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Diccionario humorístico de un escritor con pájaros en la cabeza

Diccionario humorístico de un escritor con pájaros en la cabeza

Con medio centenar de títulos a sus espaldas, Pepe Monteserín vuelve a las librerías de la mano de Ediciones Trea con un singular y voluminoso (600 páginas con unas 5000 entradas) Diccionario humorístico de un escritor: «Este diccionario nació atesorando términos retóricos y del oficio de escribir y chistes relacionados con ellos, en general figuras de dicción o de construcción, de pensamiento, de repetición, equívocos, dilogías, metáforas mil, hipérboles, paradojas, disfemismos asociados al lenguaje y a la gramática, a la dialéctica oblicua y a la patética. Sufro, de nacimiento, el síndrome de Diderot, por enciclopédico; sufro el síndrome de Fausto, hambre desmesurada e insaciable de conocimiento, y el de Gutenberg, obsesión por encuadernar el universo. Poco hay que explicar para su manejo; basta con que el lector sepa el alfabeto castellano por su orden; a cada ítem siguen, entre paréntesis, los vocablos afines, a los que el interesado puede acudir; después la definición, un ejemplo culto y un chiste. Este es el patrón, con sus excepciones. Es todo. Es nada. Apuntes crepusculares de un escritor tardío, todavía con pájaros en la cabeza».

Zenda adelanta varias entradas del libro.

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Breve selección de entradas

Antagonista (conflicto, deuteragonista, diablo, Dios, opinión, oposición, personaje, protagonista, secundario, tragedia): En una obra literaria, es el villano, o personaje (no necesariamente persona) que se opone al protagonista y héroe; fundamental para que exista el con flicto de intereses y, en consecuencia, acción y emoción.

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El antagonista universal es el demonio, que representa las fuerzas del Mal contra las del Bien; el de Blancanieves, la Bruja; el de Caperucita, el Lobo Feroz…

¿No oís lo que fulano dice? Responde, que los del Consejo quieren saber vuestro parecer. El Altoviti entonces, todo soñoliento, sin pensar nada, se levantó y dixo: Señores, yo digo todo lo contrario de lo que ha dicho el Alamanni. Respondió el Alamanni: Yo no he dicho nada. Pues luego, dixo el Altoviti, de lo que dixéredes.

[Castiglione, Baltasar de: El cortesano (traducción de Juan Boscán), 5.ª ed. (1.ª en esta presentación). Madrid: Austral, n.º 630, 2009, libro II, cap. VI, p. 261].

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En la tragedia griega no hay malvados. En ella no se aclara una responsabilidad, se comprueba un hecho, un destino.

[Pavese, Cesare: «12 de enero, 1946», en El oficio de vivir. El oficio de poeta (traducción de Esther Benítez). Barcelona: Bruguera- Alfaguara (Narradores de Hoy), 1979, p. 398].

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En el lejano Oeste le dice el jefe de los americanos a sus soldados:

–Por cada pellejo de indio que me traigan, les recompenso con 100 dólares.

Ese mismo día salen dos soldados en busca de los indios, llega la noche y montan su campamento. En medio de la noche el chasquido de una rama despierta a uno de ellos que, alarmado, asoma la cabeza por entre las telas de la tienda y observa a más de 50 indios que los rodean.

Se da la vuelta, despierta a su compañero y le dice:

–¡Sam, despiertaaa, despiertaaa que somos ricos!

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Autoestima (amor, arte, autobiografía, auto-bombo, ego, vanidad, yo): Valoración que el artista se  hace de sí mismo, normalmente muy por encima de la apreciación ajena, pero condición necesaria en su trabajo si quiere hacer cosas más grandes que su vida y que se sepa.

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Si alguien nos dice ¿Quieres otra vida con otro rostro, el negro vuelto blanco, lo triste alegre? No, le respondemos, quiero sólo mi vida, mis pesares,  mi autoridad, mi sino. Y esta cara, estos miembros, la altura en que ha crecido  mi propio nombre. Nada de lo ajeno me compete alumbrar, yo mismo, el alma de mi carne, con sus rasgos distintivos, estos ojos, la boca que me dieron, y la forma precisa de mi mano y el sonar de mi voz. Cuerpo que un pulso me da y recibe, un pulso peligroso, un afán insaciable, ser conmigo lo único posible, un alma errante fijada por mis pies a la ancha tierra.

Por mis pies el mensaje que me asciende de la planta al cerebro. Ser un hombre, un hombre escuetamente aunque vencido.

