Hace ya al menos una veintena de años, caí en la cuenta de mi profunda decepción con lo que consideraba mi país. Nada más lejos: no era mi país. Nos fuimos a Francia en un exilio casi por prescripción médica. No podía ser de otra manera. Yo, krausista convencida por aquel entonces, guardaba mis ilusiones, esas que se cimentan en doctorados grabados a fuego cuando lees tu tesis doctoral y casi quieren fundirte porque es demasiado novedosa. Me quitaron el cum laude tras una disputa casi a puñetazos entre los miembros del tribunal.
Como si fuera Mariana Josefa de Larra, aunque sin afrancesarme del todo, ahora recuerdo aquellas palabras suyas de Fígaro, un alegato más contra todo escritas en 1835: «Hemos llegado a la octava calamidad europea. ¿Pues qué horrible calamidad nos amenaza? ¿Otro cólera? Si el hombre nació para morir, la peste es solo una muerte más. ¿Algún reglamento absurdo? Eso sería una gota más en el mar. ¿Un empréstito impagable? La deuda es calamidad solo para quien paga, o presta. ¿Otra invasión de rusos? ¿Qué sería una invasión de rusos sino unos años más de despotismo? Para pueblos acostumbrados, nada. No faltaría quien se comiera la tortilla».
De lo cual se deduce que vamos a pique desde hace siglos.
Lo peor de todo es que Francia también se hunde, como lo hace Europa entera, pero cuando vuelvo a esta tierra mía, mis ilusiones siguen incumplidas. ¡Hagas lo que hagas, será inútil! Como Galdós ya advertía:
«Así no se pasa de un régimen de mentiras, arbitrariedades, desprecio a la ley, caciquismo y nepotismo a otro que pretende encarnar la verdad, la pureza y abrir cauce ancho a corrientes de vida gloriosa y feliz». (La primera República, 1911) ¡Pues claro que no, Feliciano!
Pienso entonces que el zoquetero actual es como el cacique decimonónico, aunque mucho peor, porque ahora va cargado de certezas infundadas. ¡Qué se le va a hacer! El caso es que estos zoqueteros se han distribuido tan bien por el territorio nacional que es imposible escapar de ellos. Con apenas el certificado de primera comunión en mano, alcanzan las más altas esferas de la sociedad, ¡y ni tan mal!, porque incluso parecen superar a los académicos de la RAE. ¡De locos!
El zoqueterismo se ha consolidado tanto que vivir aquí se vuelve insoportable, especialmente cuando alguno de estos zoquetes decide sobre tu vida, lo que sucede con demasiada frecuencia. La expansión zoqueteril es tal que consideras volver al extranjero, aunque sabes que la campiña francesa ya no es lo que era, ni tampoco su cultura, aunque en asuntos de libros aún no haya quien la supere. Eso es. ¡No hay quien se la empatille a estos galos!
Este movimiento zoquetero, potenciado por las redes sociales, ha proliferado hasta el punto de borrar las diferencias entre quienes deberían saber y quienes no saben nada. Los maestros ya no leen, ni siquiera los humanistas, porque ahora la moda es ser youtuber, influencer y toda esa maraña del dinero fácil. Los profesores universitarios han pasado a ser meros traficantes de ocurrencias, y los médicos, de quienes antes te fiabas, ahora son una lotería. En Francia este tema es peor todavía, ¡créeme, sé de lo que hablo! Así vamos, con representantes a la altura de nuestra mediocridad.
Nunca tuvo más razón Azorín cuando escribió en La voluntad (1902):
«La sociedad es un organismo vivo; cuando este organismo se ve amenazado, apela a todos los recursos, incluso creando órganos nocivos que le permitan sobrevivir. Así la sociedad española, amenazada por la disolución, creó el cacique. Si por un lado detenta el poder en beneficio de intereses particulares, por otro armoniza esos mismos intereses. Suprímase al cacique, y esos intereses entrarán en violenta lucha; las elecciones serán verdaderas batallas sangrientas».
Ahora se hace difícil volver, estar o quedarse, como siempre ha sucedido, claro. Los que nos vamos somos vistos como traidores; luego somos observadores impotentes del error y la decadencia, como en esas cenas donde todos beben como cosacos menos tú, o como esos lectores encerrados en libros, convertidos en conspiradores contra la estupidez reinante.


