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Crítica de la razón paranoide, de Alejandro M. Gallo

Crítica de la razón paranoide, de Alejandro M. Gallo

Alejandro M. Gallo (León, 1962), con su Crítica de la razón paranoide, que publica en dos tomos Reino de Cordelia, ha escrito un apasionante y riguroso trabajo que se presenta como una aventura por la historia de la humanidad, de la filosofía, de la literatura y de la retórica política, donde las conclusiones de la extrema derecha y de la extrema izquierda coinciden en una paranoia de fusión. De estas «teorías de la conspiración: de la locura al genocidio», como reza el subtítulo, Zenda publica íntegra la obertura.

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Escribo esta entrada a principios de diciembre del 2020, unos días después de que el resultado definitivo de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos haya expulsado de la Casa Blanca a Donald Trump, el que fuera posiblemente el presidente mundial más representativo del estilo paranoide en la retórica política actual. Es, además, un momento histórico en el que el mundo sufre una pandemia que no conoce ni naciones ni razas ni generaciones ni religiones ni sexos ni clases. Una epidemia que nos ha enseñado por la vía de los hechos, en la opulenta sociedad en la que vivimos, a distinguir lo accesorio de lo verdaderamente importante: la salud y la supervivencia del ser humano como individuo y como especie. Unos instantes en los que solo los voceros del Apocalipsis parecen felices al señalar la calamidad como la prueba de lo defendido por ellos durante siglos. «Cuanto peor, mejor para nuestra tesis», parecen decir desde esa atalaya en la que primero asentaron la teoría y luego se lanzaron en la búsqueda de pruebas, en un evidente sesgo de confirmación. Sea como fuere, la cuestión es que en estos momentos, la comunidad científica desconoce cómo se originó el coronavirus que provocó el Covid-19, ni dónde encontrar un antídoto ni si las diferentes vacunas fabricadas en tiempo récord serán la solución, ni cuál es el camino para desterrarlo definitivamente de la faz de la Tierra. Sin embargo, llevamos meses escuchando conjeturas sin base empírica ni científica divulgadas por cientos de plataformas on line a nivel mundial que achacan su origen a un laboratorio donde se ha creado artificialmente con espurias intenciones. Para algunos, los agentes conspiradores son los chinos; para otros, la cia, el Ejército norteamericano y Donald Trump; para un tercer grupo, son los judíos como los eternos conspiradores contra la humanidad, en ese Eterno Retorno por el que siempre estarán presentes en la mente de los constructores de conspiraciones; el cuarto grupo señala al mundo homosexual y su forma de vida como los causantes y divulgadores de el Covid-19; y el quinto grupo, señala al establishment, científicos incluidos y medios de comunicación, dirigidos por Bill Gates. Incluso existen grupos de negacionistas de dicha pandemia —con dirigentes políticos como Donald Trump y Jair Bolsonaro al frente—, que terminan señalando el caso sueco como la meca de la no existencia de esa enfermedad. Se reproduce, con sus variantes, la cadena de especulaciones que sufrimos hace años sobre la creación, origen y fin del virus del sida, de la gripe aviar o porcina o del ébola.

Como vemos, siglos de estudio de la filosofía de la ciencia, del método científico, de la epistemología, de la ciencia misma, y la mayoría de los seres humanos no parece haber avanzado más allá de un pasito corto de lo expuesto por James George Frazer en La rama dorada, cuando todo lo que le sucedía al hombre primitivo era por maniobras de espíritus desconocidos que actuaban contra o a favor de él. O, cuando los estudios antropológicos de las tribus Azande nos muestran que todo lo que les ocurre tiene que ver con espíritus malvados o benévolos, según les convenga. De seguir con esas tesis conspirativas, sin emprender un verdadero análisis científico, resultaría que poco hemos evolucionado en nuestra forma de interpretar la realidad, desde lo defendido por Frazer; y difícilmente se nos puede llamar civilización avanzada, si nuestra forma de interpretar la realidad se aleja poco de la utilizada por los Azande. Las tribus y pueblos primitivos vivían en un mundo que desconocían, por lo que empleaban técnicas elementales para interpretar la realidad y lo que les rodeaba. Eso eran las alcantarillas de la epistemología, las cuestiones de las que ha huido la filosofía sensata durante eones. Y comprobamos que esas cloacas regresan en el siglo xxi en forma de teorías de la conspiración como si nada hubiese ocurrido después de miles de años de aprendizaje de la humanidad.

