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Cartas a Mateo (XXI): Una mudanza

Cartas a Mateo (XXI): Una mudanza

Hay décadas donde no pasa nada y hay semanas donde pasan décadas

Vladimir Ilich Lenin

Querido Mateo,

Iba a empezar diciendo que ya ni recuerdo la fecha de mi anterior carta, de tanto tiempo transcurrido sin escribirte. Pero sería una mentira, y algo que te repito con mucha frecuencia es que papá no te miente. Han pasado más de cuatro meses desde mi último intento de abrir esta ventana que te asome a tu pasado: sin duda, un lapso de tiempo casi eterno, si se piensa en observarlo desde la acelerada ingenuidad de tus ojos infantiles. Una enorme sucesión de días, tareas, obligaciones generalmente laborales, más o menos peregrinas, que han ido demorando la redacción de estas líneas, a las que, finalmente, la vergüenza ha venido a dar el empuje definitivo.

También es cierto que, de alguna manera, no hay mal que por bien no venga. Todas estas semanas de parón, vistas ahora en perspectiva, permiten configurar un panorama similar al de esos vídeos donde una cámara graba, por ejemplo, la lenta y penosa construcción de un edificio, que luego el espectador puede visualizar a cámara rápida, a una velocidad muy superior a la real. En nuestro caso, tú has cumplido cinco años y el abuelo ronda ya los noventa; hemos asistido juntos a varias eliminatorias europeas del equipo de baloncesto local, incluyendo una final (perdida, claro) que quedará en nuestros modestos anales; ha fallecido un papa; la política económica norteamericana provocó un caos bursátil comparable a otros que sí figuran en los grandes libros de Historia; nos hemos cambiado de piso; en nuestro nuevo sofá compartido has comenzado a leer, y a aprender de memoria de paso, los libros de la colección de Astérix que compré para ti pocos meses después de tu nacimiento; el país sufrió un apagón eléctrico total, de momento sin causa conocida (idiopático, decíamos en el argot médico), que en nuestra zona alcanzó la hermosa cifra de 16 inciertas horas; has estado en el cumpleaños de tu mejor amigo; han elegido a un nuevo papa…

"Es posible que no sepas todavía ponerle nombre a lo que sentiste, pero yo estoy convencido de que te dabas suficiente cuenta de que algo importante estaba terminando"

Mientras te escribo, al ir repasando hacia adelante y hacia atrás todo ese tropel de imágenes y sensaciones de las semanas previas, recuerdo con cierto alivio todo lo relativo a la mudanza, que parece algo casi olvidado a pesar del poco tiempo transcurrido. Para ti ha sido la segunda, si contamos el regreso desde Madrid a Galicia cuando apenas contabas año y medio de edad, aunque imagino que la actual será la primera que tal vez recuerdes. Y, aunque yo he tenido que pasar por alguna más, no ha sido hasta ahora cuando he podido ver con más claridad que, aunque intentamos llevarnos todo lo esencial (por desgracia, buena parte de lo no esencial también), hay cosas que no caben en ninguna caja. Lo pensé durante el último día, cuando te vi despedirte de la casa como quien se despide de un amigo: le dijiste “gracias” y “adiós” a la puerta, al garaje, al ascensor. Y mientras te escuchaba, comprendí que ese acto tuyo, tan natural y tan solemne a la vez, tan propio del Mateo en el que te has ido convirtiendo, decía mucho más de ti de lo que puede expresarse con palabras a los cinco años. Es posible que no sepas todavía ponerle nombre a lo que sentiste, pero yo estoy convencido de que te dabas suficiente cuenta de que algo importante estaba terminando. Como me pasaba a mí.

Una vez trasladado todo lo voluminoso durante una jornada intensa, yo estuve todavía varias veces más en la casa vieja, trabajando a ratos algún fin de semana, o para recoger cosas pequeñas que habían quedado en el trastero o en algún armario. Y en una de estas visitas, algo me golpeó: sorprendido por no haber reparado antes en ello, caí en la cuenta de que nos habíamos dejado olvidada, sobre una de las paredes de la cocina, la sucesión de marcas trazadas que durante estos casi cuatro años nos habían permitido seguir el curso de tu crecimiento. Una escalera irregular, en la que a veces se observaban saltos que parecían quedar alcanzar algo más allá del techo.

