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Ciudadanos de Arendt

Cuenta Plutarco, en Sobre la paz del alma, que, tras ser desterrado, Diógenes el Cínico exclamó: “¡No estuvo tan mal!”, porque “comenzó a filosofar después del destierro”. Hannah Arendt no necesitó esperar a ser desterrada para empezar a filosofar, aunque es probable que su insilio empezase mucho antes. Claro que los catorce años en que fue apátrida, desde que el régimen nacionalsocialista le retiró la nacionalidad alemana, en 1937, hasta que la eleática burocracia estadounidense le concedió la carta de ciudadanía, en 1951, debieron ser un acicate para afinar aún más su pensamiento.

Lo cierto es que, en tanto que simpapeles, librepensadora, mujer y judía (epítetos que podríamos ordenar de veinticuatro maneras diferentes, según los énfasis de cada hablantes y contexto) Hannah Arendt tenía, con independencia de lo que dijese la burocracia estadounidense, todos los papeles para erigirse en un verdadero modelo filosófico para todo aquel que quiera pensar con profundidad los temas fundamentales de nuestra época.

De ahí la oportunidad de esta antología, exquisitamente preparada por Adolfo García Ortega, y que siguiendo el género anglosajón del reader, nos ofrece una panorámica tan completa como inédita del pensamiento filosófico de Hannah Arendt.

En “La Ilustración y la cuestión judía” (1932), Arendt expone las ideas de Medelssohn y Lessing acerca de la razón como el elemento constitutivo de la identidad humana y de la verdad, no como posesión, sino como búsqueda.

En “Nosotros los refugiados” (1943), la autora realiza una especie de fenomenología del exilio en la que hace referencia a la experiencia de la pérdida, las humillaciones administrativas, la exhortación al olvido del propio origen, el suicidio o las asimilaciones impostadas.

"A diferencia de Zweig, Arendt no tiene problemas en tratar la cuestión judía, si bien no dudará en prevenir acerca de los peligros del nacionalismo"

“Los judíos en el mundo de ayer” (1943) es una dura invectiva contra Stefan Zweig, que, según Arendt, “en lugar de luchar, calló”, y que “jamás pensó que ese digno distanciamiento de la política, que hasta entonces la sociedad había elevado al rango de verdadera cultura, en la vida pública pudiese llamarse simplemente cobardía”. Pero Arendt no habla sólo de su resistencia a posicionarse políticamente durante los años treinta, sino también a su falta de sensibilidad política, como evidenciaría el hecho de que, en El mundo de ayer. Memorias de un europeo, “no mencione ni una sola vez el hecho más terrible y funesto de la posguerra, el paro”. Más aún, en su último escrito, titulado “El gran silencio” (9 de marzo de 1942), escrito poco antes de su muerte, en el que Zweig intentó tomar posición en política por primera vez, “no aparece la palabra judío. Arendt cierra su artículo diciendo, con excusable indignación, pues aún corre (lentamente) el año 1943, que Zweig “se entrenó durante toda su vida, para estar en paz con el mundo, con el entorno, para mantenerse elegantemente alejado de toda lucha, de toda política.”

Siguen algunos otros artículos de Arendt acerca de la llamada “cuestión judía” (nos negamos, con Borges, a llamarla “el problema judío”, porque el término “problema” es una insidiosa petición de principio): “El sionismo. Una retrospectiva” (1945), “Salvar la patria judía” (1948) y “Paz o armisticio en Oriente Próximo” (1950), que nos muestran a una gran pensadora esforzándose por pensar, en tiempo real, uno de los conflictos más complejos de nuestra época. A diferencia de Zweig, Arendt no tiene problemas en tratar la cuestión judía, si bien no dudará en prevenir acerca de los peligros del nacionalismo: “El nacimiento de una nación a mediados de nuestro siglo puede ser un gran acontecimiento; ciertamente es también un acontecimiento peligroso. La soberanía nacional, que durante tanto tiempo ha sido el símbolo de un desarrollo nacional libre, se ha convertido en el mayor peligro para la supervivencia de las pequeñas naciones”.

