Inicio > Blogs > Ruritania > Carta al emperador Carlos V

Carta al emperador Carlos V

Carta al emperador Carlos V

Querido Emperador Carlos V:

Me resulta difícil dirigirme a ti en esta carta. Quizá debería haber empleado un lenguaje más protocolario (Sacra, Imperial Majestad… o algo parecido), pero lo cierto es que para mí eres “querido”, querido desde pequeño, desde que te estudié en Historia, en el colegio, y ya mayor desde que quise escribir una novela sobre ti: Carlos V: El viaje del Emperador. Esta novela, su larga preparación y escritura, me dio mucho tiempo para tratarte y para conocerte. Espero haber aprovechado bien esa oportunidad. Finalmente, con mucho esfuerzo y después de varios años, entre cuatro y cinco, calculo, acabé mi libro, con gran gozo y satisfacción. Pero he de decir que no acabé con ello mi relación contigo, como esta carta me lo está recordando, o demostrando, muy bien.

Siempre te he admirado. Al fin y al cabo, eres, si no me equivoco, el único emperador de nuestra Historia, si dejamos de lado algunos emperadores romanos, hispanos o de origen hispano. Para mí, ya digo, desde niño, siempre fuiste “el Emperador”. Luego, haciendo mi novela, siempre me ha parecido encontrar en ti una buena persona, y así lo he escrito en muchas dedicatorias de mi novela sobre ti: “Esta novela, que trata sobre un gran personaje, en mi opinión una buena persona…”. Algo así escribía en mis libros. Y lo creo verdaderamente.

"Creo que es enormemente llamativo tu ejemplo y el de tu hijo Felipe II, porque sobre vuestros hombros descansaba el peso del Estado"

Tenías como modelos a los héroes de los libros de caballerías, especialmente a Amadís. No sólo tú los tenías, también muchos otros, como Santa Teresa e Íñigo de Loyola, y los conquistadores españoles ponían nombres de estos libros a los nuevos lugares que conquistaban o descubrían en América. En mi libro, por ejemplo, yo hago —la propia novela lo hace, con su devenir, con su propia lógica interna, mejor dicho— que dejes tu ejemplar de Amadís en el barco que te trae a España para retirarte. Es como un gesto de que una larga etapa de tu vida había terminado, y que entonces empezaba una nueva, la última, la etapa de Yuste y los muchos rezos que allí sin duda te esperaban.

Creo que es Manuel Fernández Álvarez, a quien le dediqué mi novela, in memoriam, el que destacaba tanto tu ética, cómo esa ética presidía tus acciones, tu pensamiento. Sí, yo te he visto, al hacer mi libro, como una buena persona, y así permaneces en mi recuerdo, el de un hombre bueno que tuvo que lidiar con grandes dificultades, y seguramente no pocas contradicciones y desafíos.

Creo que es enormemente llamativo tu ejemplo y el de tu hijo Felipe II, en contraste con otros reyes españoles, otros reyes en general, porque sobre vuestros hombros descansaba el peso del Estado. Tú le aconsejabas con mucha fuerza a tu hijo Felipe que no tuviera validos, que gobernara él y sólo él la nave del Estado. Así lo reflejé en mi novela. Tanto tú como tu hijo erais verdaderos profesionales del gobierno; vosotros teníais ese oficio, y no otro, y sin duda lo hicisteis lo mejor que pudisteis, o que las circunstancias permitieron, porque todo esto no era fácil, nada fácil. Ni lo es hoy ni lo fue ayer. Supongo que nunca lo será, por mucho que avance el mundo y los medios que los seres humanos dispongan para vivir y trabajar.

"Te gustaba la guerra, mucho, como al que le gusta un deporte, quizá, pero yo encuentro que tu espíritu, en lo profundo, era más bien amante de la paz"

No dejaste de viajar en toda tu vida desde que te hiciste con la corona de España y con el Imperio. No dejaste de ir de un sitio a otro, haciendo bueno el dicho de “el ojo del amo engorda el caballo”. Yo creo que este dicho es totalmente cierto, y expresa preocupación, responsabilidad, trabajo. Considero que tu máxima aspiración era legar a tu hijo lo que heredaste, como podría desear cualquier padre, o cualquier madre, con sus herederos. No aspirabas a ampliar tus posesiones, que bastante tenías con las que te habían tocado en suerte, sino a mantenerlas.

Tus peores enemigos fueron Francisco I de Francia, que no dejó de importunarte prácticamente en todo tu reinado —pues se sentía acorralado por tus territorios—, Lutero, al que le salvaste la vida, cosa que más de una vez te debiste de preguntar si fue lo más correcto para ti, y el Turco, que te amenazó con mucha fuerza en el Este de Europa y en el Mediterráneo.

Te gustaba la guerra, mucho, como al que le gusta un deporte, quizá, pero yo encuentro que tu espíritu, en lo profundo, era más bien amante de la paz, y que hacías la guerra para alcanzar la paz, una guerra más bien motivada por tus enemigos. De todos modos en el mapa que te tocó en suerte era prácticamente imposible evitar la guerra. Y la emprendiste cuando fue necesario, con grandes ejércitos, con muchas naves, con soldados de la talla, por ejemplo, de Hernán Cortés.

Tenías un gran Imperio, sí, pero a mí me llama la atención, hoy, los hombres de que dispusiste: Cortés, Pizarro, Elcano, San Francisco de Borja, la Emperatriz Isabel de Portugal, Tiziano…

Tuviste a tu lado a los mejores. Fuiste el Emperador, el César como algunos te llamaban, de los mejores, y aunque España tenía ya entonces muchos problemas —siempre los ha tenido—, es un placer recordarla y estudiarla, evocarla y recrearla, también de tu mano.

Después de documentarme durante cuatro o cinco años para escribir mi novela, creo que te merecías lo que recayó sobre tus hombros. Eras un hombre responsable, atento, diligente, a mi modo de ver inteligente, aunque a ti te hubiera gustado serlo más, mucho más, para atender mejor tus obligaciones y a tus tierras, a tus súbditos, a todo aquello que requería tu desvelo.

4.6/5 (26 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

0 Comentarios
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios