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Elvira Lindo: “Nuestro paso por el mundo es limitado, y un escritor tiene que aprovechar todas sus experiencias”

Elvira Lindo: “Nuestro paso por el mundo es limitado, y un escritor tiene que aprovechar todas sus experiencias”

Cualquiera que haya estado atento a la escritura de Elvira Lindo (Cádiz, 1962) puede constatar que sus libros han venido siguiendo una línea ascendente que alcanza su punto álgido en A corazón abierto (Seix Barral), que es sin discusión su mejor novela y en la que se embarca en una exploración familiar en la que recupera la memoria de sus padres al mismo tiempo que dibuja el itinerario social, político y sentimental de todo un país a lo largo de más de medio siglo. Es una novela escrita con sentimiento, que no sentimentalismo, en la que su autora demuestra la lucidez necesaria para buscar siempre la perspectiva más adecuada desde la que hilvanar una sucesión de escenas que terminan por conformar un fresco tan complejo como apasionante. En ese talento para retratar vidas ajenas y evidentemente próximas se cifra la consagración de una escritora que ganó para la causa de la lectura a varias generaciones de lectores, Manolito Gafotas mediante, y en cuyo historial figuran títulos como El otro barrio, Una palabra tuya o Lo que me queda por vivir, que obtuvieron un amplio respaldo de crítica y lectores.

El azar ha querido que la mejor novela de Lindo salga a la calle en un momento bien extraño. El libro sólo alcanzó a estar unos pocos días en las mesas de novedades de las librerías, antes de que se decretara el estado de alarma y el país tuviera que paralizarse. Esta entrevista se celebró a través de Skype cuando sólo llevábamos una semana y media de encierro. Cada uno en su casa, pues, la conversación se desarrolla durante cerca de una hora entre pantalla y pantalla, combinando las preguntas y respuestas con comentarios e incertidumbres acerca de la situación general y lo que aguarda cuando, poco a poco, todo vuelva a ponerse en marcha.

En todos sus libros se ha mostrado a sí misma, pero creo que en la última década, más en concreto a partir de Lo que me queda por vivir, ha llevado a cabo, no sé si de forma inconsciente, un proceso de despojamiento por el cual se ha ido liberando de ciertas corazas y que llega a su culminación con esta novela.

"Mi padre era el protagonista de todas las anécdotas que te puedas imaginar y aún más, pero yo no quería que este libro fuese un anecdotario"

—Es verdad. No es que los libros anteriores fuesen ensayos, pero es verdad que no encontraba del todo la manera de novelar realmente lo que quería escribir. Noches sin dormir [el diario del último invierno que pasó residiendo en Nueva York] me ayudó muchísimo, no sólo porque fuera el diario de un confinamiento con muchísimo frío y estando lejos de España, sino porque me ayudó a depurar un estilo y una forma de escribir. No había encontrado hasta ahora la verdadera manera de estar en mis libros como quería, y creo que en A corazón abierto he dado con una serie de hallazgos que me permitieron abrir ese camino. Pude haberme limitado a contar la vida de mi padre, que era un personaje extraordinario, en el sentido de que era una persona muy original por su carácter, por su vida o por sus peripecias; pero no quería hacer unas memorias al uso, no quería que fuera ese tipo de libro que se escribe cuando se mueren tu padre o tu madre, aunque haya algunos que son una preciosidad. Para mí, encontrar la manera de contar lo que quería, y hacerlo a través de unos puntos de vista diversos, que van cambiando según van cambiando los años y el paisaje, me permitía hacer uso de herramientas como el sentido del humor y, sobre todo, contar la historia con más veracidad, en el sentido de que yo misma me colocaba en el presente de lo que se estaba contando. En cierto modo, de ahí nacía la novela, porque no quería limitarme a hacer sin más un acopio de recuerdos. Mi padre era el protagonista de todas las anécdotas que te puedas imaginar y aún más, pero yo no quería que este libro fuese un anecdotario. Por un lado quise centrarlo en los dos, en mi padre y en mi madre, porque entendía que no se podía entender al uno sin la otra, porque sus caracteres eran tan antagónicos que sus vidas no podían interpretarse disociadas; por otro, quería ser yo quien los observase y los contase de la forma en que los miraba en cada tiempo, como en aquel poema en el que Lorca hablaba de sus ojos del pasado. De hecho, hay un momento en el que quien narra casi es el fantasma de la niñez, que aparece de pronto. El hallar estos puntos de vista, que fue lo que más me costó, me abrió las puertas a contar la historia de mis padres de otra manera.

