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El gran truco

El creador está a merced de quien lo observa —hoy en día ni siquiera hace falta que uno pague—: es la ley. A un equilibrista no le juzga Dios, sino mil minidioses que lo miran desde el proscenio. Y no son idiotas. Ser audiencia es saborear la divinidad. Dios lo hace con nosotros, por lo que ejercer como público es nuestra infantil venganza. Nunca el ser humano había dedicado tantas horas de su vida a contemplar ficción. A través de centenares de canales abiertos o de pago, eventos al aire libre o en espacios cerrados, el Homo spectatorum se ha convertido en una mutación del sapiens.

Santi Balmes en El hambre invisible (Planeta, 2018)

Yo tenía a Love of Lesbian a mi merced, como sigo teniendo a otro montón de bandas. Como espectador todopoderoso, accedía a sus canciones sin más filtro que el de mis inquietudes momentáneas, no las suyas. Interpretaba las letras de sus discos en función de mi propia conveniencia, como debe ser.

La magia de una canción reside, en gran medida, en su calidad de obra de arte incompleta que no alcanza su verdadera dimensión hasta que un espectador la hace suya y le da sentido siguiendo su propio criterio. Sucede hasta con las más obvias, las más narrativas.

En el caso de Santi Balmes, pensaba que su gran truco final no era más que un directo de fin de gira, pero no es verdad. El truco, aunque espero que no tenga nada de final, es El hambre invisible. No es necesario saber la cantidad de realidad y ficción que se mezclan en esta metáfora con forma de novela, eso es lo de menos. Lo relevante es la puerta que abre a un mundo que ya habíamos escuchado pero que habíamos interpretado a nuestra bola.

En Bruma, la ciudad interior en la que sucede la acción, todos paseamos por calles que nos suenan de algo, como cuando visitas por primera vez Nueva York. Sin embargo, sus habitantes y su día a día no son siempre como te los esperas, como te los imaginabas al acabar de escuchar, por ejemplo, las canciones de El poeta Halley.

El impacto de la novela llega al acabarla, cuando vuelves a las canciones de Love of Lesbian y ves cómo han cambiado. Se da una situación extraña, vives una experiencia desconocida: la del que se sigue riendo de un chiste pese a que se lo han explicado y destripado a conciencia.

Como espectador, Santi Balmes, has conseguido despojarme de algunos de mis poderes. Me sigo acercando a tus canciones, pero noto que son menos mías y más tuyas. Me has puesto en mi sitio, lo habrás hecho con muchos más lectores, y has hecho más difícil la infantil venganza. Ha sido un «zasca» agradable, nada que ver con lo de VOX y Coque Malla. Gracias.

NOTA: Si alguna vez descubro que te gusta una de mis insignificantes canciones, Santi Balmes, prometo hacerte saber en qué pensaba cuando la escribía, si es que me acuerdo. Será la respuesta insolente de un minidiós niño.

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