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Cuba Científica o los artefactos lingüísticos de un lector-polilla

Cuba Científica o los artefactos lingüísticos de un lector-polilla

Cuba científica, la novela del escritor cubano Jorge Enrique Lage, publicada por la editorial valenciana Contrabando, nos atrapa desde su título, desconcertante para una obra literaria. En ella iremos por senderos que se bifurcan entre la imaginación y la ciencia, entre una “locura de piñata” y el encanto de una historia de amor, casi de probeta. Este libro nos hará delirar y con cada relectura nos ofrecerá sus aforismos y pensamientos. Podríamos aventurar que estamos ante una novela conceptual. Su tono, su hechura, pueden equipararse a la visión de la “realidad” a través de una radiografía, como se nos aconseja hacer si queremos apreciar un eclipse de sol sin arriesgar nuestros ojos. Lo que nos queda, lo que nos deja ver esa radiografía, es el corpus fantasioso del autor, quien busca evitar el realismo y confiesa nutrirse sobre todo de lecturas de textos científicos. Así podemos comprender que este bioquímico de formación, profesión que jamás ha ejercido, pueda hablar del “sistema inmune” de nuestro cuerpo utilizándolo como un “artefacto lingüístico”.

La isla de Cuba, la isla histórica, “real-socialista”, está presente y al mismo tiempo no lo está, como en esos paradójicos datos de la física cuántica, entre ellos el célebre gato de Schrödinger, un experimento mental que presenta un gato que puede estar simultáneamente vivo y muerto.

"La impresión que nos deja el juguetón acercamiento de Lage a su cubanidad es que él desea evitar el estereotipo del escritor cubano que esperaría el mercado editorial"

Lo que más se destaca en este libro es “la fantasía especulativa” de su autor al crear el personaje del artista plástico conocido como JEL, que son además las iniciales de su propio nombre. En una de las obras de este artista imaginario, La mascota japonesa del ojo del huracán, “la mascota retira a Cuba del mapa (…). Vemos ahora una toma satélite del Mar Caribe con un insólito espacio vacío. Esa isla de ahí, metida en medio de la pantalla, de lado a lado, obstaculizaba  nuestra comprensión de los fenómenos atmosféricos, era una distracción (una piedra en el ojo)”.

Lage se divierte a todas luces exagerando la creatividad de este personaje, “su majestad el artista”, como si se burlara un poco de las desmesuradas propuestas de algunos de los actuales artistas plásticos cubanos. “Aquí hay demasiados artistas. Son como una plaga”.

“Nada mata a un hombre como el verse obligado a representar un país”, escribió el soldado Jacques Vaché en una carta al papa del surrealismo, André Breton, frase que sirve de epígrafe a Rayuela, de Julio Cortázar. La impresión que nos deja el juguetón acercamiento de Lage a su “cubanidad” es que él desea evitar el estereotipo del escritor cubano que esperaría el mercado editorial, moviéndose entre las citas de algunos de los libros que lo han marcado, como si jugara una partida de ajedrez. Y de paso disemina sus semillas de ficción y nos propone, de alguna manera, atar los cabos de sus historias para poder disfrutarlas.

"Lage posee sin duda una actitud científica, matemática, al mostrarnos que la literatura se alimenta de los libros leídos. El que escribe es porque lee y transforma lo que ha leído"

“Son estos mis días, los días que narro”, podemos leer en el capítulo titulado El ángel de la topología. Hay en este libro un encanto discreto ligado a su “impulso testimonial”, a sus “trazas autobiográficas”, como cuando el personaje del librero cuenta que estudió bioquímica, al igual que el autor, en la Universidad de La Habana. Su facultad quedaba cerca de “Cuba científica”, nombre de una librería que existía (o existe) en el habanero barrio del Vedado; este es el teatro donde se encuentran los personajes protagónicos, el librero, ese “lector polilla”, y Laura, una hermosa mujer de 30 años (Balzac escribió una novela llamada La femme de trente ans), cubana residente en Miami que desea volver, regresar a vivir en la isla, y quien con sus búsquedas y pesquisas parece estar armando un rompecabezas o elaborando un plano para hallar el tesoro enterrado por los artistas cubanos, vivos y muertos.

Lage ha escarbado en su imaginación, inventando ese mito del “lector polilla”. La visión microscópica del ácaro. Resulta interesante consultar a ese propósito el diccionario de la Real Academia, pues señala que además de ser una larva que se come la materia donde anida (en este caso el papel), según “el dialecto cubano” polilla es un estudiante muy aplicado o una persona que lee mucho. Lage posee sin duda una actitud científica, matemática, al mostrarnos que la literatura se alimenta de los libros leídos. El que escribe es porque lee y transforma lo que ha leído. No es gratuito que la primera edición de esta novela se llamara Libros raros y de uso.