"El hogar, el de verdad, está hecho de los momentos que compartimos, del vínculo invisible que seguimos construyendo cada día"

Estuve pensando en cómo poder trasladar aquello. Tomé algunas fotos, pensé en regresar con un metro para poder tomar las medidas hasta el suelo de cada marca, y así ser capaz de reconstruirlas de manera realista; tal vez generar una especie de póster que después podría sencillamente pegar en la cocina del nuevo piso. Pero al final decidí no hacer nada: en cierto modo, la pared se venía también con nosotros porque las marcas ya no están sólo allí. Están en tu cuerpo, en tus piernas más largas, en tu rostro más expresivo y complejo, en tus palabras más precisas. Están en mis recuerdos, en el sonido de tu risa que se acerca por el pasillo, en tus pasos corriendo hasta la puerta cuando volvía del trabajo, en la forma en que te subías a tu taburete para ayudarme a batir un huevo, o a coger un yogur de la nevera.

Y claro, Mateo, con esa natural disposición melancólica de tu padre, no pude evitar pensar que esas marcas eran también una cuenta atrás. Porque llegará el momento (quizás no tan lejano) en que tu altura se iguale a la mía, y poco después la supere. Y con eso, llegará otra mudanza menos visible: la de la infancia que empieza a quedar atrás. Lo dicen todos, con ese tono resignado de quien ya lo ha vivido: que los hijos se distancian durante la adolescencia, que dejan de buscarte con la misma intensidad, que te quieren igual, pero desde más lejos. Y yo, aunque entiendo el curso natural de las cosas (así es la vida, y así debe ser, decía uno de mis personajes afrontando su propia despedida), no puedo evitar la tristeza que surge al imaginarlo.

Tendrás nuevos intereses, nuevas compañías, nuevas formas de estar en el mundo. Y es natural que así ocurra. Pero hay algo que me gustaría que nunca olvidaras: que esta casa, como la anterior, como todas las que vengan, son sólo escenarios. El hogar, el de verdad, está hecho de los momentos que compartimos, del vínculo invisible que seguimos construyendo cada día, y que espero que sea tan fuerte como para resistir los años, los cambios y las distancias, todas, que nos han de separar.

"No quiero anticipar el futuro con melancolía, aunque ya sabes que me cuesta no hacerlo"

No sé exactamente cómo has vivido esta mudanza por dentro. Hablas muy bien para tu edad, eso es cierto, pero hay emociones que son difíciles de nombrar incluso para los adultos. Tal vez sientas nostalgia y no sepas aún llamarla por su nombre. Tal vez recuerdes con más fuerza una habitación que un día concreto. Quizá asocies la casa vieja a una canción que escuchábamos en la cocina, al olor de las arepas que tu madre cocinaba algún fin de semana. Lo que sí sé es que has demostrado una sensibilidad enorme, y que has sido capaz de despedirte con gratitud. Eso no se enseña, Mateo, y es un orgullo enorme verte demostrarlo así: comprobar lo buena persona que ya eres.

No quiero anticipar el futuro con melancolía, aunque ya sabes que me cuesta no hacerlo. Prefiero evitar las imágenes de un Mateo adolescente, encerrado en un mundo propio donde nosotros ya no podremos entrar, y en el que tendrá que desenvolverse con las herramientas que haya podido acumular, y con la ayuda de sus amigos, los únicos a quienes allí vaya a escuchar. En su lugar, trato de ser pragmático y agradecer cada minuto del presente, porque sé que estos años contigo, a pesar de que su discurrir también parezca ir a cámara rápida, son el mayor regalo que habré de recibir jamás. Y, entonces, trato de disfrutar cada página de Astérix que leemos juntos, cada excursión que hacemos y cada piedra lanzada al río. Trato de acumular experiencias, de amontonar recuerdos para construir algo que sea duradero. Y deseo que podamos seguir compartiendo muchos más momentos, muchos más partidos, y libros, y días de verano como los que se empiezan a acercar por un horizonte donde el sol tarda, cada día, un poco más en ocultarse. Porque, aunque las paredes cambien, aunque las marcas suban, aunque un día tu sombra se proyecte más alta que la mía, aunque dejes de escucharme y apenas quieras pasar ya tiempo conmigo, me tranquiliza pensar que siempre habrá un espacio donde tú y yo podamos encontrarnos.

Muchos besos, hijo.

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