No sé cómo están las cosas en España (cuyo nombre está conectado a mis antepasados y a mi infancia, porque desde la escuela primaria aprendimos a amarla y la llamamos “Madre Patria”), mucho menos en Francia, aunque me cuesta imaginar que estén peores que en la República Bananera de Costromo, que hoy sufre la terrible Dictadura Eterna del Generalísimo Ramón Correlón y está camino a la disolución, con la mitad de su población en éxodo buscando ganarse el duro pan del desterrado, menos amargo que el pan de los esclavos que comen forsozamente quienes no quieren o no pueden irse al extranjero.
Admirada
Rosa Amor del Olmo
En Literatura, como en la vida, cada cabeza es un mundo, y reconociendo que Francia tiene grandes literatos como Víctor Hugo, Moliere, Balzac, Flaubert, Baudelaire y Verlaine; también Rusia cuenta con grandes como Dostoyevski y Tolstói; Alemania tiene a Goethe; Inglaterra a Shakespeare, Milton, Virginia Woolf y George Orwell; Irlanda a Swift, Wilde y James Joyce; Italia a Dante, Petrarca y Boccaccio; y mi preferida, España, tiene a los genios de los Siglos de Oro: Cervantes, Quevedo, Góngora, Lope de Vega, Calderón de la Barca y Tirso de Molina, los más famosos. Y sí hablamos de la Antigua Grecia están Homero y los grandes dramaturgos fundadores de la Tragedia y la Comedia.
Estimado lector,
Agradezco su comentario y la enumeración de grandes nombres que nos recuerdan que la literatura no tiene fronteras, aunque a veces los muros que levantan las envidias, los prejuicios o la burocracia parezcan más sólidos que cualquier frontera física. El espíritu de mi artículo iba precisamente en esa línea: amar profundamente a un país que, en ocasiones, parece no corresponder a ese afecto; y observar, con cierto desasosiego, cómo en otros lugares las puertas tampoco se abren de par en par si no encajas en moldes muy concretos.
Celebro su mención a la “República Bananera de Costromo” —que, a diferencia de otras repúblicas reales o figuradas, parece gozar de un imaginario propio—, porque subraya con ironía que siempre hay lugares donde las cosas pueden estar peor… aunque eso no deba consolarnos. El reto, aquí y allá, sigue siendo el mismo: reconocer y valorar lo que tenemos antes de que se lo reconozcan otros por nosotros.
Guárdevos Dios muchos años por tan ingeniosa intervención.
Admirada
Rosa Amor del Olmo
Costromo solo es una república en su nombre, desde hace años es una vergonzosa neocolonia bajo una sanguinaria dictadura extranjera y toda oposición política es reprimida brutalmente, terminando los opositores o disidentes en la cárcel o en el cementerio. Creo firmemente en las palabras de Jesucristo “Mi Reino no es de este mundo” y como no soy partidario de la culpa judeocristiana ni tengo vocación de mártir, ni me gusta ser
masoquista y jamás me anotaría en una secta de flagelantes, debo actuar con mucha discreción, más sí quiero terminar de escribir y publicar mi próxima novela cuyo título tentativo es “La Destrucción de Costromo por el Patán Ramón Correlon”
Admirada
Rosa Amor del Olmo
A mí España me parece un paraíso, más aún si la comparo con mi Patria en desgracia, Costromo, que vive su peor hora y determinó mi novela de 2023
“SUICIDIO BANANERO”
LA NOVELA DEL HISPANOAMERICANO MARIO RAIMUNDO CAIMACÁN QUE EXPLICA EL FENÓMENO DE LAS “CARAVANAS DEL HAMBRE” DE EMIGRANTES LATINOAMERICANOS RUMBO A ESTADOS UNIDOS, LA DESPIADADA REACCIÓN RACISTA ANTE LA AVALANCHA DE INMIGRANTES “LATINOS” Y EL COLOSAL FRACASO DE MUCHOS PAÍSES HISPANOAMERICANOS SUMIDOS EN DICTADURAS ANACRÓNICAS, EN LA CORRUPCIÓN POLÍTICA, LA VIOLENCIA DEL CRIMEN ORGANIZADO
O EN LA ANARQUÍA, Y SIEMPRE EN LA POBREZA HAMBREADORA,
COMO CUBA, NICARAGUA, VENEZUELA Y HAITÍ, LOS CASOS MÁS EMBLEMÁTICOS, SIN OLVIDAR AL MÉXICO DE LOS CARTELES DEL NARCOTRÁFICO.