Otra muestra de esta minoría de edad epistémica la encontramos al inspeccionar redes sociales. De esta manera, hace apenas unos meses, el 3 de marzo de 2020, la revista mit Technology Review del Instituto de Tecnología de Massachusetts contenía un artículo preocupante, en el que se defendía que You Tube había logrado eliminar casi el 70  por ciento de los ocho millones de teorías de la conspiración de sus contenidos en mayo del 2019. Las más numerosas, al parecer, eran las que negaban el cambio climático, seguidas de las que defendían que el Gobierno de los Estados Unidos estaba implicado en los atentados del 11-s y completaban el tridente las que aseguraban que la Tierra era plana, pero una conspiración de los gobiernos y las élites nos lo ocultaba. Sin embargo, diez meses después de ese borrado masivo, se habían incrementado de nuevo las teorías de la conspiración, alcanzando un 40 por ciento de repunte. A esto podemos añadir InfoWars y los website NewsWars y PrisionPlanet, copropiedad de Alex Jones, al que la revista Rolling Stone ha bautizado como «el hombre más paranoico de los Estados Unidos», que constantemente lanza conspiraciones al ciberespacio, como si fueran piezas fabricadas en una cadena de montaje, pero con una clara intención política y también económica: la autoría musulmana del incendio de Notre Dame; la verdadera naturaleza del huracán Irma, como un arma meteorológica del Ejército de los Estados Unidos; el atentado del 11-s en el que implica al gobierno de los Estados Unidos; la fumigación de la humanidad desde aviones, para convertir a los niños norteamericanos en homosexuales; una supuesta invasión de Texas del Gobierno de Barack Obama en 2015; el atentado de bandera falsa de la matanza de la escuela Sandy Hook, por la que los tribunales le han condenado a indemnizar con 100.000 dólares a los padres de las víctimas por difamación; el caso denominado Pizzagate, por el que difundió que en una pizzería de Washington dc se traficaba con niños e implicaba a Hillary Clinton y John Podesta, su jefe de prensa, hasta que un fanático entró en el local disparando contra los clientes, cuestión que le obligó a retractarse y pedir disculpas; o la defensa de la existencia de un Genocidio Blanco o un Gran Reemplazo por parte de las élites mundiales. Cuestión esta última a la que se unen el filósofo francés Renaud Camus y el periodista Eric Zemmour, con su defensa del Gran Reemplazo, y que son leídos por muchos de los supremacistas blancos que provocan las masacres con armas de fuego en diferentes lugares del mundo, principalmente Estados Unidos, para evitar, argumentan, la invasión de latinos, musulmanes u otras minorías. En nuestro país podríamos citar la teoría de la conspiración tejida alrededor de los sucesos del atentado del 11-s, en la que estuvieron implicados medios de prensa afines al Gobierno saliente en las elecciones del 2004, o la tentativa de la construcción de una conspiración por parte del independentismo catalán sobre los atentados del 17-a y la supuesta implicación del cni, que involucraría al Estado Español en una trama para anular los movimientos de independencia. A su vez, los movimientos antiglobalización y en defensa del medio ambiente salen a las calles a protestar por una supuesta conspiración de las élites para extender el capitalismo despiadado a todo el planeta en contra del ser humano y de la naturaleza. Da la impresión de que se cumple aquella premonición de Don DeLillo en Runnig Dog: «Esta es la era de la conspiración […]. Esta es la era de las conexiones, los vínculos, las relaciones secretas […]. Conspiraciones mundiales».

