Inicio > Libros > Adelantos editoriales > Documento de identidad, de Petr Šabach

Documento de identidad, de Petr Šabach

Documento de identidad, de Petr Šabach

¿Qué ocurre cuando una dictadura convierte los sueños de las personas en pesadillas? La novela Documento de identidad, (Huso editorial), del escritor checo Petr Šabach, narra lo absurdo de pasar la adolescencia en un sistema totalitario, como el checoslovaco de los años 70 del pasado siglo.

Nos entregaron el carné, a lo grande, en el pequeño teatro de la Casa Central del Ejército. Había todo lo que tiene que haber en una celebración de este tipo, pero además estaba Medvěd, famoso porque en el ombligo le cabía una pelota de pingpong entera y porque cada vez que entraba en algún lugar, antes de mirar alrededor, gritaba: «¿De qué habláis? ¡Yo os lo contaré!». Aparte de esto, tenía un tamboril fantástico y en esta ocasión nos hizo una demostración delante del teatro abarrotado, mientras las trompetas chirriaban un himno pionero. Las trompetas eran manejadas por dos chicos que poco después se deshicieron de ellas, se compraron unas guitarras con pastilla y en el colegio se llamaban el uno al otro: «¡Paul!» y «¡John!», porque se habían vuelto locos, eso siempre hacía llorar de la risa, ¡si los hubierais visto! El que se hacía llamar «Paul» medía casi dos metros y era pelirrojo, incluidas las cejas y las pestañas, y todos sabemos bien que Paul no tenía ese aspecto; y el otro era simplemente un tipo bajito y gordinflón con los ojos azulados… Esto era solo un inciso. Esa vez, estábamos sentados en sillas plegables, y luego marcharon unos policías, se sentaron frente a nosotros en una mesa larguísima y su jefe tomó la palabra y nos dijo que nos daba la bienvenida entre los que ya tenían documento de identidad, que lo lleváramos en el corazón y que no olvidáramos que en algunos países aún se decía checo y gitano con la misma palabra, pero que por fortuna estaba aquí la Unión Soviética, el dique de la paz, etc., pero nosotros no hacíamos más que bostezar y no podíamos esperar a que se acabara, porque antes de empezar habíamos acordado que durante la entrega de los carnés, cuando nos diera la mano, todos los chicos, a las chicas ni se lo preguntamos, apretaríamos con todas nuestras fuerzas. «Tienes que descolocarle los nudillos», me recordaba todo el rato Venca Popelka, que realmente se llamaba así y que estaba sentado a mi lado, «¡y entonces apretar!». Pues bien, así lo hicimos: cuando al final nos fueron llamando por nuestros nombres, nos arrastramos hasta allí uno tras otro y, aunque aparentemente estábamos sonriendo, intentamos machacarle todo lo que pudimos; quizá no parezca que sea para tanto, pero cuando casi cien quinceañeros gamberros y bien alimentados te aprietan la mano y encima intentan descolocarte los nudillos, en poco rato tienes que acabar hasta las narices. El único que no participó en la machacada fue Daniel Pačes, que después, comprensiblemente, no se vino con nosotros al cerezal. Al policía, al final, la sonrisa literalmente se le apagó en los labios y, mientras salíamos marchando del teatro, se quedó allí de pie tras la mesa, frotándose la mano derecha y susurrando enfurecido algo a sus colegas, ellos empezaron enseguida a alargar el cuello y a girar la cabeza hacia todos los lados, fue una pantomima que se podría haber llamado ¿Cuál ha sido? y, cuando en la puerta me di la vuelta por última vez, por un segundo, o cinco, me morí completamente de miedo y también se me apagó la sonrisa, de repente me atrapó un tipo de terror nuevo y particular, porque el poli, el jefe máximo, ¡señaló hacia mí! «¡Ha sido idea de Popelka!», quise gritar hacia él, pero no pude. La puerta de la sala ya se cerraba detras de mí, pero yo seguía teniendo frente a los ojos al grupo de policías, mirándome fijamente. De repente entendí que con ellos no tendría más que problemas hasta mi muerte. Me declararon la guerra ya el primer día…

Venca y yo, también Aleš, que se unió a nosotros, nos compramos una botella de vino de frutas y nos fuimos hacia el cerezal para bebérnosla, ya que era un día de celebración, y también llevamos a Medvěd y a un par de chicos más, pero a ellos les tuvimos que decir: «¡Ojo, la entrada es una botella!», y todos lo entendieron, y recuerdo que un chico de D, un tal Hora, justo al llegar al cerezal se cayó con la botella, que se rompió fatalmente contra una piedra del camino, y aunque nos dio un poco de pena porque llevaba un crespón de luto en la manga, y de verdad que se había esforzado a conciencia, por no decir que llevábamos una buena media hora caminando hacia el cerezal bajo un calor considerable, pues, cuando se levantó del suelo y nos miró interrogante, le tuvimos que decir que mala pata y que no se enfadara con nosotros, porque la entrada al cerezal empezaba oficialmente detrás de la barrera y todavía no habíamos llegado. Asintió, triste, con la cabeza y dijo que lo entendía, pero apuesto a que le decepcionamos, porque quizá esperaba que ese día, que se le había muerto su abuelo, haríamos una excepción. En este sentido, sin embargo, fuimos inflexibles, porque así eran las normas. Quizá si hubiera sido una chica… pero un tío de D, que la mayor parte de las veces eran niños sacados de la frontera del barrio, un tío de D no tenía ni una opción teórica a que le toleráramos por su estupidez o por su luto. Eran tiempos duros, pero de otra manera no habríamos sobrevivido. En un pequeño claro, nos echamos sobre la hierba y el único que se quedó de pie fue Popelka.

