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Convencer es estéril (para hombres)

Detalle de la portada de Historia abreviada de la literatura portátil, de Vila-Matas.

Detalle de la portada de Historia abreviada de la literatura portátil, de Vila-Matas.

«Hay otras vidas, pero están en ti», dicen que dijo el poeta Paul Éluard. En mí está, entre otras vidas, la de Lea Pérez, una escritora desesperada, que pasa por Zenda, con otros convivientes, los miércoles.

Sueño despierta mientras leo a Walter Benjamin. Sueño fascinada porque me traslada a un mundo de ayer, como Stefan Zweig, cuando subrayo, en Calle de sentido único, uno de los dos libritos del escritor alemán que acaba de editar Periférica, esta frase: «El ser, en ayunas, habla del sueño como si hablara dormido».

Y despierto soñando en la página 16 de libro. Una página compuesta por solo cinco palabras.

Dos, en el título del capítulo: «PARA HOMBRES».

Y tres, nada más que tres, en el interior del capítulo: «Convencer es estéril».

Digamos que esta página es un aforismo, una frase ingeniosa, una genialidad. O filfa, como dijo Javier Marías en Tu rostro mañana, una patraña, un mero juego de palabras (como todos los juegos, entretenido pero intrascendente).

Página 16 de Calle de sentido único, de Walter Benjamin

Pero «Convencer es estéril» me empapa. Me empaña. Lo digo en silencio, lo tecleo, lo repito a viva voz, sola en casa. «Convencer es estéril». Y luego subo la mirada, sigo en esa página, la 16, y releo: «PARA HOMBRES». Las letras no tienen sexo ni género, las letras no alzan la voz, pero estas mayúsculas resuenan con fuerza dentro de mí. Con fuerza y en singular. No pienso en los hombres en general sino en un hombre en particular. En mi ex a secas, ahora, mi ex compañero, mi ex amigo, mi ex chico, mi ex hombre. Mi enemigo.

"Te puedes reír de su penoso o maravilloso sentido del humor, de su escasa o portentosa fuerza, de su escasa o portentosa inteligencia, pero no puedes reírte ni mofarte ni criticar el tamaño o el poderío del órgano copulador de un hombre."

Desde el cruce de acusaciones del otro día (resumo: desde su tuit y el último párrafo de mi último artículo), somos enemigos. Y aunque me guste decir que soy alérgica a los conflictos, debo reconocer aquí y ahora que yo comencé la guerra, aireando nuestra separación aquí en Zenda, primero, y luego cogiendo por los cuernos un tuit que podría haber ignorado y atacando con esa alusión directa y cortante a la única parte sobre las que los hombres no admiten burlas. Al menos en público. Te puedes reír de su penoso o maravilloso sentido del humor, de su escasa o portentosa fuerza, de su escasa o portentosa inteligencia, pero no puedes reírte ni mofarte ni criticar el tamaño o el poderío del órgano copulador de un hombre.

Ex, amigo, te pido perdón. Te lancé un dardo injusto y envenenado. Tu flauta me hacía feliz. Y no, no es corta. Dicho queda. Y, aunque Walter Benjamin sostuviera que convencer es estéril, espero haberos convencido. Con las cosas de amar no se juega. Al menos en público.

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Entregas anteriores de Lea Pérez:

· Una mujer desesperada

· Tangana (Historia abreviada de un amor portátil)

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