aspecto era de armatostes, de armarios metálicos con lucecitas y ruedas de tipo magnetofónico, girando. En esa paleoépoca que existió hasta anteayer, los suplementos culturales desbrozaban a machetazos la jungla libresca para abrir senderos, orientaban entre las novedades, alumbraban nuevos autores y recomendaban o despiezaban como matarifes las obras de narradores consagrados, pues en las décadas prodigiosas previas a lo políticamente correcto, la charcutería literaria envuelta en hojas de periódico a veces tenía el pulso de un duelo entre Quevedo y Góngora. Ah, siempre he sido quevedesco, el culteranismo me subleva.

En las entrevistas, los escritores a veces mostraban su sanctasanctórum doméstico, las habitaciones donde escribían, y en aquella intimidad forrada de libros confesaban sus manías y desvelaban su ritual de escritura. Esas revelaciones cotidianas me gustaban mucho, como cuando el filósofo Julián Marías, ya viudo, respondió que lo que echaba de menos en la vida era desayunar con su mujer, o Ana María Matute, que mientras se pegaba un lingotazo contaba aspectos de su niñez. Desde entonces, el género periodístico de la entrevista literaria me ha parecido el más difícil y hermoso por su capacidad para hacerle un TAC al personaje, por escanear su mente. Las mujeres son excelentes entrevistadoras porque, gracias a la capacidad analítica de su inteligencia emocional, son imbatibles en la distancia corta de la entrevista. Zenda es un ejemplo palmario.

"Zenda se caracterizó desde el inicio por acoger textos sin mirar el pasaporte político del autor, sus amistades literarias, el sello editorial o el medio de comunicación en el que éste colabore"

Los suplementos literarios de papel de los diarios provinciales españoles tienen una calidad pareja a la de los periódicos nacionales (no me da la gana escribir estatales). En ellos, las críticas realizadas suelen ser inteligentes y eficaces, poco incensadas, muy útiles para abrir el apetito lector. En las playas donde he veraneado y en las ciudades que he visitado, una de mis aficiones ha sido hacerme con el suplemento de la prensa local para leerlo al sol, con la piel cremosa, o a la sombra, con un vino o un Martini agitado, no batido. Mi afición por la lectura de críticas no radica en las recomendaciones de libros que suelen hacer, sino porque son un género metaliterario en sí mismo. Hay escritores ensoberbecidos que, gocen o no del favor de los lectores, ningunean el valor de la crítica tachándola de mandarinato o despotismo ilustrado. Los críticos no constituyen una secta, una masonería de bajo coste ni urden teorías conspiratorias para hundir novelas, pues son tan heterogéneos como el gremio de escritores. O escribidores, como diría Vargas Llosa en La tía Julia y el escribidor.

Aunque no me interese demasiado el libro que una crítica ensalza o descuartiza, suelo valorar lo que el crítico consigna: los temas apuntados, el estilo discursivo o la estructura narrativa explicada como un mecano desatornillado. Aprendo tantísimo de los críticos (de los buenos, claro está) que suelo anotar en una libreta sus frases, pensamientos y sugerencias así hablen de novela negra, poesía o del enfoque periodístico de Gay Talese o de Tom Wolfe. Canibalizo y proceso largo tiempo las aportaciones estilísticas de los críticos porque son un vivero de ideas para mi escritura. Por eso, en sus artículos veo más metaliteratura que en mucha de la omnipresente autoficción, porque mientras la literatura del yo me gusta, la del ego me estraga.

Zenda se caracterizó desde el inicio por acoger textos sin mirar el pasaporte político del autor, sus amistades literarias, el sello editorial o el medio de comunicación en el que éste colabore, y ello como quien se encasqueta un salacot y explora territorios desconocidos con el espíritu de la literatura y cinematografía clásicas. Las que no pasan de moda. Las que nos gustan.

"La libertad y la liberalidad explican el éxito fulgurante de Zenda"

El comienzo de Beau Geste es antológico, con los legionarios muertos tras las almenas del fuerte, defendiendo la posición en el desierto. Cuando en 2016 Arturo Pérez-Reverte impulsa y edita Zenda, dirá que “es un territorio de amigos, libros y aventura”, y en lo que podría ser el manifiesto fundacional, el académico y escritor se preguntaba si sería posible crear una especie “de legión extranjera donde a nadie se le preguntara sino por libros y literatura”. Ahí está. El espíritu aventurero de Beau Geste, el de entusiastas lectores y escritores enrolados en torno a una publicación sin que se les inquiera quiénes son ni de dónde vienen, sólo si les gusta leer.

La libertad y la liberalidad explican el éxito fulgurante de Zenda. Pérez-Reverte y un puñado de irreductibles amigos novelistas y periodistas escribieron en los primeros números de esta revista electrónica, cuya calidad, esmerado diseño y brillante puesta en escena serán el banderín de enganche para que hombres y mujeres inoculados por el dulce veneno de la literatura se decidan a escribir, a estar en sus atractivas páginas virtuales, a querer formar parte de la hermandad zendiana, tan mosquetera, tan de Alejandro Dumas y su Todos para uno.

