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Dedícate a escribir y no te metas en política

Dedícate a escribir y no te metas en política

La literatura y la política son dos campos o disciplinas que históricamente han caminado de la mano. Pensemos en el exilio de Dante, que tuvo su razón de ser precisamente en intrigas políticas locales. O, más cercana en el tiempo, en la depuración de literatos llevada a cabo en el siglo XX por dictaduras de todo signo, desde la Alemania Nazi hasta la Unión Soviética pasando, claro, por el régimen de Franco en España.

La política ha sido, desde el inicio de la civilización, una de las facetas principales, si no la principal (en el sentido de que es la que más afecta a la existencia diaria) del pensamiento. La literatura, en cambio, ha sido relegada comúnmente a un escalón secundario, arrinconada como mero entretenimiento, un arte (como todas) sin utilidad práctica, incluso susceptible de poseer efectos nocivos, especialmente en su manifestación más pura, la poesía. No en vano Platón expulsó a los poetas de su República ideal.

"La pluma es menos expeditiva y eficaz que la espada en el corto plazo, pero en el largo termina por salir victoriosa"

Sin embargo, el hecho antes mencionado de que los dictadores más perversos de la historia tuvieran la precaución de perseguir y silenciar a los grandes escritores de su tiempo es la mejor muestra de que la literatura va mucho más allá del mero entretenimiento. Más que un «arma cargada de futuro», ha de considerársela como un «arma cargada», sin más. La pluma es menos expeditiva y eficaz que la espada en el corto plazo, pero en el largo es evidente que la pluma adopta el papel de la tortuga en la fábula, y casi siempre termina por salir victoriosa.

Así, no hay un solo régimen político que no haya patrocinado de un modo u otro a su propia cohorte de literatos, o que haya censurado la labor de estos según sus propios intereses. Incluso en los regímenes democráticos se puede defender esta idea si se piensa en qué autores son habitualmente objeto de reconocimiento académico o mediático por parte de las instituciones.

Ahora bien, no es esta una relación propiciada por una sola de las partes, en absoluto. No es solo el poder quien busca el favor o el silencio de los escritores, sino que son los propios escritores los que se arriman al poder buscando o bien amparo o seguridad económica, o bien con voluntad sincera de mejorar la sociedad en que viven. Podríamos, como el caso del propio Dante, hacer referencia a autores clásicos que en su momento se refugiaron bajo el ala de poderosos mecenas políticos. Pero por ir acercándonos a nuestros días, y a nuestra patria, citaremos mejor los casos de Espronceda, Larra, Galdós, Unamuno, Ortega, Azorín o Alberti, todos ellos diputados en las Cortes españolas (o candidatos a, en el caso de los dos primeros), cada uno por sus propias motivaciones personales. Cabría añadir a otros como Semprún o Labordeta, también diputados (aunque no fueran escritores en el sentido más tradicional del término), o, remontándonos un poco más atrás en el tiempo, a nuestro primer Premio Nobel de Literatura, José de Echegaray, más conocido en su tiempo por su labor política y científica que como dramaturgo (la ausencia de escritoras en este compendio, por cierto, responde a razones históricas: exceptuando el breve lapso republicano, donde hubo algunas, y muy importantes, como Clara Campoamor, Margarita Nelken o Victoria Kent, hasta el advenimiento de la democracia no estuvo permitido el acceso de mujeres a la política, y aun en los primeros años de democracia la participación de estas fue inexcusablemente limitada).

"Dedicarse a escribir y no meterse en política. Algo verdaderamente complicado, salvo que uno se limite a escribir poesía modernista al estilo de Rubén Darío"

No cabe duda, por tanto, de que el conocido mantra que se usa actualmente (seguro que lo han escuchado y leído infinidad de veces) de «no mezclar política con X» (siendo el contenido de la X variable según el contexto) no ha sido aplicable a la literatura hasta fechas muy recientes. Ni durante el siglo XIX ni durante las primeras o últimas décadas del XX (dejemos aparte el largo paréntesis de la dictadura) a nadie en su sano juicio se le hubiera ocurrido espetar un razonamiento del tipo «no hay que mezclar la política con la literatura». O, peor aún, «dedícate a escribir y no te metas en política», una advertencia que, enunciada de un modo u otro, muchos jóvenes autores llevamos escuchando desde el comienzo de nuestras carreras literarias.

Dedicarse a escribir y no meterse en política. Algo verdaderamente complicado, salvo que uno se limite a escribir poesía modernista al estilo de Rubén Darío (el arte por el arte) o novelas y cuentos de carácter puramente escapista (qué se yo, literatura erótica o de terror). Porque esto de no meterse en política no es tan sencillo como parece: cualquier novela histórica o novela negra, pongamos por caso, contiene un fuerte contenido, si no político, al menos social, ya que suele tratar de reflejar fielmente las luces y sombras de la sociedad en que se ambienta la narración. O sea, no es necesario que una novela sea puramente “política” para que en esta se vislumbren aspectos como la desigualdad, la educación, la sanidad, o el sistema de justicia, que dependen en último término de la situación política de cada momento.

