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Calamaro, su revista ‘Nervio’ y el aroma de los naufragios

Calamaro, su revista ‘Nervio’ y el aroma de los naufragios

Con el año todavía madrugando, por amor al arte y sin ánimo de lucro, una nueva revista cultural venía al mundo: Nervio. Cultura y Delito. Comandada por Andrés Calamaro, siendo Olga Castreno directora ejecutiva y editora responsable, y editor el escritor Rodolfo Palacios, la publicación se exhibe —y se reivindica— libérrima, mercúrea, guerrillera, amoral —no inmoral—, culta y elegante. Híbrido anarca literario y periodístico, las cartas o, mejor dicho, las firmas que pone sobre la mesa son las de, entre otros, Enrique Bunbury, Ángel Cappa, Jorge Lanata o Enrique Symns. También hay un bastardeo consentido zendiano: por ahí rondamos Jeosm y un servidor.

"Nervio no es un negocio. No tiene publicidad"

Según cuenta a Zenda el propio Calamaro, la trinchera de Nervio pasa por «construir un relato cultural real» y, por ahora, sólo se publicará en formato digital: «Pasamos un año intentando imprimir ejemplares, lo habíamos prometido a nuestro lujo de firmas. Preso en mí mismo, no puedo desdoblarme en tareas de difusión y prensa del sitio. Secuestrado por un relato constante, Nervio es www.nerviodigital.com… Según Nietzsche, “un asaltante es un hombre que trabaja siempre en la adversidad”. No sería capaz de discutir nada a nadie con semejante bigote».

No es la primera vez que el autor de canciones como «Carnaval de Brasil» o «Tránsito lento» se lanza a la mar periodística. Su firma ha sido estampada en varias «Terceras» del ABC. Literalmente, lleva el periodismo en la sangre: «Mi padre, Eduardo, ejerció en las redacciones muchos años. Ser periodista sin oficio es complicado porque hay que corregirse todo el tiempo, pero la literatura, como la filosofía, es inaccesible para algunos de los que escribimos en esta barricada». Para esta labor, el cantante no está solo: «Afortunadamente, tengo buenos amigos que me cuidan la espalda, es la importancia de los compañeros. En los escenarios, como en las redacciones, tenemos compañeros que nos acompañan. Estamos en nuestras manos. En esta página hay un periodista que nos descubre y nos cubre… Soy una visión que tuvo Rodolfo Palacios».

Precisamente, el editor de Nervio nos cuenta que la revista surge por Calamaro, «como un dique para contener su caudal de escritura«: «Es desbordante. En los últimos años, Andrés no pasa un día sin una línea de escritura. Hasta cuando cuenta que le duele la muela es poético: ‘Mi muela se rompió como un glaciar’. Nervio es la épica del regreso, de los sobrevivientes. Los que siguen de pie pese a las heridas. Los que luchan. La intención fue darle un envase romántico a todo lo que escribe, desde poemas, ensayos, semblanzas, aguafuertes, análisis, haikus, historietas, cuentos, no ficción».

"Según Calamaro, la trinchera de Nervio pasa por construir un relato cultural real y, por ahora, sólo se publicará en formato digital"

¿En qué consiste ser editor de una publicación así? Responde Palacios: «Es ser el nexo entre Andrés y las firmas que colaboran. En ejecutar las ideas que planteamos. Y en publicar los escritos. Andrés todo el tiempo piensa temas, firmas que podemos invitar. Andrés es polifuncional: escribe, titula, piensa las bajadas, manda audios para subir. ¡Hasta saca fotografías! Su madre cuenta que de niño ya tenía ese don, de pintar y escribir». El escritor también menciona al padre del músico: «Fue un gran poeta, y periodista, además de haber escrito libros y editado en diarios y revistas».

Calamaro y Palacios se conocieron «no a través de la música, sino de los bandidos«: «Teníamos amigos en común —cuenta el segundo—. Y una noche nos reunimos en una tertulia. Andrés habló poco, pero escuchó con respeto. Esa noche le pregunté por qué no había publicado ningún libro. Me dijo que dudaba. Al poco tiempo me pasó un pendrive con cientos de escritos. Y tuve el honor de acompañarlo, silenciosamente, en su primer libro, Paracaídas & Vueltas (Cúpula, 2015)».