Recuerdo que me encontraba buscando bibliografía para la ponencia a impartir en el iv Congreso Internacional de Ficción Criminal organizado por la Universidad de León sobre el proyecto Estudios Culturales del Terrorismo Contemporáneo en Estados Unidos y Europa (siglos xix-xx), cuando cayó en mis manos un artículo de David Gilbert, antiguo miembro del Weather Underground Organization (activo hasta 1977), organización terrorista que actuaba junto al Black Liberation Army (activo hasta 1981), escisión del Black Panther Party (activos entre 1966 y 1982). Gilbert cumple condena de 75 años de reclusión desde 1983, actualmente en Wende Correctional Facility, por el asalto a un furgón blindado y la muerte de dos policías y un vigilante privado. En prisión ha sido un militante del apoyo a otros presos para superar el sida, estableciendo y potenciando estrategias de prevención. De ahí que, en 1996, escribiera un artículo en Covert Action Quartely[1], del que subrayé esta frase: «I have found these conspiracy myths to be the main internal obstacle in terms of prisoners’ consciousness to implementing risk reduction strategies»[2]. Gilbert había constatado en prisión que todas las teorías conspirativas sobre la creación del sida en laboratorios farmacéuticos para eliminar población innecesaria, conducían a una parálisis de los sujetos, en ese caso reclusos, para establecer medidas de prevención. Conclusión que Gilbert extendía a la conciencia política de la clase obrera blanca. Los reclusos parecía que caían en la inacción y se decían: «Nada se puede hacer, ya han decidido por nosotros»; era, pues, una variante poco épica del destino griego. Orillé en aquél momento el texto, pero me propuse volver sobre él, pues me había invitado a reflexionar sobre aquello y, para no olvidarme, había escrito con trazos gruesos esta pregunta al final de ese artículo: ¿Son las teorías de la conspiración la nueva ideología que paraliza la praxis transformadora y conducen a una inacción social?

Fuera como fuese, este trabajo trata sobre la reflexión que me provocó David Gilbert desde el correccional en el condado de Alden, New York; es decir, esas cloacas de la epistemología; de indagar de dónde vienen las teorías de la conspiración; qué función cumplieron en un pasado más remoto y cumplen en el mundo de hoy; en qué momentos históricos han surgido; cuál es su verdadero objetivo; por qué se extienden a todos los ámbitos de la atmósfera cultural como un modo tosco de interpretar lo real y la Historia; y, lo más importante, ¿por qué en la agenda de todos los dictadores del mundo había una teoría de la conspiración que les servía de coartada para la represión individual o colectiva en pogromos, masacres y genocidios?

Si fuéramos soldados en una guerra, revisaríamos nuestro equipamiento y, cuando consideráramos que todo estaba en orden, nos sumergiríamos en los túneles que recorren las alcantarillas de la epistemología en busca de ese enemigo de la filosofía sensata. Sin embargo, no somos soldados en ninguna guerra, somos filósofos que se siguen haciendo las mismas preguntas que nuestros ancestros hace miles de años: ¿por qué las cosas son como son? Entonces, si hemos de comportarnos como verdaderos filósofos, nuestro modus operandi no ha de ser rebuscar en las tripas de la tesis de algún filósofo ilustre, ni mostrar las diferentes posiciones filosóficas, sociológicas o psicológicas construidas alrededor de este fenómeno y exponerlas para un estudio comparativo. Como verdaderos filósofos hemos de abandonar esas prácticas y abrir las ventanas, la puerta y salir al mundo, con todos nuestros conocimientos, para realizar una profunda investigación sobre lo que verdaderamente está ocurriendo. Por ello, lo que debemos hacer es cargar nuestra mochila de los clásicos de la filosofía, desde Sócrates a Marx, Nietzsche y Freud, pasando por Hume, Spinoza, Leibniz y Kant. Ah, no se olviden tampoco de los clásicos de la literatura: Cervantes, Shakespeare, Goethe y el marqués de Sade le serán de mucha utilidad en esta travesía. A Voltaire es mejor que no lo guarden en la mochila, han de llevarlo en la mano porque se van a ver obligados a utilizarlo de continuo.

