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Caminando bajo el mar, colgando del amplio cielo, making of

Caminando bajo el mar, colgando del amplio cielo, making of

“Los niños pueden ser alucinantemente terribles”, escribió Jill Tweedie: “manipuladores, agresivos, irrespetuosos e insensibles; si les diésemos armas, serían el ejército más aterrador que el mundo haya visto”.

No muchas personas lo saben (ni necesitan saberlo), pero yo comencé escribiendo para lectores así. Mi primer trabajo como escritor profesional (tal vez fuese el segundo) fue escribiendo para una colección de cuentos ilustrados “para niños” que una editorial argentina llamada Libros del Quirquincho publicó hacia finales de la década de 1990. Ahora pienso que fue una magnífica escuela: los ilustradores eran excepcionales, la distribución era extensiva, los niños mostraban una escasa tolerancia a la condescendencia (así como la firme intención, que todos los niños tienen, de no perder el tiempo con tonterías) y ejercían la crítica literaria espontánea y brutalmente, la editorial tenía una gran avidez de textos y no oponía resistencia alguna. “Los libros para niños son para ser leídos; los de adultos son para hablar de ellos en los cócteles”, afirmó Lloyd Alexander. Durante años escribí sobre las siguientes cosas: ancianos que dinamitaban montañas, niñas que tenían serpientes en lugar de cabellos, puentes que construye el demonio, personas que pierden los dientes y dentistas que esclarecen casos policiacos, elefantes que se oxidan, perros que visitan la luna, una mujer con hirsutismo y cosas así. Nada de lo que puedas hablar en un cóctel.

"Antes de que yo tuviese que ser perdonado por mis lectores, me marché a Alemania. Cuando volvimos la vista, ni ellos ni yo seguíamos allí, y yo me había convertido (según dicen) en un escritor para adultos."

La apuesta libro tras libro era crear algo que estuviera a la altura de la imaginación (a menudo cruel, casi siempre racional y desmesurada) de los niños, pero éstos siempre iban más lejos que yo: para ellos, yo debía de ser algo así como un escritor realista, y el mundo que ellos imaginaban en todo su magnífico esplendor y barroquismo, algo que no cabía en los libros de nadie, o sólo de muy pocos. Oscar Wilde escribió: “Los niños comienzan amando a sus padres, pero después de un tiempo los juzgan, y muy raramente, si acaso, los perdonan”. Antes de que yo tuviese que ser perdonado por mis lectores, me marché a Alemania. Cuando volvimos la vista, ni ellos ni yo seguíamos allí y yo me había convertido (según dicen) en un escritor para adultos.

Caminando bajo el mar, colgando del amplio cielo fue un texto que escribí rápidamente después de visitar la reserva natural de la Fundación Wildermuth, en la provincia argentina de Santa Fe, mil trescientas hectáreas donadas por los herederos del austríaco Federico Wildermuth para el estudio y la preservación de animales amenazados. Supongo que después de visitarla me quedé pensando en la situación de esos animales (expulsados de su sitio por el hombre) y en el trabajo de quienes procuran darles un refugio. Y es posible que también haya pensado en mí, que en ese momento estaba a punto de marcharme a Alemania. Quizás pensé que uno de esos temas iluminaba el otro y escribí el texto, a la espera de que le llegara su momento. Y ese momento llegó este año, cuando las sucesivas “crisis de los refugiados” (que, contra lo que la prensa afirma habitualmente no suceden “a las puertas de Europa” sino “en Europa” y hacen a las dificultades de concebir el suyo como un proyecto verdaderamente democrático y plural) me hicieron volver a pensar en él. Así que lo reescribí por completo y crucé (como siempre) los dedos.

"¿Puede un libro con topos irlandeses y luciérnagas que se sindican ser, a su vez, el más personal y autobiográfico que haya escrito en mi vida?"

Hay algo delicado, misterioso y bello en cada una de las ilustraciones de Rafa Vivas para Caminando bajo el mar... Y en el libro, un intento de refutación de lo que habitualmente llamamos “literatura para niños” y a menudo es didáctica, condescendiente o “aniñada” en el peor de los sentidos. De hecho, su tema no parece muy «infantil». ¿Es posible hablar de la responsabilidad que nos cabe frente a las personas que se ven forzadas a marcharse de su país de origen y hacerlo con un venado, un puercoespín, un cerdo que finge ser un perro, una ballena suspendida en el aire sobre Europa y quizás sea una metáfora? ¿Qué probabilidades hay de hacerlo y que el resultado esté plagado de chistes a la altura del humorismo malicioso de los niños? ¿Puede un libro con topos irlandeses y luciérnagas que se sindican ser, a su vez, el más personal y autobiográfico que haya escrito en mi vida? La suerte de este libro inspirado en los limericks, Spike Milligan, Lewis Carroll, El viento entre los sauces, Janosch, la Antología del humor negro de André Breton, Roald Dahl y las canciones de los Beatles depende casi exclusivamente de que estas tres preguntas puedan ser respondidas afirmativamente. Pero esto siempre es difícil, en el ámbito de la literatura “para adultos” tanto como en la “infantil”, y posiblemente “el ejército más aterrador que el mundo haya visto” esté agazapado allí afuera en este mismo momento, a la espera de formular sobre el libro un comentario devastador y definitivo. ¿Qué clase de escritor no aceptaría el desafío de escribir para ese tipo de lectores?

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Autor: Patricio Pron. Título: Caminando bajo el mar, colgando del amplio cielo. Editorial: Siruela. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro

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