"Sale el inagotable placer de la lectura, ese placer que descubrimos en la infancia y que ya nunca más nos abandonará, esas voces que oímos diciéndonos tú también puedes escribir poemas e inventar personajes"

Una de las trazas autobiográfcas más esclarecedoras de esta novela está en la mención de algunas de las materias que estudió el joven Lage en sus años de aprendizaje, “Metabolismo I” y “Metabolismo II”. Comprendemos entonces lo que de alguna manera nos ocurre al leerlo y releerlo, sentimos que su lectura nos provoca una suerte de metabolismo literario, “un diabólico mecanismo de transformaciones”. Y ahora que es posible rastrear en el archivo cibernético todo lo que el autor menciona, el lector resulta conectado con ese catálogo de autores cubanos y extranjeros que lo marcaron, lo “entretuvieron”. Sin embargo, nos advierte que la memoria que le interesa practicar en esas páginas es “una memoria de archivo, de catálogo, de hipervínculos. No de cositas íntimas ni peripecias personales. A ver qué sale”.

Sale el inagotable placer de la lectura, ese placer que descubrimos en la infancia y que ya nunca más nos abandonará, esas voces que oímos diciéndonos tú también puedes escribir poemas e inventar personajes. Como Lezama Lima, Virgilio Piñera, Reynaldo Arenas y Heberto Padilla, los más conocidos, o buscar en esa galería de breves retratos que nos invita a recorrer citando autores como Oscar Hurtado, Gastón Baquero, Carlos Augusto Alfonso, Lázaro Saavedra, Enrique Serpa y Ángel Escobar.

La escritura, lo que va saliendo, como una terapia sutil, mantras susurrados para “rearticular un habla de la exclusión, el encierro y la desesperanza”. Este libro balancea los deseos, el desapego, el desencanto, con su saludable imaginería constructiva

"Cuba científica es una novela que posee un tono grave, el humor implícito apenas nos da para una leve sonrisa. No hay mucho de que reírse, asere"

Lage se muestra “absolutamente moderno” al tratar la literatura con la que ha disfrutado y trabajado (entre ellas la ciencia ficción) como un archivo, y en ello nos recuerda la importancia que el filósofo francés Michel Foucault le dio al concepto de archivo, al considerar como archivos: “las bibliotecas, los documentos, las referencias, las escrituras polvorientas, los textos que jamás se leen, los libros que, apenas impresos, se cierran y duermen luego en anaqueles de los que solo son sacados siglos después”.

Cuba científica es una novela que posee un tono grave, el humor implícito apenas nos da para una leve sonrisa. No hay mucho de que reírse, asere. “Estoy solo, toda la mierda literaria ha ido quedando atrás”, leemos en la primera página de este manifiesto de irrealidad y realidad. A Lage le interesa mostrarnos cómo fue armando esta novela, su andamiaje.

La posible historia de amor entre Laura y el librero nos pasa por el corazón una y otra vez, como los rayos de un faro sobre el mar de La Habana, imaginados, vislumbrados.

"Lage delira con todo esto y, como señalara la académica italiana Chiara Bolognesi, denuncia la falta de futuro y la necesidad, más fuerte que cualquier otra, de contar"

Quien ha ido a La Habana recuerda esa sensación de estar en un grandioso teatro cuyos decorados, cariados, están a punto de derrumbarse. Cuba científica nos devuelve esa sensación. Sin caer en el realismo los narradores de esta novela, contaminada con capas de surrealismo, nos ofrecen una mirada oblicua, sesgada. “Cuando miraba los edificios, los muros, los recovecos de las calles rotas, llenas de baches, estaba viajando en otra conjugación de la memoria”.

El lector va “de alucinación en alucinación” y la centenaria capital cubana, a causa de una regresión dimensional, es reducida a una esfera compacta de vidrio, un pisapapeles que puedes agitar para ver caer una nieve que arroja destellos de confeti. Lage, sin duda, y como quien no quiere la cosa, se burla de la miamización de La Habana.

Cuba científica no oculta sus lazos con el pensamiento rizomático de otro filósofo francés, Gilles Deleuze, quien en su Anti-Edipo nos aclara que “el inconsciente no delira sobre papá y mamá sino sobre las razas, las tribus, los continentes, la historia y la geografía, siempre un campo social”. Lage delira con todo esto y, como señalara la académica italiana Chiara Bolognesi, denuncia la falta de futuro y la necesidad, más fuerte que cualquier otra, de contar: «a fin de cuentas se trata de eso: remover, abrir, romperte la cabeza, y no importa que no haya sucedido así o que no haya sucedido nada: de todas formas había que contarlo», nos dice en otro de sus libros, El color de la sangre diluida.

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Autor: Jorge Enrique Lage. Título: Cuba Científica. Editorial: Contrabando. Venta: Todos tus libros.

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