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El milagro de IFEMA: La historia de la biblioteca «Resistiré»

El milagro de IFEMA: La historia de la biblioteca «Resistiré»

Ojalá algunos de mis autores preferidos pudieran explicarme cómo reflejar tanto sentimiento en el papel. Yo solo soy enfermera lectora, son ELLOS, los libros, los verdaderos protagonistas de esta historia que siento que debo contar.

Antes de conocer la gratísima noticia de que iba a compartir con Ana María Ruiz, enfermera del SUMMA 112, el honor de haber ganado un premio literario entrañable, como es el Feel Good de Plataforma Editorial y la Obra Social La Caixa, yo intentaba llevar a Zenda a la Luna tratando de conseguir entrevistar a los míticos tripulantes de las primeras misiones Apolo. Sin embargo, en mi arduo empeño, y tras lograr contactar con el Johnson Space Center de la NASA, no me daba cuenta de que tenía otra proeza de lo imposible a mi alcance, tan cerca. Demasiado, quizá. No era en Houston, sino en mi propio país.

Lo imposible fue que durante la actual pandemia vírica nuestros sanitarios españoles fueran capaces de salvar tantas vidas bajo una presión descomunal, sin material suficiente, sin la información necesaria. Llegar a la Luna no fue, en comparación, más difícil. Hasta entonces, el programa espacial del proyecto Apolo había durado nueve años. El programa para luchar contra el virus que causa la Covid-19 duró tan solo unos pocos días, o semanas. No hubo, de hecho, ningún entrenamiento previo, ninguna logística diseñada. Y a eso se sumó un insuficiente número de personal y recursos económicos para hacer frente a lo que se venía encima.

En este drama tremendo, del que creo que todavía no hemos sabido, o no hemos podido, hacer el duelo necesario, no tengo la distancia necesaria para poder reflexionar sobre lo que nos está arrollando. Sencillamente porque están todas las heridas abiertas, y no me apetece seguir la velocidad que se nos quiere imprimir, ni el a menudo insoportable e irresponsable buenrollismo, como si ya hubiera pasado todo. No es realista. Ni tampoco respetuoso con quienes han sufrido y sufren en primer término las terribles consecuencias de esta pandemia que, según cifras gubernamentales, deja en España más de 44.000 fallecidos (extraoficialmente esta cifra se duplica), y más de un millón y medio de contagios, 83.000 de ellos en personal sanitario.

"Veía el miedo en las caras de los pacientes, miedo que les atenazaba por la enfermedad, por el terrible aislamiento de sus familias"

Ana Ruiz, enfermera por vocación desde muy temprana edad, trabajó en el improvisado hospital de campaña de IFEMA, habilitado el 19 de marzo de 2020 para la pandemia del Covid-2. Su clausura, tras atender la primera oleada de pacientes, fue el 27 de abril, tras ser habilitado en tiempo récord por el ejército, en una proeza que la OMS calificó de extraordinaria: 750 camas, además de 64 camas de UCI, en tan solo cuatro días. En su equipo, Ana estuvo acompañada por 450 enfermeras de atención primaria, SUMMA 112 y SAMUR, además del ejército y el voluntariado. En poco más de un mes de funcionamiento pasaron por allí unos cuatro mil pacientes derivados de los hospitales madrileños, los cuales se hallaban totalmente desbordados.

No hemos sido héroes, hemos sido personas desempeñando nuestro trabajo. Nos hemos volcado y hemos querido poner todo de nuestra parte para hacer lo que mejor sabemos, y en esta tarde hemos sido acompañados por mucha gente buena. No podía dejar de pensar en la falta de compañía de aquella gente, en la soledad obligada, en su miedo, la incertidumbre y la situación tan dura que estaba viviendo por culpa de la enfermedad. Tenía claro quiénes iban a ser mis ayudantes: los LIBROS.