De hecho, en este libro aparecen todas las Elviras que sus lectores hemos venido conociendo al cabo de los años en tus libros y tus artículos: la Elvira que recurre al humor, la que frivoliza, la que emplea un tono más grave o reflexivo, la que se compromete abiertamente con las causas que cree necesarias. Todas ellas se van dando la palabra a lo largo de estas páginas.

—Y está también la niña de mis padres, la niña mimada y consentida y al mismo tiempo muy responsable con ellos y muy cuidadora desde muy pronto y muy maniática como consecuencia de una especie de tensión personal, que hubo siempre pero se acentuó con la enfermedad de mi madre.

En realidad, usted misma es la tercera protagonista del libro, y en cierto modo la más importante en tanto que su voz aporta coherencia y unidad al discurso. ¿Dónde estuvo la espita, en qué momento dijo: «Ahora sí voy a escribir este libro»?

"Yo tuve la suerte de que mi padre, siendo muy egocéntrico, fuese mi primer espectador en todo lo que he hecho en la vida, y ahora mismo creo que con esto también estaría encantado"

—No es que tuviera un plan. Yo sabía que era muy difícil escribir sobre mi padre cuando él aún vivía, porque no quería tener ninguna cortapisa. Mi padre era muy atractivo porque era una persona muy contradictoria, y seguramente se habría quedado muy descolocado si hubiera visto que yo contaba ciertas cosas. Hay un cuento de Alice Munro en el que aparecen los episodios en que su padre le levantaba la mano. Ella lo amaba profundamente, y explicaba que no podía contarlo cuando él vivía, porque él no habría podido comprender que, pese a eso, ella le quisiese. Yo no hubiera podido contar cosas negativas si él hubiese podido ser lector del libro. De todos modos, a la vista de cómo está leyendo la gente el libro, y del cariño que le está tomando a él como personaje, a lo mejor habría cambiado de opinión, porque era muy vanidoso [se ríe]. Él era precisamente un hombre contradictorio, arbitrario, que nunca sabías por dónde podría salir, y creo que la gente lo está entendiendo. Creo que si leyese el libro ahora que ya no está aquí y puede verse también a sí mismo desde fuera, el libro le gustaría. Yo tuve la suerte de que mi padre, siendo muy egocéntrico, fuese mi primer espectador en todo lo que he hecho en la vida, y ahora mismo creo que con esto también estaría encantado. Y por las mismas razones, creo que si mi madre pudiese ver estas páginas se sentiría muy reivindicada. He tenido también una sensación muy personal que es difícil de explicar: me he sentido muy respaldada por ellos dos mientras escribía, y lo he publicado con esa ilusión casi infantil de que ellos me apoyaban.

Hay en efecto un contraste interesante entre las figuras de su padre y su madre. La de su padre es apabullante, pero, curiosamente, cuanto más apabullante resulta más se agranda la sombra de su madre. 

"Bernardo Atxaga me dijo que la figura de mi madre era como una brisa, y es exactamente eso. Mi padre es como si abres una ventana y entra un huracán"

