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Calles de fuego: Una fábula de rock and roll

Calles de fuego: Una fábula de rock and roll

Era una película insólita cuando se estrenó a mediados de los 80 del pasado siglo y lo sigue siendo ahora mismo, que es ya una película invisible. Es compañera de viaje de ese primer segmento de la obra de Walter HillEl Luchador, Driver, The Warriors—, un, por entonces, joven cineasta, admirador de los clásicos pero infectado por la cultura popular, rock and roll, chupas de cuero, motos ruidosas, cultura de barrio duro, desahuciado, con comercios cerrados, ferrocarriles elevados, naves fabriles desafectadas, ideales evaporados y violencia vivida al minuto. Esa cultura, en parte vivida, la decadencia de la estética de los 50 mirada desde la admiración del adolescente que cuando madura aún apuesta por ese paraíso de recuerdos sublimados.

"Sir Galahad, Sir Gawain, Sir Lancelot construidos con los restos hechos pedazos de James Dean o Monty Clift para una posmodernidad más mundana que legendaria"

Eso y quizás algo más es Calles de fuego, subtitulada como Una fábula del rock and roll. No es una película mercenaria sino de afinidades selectivas, que diría Goethe. O la aceptas o la niegas. Comienza con un vibrante y energético concierto de rock and roll en un cutre local de barrio, protagonizado por Ellen Aim, una hermosa y sensual Diane Lane —nunca he comprendido cómo Diane Lane no fue una estrella—, a la que rapta un ejército de provocadores moteros herederos de los Hell’s Angels, de la icónica película del astuto Roger Corman, liderados por Raven Shaddock (un emergente y villano, as usual, Willem Dafoe). Es también una película homérica, de héroes exiliados como Tom Cody (excelente Michael Paré), un desencantado Aquiles, un ex soldado fatigado, desastrado abrigo gabardina, pantalones gastados, camisa de franela azul y tirantes, que regresa al barrio a petición de su hermana Reva (Deborah Van Valkenburg) para rescatar no solo a la princesa del rock que le despreció otrora, sino para infundir esperanza en gente de barrio que ya no cree en nada. Sir Galahad, Sir Gawain, Sir Lancelot construidos con los restos hechos pedazos de James Dean o Monty Clift para una posmodernidad más mundana que legendaria.

"Hill no filma la acción como pura fórmula; no, es una manera de vivir al límite, sin más reglas que actuar"

Si todo eso era, es, insólito, aún lo es más —hablo para los puristas de lo académico— el vistoso despliegue, entre un Hopper —una de las inspiraciones de Hill, reciclado en estética de spot publicitario, colores chocantes, ondulaciones de luz de neón— y un post expresionismo pop, visual de la película. Walter Hill sabe, es consciente, que está creando un universo propio, en el que caben promotores de pajarita y pacotilla (Rick Moranis) y guerreras sin complejos como McCoy (Amy Madigan), un diseño personalizado de cualquier sueño antiguo o de sus desperdigados recuerdos de un mundo que no alcanzó, por edad, a vivir, algo así como ese París evanescente, muy Patrick Modiano, que Pierre Le-Tan, pintor, ilustrador, escritor, plasmó en su maravilloso El París de mi juventud (Cabaret Voltaire, 2023).

Un thriller noir, una pesadilla estilizada, un mal sueño o sueño de los que se recuerdan al despertar con un cierto sabor seco en la garganta. Hill no filma la acción como pura fórmula; no, es una manera de vivir al límite, sin más reglas que actuar. El asalto a Torchie’s, la guarida, a medias club, a medias castillo inexpugnable de los temibles Bombers, a cargo de un ejército de dos tiene también sabor a un western urbano planificado en un montaje alternativo y rimado con poderosas y agresivas canciones de rock. Ese montaje nimbado de provocativa adrenalina distiende el tempo de la película situándola en la antesala del infierno. A Hill le resta una hora de película, así que se la juega a todo o nada en ese asalto de dos contra el mundo. Pero es solo el primer round del combate entre el caballero y su antagonista. Hill retrata el desafío inevitable haciendo salir y desaparecer a Raven entre las llamas del caos desatado por Cody. Raven no renuncia a nada; ni a la dama ni a cobrarse el peaje debido a su caballero. Pequeño interludio de recuento de amores y vidas pasados y segundo y definitivo round. De esa manera, la crónica de ese tiempo ya ido se pergeña, clásicamente, como un combate a dos vueltas. El regreso a casa por una noche cubierta con polis corruptos, fans ilusionados, músicos a la busca de una oportunidad, sirve de preludio a ese segundo round. De esa manera, Calles de fuego se convierte en la crónica del bulevar de los sueños rotos, el tebeo ilustrado con acierto de una aventura diseñada en un duermevela. Una película muy especial.

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Streets of Fire (Calles de fuego, 1984). Producida por Lawrence Gordon, Walter Hill y Joel Silver. Dirigida por Walter Hill. Guión de Walter Hill y Larry Gross. Fotografía de Andrew Laszlo. Música de Ry Cooder con material adicional supervisado por Jimmy Iovine, con canciones escritas por Ry Cooder, Tom Petty y Stevie Nicks, Laurie Allen canta por Miss Lane. Montaje, Michael Ripps, Freeman A. Davis, James Coblentz. Vestuario, Marilyn Vance. Diseño de producción, James Allen. Interpretada por Michael Paré, Diane Lane, Rick Moranis, Willem Dafoe, Amy Madigan, Deborah Van Valkenburgh, Bill Paxton, Robert Townsend, Ed Begley Jr., Bill Pullman. Duración, 93 minutos.

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