"Arendt trata de mostrar que Marx va más allá del ideal platónico según el cual los filósofos debían gobernar como reyes"

Siguen a continuación dos artículos fundamentales para introducirse en el pensamiento político de Hannah Arendt: “Sócrates” (1950) e “Introducción a la política” (1950). En el primero, se estudia de qué modo “el abismo entre filosofía y política se abrió históricamente con el juicio y la condena de Sócrates”. Fue entonces cuando Platón perdió la fe en la polis democrática y puso en duda ciertas enseñanzas fundamentales de Sócrates, como su confianza en la persuasión o peithein, y la inscripción de la filosofía y la retórica en el juego democrático. En resumen, Platón no sólo expulsó a los poetas de la república ideal, sino que también desterró a los filósofos de la polis democrática, aunque tratase de hacerlos regresar, no ya en tanto que ciudadanos dispuestos a defender en igualdad de condiciones sus opiniones políticas, mediante la fuerza de sus argumentos y de sus palabras, sino en tanto que seres superiores investidos del derecho a imponer sus verdades filosóficas. Volver a cerrar ese abismo es uno de los objetivos fundamentales de la filosofía política de Arendt. De ahí la oportunidad del siguiente capítulo, titulado “Introducción a la política”.

En “Imperialismo continental: Los panmovimientos”, extraído de Los orígenes del totalitarismo (1951), Arendt estudia la evolución del nacionalismo tribal, como el nationalisme intégral de Maurras y Barrès (que le valió a este último un juicio in absentia por “crímenes contra el espíritu”, que organizó el mismísimo André Breton), a los pannacionalismos, como el pangermanismo, fundado por Georg von Schoenerer, y los imperialismos continentales que acabaron causando las dos guerras mundiales, y están dispuestos a ir a por la tercera.

"En su Carta a Gersom Scholem, se defiende contra las críticas que éste le espetó, a raíz de su Eichmann en Jerusalén, donde ponía en entredicho su pasado político-intelectual en Alemania"

En “Karl Marx y la tradición del pensamiento político occidental” (1953), Arendt trata de mostrar que Marx va más allá del ideal platónico según el cual los filósofos debían gobernar como reyes, puesto que busca “no el gobierno de la filosofía sobre los hombres, sino que los hombres se conviertan en filósofos”. No se trata, pues, de pensar para luego actuar, sino de asumir, con Hegel, que “la acción, contrariamente a lo sostenido por la tradición filosófica, no era lo opuesto al pensamiento, sino su vehículo verdadero, es decir, real; y que la política, lejos de estar infinitamente por debajo de la dignidad de la filosofía, era la única actividad inherentemente filosófica”.

El capítulo titulado “La esfera pública y la privada” es un extracto de uno de los libros más importantes de Arendt, La condición humana (1958). En él se exponen los principales conceptos del pensamiento griego relacionados con el ámbito de la acción: praxis (acción), lexis (discurso), oikia (hogar), polis (ciudad), y luego ya las distinciones entre vita activa y vita contemplativa, acción productiva y acción desinteresada, etc.

En “Reflexiones sobre Little Rock” (1959), la filósofa reflexiona sobre el racismo en los Estados Unidos; en su “Carta a Gersom Scholem” (1963), se defiende contra las críticas que éste le espetó, a raíz de su Eichmann en Jerusalén, donde ponía en entredicho su pasado político-intelectual en Alemania, su falta de “amor hacia el pueblo judío”, su falta de derecho a juzgar hechos en los que no estuvo presente, sus “burlas” del sionismo o el carácter pernicioso de su tesis acerca de la banalidad del mal. Temas sobre los que sigue reflexionando en el siguiente capítulo, titulado “Responsabilidad personal bajo una dictadura” (1964).

Es difícil olvidar aquel pasaje de Eichmann en Jerusalén (1963), en el que Arendt se nos concede o impone la libertad de conciencia:

Lo que hemos exigido en estos juicios, en los que los acusados han cometido crímenes “legales”, es que los seres humanos sean capaces de diferenciar el bien del mal incluso cuando todo lo que les puede servir de guía sea sólo su propio criterio; criterio que, además, está enfrentado con lo que deben considerar como la opinión unánime de todos los que les rodean. (…) Los pocos que fueron capaces de distinguir el bien del mal confiaron solamente en su propio criterio y lo hicieron con toda libertad.

Cabe preguntarse si, encerrados como estamos en nuestras respectivas burbujas cognitivas, en las que pensamos que todos piensan como nosotros, y sumidos como estamos en nuestras diminutas microtareas, cuyo significado global ignoramos, o escogemos ignorar, ¿no necesitamos todos realizar el mismo esfuerzo de diferenciar el bien del mal confiando solamente en nuestro propio criterio? ¿No corremos todos el riesgo de estar siendo unos pequeños Eichmann en masa, como ya apuntó Bauman en Modernidad y holocausto (1989)?

