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El silencio bajo la lupa

El silencio bajo la lupa

Suscribe Álamo en este libro una cita de Baroja para darnos alguna pista acerca de sí mismo. Dejó dicho el autor de La busca que era realista en literatura, agnóstico en filosofía, y liberal e individualista en política. En otro lugar reconoce también Álamo que se siente atraído por las mujeres jóvenes. “Es normal —admite—. Son bellas. ¿Y quién no anhela la belleza?”. Sin duda se trata de dos apuntes que no dejan indiferentes, por lo que tienen de conciencia al desnudo o declaración de principios. Sin embargo, no conviene llamarse a engaño. Ruido y eco no es un ejercicio de exhibicionismo narcisista ni un pliego de autoindulgencia. Lejos del abuso personalista de tanta literatura confesional, encarece más la prosa miscelánea que la del diario, un género, por cierto, del que se habla aquí siguiendo lo que consumados diaristas —Trapiello, Gil de Biedma, Julio Ramón Ribeyro o Gombrowicz— reflexionaron sobre la cuestión, para dejarnos una sugerencia desconcertante: diario es lo que cada uno quiere que sea.

"Profesor de filosofía, Álamo tiene asumido el valor de ser claro y a ser posible todo lo lúcido que se pueda"

Y con esa libertad no sé si decir posmoderna, las páginas de Ruido y eco van hilvanando territorios dispares que devienen un retrato de su autor, que es en definitiva lo que interesa de su lectura. Lo cierto es que se lee muy bien este libro, que a su brevedad, dato no menor en tiempos desmesurados, suma el buen estilo, ni lacónico ni ampuloso, y la sutileza de su mirada. Profesor de filosofía, Álamo tiene asumido el valor de ser claro y a ser posible todo lo lúcido que se pueda. Y es que hablar de muchas cosas requiere evitar los lugares comunes y los análisis trillados. No se trata tanto de ser original como de apostar por una forma genuina de encarar los temas, algunos de los cuales están en el recuerdo o en el presente de cualquiera. ¿Y cuáles son esos temas? Hay un poco de todo, como no podía ser menos, pero sobre todo destaca el diálogo con otros libros y otros autores, con los que Álamo se permite disentir, incluso polemizar. Por ejemplo, discrepa abiertamente con Joaquín Campos, quien le dijo a Ignacio Carrión, feraz diarista, que Renacimiento es la única editorial que publica “rarezas, pajas y milagros”. “¿Y qué —protesta Álamo—, si son buenos libros? ¿Y qué, si su catálogo alberga la más sobresaliente y completa representación de la poesía actual y de siempre?”. Poco después es el mismo Carrión el que recibe una más que justa reconvención. Anotó este en su monumental La hierba crece despacio que Juan Ramón Jiménez no sólo enamoró a una joven de veinticuatro años cuando él contaba cincuenta y uno, sino que poco menos que la indujo o la abocó al suicidio. El caso hundió a Juan Ramón en un profundo pesar, que terminó afectando a Zenobia, su mujer. Ironiza Carrión a cuenta del luctuoso asunto tirando del ronzal de Platero: “Me imagino que el asno Platero rebuznó de dolor y de tristeza”. El comentario destila una mala baba innecesaria, impertinente, que según Álamo tiene una explicación que se apresta a censurar. Y no es otra que el hecho de que a Carrión no le gustaba la poesía de Juan Ramón, a la que encontraba “mística y tristona”. La guinda la pone Álamo al recordarnos una no menos tristona manía del cotarro cultural patrio: la de aquellos que tienden a juzgar la obra por el hombre, o al hombre por la obra, cuando es ocioso subrayar lo poco que en ocasiones tiene que ver el uno con la otra.

"El caso es que Álamo, autor de libros de cuentos, poesía y ensayo, da muestras de ser un desaforado letraherido que, sin embargo, no tiene prejuicios a la hora de rebajar las expectativas"

El caso es que Álamo, autor de libros de cuentos, poesía y ensayo, da muestras de ser un desaforado letraherido que, sin embargo, no tiene prejuicios a la hora de rebajar las expectativas de un gremio que no siempre se lleva bien con la modestia, ni de denunciar las necedades de ciertas vacas sagradas, por no referirme a esa costumbre, homologada desde tiempos de Quevedo y Góngora, de poner a caldo al rival que te disputa un puesto preferente en las librerías. En uno de sus agudos aforismos nos dice: “No es infrecuente que algunos escritores rebajen el mundo de las letras a simple «mundillo». ¿Será por la enorme cantidad de puñaladas que se dan y por el número de bajas que les gustaría provocar?”. Especial mención merecen, por otro lado, las páginas que Álamo dedica a las devociones fronterizas de la literatura. A una de ellas, la visita a mercadillos o libreros de viejo, el autor dedica pasajes en los que brillan el irresistible encanto y el oportunismo casi picaresco que caracterizan a todos los buscadores de fortunas bibliográficas a precio de saldo. Y a propósito de otra, no menos deliciosa, el robo de libros, Álamo se pone erudito sin ser pesado para regalarnos un pequeño ensayo lleno de casos y personajes que incurrieron en lo que él llama “el pecado de robar libros”. Un pecado del que, dada la cantidad de nombres que refiere el autor, pocos han debido de librarse, pero en el que si hay uno que destacó por encima de los demás es el de González Ruano, consumado ladrón en su juventud, que traía de cabeza a Antonio de Hoyos y Vinent.

"Álamo se detiene con detalle en los cambios físicos inevitables que sobrevienen con los años y que nos adentran en una dimensión desgarradora, la debilidad, la enfermedad"

Claro que no sólo de libros, autores y aledaños se habla en este jardín de flores curiosas, que NewCastle, editorial magníficamente dirigida por Javier Castro Flórez, ha tenido el acierto de publicar. También está la vida. Y sobre todo la vida de un hombre que, habiendo franqueado los cincuenta, comienza a hacerse preguntas sobre el paso del tiempo, sobre lo que significa envejecer y la manera de arrostrar la certeza de la juventud perdida. Tras hacernos un resumen de esa maravilla de Kawabata, La casa de las bellas durmientes, que, como se sabe, va sobre un extraño burdel en el que los viejos se acuestan con jóvenes sin ponerles una mano encima, confiesa que “yo podría ser ese anciano. Yo podría ser uno de esos clientes que visitaban en secreto la casa de las bellas durmientes”. Y en otra entrada, Álamo se detiene con detalle en los cambios físicos inevitables que sobrevienen con los años y que nos adentran en una dimensión desgarradora, la debilidad, la enfermedad, antes de precipitarnos en la pérdida definitiva. Sin embargo, no creo que haya sido intención del autor ensombrecer este Ruido y eco con quejumbres existenciales a cuenta de lo que representa la decadencia, porque son muchas más las notas en que lo que sobresale es la alegría de la vida, una alegría relacionada con la lectura y la escritura, cierto es, pero asimismo y en no menor medida con la memoria, la infancia, el origen de su vocación docente, su padre, los veranos o el compromiso ético con la verdad y la decencia ciudadana.

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Autor: Ricardo Álamo. Título: Ruido y eco. Editorial: NewCastle Ediciones. Venta: Todostuslibros 

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