[Gil-Albert, Juan: «El amor propio», homenaje a Unamuno en «Homenajes e in promptus», Poesía completa (edición de María Paz Moreno). Valencia: Pre-Textos, Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, 2004, pp. 538-539].

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–¡Mierda, se me olvidó tomar las pastillas!

–¿Son para tu cara?

–Son para mi baja autoestima.

–¿Y no tomas nada para tu cara?

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Belleza (arte, literatura, trascendencia, verdad): Un quién sabe qué que nos atrae, deleita y trastorna.

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Es la belleza el argumento de Friné, o argumento final del abogado defensor para convencer al juez. Friné, famosa hetaira griega del siglo IV a. C., posó para que su amante Praxíteles la esculpiera como modelo de Afrodita. Acusada de crimen de impiedad fue llevada ante los jueces atenienses, donde su abogado Hipérides, al ver indecisos a los magistrados, le pidió que se desnudara, lo hizo y ellos la absolvieron.

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La moral del arte consiste en la belleza misma, y por encima de todo aprecio, en primer lugar, el estilo, e inmediatamente después, la verdad.

[Flaubert, Gustave; Correspondence (quizá lo saqué de Correspondencia íntima, traducida por Emma Calatayud), de una  carta a Luis Bonefant, Barcelona: Ediciones B, Sine Die, 1988].

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La idea de Sócrates de «amar lo feo» es, en sustancia, la idea cristiana de amar al prójimo. Porque lo feo es  el objeto reflejo, ético, pues; en tanto que «lo bello» es  lo inmediato que todos sentimos placer en amar. En tal sentido, el «prójimo» es «lo feo».

[Kierkegaard, Sören; «9 de junio de 1848», Diario íntimo (traducción de María Angélica Bosco), Barcelona: Planeta, nº 219, 1993, p. 185].

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Lucía tenía el cotidiano de una modesta belleza, realzada entonces por las variadas emociones que se pintaban en   su cara: un júbilo mitigado por una leve turbación, esa plácida congoja que asoma de cuando en cuando…

[Manzoi, Alessandro; fragmento del Capítulo II, Los novios (edición y traducción de Mª Nieves Muñiz), Madrid: Cátedra, Letras Universales, nº 24, 4ª edición, 2009, p. 109].

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Un joven bellísimo, deseado por todos en el barrio, se queda sin empleo. Desesperado ante la falta de dinero y las cuentas por pagar, decide prostituirse, por lo que coloca en la puerta de su departamento este letrero:

EN LA CAMA: $300. EN EL CATRE: $50. EN EL SUELO: $25.

Cuando el vecino, un viejito de 80 años, lee el letrero, corre a su casa, rompe la alcancía, cuenta el dinero y va al departamento del prostituto. Al ver al joven, le extiende las monedas que lleva en las manos; el muchacho las cuenta y ve que son $300. Entonces, tocándole las nalgas al viejo, dice:

–Viejo puto. Quieres un buen polvo en mi cama, ¿eh? Y el viejito, sonriendo, responde:

–No, guapetón tonto, quiero doce polvos en el suelo.

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Bovarismo (idealismo): Frustración crónica ante la incapacidad de llevar a la práctica las aspiraciones de uno, en especial cuando se pretende tirar los  pedos más altos que el culo.

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–¿Qué parte le duele? —Preguntó el doctor a su paciente.

–La realidad.

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Bovarysmo (oblomoostchina, quijotismo): Equivalente femenino de quijotismo, o síndrome de género similar, tomado del argumento de la novela Madame Bovary, donde la protagonista, Emma, casada con el médico Charles Bovary, reclama su derecho a realizarse sexual y sentimentalmente, y en ésas comete adulterio, se arruina económicamente y acaba quitán dose la vida.

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[…] díjole Homais a Bovary:

–[…] lleve al teatro a su señora, aunque no sea más que una vez en la vida, para poner fuera de sí a un pajarraco de éstos, ¡recontra! Si alguien pudiera reemplazarme, yo mismo iría con ustedes. ¡Dése prisa! Lagardy  sólo cantará una vez, pues está contratado ventajosísimamente para Inglaterra. Es un hombre de pelo en pecho el tal; apalea el oro y le acompañan tres queridas y un cocinero. Todos estos artistas encienden la vela por los dos extremos; necesitan llevar una vida desvergonzada, para que la imaginación se excite un poco. Pero mueren en el hospital porque de jóvenes no saben administrarse bien.

