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De Cristina Morales… y punto

El gris del cielo choca frontalmente con la alegría reinante aquí abajo. El invierno niega su final el día del padre, aún es su tiempo, ese que con su obscurantismo nos ayuda a recluirnos ante un buen libro y junto a una burguesa chimenea, si se tiene y se disfruta, hasta que los sonidos rurales se enfurezcan porque es, de verdad, primavera…

—Personaje, ¿qué te pasa? ¿Qué cursilerías son esas? ¡Por favor! ¡Das grima!

—Vaya. ¡Qué rápido me has cercenado la inspiración!

—¿Eso es inspiración?

—Lo intentaba, humildemente.

—¿Qué lees? Como me dice un amigo mío siempre que me ve.

—He leído un libro verdaderamente inspirador.

—A ver…

Me refiero, creador, a Lectura fácil (Anagrama), de la hasta ahora desconocida para mí Cristina Morales, con el que ganó además el Premio Herralde de Novela. Aunque no sé si la palabra es inspirador; yo diría que hay que emplear otros adjetivos. Quizá demoledor, que derriba barreras, que destruye mucha de la prosa joven actual precisamente porque eleva tanto el nivel que pocos, estoy seguro, llegan tan alto. Me atrevería a decir, creador, que estamos ante una escritora de brillante presente y de inmenso futuro, una de las grandes del panorama nacional —perdón por lo de nacional, porque ella vive en Barcelona y esto enfada al 47% de los votantes del referéndum-farsa ocurrido allí hace un tiempo muy cercano, vívido incluso— en no más de veinte años. Si el sistema de envidias que nutre todos los oficios —he de suponer que también ocurre en el de escribir— la deja en paz, llegará lejos. Los veredictos son algo que odian los buenos escritores. Incluso yo también los odio, pero me apetecía, por una vez, mojarme mirando al futuro, predecir, que suele conllevar errores, precisamente, de libro.

—Personaje, ¿me puedes hablar ya del libro?

—Buf, claro. Es que eso sí que es difícil. Hay que leerlo. Pero intentaré decir algo, hablar de algo, como suelo hacer en otras ocasiones.

Hace poco dije que había leído un lenguaje arriesgado en el libro de Eva Baltasar Permafrost. Diría, leyendo Lectura fácil, que la novela de Baltasar es un picardías del landismo ante la peli de porno duro que es el libro de Cristina Morales. La diferencia entre este libro y una peli de porno duro, no se confundan, es que el lenguaje de Morales sí es una obra de arte, un magnífico libro en el que no se salva de ser demolido ni el apuntador. Recomiendo a los «macho facho neoliberales”, definición que utiliza con brillantez Cristina Morales en cada una de las muchas ocasiones que aparece, que no lean el libro. Sí al resto del mundo, que es una inmensa mayoría, quiero creer (quizá ingenuamente). O mejor, no, que lo lea todo el mundo, para que los citados miren más hacia su interior, por si hay resquicios de cambio en ellos. Ya la portada, eso sí, delimita abiertamente, con la misma valentía que toda la novela, el tipo de lector. En ella se puede leer en letras fucsia y en un generoso cuerpo: “NI AMO NI DIOS NI MARIDO NI PARTIDO NI DE FÚTBOL.” Pero que nadie se equivoque: no es una novela sólo para mujeres, es una novela para los amantes de la buena literatura, de la que apunta, en futuros libros, a ser gran literatura. Y el Arte (esto es para los lectores acomplejados) no tiene sexo, queridos.

—Me has convencido, personaje.

—¿Lo leerás?

—Haré una lectura rápida de “Lectura fácil”.

—Mejor una buena lectura.

—¿Puede ser sólo lectura? Ya no sé lo que es una buena lectura.

—Vale con leer, sin prisa.

—¿Algo más que sea bueno para leer, aunque no sea fácil, personaje?

No lo es (fácil) el libro que he terminado, pero no más que otros de su autor, Enrique Vila-Matas. Se trata de Esta bruma insensata (Seix Barral). No es difícil pero sí triste. O quizá lo que es triste es que no me haya gustado en absoluto; o lo peor no sea eso, sino que me ha aburrido. ¿Es mejor no gustar que aburrir? ¿Cómo puede resultar aburrido Vila-Matas si una de sus grandes virtudes es precisamente todo lo contrario?

—A ver, personaje. No me creo que Vila-Matas no te guste. A mí me entusiasma.

—Esa es la palabra, no he encontrado en sus nuevas páginas el entusiasmo hallado cientos de veces en otras novelas.

—¿Y eso te preocupa, personaje?

—Verás, creador, si el segundo mejor escritor vivo deja de gustarme, qué me queda.

—Bueno, diría que al menos te queda el primero. Por cierto, ¿quién es?

—Eso da igual ahora…

—¿Podría ser Javier Marías?

—Sabes mucho de mí, creador. Podría ser.

—Algo debo saber, ¿no crees?

—Sí, he de suponer.

—Sigue si quieres, personaje.

No sé si continuar. Lo más natural es que mi estado de ánimo, el que sea, ha tergiversado la prosa de Vila-Matas, la ha deformado hasta hacerla aburrida.

—¿No serás tú el aburrido?

—Yo no soy aburrido, al menos trato de no serlo y menos leyendo a mis escritores favoritos. Pero sí es verdad que el grado de excitación al que habitualmente te someten los libros de Vila-Matas no ha existido. Él dice en una entrevista que ha tardado dos años en escribir Esta bruma insensata, que, por cierto, parece un título robado al mismísimo Muñoz Molina, don Antonio, aunque venga de una frase de Raymond Queneau, apellido que leído en español casi macarrónico (Que No) puede representar la Negatividad Absoluta o al menos la Negatividad Reincidente.

—Desde luego, si has leído en ese libro parrafadas como esta última que me has dedicado, tendré que darte la razón. A ver, dime algo bueno del libro.

—Bueno, bueno… La perfección del dinamismo de la prosa es innegable, pero sabido es que la mejor prosa no siempre construye las mejores historias.

—¿Como es el caso, personaje?

—Como es el caso, creador.

En fin, creador, podría estar horas hablando de ese libro y no hallaría al verdadero Vila-Matas: el segundo mejor escritor que tenemos, lugar al que accede tras la triste muerte de Sánchez Ferlosio.

—Nunca me hablas de don Rafael.

—Buf, eso daría para varias tardes, bien frente a o con un whisky tras otro o bien con un simple café y una burguesita y abundante bollería.

—Los personajes no beben, personaje.

—Que te crees tú eso, creador. Son precisamente los que más beben.

—…ahora que lo dices… Sí, eso es verdad.

—Mira Bukowski o Joseph Roth…

—Bukowski no es un personaje.

—Claro que lo es, creador, claro que lo es.

—…sigue, personaje.

Me he perdido pero intentaré volver al redil literario en el que me has metido. Antes de leer a Cristina Morales leí la última novela de Rosa Montero: Los tiempos del odio (Seix Barral), subtitulada hermosamente con una frase de andar por casa, manida en la forma y de ansiado significado: “Sin amor no merece la pena vivir”. Es la tercera entrega de la detective replicante que se inventó Rosa Montero hace algunos años.

—¿No me digas que también aburrida?

—No, al contrario: muy entretenida.

—¿Pegas?

—Cuando la ambición no es larga las pegas son muy cortas.

—¿No es ambiciosa la novela de Montero?

—No.

—¿Y?

—Nada. Que no sé qué pretenden los escritores cuando se inventan detectives, policías…, cuando se pasan a la novela negra, policíaca, de intriga…, en busca de un caso o casos que resolver.

—Tienen derecho. Son escritores.

—Sí, pero me da la impresión de que bajan la guardia, de que desisten en la persecución del Arte.

—Buf, cómo estás hoy personaje. Sigue o calla. Tú sí que aburres.

—Sigo. Acabo, mejor dicho.

—Eso, eso, mejor acaba.

También leí Malas palabras (Lumen), igualmente de Cristina Morales. Menos potente que Lectura fácil, pero sí situada en esa senda señalada que va hacia el Arte. Cristina Morales se mete —esperemos que decir esto no sea pecado— en la piel de Santa Teresa y narra un periodo corto de su atormentada vida. Si bien no me gusta el tema, la idea es buena y el resultado más que satisfactorio. O si no, prueben ustedes a escribir así con 27 o 28 años. Igual no les sale. En resumen, leeré todo lo que tenga publicado y todo lo que publique a partir de ahora Cristina Morales. ¡Por fin, una escritora joven de primer nivel! Como gritaba un amigo mío en los buenos tiempos, cuando se entusiasmaba en los conciertos de un Van Morrison alejadísimo de su juventud: “¡No te mueras nunca!”.

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