Escritores célebres y desconocidos hasta ese momento compartirán números, francotiradores literarios cuya presencia era una utopía en revistas de pedigrí encontrarán acogida en Zenda, autores primerizos verán reseñada su obra junto a la de escritores consagrados en igualdad de maquetación, sin jerarquías de espacio, para que el posterior juicio de los lectores sea el único baremo. Qué lógico y natural resulta ahora, a dos años vista del parto zendiano, pero qué rompedor fue entonces. El mérito era el único requisito para obtener el visado de entrada a Zenda, en la que incluso participaban destacados periodistas culturales de otros suplementos, demostrando que el ánimo zendiano no era la conquista, sino la convivencia. Pero claro, para eso hay que estar vacunado contra la envidia y el rencor, cuya etiología está admirablemente desarrollada en el prólogo de Tiberio o el resentimiento, de Gregorio Marañón, y en la película Amadeus, de Milos Forman. Que suene a todo volumen Mozart y que revienten los Salieri.

"En Zenda no hay comisariados políticos, olvidos ominosos hacia autores ni alambres de espino que rodeen sus inexistentes muros"

El formato electrónico exclusivo y la renovación diaria de contenidos ayudan a explicar el éxito de la revista a velocidad de cohete, de forma que la ausencia de papel no es contemplada como orfandad. Su director, Leandro Pérez, y Pérez-Reverte, su editor y fundador, como si fueran lebreles, ventearon los aires y se dieron cuenta de que el romanticismo de los suplementos de papel no podía ganar la batalla periodística en el siglo XXI, pues sería como el bonito título de las memorias de Caballero Bonald, Tiempo de guerras perdidas. La interminable sangría de lectores de la prensa tradicional llevaba pareja la pérdida de influencia prescriptora de la crítica literaria. Y Zenda obró el milagro de aunar lo clásico con lo moderno, de ser reformadores en vez de revolucionarios. Y eso, es garantía de triunfo.

Las fotos ocupan un lugar preeminente. Hay fotografías con prestancia de daguerrotipos, de fotogramas del neorrealismo italiano o de la fotografía directa, con ecos de Alfred Stieglitz o Dora Maar. Esa potencia visual iconográfica va acompañada de un diseño minimalista en el que los caracteres y colores invitan a clicar en la pantalla.

Los textos de autor, las primeras páginas de las novedades literarias, el making of de las novelas contado por los propios autores, el rescate de poemas de célebres poetas, las columnas semanales de Pérez-Reverte en XL Semanal y de Javier Marías en El País, la crónica de presentaciones de libros (esta sección me chifla), los concursos literarios patrocinados por Iberdrola, un apartado juvenil para lectores en ciernes o un rincón para el ensayo, son secciones consolidadas. Al igual que la embrujadora sección de los viajes literarios, que demuestra que viajar, leer y vivir son verbos que se conjugan al unísono, como corazones enamorados que laten al compás, como un diapasón. Éstas y otras secciones que cohabitan sin revoltijos (no me gustan las comunas) son un muestrario de que lo heterogéneo es riqueza, pues en Zenda no hay comisariados políticos, olvidos ominosos hacia autores ni alambres de espino que rodeen sus inexistentes muros. Idéntica cabida tienen textos de tono académico como artículos de prosa gamberra, autores premiados y noveles, elogios y perdigonazos de sal. Es lo que sucede en un territorio libre, en una ciudad abierta como en su época fue Tánger.

"Al principio hice hincapié que prefiero los amigos a los colegas. Ahora añado que también tengo predilección por la palabra camarada"

Hasta hace poco, en provincias, era habitual desayunar viendo las esquelas del periódico local por si había que cumplir, es decir, asistir a algún funeral. Ahora, una de las cosas que muchos hacemos después del café y la tostada es echar un vistazo a Zenda para decidir qué leeremos cuando tengamos un hueco, porque se ha convertido en una hermosa rutina diaria. La publicación vino para quedarse, al igual que los amigos que aparecen en nuestras vidas.

Al principio hice hincapié que prefiero los amigos a los colegas. Ahora añado que también tengo predilección por la palabra camarada, pero desollada de su acepción política, que me da yuyu. Prefiero su significado primigenio, compañeros de armas que comen y duermen al raso, juntos. Los zendianos somos una comunidad hispanohablante con vínculos literarios comunes, nos entusiasman los libros que nos hacen vivir otras vidas y pensamos que la cultura nos hace mejores y libres. Por eso, permitidme que me ponga una toga y recuerde el discurso de Marco Antonio en Julio César, de Shakespeare: “Amigos, romanos, compatriotas”, para decir: Amigos, zendianos, camaradas.

Felices lecturas.

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