"No hay hoy un solo Galdós, un Unamuno, un Ortega dispuesto a combinar su tarea literaria con el ejercicio de la política"

Aunque lo cierto es que el prurito de asomarse al hecho político normalmente no se sacia solo con lo anterior. Los escritores no son solo gente que junta letras, sino gente que observa, reflexiona, y que tiene la posibilidad (y la habilidad) de poner sus reflexiones por escrito, con o sin la ayuda de un marco narrativo ficcional. Algunos, pocos, se mantienen realmente al margen de la política, pero la mayoría no lo hace: la mayoría suele aliviarse el escozor publicando opiniones políticas en Twitter o Facebook, sin atreverse a entrar más al fondo, mostrando simpatías por una u otra bancada del Hemiciclo (la izquierda o la derecha) pero no significándose explícitamente como seguidor de ningún partido político concreto. También, por supuesto, hay algunos (los elegidos) que son contratados por radios o periódicos para compartir sus opiniones políticas en tertulias o columnas. Pero estos, de la misma manera que los anteriores, no suelen compartir abiertamente el sentido de su voto.

Este es el estado actual de las cosas. Los casos de escritores que hoy se atreven a dar el último y definitivo paso hacia adelante, el de transitar el trecho desde la observación y la reflexión hasta la acción, entrando ellos mismos a formar parte de una lista electoral, son testimoniales. De primeras, es poco probable que alguno de ustedes pueda citar más de dos o tres. Quizá Luis García Montero, candidato hace no mucho de IU a la Comunidad de Madrid; Álvaro Pombo, en su momento candidato al Senado por UPyD; o Ángeles Caso, en la lista de Podemos a la alcaldía de Oviedo allá por 2015 (los tres, por cierto, con un resultado altamente insatisfactorio).

Se podría citar seguramente algún ejemplo más (Fernando Iwasaki, Andrés Trapiello, Fernando Delgado, etc.), pero aun así parece claro que en nuestros días la relación entre política y literatura dista mucho de la de otros períodos históricos. Sin ir más lejos, muchos de los nombres apuntados ocuparon únicamente puestos «de relleno» en las listas en que iban inscritos, es decir, que no tenían auténtica voluntad de ocupar ningún cargo público. Y desde luego, no hay un solo autor de primer orden en España que lidere un partido político, ni mucho menos uno que se postule como candidato real a entrar en el Congreso de los Diputados, o en ninguna otra institución política de relevancia, ya puestos. No hay hoy un solo Galdós, un Unamuno, un Ortega dispuesto a combinar su tarea literaria con el ejercicio de la política. La única excepción relevante en nuestras letras, en nuestra lengua, sería la de Mario Vargas Llosa, ex candidato a la presidencia de Perú, quien accedió a la nacionalidad española justamente tras su fracaso electoral, ante la amenaza de ser despojado de la peruana por su rival.

"¿Por qué los escritores actuales, tanto los más jóvenes como los menos jóvenes, han decidido que les es más conveniente dedicarse a escribir y no meterse en política?"

Hace quinientos años, el mismísimo Fernando de Rojas, autor de La Celestina, llegó a ejercer de alcalde de una ciudad como Talavera de la Reina. Díganme, ¿acaso se imaginan a Juan José Millás, Arturo Pérez-Reverte, Elvira Lindo o Alicia Giménez-Bartlett al frente de un consistorio? Resultaría harto difícil de concebir, y no precisamente porque los aludidos carezcan de la capacidad necesaria para ejercer el cargo; en todo caso, se antojan más bien sobrecualificados para ello.

Me remito a la advertencia enunciada anteriormente, y me pregunto: ¿por qué los escritores actuales, tanto los más jóvenes como los menos jóvenes, han decidido que les es más conveniente dedicarse a escribir y no meterse en política? ¿Por qué han decidido mantenerse en un segundo plano, como analistas o espectadores, sin bajar al barro, al contrario de lo que hicieran muchos de los escritores de antaño? ¿Por qué hoy lo más cercano que tenemos a un gran escritor en el Congreso es el diputado del PSOE por Burgos, Agustín Zamarrón, vivo retrato del insigne Valle-Inclán (con el permiso, claro, del presidente Pedro Sánchez, autor de un libro de memorias donde citaba erróneamente a fray Luis)? ¿Acaso el motivo es el bajo nivel general de la política, que solo deja sitio para políticos de perfil «profesional» (provenientes de la cantera de los partidos), cerrando el paso a cualquiera que intentara acceder a ella con un discurso más elaborado; acaso es el miedo a cerrarse las puertas a una parte del mercado (los lectores de signo contrario), algo intolerable en el actual estado de la industria del entretenimiento; o acaso es que los que antes se consideraban con el deber moral de poner su pluma y su retórica al servicio no solo de una causa, sino de un partido, han decidido que su lugar en la sociedad debe ser otro, sin que medie otra razón de peso que el simple cambio de las sociedades y los tiempos?

Yo, la verdad, desconozco la respuesta. Pero no me resisto a remitirme a la célebre cita de Machado (normalmente transcrita con errores) con que su heterónimo Juan de Mairena aleccionaba a sus alumnos: “Vosotros debéis hacer política, aunque otra cosa os digan los que pretenden hacerla sin vosotros, y naturalmente, contra vosotros”.

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