—Sí. Bernardo Atxaga me dijo que la figura de mi madre era como una brisa, y es exactamente eso. Mi padre es como si abres una ventana y entra un huracán, que incluso puede romper la ventana, y mi madre es una brisa, un aliento que se va apagando poco a poco. Es una presencia un poco fantasmal, lo sé, e incluso los lectores podrían preguntarse por qué no tiene más presencia en el libro, pero hay que entender que yo perdí a mi madre hace muchos años y también me resultaba difícil. En realidad, yo habría seguido escribiendo el libro durante mucho más tiempo, pero por un lado tenía ganas de que llegase a las manos de los lectores, por otro mi editora me insistía en que tenía que acabarlo en algún momento, Antonio [Muñoz Molina, su marido] también me decía que los libros hay que darlos por terminados algún día… Hay cosas que no están y que podía haber contado, y en parte están referidas a ella. En el libro, por ejemplo, está la infancia de mi padre, pero no la de mi madre, que fue completamente distinta. Yo creo que fueron personas tan distintas porque tuvieron infancias totalmente diferentes. Mi madre gozó de un apego fortísimo con su familia, a pesar de que fue huérfana; era una niña muy querida, con muchos hermanos, mi abuelo la adoraba… Era como una flor delicada para ellos, porque había estado muy enferma de niña. Mi madre perdió su apego al conocer a mi padre y salir del pueblo, lo que le causó un desapego brutal, aunque a ella le gustase. Mi padre fue una persona desapegada durante toda su vida, y en quien encontró el apego fue justamente en mi madre y en nosotros. Por eso tenía una especie de ansiedad por que le perteneciéramos todo el tiempo, por sentirse todo el tiempo escuchado por nosotros. Hay un momento muy fuerte en el libro, que lo cuento como si yo entrara en su mente, que es cuando me refiero al colapso nervioso que él tuvo en Cádiz, cuando yo nací y mi madre se fue con sus hijos al pueblo. Cuando volvimos y él se estaba curando del colapso y nos vio allí de nuevo a todos, se dio cuenta de que no podía soportar la soledad y pensó que ojalá nos muriésemos todos y nos quedáramos fijados en el molde de ese momento, como en Pompeya. Creo que eso es lo que define su personalidad, el niño desarraigado que necesita tener la presencia de aquellos a los que ama y entonces se convierte en alguien autoritario y caprichoso.

En efecto, no son unas memorias porque habla abiertamente de momentos en los que usted o bien no estaba o no tenía edad para comprender del todo lo que estaba ocurriendo. ¿En qué medida ha convertido a sus padres en personajes, en entes de ficción?

"En las fotos en las que aparecen de novios, o en las de los primeros nacimientos, se transparenta la pasión que sentían el uno por el otro y las ganas que tenían de estar juntos, y eso es precioso"

—La única lealtad que creí que debía tener era la de permanecer fiel al carácter de cada uno, es decir, no inventarme rasgos de su personalidad, sino atenerme a cómo eran ellos. Creo que tanto mis hermanos como yo conocíamos muy bien a nuestros padres porque protagonizaron de una forma muy rotunda nuestras vidas. Por eso me ha resultado muy fácil recrear lo que pensaban. Yo me pasé toda la vida observándolos. Tenían mucho atractivo porque eran personas dignas de atención. En las fotos en las que aparecen de novios, o en las de los primeros nacimientos, se transparenta la pasión que sentían el uno por el otro y las ganas que tenían de estar juntos, y eso es precioso. No podían contener su expresividad ante la cámara, y algunas de esas imágenes también me indicaron dónde tenía que poner el foco de atención. A mí esas viejas fotografías me inspiran la tranquilidad de saber que mis padres se quisieron. Luego la vida los baqueteó de mil maneras, pero tengo la certeza de que ellos conocieron el amor verdadero.

Destaca en el libro su capacidad para situarse dentro de las escenas y, al mismo tiempo, observarlas desde fuera. Manejarlas como narradora al mismo tiempo que se sitúa en una posición similar a la del lector.

—Yo siempre fui una niña muy atenta al comportamiento humano, muy observadora. Eso me ha acompañado toda la vida. Por ejemplo, cuando mis hermanos leyeron el libro, que lo hicieron cuando ya estaba publicado, se asombraron de que me acordara de algunas cosas, como el viaje a la casa de la abuela Sagrario, que era también un personaje tremendo, creo que incluso más fuerte de lo que aparece en el libro. Ellos me recordaban muy pequeña en ese pasaje en concreto, pero yo lo recuerdo todo perfectamente.

La abuela Sagrario es todo un personaje…

"Nuestro paso por el mundo está limitado en el tiempo, y en ese periodo hay gente a la que le pasan muy pocas cosas, a lo mejor sólo nacer y reproducirse y morir, y la mía ha estado llena de experiencias"

