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Coronavirus: el río seco

Coronavirus: el río seco

Hay enfermeros que lucen sus rostros como quedó el de Cristo impregnado en el paño de la Verónica y, cuando escribo estas líneas —jueves, 2 de abril, 10:37 horas—, son más de 13.000 los sanitarios infectados por Covid-19, pero algunos influencers literarios —el concepto, cuando menos, es inquietante— tienen la desvergüenza de proclamar en las redes que ellos también batallan contra el virus escribiendo poemitas criminales a no sé cuántas manos y suscribiéndose a Disney. Por su pretenciosidad plastificada y por su sensiblería cursi, algunas de estas barbaridades son divertidísimas y, dos o tres veces a la semana, mi compadre Jeosm y yo hacemos acopio telefónico de ellas y nos partimos el culo comentándolas.

"Me consuela, y disculpen la ruindad, que esta sequía también afecta a algunos amigos que quiero y admiro"

El director de Zenda, el comandante Leandro Pérez, me dijo una vez que “cualquier elemento que nos rodea puede dar juego literario: una magdalena gracias a Proust, una moto en una novela en la que estés recorriendo EEUU, un barco, un deporte o una actividad intelectual. De todo se puede extraer jugo”. A mí, el confinamiento coronavírico me ha reventado ese exprimidor. La semana pasada, por ejemplo, un colega de Libertad Digital, Carmelo Jordá, me animó a escribir algo sobre la última canción de Dylan. Y no hubo manera de que brotaran las palabras. La musa Erató me ha incluido en un ERTE. Mi creatividad está más reseca y agrietada que el cauce del Cigüela. ¿Qué se pierde la ciudadanía con esto? Poca cosa, faltaría más. Pero uno se dedica a cultivar, mal que bien, las letras, no a despachar sardinas ni a vigilar a presos del procès, y se nutre de la calle, de los bares y de los amigos, y la situación se me está enquistando, y el quiste engorda por días. Iba a decir que sí, que igual estoy cayendo en el postureo que antes criticaba y que mi drama es del primer mundo, pero teniendo en cuenta que en España hay ya unos 10.000 muertos por el maldito coronavirus, más me vale encontrar alguna fórmula más delicada para describirlo.

Me consuela, y disculpen la ruindad, que esta sequía también afecta a algunos amigos que quiero y admiro. El ya citado Leandro, por ejemplo, contaba en su Twitter que lleva sin escribir una sola línea de la novela que está gestando y que andaba “pendiente de unas alubias pintas con chorizo. Luego, ya veremos”. Mi querido Guillermo Garabito, columnista de ABC, también me hablaba de su bloqueo. Comparte conmigo la idea —¿el hecho?— de que para escribir hay que estar tranquilo y, claro, este periodo no ayuda: “El drama de esta crisis se está viviendo a través de las películas apocalípticas. Todas las mañanas nos metemos con los pasiegos 800 muertos que el Gobierno se encarga de relativizar, sin saber sus historias ni sus nombres”.

"Luego está Raúl del Pozo, quien nos quita las tonterías postadolescentes a los plumillas amateurs publicando un artículo diario sobre cómo el mundo que conocíamos va quedando, poco a poco, reducido a cenizas"

Luego está Raúl del Pozo, quien nos quita las tonterías postadolescentes a los plumillas amateurs publicando en El Mundo un artículo diario sobre cómo el mundo que conocíamos va quedando, poco a poco, reducido a cenizas. “Si escuchas a asesinos —escribió el miércoles 1— que proponen un genocidio para los viejos, no estás viendo una película del Holocausto, sino hombres de Estado”. Le telefoneé cuando leí esto y le dije: “Te has quedado a gusto”. “Sí, sí, claro —me respondió—. Son unos asesinos. Condenan a la gente a muerte según la edad”.

Mientras remato estas líneas, me llama desde Milán mi amigo Federico Bugatti, enchironado en su casa desde el 26 de febrero, para contarme dos historias graciosas: “Un tío se fugó de Lodi a Messina, que está al sur. Cuando la Policía le detuvo, dijo que huía porque estaba harto de discutir con su mujer”. Me gusta más ésta: “Aquí, unos agentes persiguieron a un hombre que llevaba 5.000 euros encima. Cuando se vio acorralado, se tiró a uno de los canales. Estaba seco, se rompió una pierna y lo denunciaron”. Igual era escritor.

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