—¡Y ahora, ojo! —nos advirtió—. Señores, ¡ahora buscamos la página trece! —gritó y agitó sobre su cabeza el nuevísimo carné—. ¡Y la arrancamos!

—¿Y por qué íbamos a hacer algo así, tío? —preguntamos uno tras otro. Y buscamos aceleradamente la página trece del carné, donde estaban nuestros datos de nacimiento.

—Porque —anunció Popelka, misterioso— ahora será el trece congreso del Partido Comunista de Checoslovaquia, y si tienes arrancada la página trece, significa: ¡No estoy de acuerdo con el régimen!

A decir verdad, tras estas palabras, en el jardín solo se oían los mirlos. Para esto, de verdad que no estábamos preparados.

—¿De dónde has sacado eso, tío? —quiso saber Medvěd—. ¡En mi vida he oído algo así!

—Lo saben todos, ¡y si alguien no lo sabía, lo sabe ahora! —dijo Popelka, con énfasis.

—Si lo saben todos… —expresó Aleš en voz baja— entonces la policía también lo sabe, ¿no?

—Mira, deberíamos hacerlo, aunque solo sea por las Fiestas de Mayo… —le susurré al oído—. Nunca les perdonaré lo de las Fiestas de Mayo… ¿o tú sí?

Popelka se quedó callado y en su silencio debía de estar oculta su respuesta.

—¡Todos! —gritó, luego unos momentos, a todo el cerezal—. ¡Todos los colegas de mi hermano rasgaron la página trece!

—A joderse, ¿la arrancaron o la rasgaron? —Medvěd nos miró a todos, suplicando apoyo.

—Algunos la arrancaron, otros la rasgaron… —capeó Popelka, y luego añadió—. A nosotros nos bastará rasgarla, creo… ¿Están todos a favor?

Sinceramente, no tuvimos opción. Así que entonces, en una calurosa tarde de mayo del año 1966, sacamos del bolsillo nuestros documentos de identidad completamente nuevos, expedidos por una tal Růžena Nádvorníková, en los que había un montón de sellos redondos todavía húmedos, y con inseguridad, más bien simbólicamente, rasgamos la página trece y con este acto, de hecho, nos convertimos en miembros del grupo ilegal de los que «no estaban de acuerdo con el régimen». Solo entonces abrimos las botellas de vino.

Como de costumbre, Popelka, Aleš y yo nos quedamos a la cola en el cerezal, es decir, los últimos. Era bastante tarde, pero aún había luz, era uno de esos lentos atardeceres de mayo, el cielo azul metálico, y de vez en cuando salpicado por el parpadeo de una estrella que quizá ya no exista, y el poeta Aleš miraba al cielo, y cuando lanzamos las botellas vacías hacia atrás y escuchamos cómo rodaban cuesta abajo hacia el barranco, Aleš empezó a buscar algo.

—¿Tienes un lápiz? —me preguntó, y cuando se lo di, porque casualmente tenía uno, cogió su documento de identidad y lo apoyó en un árbol.

—¿Qué haces? —pregunté. —Estoy escribiendo un poema… —farfulló, apretando concentrado el lápiz—. Un poema sobre el amor…

—¡Joder! —gemí en voz alta—. ¿Sabes en qué lío te puedes meter?

—Estoy enamorado de mi compañera de clase, Fikotová… —susurró—. Es verdad que es un poco tonta, ¿pero, acaso también esa tonta no se merece un poco de amor? ¿Mi amor?

—Jesús, tío, no sé… —suspiré—. Si es el primer día que lo tenemos. ¡El primer día, tío! ¡Nos esperan buenos tiempos con la policía, te digo!… —En eso no me equivocaba. Sin duda, en eso no.

Que no se me olvide: cuando Fikotová, de la que Popelka una vez dijo en gimnasia: «tiene las tetas hasta la mitad del área pequeña», fue a por su carné, en la nariz se le hizo una burbuja. Una burbuja gigantesca que igual le tapaba media cara. Y solo cuando el oficial de policía le agitó la mano, petó.

Sinopsis de Documento de identidad, de Petr Šabach

Estaobra presenta la vida de cuatro adolescentes desde los 15 años, cuando reciben sus documentos de identidad, hasta la mayoría de edad, momento en que deben marchar al ejército, con pinceladas de su edad adulta. Son los años de los primeros amores y los conflictos con los padres, pero también con las autoridades de un Estado opresor.

En septiembre de 2017 Petr Šabach (1951) falleció en su Praga natal. Escritor y guionista, fue uno de los narradores más brillantes y populares entre los escritores checos contemporáneos, galardonado en 2016 con el Premio Karel Čapek, el más importante que se otorga a las letras en ese país.

—————————————

Autor: Petr Šabach. Título: Documento de identidad. Editorial: Huso. Venta: Amazon

0/5 (0 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

0 Comentarios
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios