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Dealers de Villaverde

He decidido retratar a aquellos que me han ayudado —y mucho— a llevar mejor estos días de cuarentena. Soy un gran amante del pequeño comercio: una gran superficie nunca te dará el trato, la cercanía y el cariño que te brindan los que trabajan en las pymes. Además, todos ellos contribuyen al desarrollo de mi comunidad. Me gusta mucho conversar con ellos, y dejarme el dinero en sus negocios.

Ellos son los que durante estos días, ante la incertidumbre, siempre me atendían con una sonrisa. 

Alberto “Tote”, el charcutero:

Cada vez que mis dos teckels guindillas ven a su perro de tamaño grande, un mestizo precioso, le ladran e increpan. Si no llevasen la correa, me imagino al Charlie, el macho de 6 kilos, a lo Manny Pacquiao, ir directo a por él. Me recuerda a aquel Mortimer de la novela de mi colega Arturo Pérez-Reverte Los perros duros no bailan.

Alberto me ha hecho la vida mucho mejor estos días gracias a sus magdalenas y perrunillas, su jamón ibérico, su queso curado, su buen vino y sus dulces caseros —palmeras de chocolate y tarta de queso—. Sí. Perdonadme. Soy así de simple, pero cada vez que me comía una de sus palmeras o tomaba un pedazo de queso con una copa de su vino, me sentía realmente afortunado de vivir una cuarentena a lo “marqués de Villaverde”, como dice mi compadre Jesus Úbeda.

Nacho, el Frutero:

Después de hacer casi 20 minutos de cola, cada 3 días, puedo disfrutar de los productos de Nacho. Sus frutas y verduras han permitido que no me convierta en el «Eric Cartman de mi barrio». Nacho decide no salir ante la cámara ya que es muy pudoroso. Me río, y le digo que le entiendo perfectamente: que bastante tiene con aguantarme a mí haciendo fotos a su local, y con mis preguntas sobre sus productos como si fuese un “marujo profesional”.

Marta y Beatriz, las farmacéuticas:

Siempre lucen una sonrisa; quizá sea su sello de identidad junto a su buen trato. Gracias a ellas he podido aprender —o empezar, al menos— a diferenciar el uso de las mascarillas. Que parecerá una tontería, pero en estos momentos, para mí, ha sido lo más cercano a sentirme como Platón llamando a su madre por teléfono y explicándole los secretos de la Humanidad.

Han estado informando a todos los vecinos con muchísimo cariño y atención, resolviendo dudas y haciendo todo lo posible para cubrir las necesidades farmacéuticas. Para muchas personas han sido lo más cercano a tener unas psicólogas a 100 metros de casa.

Inma, de la papelería-librería:

Siempre me han encantado este tipo de negocios, desde pequeño. A los primeros días de empezar el estado de alarma, volví a retomar la práctica del dibujo, que tenía algo aparcada. Necesitaba recambios para el típico portaminas molón que me habían regalado y me acerqué a su tienda. Conversamos sobre la situación y, por supuesto, conseguí las minas, el caviar beluga de todos los amantes de hacer bocetos de “graffiti en papel”. Tal oxímoron me hacía sentir muy feliz y hasta aplicado. El posca PC1 MR blanco para meter los brillos a las letras ha sido lo más cerca que he estado en mi vida de sentirme como el amigo Augusto Ferrer-Dalmau al acabar un cuadro.

Pude comprarle a Inma el libro Rebelión en la granja, de Orwell, con el que disfruté mucho, y encargarle alguno más, ya que no soy nadie si no tengo una balda medio llena de libros pendientes de leer.

Mari Cielo, la panadera y la del ultramarinos:

Quizás su local sea uno de a los que más cariño tengo de mi barrio, y no sólo por su nombre “ultramarinos”, que me parece una de las palabras más bonitas que ha dado el castellano.

Mari Cielo lleva años surtiendo al barrio de pan, yogures, leche, atún o dulces; a los chavales de chucherías; y sus «yonkilatas» de Mahou a los que están en el paro y se quedaban en las plazas a lo Lunes al Sol.

Recuerdo que, cuando iba al instituto, le compraba aquellas cuñas y cuernos de chocolate, interminables, por 100 pesetas, 20 duros o una libra. Alguna vez cogía algo para que luego bajase mi madre a pagarlo. Ella sigue aguantando: es una guerrera del barrio, cada día mantiene a su “competencia”, los chinos del barrio y las grandes superficies, a raya. Su carisma, experiencia, trato y conversación, la hacen una imprescindible de la zona de debajo de las vías de mi barrio.

David, el peluquero:

Le retraté el 4 de mayo de 2020. Tuvo que arreglarme el estropicio que me hice en la cabeza, después de raparme con la maquinilla de perfilar la barba, para que mi imagen de loco ermitaño no fuese a más.

Entre risas me hizo un arreglo maravilloso, mientras me recordaba los cortes de pelo que me hacía hace más de 15 años: la cresta de hippie, rapados de cabeza y el pelo de punta, como se llevaba a principios de los 2000. Al estar ya cerca los 40, mi pelo esta más cerca de viajar a Turquía que a Ítaca, y me consuela diciendo que todos estamos igual de jodidos: a los que se nos ve «el cartón» y los autónomos.

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