[Flaubert, Gustave; fragmento, Capítulo XIV, Madame Bovary (prólogo de Enrique Tierno Galván), Madrid: Espasa-Calpe, Colección Austral, nº 1449, 5ª edición, 1986, p. 201].

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Comparamos a Katia Kabanova, protagonista de la ópera de Janaceck, que se estrenó en el Campoamor, con Emma Bobary, de Flaubert, pero pueden añadirse la Naná de Zola, la Effi Briest de Fontane, la Ana Karenina de Tolstoi, la Ana Ozores de Clarín y otras adúlteras literarias que diré mañana. Pero, más allá de la tristísima   historia de Katia, trasunto del amor que Janaceck sentía por Kamila, casada y treinta y ocho años más joven, no   conseguí entender en la obra más que una palabra y disfrutar una melodía (reconozco mi ignorancia del checo y mi prevención por los recitativos); fue en el cuadro II,   acto II. La palabra: «leli, leli, leli», una especie de «la, la, la»; la melodía, con oboes, la canta Kudriash, amigo del Boris enamorado de Katia, acompañado al final, con flautas y cuerda, por su Varvara: «leli, leli, leli». ¡Cuánto añoré un aria!, ¡cuánto agradecí esta canción!

Comparan a la Katia de Janaceck con la Emma Bobary de Flaubert, y añadiría, en caótico orden: la Naná de Zola, la Effi Briest y la Melanie de Caparoux, ambas de  Fontane, la Ana Karenina de Tolstoi, la Ana Ozores de   Clarín, en La Regenta; la Santa de Federico Gamboa,  la doña Bárbara de Rómulo Gallegos, la Luisa de Eça de Queiroz, en El primo Basilio; la Constance de D. H. Lawrence, en El amante de lady Chatterley, la Hester Prynne de Nathaniel Hawthorne, en La letra escarlata,  la Madame de Rênal de Stendhal, en Rojo y negro, la Madame de Tourvel, de Choderlos de Laclos, en Las amistades peligrosas, la Eloísa de Galdós, en Lo prohibido, la Fleisch de José Martí, en Adúltera, Rosy, la hija de Ryan, de Robert Bolt… Dicen que el divorcio es el sacramento del adulterio, y el segundo matrimonio, el  adulterio decente.

[Mesa, Ricardo; «Leli», «Adúlteras», Oviedo: La Nueva España, 22 y 23 de noviembre de 2010]

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–Dime mujer, y no temas confesarte. ¿Alguna vez me has sido infiel? No temas confesarlo, ya estamos viejos  y no voy a darle importancia, pero es para aliviar tu conciencia y alma. Yo tengo que confesarte que un par de ve ces salí con mi secretaria, aunque nunca fue nada serio.

La mujer, viendo que su marido se sinceraba, comenta  que no, que no había tenido otro hombre. Pero, ante la insistencia del marido agacha la cabeza y se la toma con las  manos (al estilo de la estatua del Pensador, de Rodín).

Pasan varios minutos, una hora, y el hombre le dice a la mujer que ya no se aflija, que realmente no va a darle  importancia. La mujer, con cara de enojada lo mira y le  dice:

–Pero, ¿para qué me hablas? ¡Me has hecho perder la cuenta!

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Cama (esperanza, oblomoostchina, papelera, silla): Uno de los lugares de trabajo más importantes del escritor, no tanto para llevar a cabo los sueños cuanto para despertar a cada poco con ideas sedimentadas y soluciones a los problemas planteados en la vigilia pero que no pudieron resolverse.Onetti se pasó los últimos cinco años de su vida en la cama, por gusto.

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Ramón María del Valle Inclán instaló tan breve ajuar en el aposento de una casa desmantelada en Madrid, cerca de las Ventas, en la barriada del Madrid Moderno, en un piso al que faltaban en el suelo pedazos de tillado, que permanecía en la cama todo el día. Así lo cuenta en la p. 47, Ramón Gómez de la Serna, en la biografía del gallego, en la edición Gran Austral, de 2007.

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Al dejar su casa de Calvo Asensio en 1899, por la penuria económica ya conocida, [Valle-Inclán] deambuló por diferentes viviendas y direcciones, como la que ocupó en la calle Castelar en una barriada cercana a Ventas, conocida como el Madrid Moderno […] Un día, cuando ya había decidido dejar la casa de Calvo Asensio, pues  no le alcanzaba el dinero para pagar la mensualidad […]  le habló de una casa que estaba deshabitada […] tenía un precio irrisorio, pero la mitad estaba derruida, y la otra dejaba mucho que desear, pues le faltaban puertas y  ventanas, tenía agujeros en el suelo […] y como la casa no tenía las condiciones de habitabilidad normales, más bien era como estar a la intemperie, pasaba casi todo el  día en la cama.