Cuando me llevé la gratísima sorpresa de quién había ganado el Premio Feel Good de este año, inmediatamente traté de localizar a la galardonada, Ana Ruiz. Quería escuchar la voz de la autora de Libros que salvan vidas: Una biblioteca de campaña en tiempos de pandemia (Plataforma Editorial, 2020), la responsable de haber organizado uno de los muchos milagros del hospital de campaña de IFEMA: la Biblioteca Resistiré, galardonada con el Premio Antonio de Sancha 2020 por la Asociación de Editores de Madrid. Una hazaña que empezó a idear la primera noche que pasó ella allí, un 24 de marzo, cuando se dio cuenta de que no podía dedicar a cada paciente el tiempo que a ella le hubiera gustado, pues tenía a 32 pacientes afectados de Covid-19 que atender, algunos de gravedad, durante el turno de noche en el que ella trabajaba. Veía el miedo en las caras de los pacientes, miedo que les atenazaba por la enfermedad, por el terrible aislamiento de sus familias. Ana no dejaba de repetirse esa idea: esta gente necesita libros. Y lo consiguió. Además de ayudar a sacar adelante a los enfermos también les llevó la medicina del alma con su botica espiritual —así es como llamaba Cajal a su biblioteca—. Esos libros que se reunieron en departamento de IFEMA, gracias a la iniciativa y gestión de Ana, libros que provenían de numerosas donaciones, no solo salvaron vidas sino que acompañaron también el final de algunas otras.

Quisiera hacer saber a aquellos que por desgracia han perdido a un ser querido que alguno de mis compañeros, o yo misma, le he dado la mano, cariño y atención en su despedida, y han (hemos) luchado hasta el infinito para que se quedara con nosotros.

"Sabemos que esta pandemia no será la última. Lo que consuela es que también habrá muchas Anas para conducir la esperanza en los momentos más oscuros"

Ana, que además es antropóloga, lectora pertinaz y ahora escritora, no quería estar en primer término cuando los medios empezaron a buscarla para que contara la experiencia extraordinaria que, gracias a ella, se convirtió en un fenómeno imparable. No quería, porque fueron muchos los que estuvieron allí, ayudándola, donando libros, llenando de cartas y mensajes a todos los pacientes derivados a IFEMA. Pero finalmente su familia la convenció porque, simplemente, hay cosas que deben contarse.

Me sentía como el bibliotecario Hermógenes Molina y el brigadier Pedro Zárate —protagonistas de una novela que he leído hacía muchos años, Hombres buenos, de Arturo Pérez-Reverte— en su búsqueda de la Encyclopédie.

Para quien necesite procesar lo que ha sucedido, para quien necesite llorar y sentir esperanza, la lectura de esta obra es absolutamente necesaria. Ana escribe con una naturalidad y una pasión que es imposible no sintonizar, ni sentir lo que tanto pacientes como sanitarios experimentaron y están experimentando durante esta pandemia. Hay entrevistas en las que hay que ceder la palabra en seguida a los protagonistas. La protagonista, en este caso, ha salvado la vida física, y la psíquica, de miles de personas gracias a su trabajo tenaz y vocacional, y hoy, que tenemos el honor de tenerla con nosotros, también va a ser la voz de aquellos a los que ella dio esperanza.

Sabemos que esta pandemia no será la última, y que siempre habrá demasiados peones bajo la lluvia. Lo que consuela es que también habrá muchas Anas para conducir la esperanza en los momentos más oscuros. Muchas de las personas que estuvieron ingresadas allí tal vez no habrían logrado completar el camino sin la dosis moral necesaria para hacerlo, de modo que, por lo que Ana Ruiz representa en esta lucha en primera línea de fuego, va dedicada esta entrega zendiense y nuestro más emotivo homenaje.

Nos hace falta serenidad para aceptar aquello que no podemos cambiar. En el momento que escribo esto, aún con la tragedia en curso, voy a intentar transmitir la esperanza de que esta situación acabará, y quedará, como recuerdo de este naufragio, la resaca de lo bueno, de aquello que nos salvó.

—Querida Ana, antes de empezar. Sé que no te gusta el encumbramiento y prefieres la sencillez. ¿Te gustaría presentarte de alguna manera?

(ríe) Hola, soy Ana María Ruiz López, mamá de Gonzalo, Adriana y Martina, enfermera y autora de Libros que salvan vidas.

—Quiero felicitarte por tu Premio Feel Good, que te acaban de otorgar. ¿Cómo te sientes?

—Abrumada y feliz. El hecho de que un jurado especializado me haya concedido un premio me da pie para creer que mi mensaje llegará al lector.

