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Calamaro: «La agresividad de ciertos cambios culturales supera mi imaginación»

Calamaro: «La agresividad de ciertos cambios culturales supera mi imaginación»

Andrés Calamaro (Buenos Aires, 1961) hilvana temas de conversación con medias verónicas: en la charla íntima —no incluida en este texto, claro— se habló, por supuesto, de toros y de mil toreros, y de Picasso y de Bergamín y de Chaves Nogales y de Lorca, y del duende, y de Benzema y de Iniesta, y de Dizzy Gillespie y de David Bowie y de nuestro amigo Enrique Bunbury, y de no sé cuál —disculpen la amnesia— boxeador, y de un jugador de la NBA que le soltó una hostia a otro en plena cancha…

Así estuvimos toda una tarde.

No es la primera vez que entrevisto al autor de maravillas como «Tuyo siempre», «Carnaval de Brasil» o «El tercio de los sueños», pero sí es la primera vez que me ha abierto la valla de su confianza. Eso es algo que se agradece mucho. Y creo que se nota. Como entrevistador, he planteado un cuestionario analítico, intentando huir tanto del interrogatorio policial como del masaje —y reconozco que esto no ha sido fácil: admiro a Calamaro desde los catorce o quince años, y tengo veintinueve—–. Me he centrado en su último álbum, Cargar la suerte, su tercer ochomil, un trabajo carnívoro, voraz, sangriento y noble que juega en la liga de Alta suciedad y Honestidad brutal, que contiene una colección de doce canciones de rock heterodoxo —hay falsas rancheras, dejes ricoteros, blues, fraseos de hip hop…— y que verá la luz el viernes 2 de noviembre.

Regamos la conversación con mate —él— y con cerveza argentina —yo—.

En este caso, es un gustazo y un honor pulsar el botón rojo de la grabadora.

—»Cargar la suerte» es una metáfora que viene del ruedo.

"El miedo se aprende"

—»Cargar la suerte», como metáfora específica, es «poner el cuerpo». También «encierra los aromas de un toreo puro». Supongo que lo que se huele, cargando la suerte, es la gloria, ¡otro sustantivo abstracto, caramba!, o el miedo, que de abstracto tiene poco aunque es una condición cultural. El miedo se aprende. Llamar a un disco así es algo estético. Aunque es un título comprometido, en la portada de un disco sospechamos, que sencillamente suena bien.

—¿Hasta qué punto es importante la tauromaquia en su obra?

—Es importante en mi obra fotográfica, que es amateur. Un cantante en los callejones que saca fotos. Ojalá tuviera claridad y vocabulario para explicar, cantando, la liturgia y lo que transmiten unos naturales melancólicos y templados. El mundo del toro, que es como se conoce a la gente del toro, me adoptó como persona porque me reconocen como cantante y por exponerme, por poner el cuerpo y el careto.

 

—¿Y en su vida?

—No se puede recuperar el tiempo perdido, y no es una metáfora. No me consta que vaya a volver a nacer en el barrio de Triana. Mis cualidades como aficionado son diferentes: me dejo ver, celebro mi amistad con toreros, aficionados y ganaderos… Encontramos el equilibro de gratitud, amistad y respeto. Creo que tengo ese veneno en la sangre. Si le soy sincero, la mía es una búsqueda. La de las sensaciones, la transmisión, los destellos… Hay que aprender a ver para aprender a sentir. Estoy en algún punto de ese trayecto.

—Señor Calamaro, ¿ha despedazado alguna vez, como escribió el poeta, las leyes de su corazón para someterse a las leyes de la tribu?

—Soy un pobre hombre, un misántropo. De las leyes del corazón conozco las penas y las condenas, alguna ley habré roto. Las leyes de la tribu me las vengo saltando a la torera, tampoco soy un ciudadano completamente funcional ni constante. Nunca renuncié a la ley del corazón por someterme a las leyes de la tribu, pero tampoco leí el manual de instrucciones.

—Aunque sé que le inquietan los sustantivos abstractos, permítame preguntarle: ¿qué es la autenticidad?

"Algo auténtico tendría que serlo y no parecerlo"

—Se puede demostrar que un cuadro es auténtico y discutir que sea legítimo. En el rock, «auténtico» es un adjetivo conceptual sospechado de estético. Si recuperamos la importancia de las palabras, algo auténtico tendría que serlo y no parecerlo. La autenticidad es transparencia opaca… o traslúcida. Quisiera contestarle que los legítimos nos reconocemos entre nosotros gracias a un sexto sentido parecido al olfato.

—Pasemos de lo abstracto a lo concreto: ¿con qué conceptos utiliza usted el calificativo «auténtico»?

—Los falsificadores de arte pintan cuadros que no existen en los catálogos. Tienen que parecer auténticos y son auténticas falsificaciones. Originales. Espero no haber abusado del concepto «auténtico», porque pertenece a otra tribu que ya habitaba Malasaña cuando llegué al barrio hace ya más de veinticinco años.

—»Sin guillotina no hay revolución, / es un falso Louis Vuitton». Qué buena definición de la izquierda posmoderna.

—Aha. Lo que yo llamo izquierda «estética». Algo que parece un conjunto de «buenas intenciones delirantes» más que una raigambre ideológica intelectual. La canción disimula, aunque tampoco demasiado, mi fastidio por estas tendencias intolerantes maquilladas como payasos de la igualdad, que es una palabra importante pero, en estos términos, se presenta como un racimo de disparates.