“SUICIDIO BANANERO” UNA FICCIÓN PARA ENTENDER LA REALIDAD DE AMÉRICA LATINA
¿PURA FICCIÓN O NOVELA EN CLAVE?
El inesperado y forzado suicidio del cineasta Ramón Cardonal ¿Héroe, pícaro o villano? Tachado de plagiario por “Noches de Infamia”, su película consagratoria, nos acerca a la realidad delirante de un país que simboliza los peores males de América Latina, un país en desintegración, porque la ignorancia generalizada, la inexistencia de un liderazgo político y la corrupción hecha sistema, lo llevó al suicidio político en una región, América Latina, históricamente caracterizada por su arcaica irracionalidad, su primitivismo político, por sufrir dictaduras de todo tipo, gobernantes demagogos, incapaces, improvisados, corruptos o ignorantes, populismos empobrecedores, donde las leyes son quimeras y el robo a saco del Tesoro Público es la más extendida tradición; y por tales males y verdades, muchas repúblicas latinoamericanas son solo “repúblicas bananeras”. Y en la imaginaria Costromo, en una marcha de la locura, al abismo, decidieron suicidarse. Suicidio colectivo decidido con insensatez, como tripulantes de una gigantesca Nave de los Necios, por las mayorías ignorantes y analfabetas, manipuladas en su pobreza material, moral y cognitiva por inescrupulosos políticos, mercenarios propagandistas, falsos intelectuales y codiciosos empresarios dueños de poderosos medios de comunicación, y las minorías de pretenciosos analfabetas funcionales, pretendida “élite intelectual”, ignorante legión de charlatanes, oportunistas, adulantes, mercenarios y alfombra de los esbirros triunfantes, los sepultureros de la suicida República Bananera de Costromo, que a todas sus desgracias sumó la inexistencia de Fuerzas Militares para impedir que el país cayera bajo el ignominioso control de agentes extranjeros -como el mismo Dictador Supremo, Eterno, Perpetuo y Vitalicio de Costromo, el Generalísimo Ramón Correlón- porque su evolución histórica borró a los militares, sustituidos, por voluntad de un perverso tirano, por Los Macheteros, creados a su imagen y semejanza, una plaga de esbirros uniformados perpetradores de los peores delitos, pretendida fuerza policial para el control del orden público interno y realmente viles tarados morales, más nefastos que sus serviles amanuenses. Y de éstos malignos parásitos sociales nació la terrible tragedia de la traición. Esto explica el título de la novela, que explora con sinceridad las contradicciones, las oscuridades, las manchas y los escasos aciertos de un eterno inconforme, de un cineasta, un artista, un intelectual, un hombre de la cultura, pública e interesadamente al servicio del tirano de turno y su régimen de oprobio; y secreto conspirador, activo opositor clandestino, sumergido en sus graves contradicciones, conflictos, dudas, egoísmos y limitaciones e inmerso en una profunda crisis existencial; y la realidad vergonzosa de un país agonizante, que parece no tener otro futuro que la disolución, entre la bestial represión, la miseria generalizada, las hambrunas, la destrucción espiritual y material, el largo yugo de una tiranía bajo control extranjero y el masivo éxodo de sus pobladores a tierra ajena, millones de migrantes buscando ganar el amargo pan del destierro, nutriendo también las irrefutables pruebas de nuestros fracasos, las Marchas o Caravanas del Hambre, que pasan por el infernal Tapón del Darién rumbo a Estados Unidos, porque ya no existe una Ítaca a la que regresar, porque Costromo creyó en los cantos de sirena de unos falsos salvadores de la patria, quienes siempre pensaron en saquearla, traicionarla y venderla. Costromo fue conquistado, subyugado y vive un vertiginoso proceso de destrucción, su propia vorágine, no por perder una guerra en los campos de batalla ante un ejército enemigo, como Persépolis, Cartago, Numancia o Palmira, sino por el triunfo de la traición de sus hijos más desnaturalizados, viles y criminales, sus peores enemigos: Los Macheteros.
¿Todo es ficción, imaginación, pesadillas? ¿O es una novela en clave? ¿Costromo existe realmente? ¿Dónde? ¿Existen Los Macheteros? ¿Existió Ramón Cardonal? ¿Existe realmente el Generalísimo Ramón Correlón?
La novela “SUICIDIO BANANERO” del cervantista hispanoamericano Mario Raimundo Caimacán está disponible en Amazon.
SUICIDIO BANANERO: Una novela inspirada en crudas verdades.