—Tu primera guardia en IFEMA fue el 24 de marzo, en el pabellón 5. ¿Qué sentiste esa noche? Cuéntanos, por favor, qué estaba sucediendo allí, porque te puedo asegurar que desde fuera la mayoría no lo sabemos realmente.

"La emoción me invadió cuando entré allí con mi EPI recién puesto. Tenía mucha prisa por entrar y atender a mis pacientes, por hacer lo que debía y quería, que era cuidarlos"

—Allí llegaban pacientes derivados de otros hospitales que ya estaban saturados. Hablé con una compañera de hospital el fin de semana anterior, y me contó que no daban abasto, que los ponían en sillas en los pasillos y que no tenían camas disponibles. Yo estaba deseando ir a cualquier sitio para ayudar a los pacientes y a mis compañeros de los Hospitales, y cuando entré en IFEMA sentí que por fin habían dispuesto un espacio para tanta gente que teníamos que atender. El primer pabellón habilitado, el número 5, era un espacio diáfano, con multitud de camas preparadas para recibirlos. La emoción me invadió cuando entré allí con mi EPI recién puesto. Tenía mucha prisa por entrar y atender a mis pacientes, por hacer lo que debía y quería, que era cuidarlos.

—Esa sed constante que sentías con el EPI y todas las mascarillas y pantallas faciales te remitía a Jesús Carrasco y su Intemperie. También describes el miedo de esos primeros momentos. ¿Quién o qué crees que te ayudó a sacar la energía necesaria para seguir adelante y resistir?

—Las palabras de ánimo de mi familia y su confianza plena en mí fueron el motor de mi energía. La mirada orgullosa de mis hijos y de apoyo de mi pareja son mi talismán. Además, ya en IFEMA, el compañerismo y el buen hacer reinaba por todos lados; tanto los compañeros sanitarios como no sanitarios hicimos un efecto equipo espectacular, e incluso con los pacientes: los que estaban mejor levantaban la mano para avisarnos cuando algún enfermo cercano empeoraba o nos necesitaba, porque allí no había timbres y el espacio era muy grande.

—En un momento de la obra describes el silencio sepulcral de la zona de descanso tras las intensas horas atendiendo pacientes con una enfermedad desconocida. Lo describes como un escenario de guerra, y fue así como se percibía desde fuera. ¿Qué viste en esos pacientes, qué estaban experimentando?

—Miedo, angustia y desesperación. Pero a la vez cierto consuelo, porque tenían una cama donde descansar. Algunos me contaban que llevaban dos días sentados en una silla en algún hospital, porque no había ni camas ni camillas y, en general, los pacientes tenían miedo a la enfermedad, pero estaban contentos de tener un espacio donde eran atendidos y podían descansar.

—Cuentas en la obra que fue uno de tus primeros pacientes, Raúl, de veintiún años, ingresado por neumonía bilateral, cuando empezó a repetirse esa idea en tu mente: «Necesitan libros». Cuéntanos cómo sucedió, por favor.

"En ese momento supe que su mejor aliado habría sido un libro, que le habría contado alguna historia entretenida e incluso se lo habría llevado lejos de esa pared gris"

—Sí. Yo quería quedarme con él a charlar, a darle compañía, pero miraba a lo lejos y veía la cantidad de pacientes que me quedaban por atender y no podía. Raúl tenía su cama cerca de la pared del pabellón, gris, de hormigón… estaba oscuro y él necesitaba un rato de compañía aparte del Dolquine y el Kaletra (medicación para Covid-19) que le correspondía. En ese momento supe que su mejor aliado habría sido un libro, que le habría contado alguna historia entretenida e incluso se lo habría llevado lejos de esa pared gris.

—¿Y luego qué paso? Háblanos de tu Club de Lectura, y de ese entrañable primer carrito.

—Pasó que al acabar mi turno de trabajo a las 8:30 de la mañana de esa primera noche cogí mi teléfono móvil y mandé un mensaje a mi grupo club del libro donde les expliqué lo que había vivido aquella noche y la necesidad de libros que allí había. Fue inmediato. Todas las señoras contestaron que se disponían a preparar material para que yo misma se lo entregara a mis pacientes. Cuando llegué a casa miré mi biblioteca y supe que ellos serían mis ayudantes. Durante esa semana los limpié, aireé, pedí ayuda a mis amigas lectoras y a mi vecina Eulogia, y los fui cargando en mi coche para que hicieran cuarentena y quedaran a la espera de la aprobación de mis superiores para pasar el material.