—»Cuando ladra la moral / en modal inquisición / me corresponde cantar / a la libertad». ¡Tiene cánticos para rato, pues!

"Me temo que soy un señor del siglo pasado"

—Sinceramente, no me esperaba tanto para estos primeros compases del siglo. Cuando cerraron las tiendas de discos, los viejos cines y las librerías, esto ya tenia cierto tufo medieval. Pero la agresividad de ciertos cambios culturales, o comunicacionales, supera mi imaginación. Un nuevo proyecto de ley propone igualdad estadística de géneros para celebrar eventos musicales, y no me consta que las prostitutas califiquen para este 50/50… No creo que me hagan quemar mis discos de Miles Davis grabados por el patriarcado heterosexual que sometió a la música en el siglo veinte. O Camarón con Paco de Lucía, uno de los cuales debería ser suplantado por un artista transgénero… o similar. Me temo que soy un señor del siglo pasado.

—¿Y el amor? En tiempos de Ibuprofeno, ¿tiene cobertura pero no tiene relleno?

—Tiene cobertura de Ibuprofeno pero relleno de antidepresivos. El tiempo que «tiene cobertura pero no tiene relleno» es el de la postelevisión. (Piensa) Yo no sé qué es el amor. Eso me dijo una ex, y tendría que haberla creído en aquel momento.

—Hay mucho desamor carnívoro —en sentido metafórico, quiero decir— en Cargar la suerte.

—Una palabra que no me gusta es «desamor», no es ni siquiera un sustantivo abstracto. Si aceptamos el amor como convención sentimental unificada, entonces le concedo cualidades carnívoras. A mi corazón se lo comieron un par de veces.

—Sin entrar en detalles rosas, ¿cuánto hay de visceral y cuánto de referencial en Cargar la suerte? Se lo pregunto porque, una vez, usted me dijo que se puede escribir sobre el desamor tras leer Romeo y Julieta o tras escuchar a José Alfredo Jiménez, pero, en canciones como «Mi ranchera» o «Verdades afiladas», los versos parecen escritos con sangre propia.

—Tiene usted mucha razón. «Verdades afiladas» y «Mi ranchera» están escritas con sangre y con oficio. Son tan viscerales como referenciales y créame que lo lamento todos los días. Insisto en que debería ser posible escribir estas canciones como ficción o dentro del género fantástico: rancheras, boleros, Romeo y Julieta… nos dan suficiente información como para escribir esta clase de canciones sin necesidad de padecerlas primero. En este caso no es mi caso.

—Pasemos del desamor a la amistad. En su discografía abundan las referencias a los amigos. En Cargar la suerte también las encontramos.

"Soy un amigo invisible pero de carne y hueso"

—Puestos a creer, alguna vez creí que la amistad era apenas una palabra. Pero tengo buenos amigos que me demostraron lo contrario. Soy un amigo «cómodo» porque no termino de llegar y me estoy yendo. Vivo con un boleto de vuelta. Soy un amigo invisible pero de carne y hueso. Dignifico a la amistad: nunca estoy pero estoy siempre.

—¿Quiénes son, por cierto, el Gallego Frank, el Gordo Raúl, Osvaldo, Jorge y Adrián?

—Son verdaderas personas, mis buenos amigos y los amigos ausentes. El Gallego es una leyenda entre los asaltantes de camiones, una persona especial, con una tenacidad muy poco común. Fuimos amigos pero falleció un 31 de diciembre. Trabajaba con Raúl y con Osvaldo. Ahora, Adrián lleva la fábrica de pastas familiar, sabe vivir, vive con ganas… Jorge es uno de mis amigos mas íntimos. Estos señores serían capaces de dar la vida por mí, de ponerle el pecho a balas talladas a mano con mi nombre.

—¿Cree usted en «el Nazareno»? Quizá sea este su disco más bíblico.

—Creo en Ismael Rivera, que canta «El Nazareno», y me gusta interpretar la Biblia sin pretensiones cristianas ni teocráticas. Son divagues para construir el que podría ser mi disco mas bíblico… Me entra la risa.

—También hay un nihilismo patente y explícito. ¿Algunos versos se disparan bajo la sombra de Nietzsche?

"Soy un intelectual autodidacta"

—Estimado amigo, soy un intelectual autodidacta. El nihilismo impreso en estas canciones es de naturaleza punk o me estoy poniendo cínico con los años.

—Enhorabuena por esta «cosecha de canciones», señor Calamaro. Cargar la suerte es un disco maravilloso.

—Me deja usted sin palabras. Soy un artista de rock «para mi sacrificio, no para mi vanidad». Puede perseguirme la adversidad, aquejarme el mal físico, empobrecerme el medio, desconocerme el mundo, negarme los otros… pero nada apagará la lumbre de mi antorcha porque no es solo mía. Este pronóstico es el «Destino de canto», de Atahualpa Yupanqui. Soy un pobre abstemio, pero disfruté grabando este álbum. Lo grabamos en cuatro días y quise ser consciente de que aquellos eran días de los que merecen ser recordados siempre. Quizás sea el más cruel de los conceptos abstractos: «siempre».

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