Olga Castreno: su mano derecha desde hace 25 años

Por su parte, Castreno y Calamaro se conocieron «hace un cuarto de siglo«. Desde entonces, la directora ejecutiva de la publicación lleva «tatuado el orgullo de trabajar con un autor total: compositor, poeta, multinstrumentista, hasta fotógrafo… Todo lo que toca lo convierte en arte».

Para la también mánager del artista argentino, Nervio sí que es su primera experiencia periodística —de un modo activo, participando en la organización de un medio, quiere decirse—: «Andrés ya tenía su página, donde publicaba sus impresiones en las giras, entre otros escritos. Publicó un libro, hay más en camino, pero Nervio es distinto. Para empezar, no es un negocio. No tiene avisos publicitarios. Hay firmas prestigiosas, como la de Andrés y las de sus amigos, intelectuales que admira y respeta».

Fotografías de Andrés Calamaro

Castreno se ocupa de la «logística» de la publicación, «desde quien diseña el logo, pasando por el registro del nombre, hasta el armado de la plataforma digital. Superviso las redes sociales, difundo los artículos de la revista y también soy la responsable legal de lo que se publica. Miro todo con lupa. Claramente, todo es muy distinto a organizar un recital».

En su manifiesto fundacional, Calamaro señala que Nervio surge «para la inspiración de los bandidos y un espacio para la tauromaquia en tiempos de cólera». «Tire de este hilo», le digo. Y él lo hace con gusto: «Lo mas honorable está siendo borrado de la Historia. Vivimos sometidos a un discurso masticado, apenas somos ciudadanos sin sociedad, y demasiada gente duerme esta noche en la calle. Si hablamos de tauromaquia lo hacemos leyendo a Corrochano y Bergamín. Rasgarse las vestiduras por un toro que muere en Sevilla, mientras mis paisanos duermen en la calle, se me antoja un insulto a la virtud humana o, lisa y llanamente, una mariconada. Quieren igualar lo distinto, es lo peor de la política social demócrata. Los bandidos, los guerrilleros y los toreros subliman la existencia pero reciben el desprecio y la incomprensión de las multitudes y las generaciones. Nacieron con tres huevos. Mi análisis es cultural pero político; mucho mundo mastica pescado podrido».

"Calamaro apunta que la aventura de Nervio tiene aroma a naufragio"

Palacios subraya la presencia de «firmas notables»: «Escriben desde toreros, críticos taurinos, escritores, poetas y hasta bandidos. Hay bellos escritos de una mujer que vive en la zona de cajeros automáticos de un banco y un hombre que envía escritos y estuvo internado un el manicomio Borda. Escriben marginales y burgueses. Autores enemigos entre sí. Pero en Nervio no hay grieta. Además, descartamos todo intento de negocio detrás de Nervio, no hay publicidad, todo se hace por amor al arte. Siempre y cuando haya algo nuevo que decir».

En la carta de presentación, Calamaro destaca dos nombres: el del periodista y escritor Enrique Symns, y el del músico Miguel Abuelo. Sobre el primero, nos cuenta: «Es nuestro pensador y escritor extraordinario, pero no tiene casi obra. Es la rebelión del pensamiento preclaro. Vive en habitaciones baratas de cero estrellas. Es nuestro Whitman por cien. El siglo pasado editaba una revista, abrió conciencias como quien abre latas de melocotones en almíbar. Es una leyenda. Lo que tenemos es un amor infinito. Hasta los que no quieren a nadie saben querer». Sobre el segundo: «Miguel era único. Un guerrillero de la libertad y la poesía. Dejó la vida cada vez que subió a un escenario. Llegó a Madrid a principios de los años setenta. Dicen que en la Gran Vía se paraban los coches para verlo caminar. Como Ava Gardner. Es el Juan Belmonte de los escenarios de rock».

Finalizando, Calamaro apunta que la aventura de Nervio tiene «aroma a naufragio». ¿A qué huele un naufragio?, le pregunto. Responde lírico: «A estas horas, la lucidez me aturde en una espiral de humo que me remite a la virtud de Baudelaire. Cualquier cosa que te conteste va a sonar bien. Huele a insomnio, huele a lluvia. Un naufragio. Un naufragio de cientos de caballos, náufragos caballos en el mar de noche. El acorazado Belgrano hundiéndose incendiado en las aguas heladas del Atlántico. El mar, como la montaña, te traga o te escupe en la orilla».

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