—¿Hubo algún libro, o libros, que consideraste que no podían faltar? ¿Cuáles fueron?

—Mis preferidos. Todos los que recomiendo a los pacientes son obras que a mí me han gustado especialmente. Así que, por supuesto no faltó La ridícula idea de no volver a verte, de Rosa Montero, tampoco Después de muchos inviernos, de Marian Izaguirre, ni El mercader de libros, de Luis Zueco. Entre otros muchos… Y poesía. No podía faltar poesía.

—Llegó un momento en que se supo públicamente lo que estabais haciendo en IFEMA respecto a la creación de esa biblioteca, y las donaciones de libros, así como las cartas de solidaridad, se dispararon. ¿Quién os enviaba los libros? ¿Cómo los organizabais? ¿Y cómo te sentías tú?

"Yo monté el primer carro el día 30 de marzo con las obras de mi propia biblioteca particular y de las señoras de mi club de lectura"

—Fue espectacular. Yo monté el primer carro el día 30 de marzo con las obras de mi propia biblioteca particular y de las señoras de mi club de lectura, con la intención de crear una pequeña biblioteca portátil en carrito con ruedas y moverla de un pabellón a otro para ofrecer lectura a los pacientes. Al acabar aquella noche del 30 conté en redes sociales que había iniciado una biblioteca en IFEMA, y pedí por favor, tanto a compañeros como a voluntarios, que aportaran alguna obra a la misma… y fue impresionante. Ya no sólo no llegaron cantidades ingentes de libros a la noche siguiente (31 de marzo), sino que mucha gente se sumó a mi proyecto para trabajar en él: compañeros del SUMMA 112, otra compañera del SAMUR, un escritor, personal de IFEMA, gente conocida, desconocida, instituciones públicas, privadas… En definitiva, muchísima gente buena que participó en una ola de solidaridad tremenda con respecto a los libros. Yo estaba feliz y emocionada. También nerviosa y preocupada, porque quería agradecer a todo el mundo su ayuda, pero no me daba tiempo. Era mucho el trabajo que tenía, tanto asistencial a los pacientes como el extra de la biblioteca.

—El nombre de la biblioteca imagino que vino propiciado porque «Resistiré» fue el himno de España durante meses…

—Sí, los compañeros de SAMUR Protección Civil lo plantearon y a la dirección del hospital IFEMA Covid-19 le pareció buena idea. A todos nos pareció precioso.

—¿Cómo reaccionaron los pacientes? ¿Te pedían libros específicos, elegían ellos, o tú y tus compañeros les aconsejabais?

—En general estaban encantados de tener a su disposición a estos maravillosos compañeros. ¡Había libros por todas partes! Muchos iban hasta los grandes carros situados estratégicamente y otros los cogían de pequeñas mesitas que habíamos colocado cerca de los controles de enfermería, de manera que así algunos libros los tenían más a mano. Ellos elegían, pero también nos permitíamos el lujo de aconsejar y charlar sobre algún libro (yo, que soy muy charlatana, me pasaba mis ratos de descanso conversando con los pacientes sobre obras literarias). A pesar de que la carga asistencial seguía siendo elevada, ya estábamos en los pabellones 7 y 9, y el ambiente era más hospitalario. Además había más personal.

—Algunos pacientes, como bien describes en la tu novela, estaban perdiendo la esperanza y su salud emocional estaba muy dañada. Fue el caso de Wilfredo. ¿Qué sucedió?

"Wilfredo tenía dañado su espíritu a la vez que sus pulmones. Lo que pasó es que le hizo sonreír un nuevo amigo, El principito"

—La salud psíquica es igualmente importante cuando nos encontramos en el proceso de enfermedad. Y Wilfredo tenía dañado su espíritu a la vez que sus pulmones. Lo que pasó es que le hizo sonreír un nuevo amigo, el libro El principito, y además le abrió la puerta a la socialización con el resto de sus compañeros y a hacer su estancia en IFEMA algo más llevadera.