"Podríamos decir que el ciudadano de Platón es nefelibata, andador de nubes, mientras que el de Diógenes es kosmopolites, un auténtico habitante del mundo, que él entendía como physis"

En “La cuestión social”, incluido en Sobre la revolución (1965), un libro que dedicó a comparar las revoluciones francesa y estadounidense, Arendt cuestiona la idea moderna, que ella relaciona con la revolución francesa y el pensamiento marxista, de que “la pobreza serviría para que los hombres rompiesen los grilletes de la opresión, debido a que los pobres nada tienen que perder salvo sus cadenas”. Para Arendt, el triunfo de la revolución americana se debe a que en la escena americana no existía la miseria en la misma medida que en los demás países, pues basar una nueva sociedad en la venganza de los miserables contra los poderosos sería: “como si dijese: supongamos que a partir de ahora ponemos como primera piedra de nuestra vida política la muerte de Caín por Abel. ¿No se seguirá de este acto de violencia la misma cadena de injusticias, con la única diferencia que la humanidad no tendrá ahora ni siquiera el consuelo de que la violencia a la que debe llamar crimen es únicamente atributo de los hombres perversos?”

Cierran el volumen la conferencia “El punto de apoyo de Arquímedes” (1969), que es una defensa de la importancia de las humanidades en el ámbito educativo, y “La apariencia” (1971), que es una reflexión fenomenológica acerca de las nociones de ser, apariencia, ilusión, dualismo e identidad.

Todo el mundo conoce la anécdota en la que un ateniense le pregunta a Diógenes el Cínico de dónde es, y él le responde que es “ciudadano del mundo”. Menos conocida es aquella en la que se le preguntó lo mismo a Crates, su discípulo, y éste respondió: “Soy ciudadano de Diógenes”. Porque no habitamos el mundo más que a través de nuestras ideas, las cuales, a su vez, deberían ser fieles a lo que es el mundo. Podríamos decir que el ciudadano de Platón es nefelibata, andador de nubes, mientras que el de Diógenes es kosmopolites, un auténtico habitante del mundo, que él entendía como physis.

"Podríamos decir que el ciudadano de Platón es nefelibata, andador de nubes, mientras que el de Diógenes es kosmopolites, un auténtico habitante del mundo, que él entendía como physis"

Pues yo, leyendo este libro, he tenido la sensación de que todos nosotros somos ciudadanos de Arendt. Es el suelo que pisamos y al que regresamos tras tratar de saltar más allá de nuestra propia sombra. Sus reflexiones sobre las acciones productivas y desinteresadas son fundamentales para pensar la colonización de la existencia por parte del rentabilismo tardocapitalista. Es difícil pensar sin recurrir a sus análisis de las formas que tiene el totalitarismo de apoderarse de las sociedades democráticas; a sus reflexiones acerca del significado político de Sócrates como un modelo para restaurar el lazo social y la acción política; o a sus ideas acerca de la apatridia, el imperialismo o los movimientos de refugiados.

Por todo ello, creo que esta antología, tan bien editada y anotada por Adolfo García Ortega, resulta útil tanto para introducirnos en las ideas de Hannah Arendt, si es que no las hemos leído directamente, como para revisitarlas y ver cómo responden al ser aplicadas a contextos sociales y políticos más concretos que aquellos que suelen evocarse en los manuales y estudios al uso.

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Autora: Hannah Arendt. Título: El valor de pensar. Selección: Adolfo García Ortega. Editorial: Paidós. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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Ricarrob
Ricarrob
2 años hace

Es imprescindible leerlo. Imprescindible leer a esta magnífica filósofo, uno de los mejores del XX. En perfecta sintonía su pensamiento con lo que hoy nos ocurre. Muchas lecciones de vida. Entre ellas, lo mencionado en la reseña: la verdad como búsqueda y no como posesión. ¡Cuán alejado está ello de la actual posverdad! Y sus palabras se nos vuelven a repetir hoy: la banalidad del mal. Y no me refiero a la insulsa y cretina interpretación zapaterista de esta frase… esa es la otra tendencia de nuestros días: apropiarse de frases para intentar inculcar parciales interpretaciones de la realidad.