Si ya están preparados, acompáñenme en este lance por la red de las alcantarillas de la epistemología, de la desinformación, de la sobreinformación, de las fake-news, de las leyendas urbanas, de la posverdad y de la posmentira, de los chivos expiatorios, de los agentes conspiradores y, sobre todo, del paraguas que lo envuelve todo: las teorías de la conspiración. Quedan advertidos: este viaje no va a ser un periplo, pues no regresaremos al punto de partida, sino que más bien se trata de una odisea, una larga aventura llena de peripecias, donde lindaremos la frontera entre lo lógico y lo irracional, donde nos encontraremos con falsificadores de moneda cultural, fraudes intelectuales, buscadores de verdades, alquimistas intentando transformar la paranoia en lógica, vendedores de crecepelo, resentidos, paranoicos, desclasados, asesinos y genocidas.

Tal vez, como aventuré antes, en una hipotética guerra, seguro que el Alto Mando enviaba un comando a la zona de conflicto para que realizase un reconocimiento de la situación, antes de aventurarnos en terreno desconocido. Por eso, conviene realizar ese reconocimiento de cómo se encuentra el Estado de la Cuestión antes de emprender este trabajo sobre el conspiracionismo como elemento presente en nuestro imaginario colectivo. Luc Boltanski, cuando nos habla de las teorías de la conspiración, nos resume cinco géneros de obras que se encuentra en el mercado: las primeras, las que se dedican a denunciar los males de las teorías del complot, generalmente tomadas de internet; las segundas nos ilustrarían en cómo el conspiracionismo había inundado las obras de ficción, la literatura, el cine y sobre todo la televisión; las terceras, son las que reflejan «el desconcierto de las masas ante un universo que se ha vuelto incomprensible […], por la desaparición de los principales esquemas de interpretación en el siglo xx» (Boltanski, 2016; 237); las cuartas recurren a la Historia y se conducen como si el conspiracionismo y la paranoia constituyesen tendencias psicológicas con carácter antropológico; las quintas nos invitan a un examen previo y concienzudo de toda tesis, para evitar que se encuentre contaminada por esa pandemia del virus de la paranoia. A estos cinco tipos añado una sexta: los textos que nos hablan de conspiraciones grandilocuentes, que al final guardan intereses políticos y/o económicos, escritos por autores a modo de trabajadores de empresas productoras de esa mercancía; desde la invasión de los extraterrestres, a la construcción del Nuevo Orden Mundial, pasando por una supuesta conjura masónica o judía o de los banqueros y las minoritarias élites poderosas. O la fusión de todos, en una gigantesca conspiración contra la humanidad dirigida por los Illuminati (Korch, 2004) o la Hermandad Babilónica (Icke, 2013b), desde tiempos remotos.

En el campo referente a la investigación, he de decir que quien ha abordado con rigurosidad su estudio son investigadores en el campo de la filosofía (Räikkä, Mandik, Keeley, Clarke, Levy, Coady, Dentith, Knight, Pigden, Basham, Senkman, Buenting & Taylor), estudios culturales u otras ciencias humanas (Melley, Farrell, Barkun, Jameson, Roniger, Boltanski), miembros del mundo del Derecho (Durán, Lledó, Maravall) y periodistas (Aaronovith, Pipes, Collon, Cockburn, Schwatz). En estos momentos clasifico a todos en cuatro tendencias, según su apreciación del conspiracionismo como método de interpretación de lo real: primero, los que consideran que las teorías de la conspiración están relacionadas con la irracionalidad (Pipes, 2003; Patán, 2004; Clake, 2006a; Keely, 2006a; Mandik, 2007; Levy, 2007); segundo, los que consideran que las teorías de la conspiración no tienen a priori nada que las haga injustificables (Coady, 2006a; Pigden, 2006; Dentiht, 2013); tercero, los que consideran que el conspiracionismo interpreta la realidad de una forma tan válida como cualquier otra, incluso a veces se presenta como alternativa a las versiones oficiales, es el caso también de Charles Pigden, que ha llegado a sentenciar «If you are not a Conspiracy Theorist, then you are an idiot» (Pigden, 2007, 7); y cuarta, que las teorías de la conspiración tienen mayor capacidad explicativa de la realidad que las versiones oficiales porque no suelen dejar anomalías sueltas o errant data (Buenting & Taylor, 2010). Es decir, el abanico se extiende desde los que las consideran negativas a todos los efectos; los que las ven como indiferentes; luego nos encontramos los que las consideran como una interpretación más y, en el otro extremo, los que defienden que son una forma de interpretar la realidad mejor que cualquier otra, al englobar todas las anomalías que se presentan.