—Este malito virus puede provocar que un paciente no sea consciente de que su saturación de oxígeno está cayendo, como le sucedió a tu paciente Juan Ángel, a quien no perdiste de vista en tus guardias. Precisamente él se convirtió en alguien muy importante en esta historia, otro de esos propiciadores de milagros. Cuéntanos…

—Las cosas buenas que pasaron en IFEMA vinieron de muchos, y uno de ellos fue Juan Ángel, nombre que tenía apuntado en su historia clínica, pero que luego supe que le llamaban Jonan. Él hizo de Hermes, poniendo en contacto a familiares con pacientes, y también ayudó a otros a utilizar dispositivos electrónicos para ponerse en contacto con los suyos. Fue precioso.

—Hay experiencias muy duras en este drama descomunal que vivimos. Cuentas que es difícil asumir que la muerte no es un fracaso. ¿Te gustaría recordar aquí a Antonio, y su Martes con mi viejo profesor?

—En Libros que salvan vidas me descubro ante el lector, tanto que les muestro mis sentimientos más profundos. Espero que el mensaje llegue a todos, y en especial a aquellos que han perdido a un ser querido. Disculpa que no escriba más en este apartado. Me sigo emocionando.

—El 23 de abril se organizó la lectura del Quijote en IFEMA. ¿Cómo fue la experiencia? Tú ya habías recomendando la lectura de algunos de sus capítulos a tus pacientes Fernando y Esperanza.

—Mientras autoridades, compañeros de SAMUR y SUMMA 112, e incluso pacientes, participaban en la lectura, yo me encargué de preparar junto con dos compañeros/amigos unas mesas llenas de libros limpios a la salida del pabellón donde se hizo, para que así los sanitarios tuvieran de regalo un libro en un día tan especial. Sí, sí, Fernando y Esperanza eran manchegos, así que no tuve por más que ofrecerles nuestra gran obra.

—¿Qué percibías tú en los pacientes cuando los libros les acompañaban? ¿Dónde crees que reside el poder de los libros?

"Los libros mejoran la atención, la salud cognitiva, emocional"

—Yo percibía en ellos tranquilidad, compañía y sosiego. Está más que comprobado que los libros mejoran la atención, la salud cognitiva, emocional. Mientras leemos un libro se producen más conexiones interneuronales, además disminuye el cortisol y con ello el estrés. Son tantos los beneficios de la lectura…

—¿Qué ha sido de la biblioteca Resistiré, dónde están ahora esos libros? ¿Sigue una nueva vida?

—La biblioteca Resistiré se cerró en el momento que cerró el Hospital IFEMA Covid-19, pero los libros, previa desinfección y cuarentena, fueron repartidos a otros hospitales, centros de jóvenes, residencias, hoteles, etc., para seguir con su labor en otras manos.

—¿Qué te pedían los pacientes cuando hablabas con ellos? ¿Qué mensaje crees tú que nos darían al resto, especialmente a todos los que piensan que la pandemia no va con ellos y ponen en peligro al resto de la sociedad?

—Los pacientes cuando están tan malitos no suelen pedir nada. Todos estaban agradecidos por nuestros cuidados, y cada uno de ellos llevaba su drama con respecto a esta pandemia como una mochila… Algunos se sentían culpables por haber contagiado a algún ser querido, otros por no haber hecho caso de las recomendaciones y estar ahora enfermos. Yo poco tengo que decirles a los que crean que no va con ellos, sólo que miren a su alrededor y piensen que tienen a seres queridos a los que les pueden hacer mucho daño.

—Como vemos a diario, la sociedad está tremendamente desmoralizada, malhumorada y también atemorizada. Cuentas el caso de una paciente que no podía permitirse el comprar fruta. ¿Como sobrelleváis emocionalmente el trabajo que estáis haciendo? ¿Y cómo crees que debemos hacerlo el resto?

—Sobrellevo la carga emocional de mi trabajo con el cariño de los míos. También con el de los pacientes. Ya dijo José Luis Sampedro que dejarse cuidar puede resultar la mayor ofrenda de amor para el que cuida, y no puedo estar más de acuerdo con él.

—¿Por qué crees que desde la política se han empeñado, y empeñan, en no mostrar suficientemente el sufrimiento que se está viviendo con esta pandemia? ¿No sería mejor mostrarlo con toda su crudeza para crear una mayor concienciación?