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[…] También era cierta la costumbre que tenía de escribir o de recibir visitas en la cama tal como aparece en la novela. El escultor Sebastián Miranda, acompañante de Ayala en sus visitas al escritor, que llegaría a ser también su amigo, lo recordaba así muchos años más tarde: «Nos recibió acostado en una cama muy limpia donde se destacaba la impresionante y noble cabeza de don Ramón.»

[Alberca, Manuel; fragmento del cap. 8, de La espada y la palabra. Vida de Valle-Inclán, Barcelona, Tusquets, 2015, p. 155 y p. 164].

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El hidalgo escritor de las barbas panochescas, como si recordasen sus maizales galaicos, nunca tuvo despacho  ni mesa-escritorio, pues escribía en la cama como un agonizante y llenaba cuartillas y cuartillas en la posición más violenta.

[Gómez de la Serna, Ramón; fragmento de la biografía Don Ramón María del Valle-Inclán, Madrid: Gran Austral, 2007, p. 206].

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–¡Ah, Dios mío! –gemía Zakhare–. Me da pena verle  así. Pero levántese –exclamaba.

–Déjame en paz –dijo solemnemente Oblomoff–; te ordené que me despertaras; bien, pues ahora retiro la orden y te digo que me levantaré cuando me dé la gana.

[Gontcharov, Ivan Alexandrovitch; fragmento del   Capítulo IX, «El sueño de Oblomoff», casi al final de la Primera Parte, Oblomov (traducción de Benjamín Salanova), Gijón: Júcar, 1985, p. 156].

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No salía de casa Sixto Prendes porque poco a poco se había ido limitando. La edad lo imponía. Necesitaba todas sus fuerzas para sí y no para los demás. No podía disiparlas en lo adherente; había que concentrarlas en lo sustantivo. Pero a la vez que se limitaba en el espacio, se ensanchaban en el pensamiento.

[Azorín, José Martínez Ruiz; fragmento de «X. Sixto Prendes», de El escritor, Madrid, Espasa-Calpe, Austral, nº 261, 5ª edición, 1969, pp. 39-40].

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Fermín: (Mirando el reloj y alarmándose.) ¡Ahí va! Dos  minutos para el tren de San Sebastián. Hay que arreglarlo todo en un vuelo. (Pone junto a la cama unas maletas y manipula en el «cine».)

Leoncio: (Siguiéndole.) Oiga, usted, ¿pero eso de San Sebastián era fetén?

Fermín: ¿El qué?

Leoncio: El viaje del señor.

Fermín: Hombre, claro. Rara es la noche que no se va a algún lado… No ve que tiene toda clase de cosas para distraerse y a ratos hasta tira al blanco desde ahí, que por eso exige a su criado no le importen los tiros; pero llega  un momento en que la cama le aburre, y necesita viajar.

Leoncio: Pero ¿sin moverse de la cama?

Fermín: Sí, claro. De la cama no se mueve más que lo justo para que yo se la arregle por las mañanas. Y para estirar las piernas por aquí un ratillo, porque, si no, a estas horas ya estaría paralítico. ¿No ve que lleva así veintiún años?

Leoncio: ¡Hay que ver!

Fermín: Pues para viajar acostado es para lo que tiene usted que aprender los horarios y los trayectos ferroviarios. Porque el señor, a veces, se duerme viajando, pero uno tiene que estar ojo avizor toda la noche para tocar la campana al salir el tren de cada ciudad, que hay que hacerlo a la hora exacta; cantar los nombres de las estaciones y vocear las especialidades de la localidad.

Leoncio: Oiga usted, ¿y paran ustedes en muchos sitios?

Fermín: La noche que el señor va en el correo, sí; pero  otras noches, que tiene prisa, coge el rápido, y entonces  la cosa es llevadera.

[Jardiel Poncela, Enrique; fragmento del Acto I de Eloísa está debajo de un almendro, Salvat, colección RTV, nº 13, Madrid, 1969, pp. 79-80].

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De cama en cama en cama es este viaje,

el viaje de la vida.

El que nace, el herido y el que muere,

el que ama y el que sueña

vinieron y se van de cama en cama, vinimos y nos vamos

en este tren, en esta nave, en este río

común

a toda muerte.

