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El infiltrado, Hematocrítico

El infiltrado, Hematocrítico

El día era gris y oscuro, las nubes eran globos negros que se llevaban los sueños a un lugar desconocido, no sé a dónde. Aquella tarde, recuerdo que tuve una sensación de vacío: «¿no sientes que hay algo raro en el ambiente, un aire triste?», le pregunté a mi marido. Él observó el cielo y asintió, pero ambos seguimos caminando sin encontrar motivo aparente para aquella melancolía; llegó la noche, y con ella un inesperado mensaje de pésame. Había muerto el profesor y escritor Miguel López, el Hematocrítico. Fruncí el ceño, negué con una sonrisa. «Ya estamos con los fakes». Qué broma de tan poco gusto, qué desagradable disparate. Esa misma mañana Miguel me había escrito para recomendarme un libro y ya habíamos aprovechado para convocar un próximo café en mi casa, como en otras ocasiones. De hecho, mi familia y yo habíamos estado con Miguel y Ledicia Costas, su pareja, solo cuatro días antes. Todo había sido como siempre: charlar sobre libros, sueños, proyectos y aventuras. Quedábamos con relativa frecuencia, pero muy pocas veces nos hacíamos fotos. ¿Para qué, si podíamos vernos en persona? Sin embargo, en aquella comida se me ocurrió que estaría bien tener algún recuerdo, una imagen de aquel primer cocido gallego del otoño. ¿Cómo íbamos a concebir, entonces, que aquel sería nuestro último encuentro?

"Miguel era muy consciente de su edad, absolutamente responsable y coherente con la misma, pero con el universo interior de un niño"

Recuerdo que le comenté haber leído su ensayo Escúchalos, en relación a la crianza y educación con empatía. Al final de cada capítulo, tenía unas preguntas para que padres e hijos compartiesen y comparasen sus infancias. Era un libro vivo, dispuesto para ser usado, para aprender y prestarse a la sonrisa. En el prólogo, Miguel decía algo muy interesante en relación a la primera vez que había estado en una sala de profesores en calidad de tal, y no como alumno: «Dios mío, se creen que soy un adulto. Me he infiltrado. Me he colado hasta el fondo». Le comenté la frase y se echó a reír, aunque me confirmó la veracidad de la anécdota. Miguel era muy consciente de su edad, absolutamente responsable y coherente con la misma, pero con el universo interior de un niño. Travieso, divertido, soñador, ingenioso. Sus cuentos infantiles también hablan de ese mundo interior, y creo que fue Sócrates el que dijo que un hombre honesto siempre será un poco niño.

Me da muchísima tristeza escribir este texto y me cabrea tener que hacerlo, Miguel. Siento una rabia indescriptible por esta injusta despedida, porque estabas vivo, aprovechabas cada instante y transmitías ese humor pícaro y descreído allá a donde ibas. Me ensanchaba el corazón veros a ti y a Ledicia tan enamorados y felices, ilusionados con vuestros planes y viajes. Te observaba con curiosidad cuando hablabas de tus hijas, por las que se te notaba un amor y un instinto de protección inmensos. Y me admiraba cómo habías conquistado a mi propio hijo, al que —aunque ahora ya tiene casi trece años— tú le hablabas como a un igual desde el primer día en que lo habías conocido. He hecho memoria, y no recuerdo haberte visto nunca enfadado ni elevando el tono ante ninguna circunstancia; en tu aparente calma guardabas una mente con una actividad frenética, y al decirte adiós somos conscientes de que perdemos a un hombre extraordinario.

"He visto que eras trending topic, y casi sin querer he hecho una captura de pantalla, como si fuese después a verte y te pudiese contar la que habías liado y cuánto te quería todo el mundo"

He comprobado cómo en redes sociales y prensa se han despedido de ti, reconociendo quién eras y los valores y alegría que transmitías; te han recordado políticos, humoristas, escritores, músicos y, desde luego, cientos de personas anónimas. He visto que eras trending topic, y casi sin querer he hecho una captura de pantalla, como si fuese después a verte y te pudiese contar la que habías liado y cuánto te quería todo el mundo. Tú habrías hecho alguna broma ingeniosa y el planeta habría seguido girando contigo dentro. Pero ahora ya no puedo comentarte la jugada y tampoco me atrevo a volver a escuchar tu último audio de WhatsApp, por si al hacerlo se me rompe algo por dentro.

Ha sido bonito compartir tiempo contigo, Miguel. En Madrid, México, Gran Canaria, A Coruña, Vigo, Barcelona… Querido amigo, qué extraño hablar de ti como si solo fueses un recuerdo. No lo eres: con tu humor y tus historias has transformado un pequeño trozo del mundo, y de forma intangible —pero sólida— permaneces. Tal y como dijo Ledicia cuando nos anunció que te habías ido, estés donde estés, GRACIAS.

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