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¡Dejad que Irak vea la luna!

¡Dejad que Irak vea la luna!

“El poeta se ocupa del mal. Su papel consiste en ver la belleza que en él reside”
Jean Genet

En un país sin platanares, los habitantes del pueblo se despertaron con el hallazgo de nueve cajas para transportar plátanos. En cada una de ellas estaban depositados la cabeza de uno de sus hijos y el documento que lo identificaba…

Cuando Muhsin Al-Ramli se enteró de la muerte de sus familiares y vecinos de semejante forma, esperó encontrar los detalles de tal atrocidad en los periódicos que lee por internet desde su exilio madrileño. Pero esos muertos nunca aparecieron en la prensa. Al dolor de la pérdida se unió una rabia insoportable que le recordaba que lo no escrito es como si no existiera. Y así se vio empujado a escribir él mismo esta historia, que comienza con este arranque tenebroso y deslumbrante al tiempo. Muhsin Al-Ramli quería gritar y su alarido es Los jardines del presidente.

Esos cuerpos decapitados son el reflejo de un Irak desmembrado por las guerras, la tiranía, el embargo y la ocupación. Nos cuenta así Al-Ramli la Historia del país a través de las historias de seres humanos a los que acompañamos en sus sufrimientos. El individuo desaparece en el grupo ya que las situaciones anormales despiertan el lado salvaje del hombre. Se suceden entonces mártires, prisioneros y perdidos, pero también viudas y huérfanos, descubriéndonos además el impacto que la guerra genera lejos del campo de batalla.

Los jardines del presidente es sin embargo un libro de contrastes que trenza el horror con la belleza e incluso con el humor. Frente a la tragedia brilla como la luna llena un hermoso canto a la amistad y a la familia. Los tres amigos protagonistas, hijos de la grieta de la tierra, aprenden a valorar cualquier abrazo fraternal y, cuando todo se desmorona, la familia es lo que se mantiene y nos ayuda a permanecer en pie. En la búsqueda de la belleza dentro del propio mal, Al-Ramli descubre a Ibrahim, empeñado en dar sepultura digna a los asesinados por Su Excelencia y en tomar nota de quiénes eran (lo que no se escribe no existe) en un acto valiente, prácticamente heroico, realizado por un personaje que parecía derrotado por su suerte y su destino.

Hay en la novela un cervantino uso de los nombres, donde los apodos nos descubren la personalidad de los personajes y además sorprende con un rocambolesco juego de coincidencias y confusiones que permite salvar la vida de Ibrahim y dulcificar una muerte al confundir la luna con su querido Qamar, luna en árabe. Y, por encima de estos aliviadores milagros, está la firme voluntad de no nombrar a Su Excelencia para no contaminar la novela con su presencia.

Dice Al-Ramli que la vanguardia de una cultura es la imaginación, pero que la literatura iraquí apenas está relatando sus propias vivencias. Sin embargo, nos permite vislumbrar algunos destellos del ingenio de los iraquíes, primero con los diferentes rumores sobre el paradero de Yalal y luego con las creativas predicciones de las pitonisas.

Ibrahim descabezado es Irak desmembrado, y la voluntad final de encontrar su cuerpo es la voluntad del pueblo por recomponer el país. Ibrahim es Irak e Ibrahim quedará en la memoria de la gente a la que conoció. Como buen discípulo de Sherezade y con la cómplice traducción de Nehad Bebars, el autor nos deja siempre con la miel en los labios para seguir escuchando el relato de sus seres queridos, muertos que no aparecieron en la prensa, pero que quedarán en nuestra memoria gracias a Los jardines del presidente.

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Autor: Muhsin Al-Ramli. Traductor: Nehad Bebars. Título: Los jardines del presidenteEditorial: Alianza. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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