La tierra es una cama

florida por amor, sucia de sangre,  las sábanas del cielo

se secan desplegando

el cuerpo de septiembre y su blancura […]

[Neruda, Pablo;  primeras estrofas de «Oda a la cama», Navegaciones y regresos, Barcelona: Bruguera, nº 1502/726, 1980, p. 30].

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Conciencia (dubitación, flujo de conciencia): Duda que a uno le asalta cuando va a hacer algo provechoso para sí mismo, en perjuicio de otro.

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Tengo una conciencia tan delicada, que ya entonces me preparaba para atenuar con mi conducta mi remordimiento futuro.

[Svevo, Italo; fragmento del capítulo 6, «La esposa y la amante», de La conciencia de Zeno (traducción de Carlos Manzano), Madrid: Cátedra, Letras Hispánicas, nº 38, 5ª edición, 2008, p. 246].

——

El arte de vivir –dado que para vivir es preciso desgarrar a otros (véase vida sexual, véase comercio, véase cualquier actividad)– consiste en habituarse a hacer cualquier cerdada sin dañar nuestra organización interna. Ser capaz de cualquier cerdada es el mejor bagaje que pueda tener un hombre. (22 de junio).

[Pavese, Cesare; «1938», fragmento, El oficio de vivir. El oficio de poeta (traducción de Esther Benítez), Barcelona: Bruguera- Alfaguara, Narradores de Hoy, 1979, p. 155].

——

Creo que es en una obra de Ernst Jünger, Tempestades de acero («The storms of Steel») frase, por cierto, sacada de una obra de Shakespeare, no sé si Macbeth), en un relato en primera persona, escrito por un soldado alemán, que narra sus cuatro años en las trincheras de Europa durante  la I Guerra Mundial; en uno de los episodios, entra en una trinchera, a bayoneta calada, y el soldado atacado  y desarmado, le sonríe y ofrece una escudilla de judías,  creo, o le muestra una foto de su mujer e hijos, que saca de la cartera… Ante esa actitud, es dificilísimo que un atacante pueda matarlo. No sé cómo termina ese episodio.

En la guerra he aspirado siempre a contemplar sin odio al adversario, a apreciarlo como hombre de acuerdo con su  valor. Me he esforzado en buscarlo en la lucha para matarlo y no he esperado de él otra cosa. Pero nunca he pensado  que fuera un ser vil. Cuando más tarde cayeron en mis manos prisioneros, me sentí responsable de su seguridad  y procuré hacer por ellos todo lo que estaba a mi alcance.

[Jünger, Ernst; fragmento del capítulo «De la lucha cotidiana en las trincheras», Tormentas de acero (traducción del alemán de Andrés Sánchez Pascual), Buenos Aires: La Editorial Virtual, 2007].

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Las costumbres de Alcolea eran españolas puras; es decir, de un absurdo completo.

***

Errata (edición, sic): Equivocación material que se cuela de rondón, inevitablemente, en un impreso o manuscrito.

——

Aquella mañana, doña Manuela se levantó con el coño fruncido.

[Blasco Ibáñez, Vicente; Arroz y tartana, dicen que así apareció la primera edición, con «coño», en lugar de «ceño»].

——

En Vituperio (y algún elogio) de la errata (Renacimiento.  Sevilla, 2002), José Esteban habla de las obras del cardenal Bellarmín, cuya fe de erratas precisó un volumen  anexo de 88 páginas. Y de un libro de Alfonso Reyes tenía tantas erratas que dijeron: «Nuestro amigo Reyes acaba de publicar un libro de erratas acompañado de algunos versos».

——

Escritores dolientes, padecemos

esta grave epidemia de la errata.

La que no nos malhiere es que nos mata

y a veces lo que vemos no creemos.

Tontos del culo todos parecemos.

Ante el culto lector que nos maldice:

‘Este escritor no sabe lo que dice’,

y nos trata de gilis o de memos.

Los reyes de Rubén se hicieron rayos.

Subrayé, mas no vino la cursiva.

Donde pido mejores van mujeres.

Padecemos, leyéndonos, desmayos.

El alma queda muerta, más que viva

pues de erratas te matan o te mueres.

[Sastre, Alfonso; Vituperio (y algún elogio) de la errata, Sevilla: Renacimiento, 2002, p. 17].

——

Las erratas son las últimas que abandonan el barco.

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Autor: Pepe Monteserín. Título: Diccionario humorístico de un escritor. Editorial: Trea. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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