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Cómo se echaron a volar los fantasmas

Cómo se echaron a volar los fantasmas

Afganistán, hace un par de meses que han caído las torres gemelas; hace un par de meses que el mundo ha cambiado para siempre. Trabajamos en el valle de Yakaolang, cola de la cordillera del Hindu Kush, reconstruyendo un hospital, asistiendo a la gente del valle, viviendo en la rudeza de la montaña afgana y de vez en cuando bajando a Kabul por provisiones, reuniones, asuntos de ciudad.

Una tarde en Kabul, después de un día largo de más, con el traductor ya retirado y la consigna de que los expatriados no pueden salir solos, la necesidad de sentir que la guarida es permeable resulta más fuerte que la norma de seguridad. Descubres que alguien ha dejado olvidado un burka en una percha. Te lo pones y sales a la calle.

"Descubrir el encanto de no tener que responder a las miradas de nadie te empaña de perplejidad"

Y de pronto, como por arte de magia, ya no eres una mujer blanca observada por todos, incapaz de mimetizarse con el medio. De pronto eres invisible. De pronto ya no estás. Un trozo de tela azul te acaba de convertir en el gato de Cheshire y con él has recibido un pasaporte para fisgonear en las entretelas de la vida y acceder a un mundo hasta entonces vetado.

Y para tu sorpresa esa invisibilidad te resulta atractiva, te da alas. Descubrir el encanto de no tener que responder a las miradas de nadie te empaña de perplejidad.

Entonces, en las últimas hojas de un cuaderno de bolsillo que siempre llevas encima, anotas esa perplejidad y los porqués que le presupones, como un hallazgo. Aún no sabes qué harás con ella pero intuyes que es el germen de algo, y lo guardas.

Y otro día, esta vez en el monte, atendiendo a unos heridos, ves cómo uno de los hombres recios que cada día te acompañan, que te ayudan a hacer el trabajo y que te han contado tantas historias de barbaridades propias y ajenas, se quiebra ante algo mínimo, apenas un gesto. Y ves cómo se azora y cómo esconde la cara entre las manos.

Y de nuevo sientes perplejidad, esta vez por su vulnerabilidad, pero sobre todo por su zozobra ante ella, por su dificultad para manejarla. Lo bárbaro no ha podido con él, pero sí la levedad. Y entonces anotas la intuición en otro papel y lo guardas también.

"Y de ese modo el Afganistán que te acariciaba y te dolía se convierte en un borrador de historia"

Meses después regresas a casa, enciendes el fuego, dejas que te laman las heridas, sacas los papeles con las notas, y evocas los días de la montaña, los personajes que te acompañaban, el frío sonoro, los colores tierra, la montaña afgana, la delicadeza, los contrastes. Lo pones todo en orden e intentas construir algo, pero no sale. Aún no es el momento, faltan piezas, falta trama. No importa. Ya has pasado antes por eso. Lo dejas reposar. Sabes que si lo dejas macerar el tiempo apropiado la historia irá brotando.

Al cabo del tiempo lo retomas, y sí, algunos de los personajes que no eran más que sensaciones han aprovechado el barbecho para crecer y cobrar vida. Y así, con la distancia apropiada, para que el tiempo aleje la realidad del cuento, aparece el doctor Khalili, convertido ya en un personaje y no en ese montañés que te ayudaba a curar heridos; y aparece Mister Marta, a la que ya no te da pudor mencionar por lo mucho que se parece a ti en algunas cosas; y Mahmoud, por encima de sus lágrimas convertido ya en la paradoja entre lo bárbaro y lo leve, y Ulises con su mediocridad y Simón con sus anhelos.

Y de ese modo el Afganistán que te acariciaba y te dolía se convierte en un borrador de historia. Después viene el tiempo de la poda, el cincel, el metrónomo marcando el ritmo de la prosa, y las idas y venidas del texto, con paciencia de orfebre, hasta que sientes que cada coma está en su sitio y que los fantasmas azules pueden echar a volar.

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Autora: Paula Farias. Título: Fantasmas azules. Editorial: AdN. Venta: Todostuslibros y Amazon.

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