Respecto a las áreas geográficas del mundo que más se han centrado en el estudio de las teorías de la conspiración, el mayor volumen se halla en las universidades de origen anglosajón: Estados Unidos, Reino Unido y Nueva Zelanda. En el resto de América, México (Patán, 2004; Schwarz, 2019) y Argentina (Roniger & Senkman, 2019) van en vanguardia en este estudio; sobre Haití, Karen McCarthy Brown (2003) ha elaborado un breve trabajo de la creación de constructos conspiratorios producto del choque del capitalismo con ciertas creencias locales, a lo que unimos las indagaciones sobre el conspiracionismo en Chile, Brasil y la República Dominicana (Roniger & Senkman, 2019). En Europa, exceptuando Reino Unido, los trabajos más destacados los encontramos en Francia (Boltanski, 2016), Bélgica (Collon, 2016), Irlanda (Molyneux, 2011), Alemania (Groh, 1987) y Finlandia (Räikkä, 2009). En África existen investigaciones sobre conspiraciones que tuvieron lugar en Nigeria (Bastián, 2003) y Tanzania (Sanders, 2003) respecto a una narrativa conspiratoria alrededor del impacto de la Modernidad en las creencias diabólicas de ciertas tribus; también el estudio del conspiracionismo alrededor de las elecciones de 1994 en Mozambique (West, 2003). En Asia, ciertos investigadores han analizado el impacto del despliegue del capitalismo en diferentes órdenes de la vida cotidiana en Indonesia (Schrauwers, 2003) y Corea (Kendall, 2003), constatando el desarrollo de diferentes teorías conspirativas. En Oriente Medio también encontramos los trabajos de Daniel Pipes (1995), Matthew Gray (2010) y Graig Anderson (1996). Además de lo relacionado, se han elaborado ensayos en diferentes comunidades, como por ejemplo los teorías paranoides estalinistas lanzadas desde el Partido Comunista sobre los budistas de China y Mongolia (Humphrey, 2003).

Si nos atenemos a lo publicado en España, he de decir que las tesis y trabajos de investigación han sido numerosos (Amo, 2004; Teruel, 2006; Avilés, 2007; Diego, 2007; Alonso, 2013; Lledó, 2014), pero ceñidos en exclusiva a la conspiración fabricada alrededor de los atentados del 11-m. Excepto este caso concreto, las teorías conspirativas han ocupado algún capítulo en libros más amplios sobre la cultura o filosofía actual (Andrade, 2013; Schwatz, 2019; Broncano, 2019), pero la investigación académica centrada en el conspiracionismo como forma de interpretar la realidad y la Historia ha sido escasa en nuestras latitudes. Por lo anterior, he abordado este trabajo de investigación desde los prismas histórico, crítico y analítico con la pretensión de aportar un grano de arena a los estudios sobre esta pandemia cultural, intentando responder a los interrogantes sobre cuál es el origen de las teorías conspirativas; qué función cumplieron en un pasado y cumplen en el mundo que nos ha tocado vivir; cuál es su verdadero objetivo; por qué se extienden a todos los ámbitos de la atmósfera cultural; y, lo más importante, ¿por qué todas los dictaduras del mundo las utilizaron y utilizan como coartada para la represión? ¿Y por qué han comenzado a ser utilizadas en las democracias?

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[1] Gilbert, David: «Tracking the Real Genocide: aids, Conspiracy of Unnatural Disaster? », Covert Action Quarterly, nº 58, 1996.

[2] «He descubierto que estos mitos de la conspiración son el principal obstáculo interno en términos de conciencia de los presos para implementar estrategias de reducción de riesgos».

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Autor: Alejandro M. Gallo. Título: Crítica de la razón paranoide. Editorial: Reino de Cordelia. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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