"En esta ocasión tengo que citar a Szymborska cuando decía estimo altamente estas dos pequeñas palabras: nie wiem (no sé)"

—En esta ocasión tengo que citar a Szymborska cuando decía estimo altamente estas dos pequeñas palabras: nie wiem (no sé). Yo lo que sé es que además de cifras, imágenes impactantes y crudeza en la información, también necesitamos ver gestos de solidaridad, amor, compañía y cosas bonitas para que la gente se contagie de eso y consigamos hacer un mundo mejor.

—En tu opinión, ¿por qué seguimos estando tan mal respecto a las cifras de infectados, ingresados y fallecidos por la COVID-19? Es realmente abrumador el que nos hayamos acostumbrado a oír cifras que equivalen diariamente a un accidente mortal de todo el pasaje de un Airbus o un Boeing.

—Creo que la gente se ha cansado de cumplir normas, porque si no, no lo entiendo. Pienso que hasta que no hay algún contagio en tu círculo más cercano no hay conciencia de la gravedad del asunto, a pesar de tener noticias diarias de lo terrible de esta pandemia. Son pocos, porque hay que reconocer que la sociedad está concienciada con la situación, pero esos pocos hacen mucho daño.

—Tengo la convicción de que, por intereses puramente económicos, se está normalizando convivir con tanta muerte y que la tercera ola está asegurada en invierno. No vendría mal algún consejo al respecto, especialmente en estas fechas.

—El consejo que me permito dar es actúa como si fueras SARS-Covid-2 positivo y haz que la gente de tu alrededor haga lo mismo contigo. Hoy en día quererse es no tocarse, y seguro que entre todos podremos parar los contagios

—España es el país del mundo con el mayor número de contagios de Covid-2 entre sanitarios. Tenemos una de las mejores sanidades, pero unos responsables políticos que menos cuidan al personal sanitario. Espero que eso cambie algún día. ¿Confías en ello?

—Sí. Confío en que cambie. Me siento muy orgullosa de pertenecer a este colectivo, y alzo mi voz en nombre de mis compañeros y mío. Necesitamos ser escuchados y cuidados.

—Mira lo que dijo el lector Abdulbaset Alahmar sobre la biblioteca que sobrevive en un sótano en plena guerra en Siria: «De alguna forma, la biblioteca me devolvió la vida». Así como el cuerpo necesita comida, el alma necesita libros. Ya sucedió con el suministro de libros decretado por la Cruz Roja para auxiliar a los cautivos durante la Primera y Segunda Guerra Mundial. En esta misión hay una sintonía mágica, Ana.

"Aún en las tragedias más grandes hay cosas bonitas para contar"

—Mágica y espectacular. Esas palabras me sobrecogen. Son maravillosas las capacidades que tienen los libros para con la gente. Nuestro gran Federico García Lorca dejó una cita que a mí me gusta mucho, y es la siguiente: si tuviera hambre pediría medio pan y un libro.

—Este insólito 2020 ha sido declarado el Año de la Enfermera y la Matrona; es también el año de don Benito Pérez Galdós. Falta un mes escaso para el 2021. ¿Cómo vas a recordar tú este año, Ana?

—Por desgracia, como el año de la pandemia, pero intentando transmitirles a mis hijos que aún en las tragedias más grandes hay cosas bonitas para contar. No cabe duda de lo terrible de la situación de lo que estamos pasando, pero tenemos que salir de esta. Por desgracia se está quedando muchísima gente en el camino, pero a todos ellos les gustaría que lucháramos en equipo contra el virus, y lo tenemos que conseguir, se lo debemos también a ellos.

—Rescatas en tu libro a Cervantes, con la sentencia que don Quijote le dijo a Sancho: Sábete Sancho, que todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal sea tan durable, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está muy cerca. Danos tú también, por favor, algún mensaje de esperanza.

—Son muy grandes las palabras de Don Miguel de Cervantes… Poco más puedo decir yo, una simple enfermera lectora que ha escrito un libro fruto del amor. Quizás por dar respuesta querría compartir con los lectores el mito de Pandora, que a menudo le cuento a mis hijos pequeños como relato tradicional que se transmite de una generación a otra, siendo la esperanza la que se queda en esa caja, en ese cofre como un tesoro y que nunca debemos perder.

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