—Nos hemos reído mucho, porque finalmente Sagrario ha vuelto a nuestras vidas, y eso que en el libro no está todo contado. Yo tenía una madre muy delicada, con mucha sensibilidad, y el contraste entre ella y mi abuela era terrible. Nosotros fuimos por eso muy conscientes desde niños de lo brutal que era el ambiente en el que se movía aquella señora, que tenía una especie de violencia interior tremenda. Me decía una amiga: «¡Nunca me habías hablado de esa abuela tuya!». Y es que para hablar de mi abuela Sagrario necesitaría echar días y días. No cuento, por ejemplo, que cuando murió mi madre ella quiso cuidarnos, pero es que fue una experiencia muy traumática y no quería hacer una cosa dickensiana [se ríe]. Yo creo que mi hermana y yo, seguramente por ser las chicas, chocábamos mucho con ella, que era bastante misógina. A mí me tenía muchísima manía y yo me daba cuenta, pero tratarla como personaje ha sido muy divertido. Un escritor tiene que aprovechar las experiencias de su vida, y el hecho de haber tenido esos padres, haber vivido en tantos sitios, el no haber recibido el amor que se supone de una abuela, la enfermedad de mi madre… Todo eso es para mí un tesoro, y lo digo con toda la sinceridad, porque me construye personalmente, son experiencias que me han hecho ser quien soy. No sufro por ellas en el presente. Nuestro paso por el mundo está limitado en el tiempo, y en ese periodo hay gente a la que le pasan muy pocas cosas, a lo mejor sólo nacer y reproducirse y morir, y la mía ha estado llena de experiencias.

En el libro cuenta la historia de sus padres, es decir, una historia personal, pero al mismo tiempo va desgranando la historia colectiva de este país desde el final de la Guerra Civil hasta prácticamente el final del siglo XX. ¿Era consciente de ello mientras lo escribía, o esa lectura la ha hecho a posteriori?

"Es inevitable que la historia de España aparezca. Es además como si nosotros hubiéramos estado en sitios que reflejaban muy bien los cambios en el país a lo largo del siglo"

—En la historia de mis padres siempre había paisajes de fondo, que además eran determinantes porque siempre eran muy distintos. Esos lugares tienen que ver, sí, con la propia historia del país. No era que yo quisiera contar esa historia voluntariamente, pero si yo en un relato estoy situando a mi padre en el Madrid de 1939, estoy contando ya una etapa de nuestra historia; si luego narro unos años en un pantano que fue el paradigma de las obras públicas en España, naturalmente tengo que hablar, aunque sea tangencialmente, de esa época; si más tarde me coloco en Mallorca en el momento en el que los turistas abrieron la puerta de la modernidad, pues tengo que contar cómo aquello era totalmente distinto de la península; si más adelante me voy a un barrio que era un hervidero de conciencia política… Es inevitable que la historia de España aparezca. Es además como si nosotros hubiéramos estado en sitios que reflejaban muy bien los cambios en el país a lo largo del siglo. Como además sigo los pasos de mis padres, que son niños de la guerra, y cierro el libro cuando muere mi padre, es un recorrido por el siglo XX casi completo.

El libro incluye, además, el texto del musical El niño y la bestia, que usted escribió contando justamente un episodio de la infancia de su padre. Fue, en cierta manera, una especie de anticipo o premonición de esta novela.

—Mi sobrina María Lindo me pidió un texto para una pieza musical en la que estaba trabajando, y yo ya tenía escrito el primer capítulo de la novela, en el que mi padre está ingresado en el hospital y se recuerda esa etapa de su niñez. Pensé en escribir algo que nos uniera las dos, y mi sobrina pertenece a esa rama de la familia que ayudó a mi padre cuando llegó a Aranjuez siendo un niño, solito. En un libro en el que la estructura es tan importante, incluir ese texto del musical era una forma de cerrarlo. Aunque parezca un libro muy libre, que viaja de un sitio a otro, la estructura estaba muy fija en mi cabeza.

Hemos dicho que en este libro están todas las Elviras que conocíamos y no es verdad del todo: hay una Elvira a la que no habíamos visto nunca antes y que es la Elvira poeta…

—Yo he escrito mucha poesía, pero no me considero poeta. Cuando me dicen que tengo una forma muy sencilla de contar las cosas, en realidad digo que no, que siempre pienso en la música de las palabras, en que se puedan expresar en voz alta; siempre tengo un sentido muy musical del lenguaje. Había cosas que yo tenía escritas sobre mis padres y que creía que podían entrar en el libro. Una de ellas era lo que escribí cuando mi padre murió y otra un poema en el que hablo de un día que mi madre se fue de casa y nos dejó. Quería que en el libro estuviera así y que el lector rellenase por su cuenta los huecos que faltaban.

Seguramente éste es el libro más especial de toda su carrera, en el plano personal, y su publicación ha coincidido con un momento muy especial, en el plano personal y colectivo. Desde su publicación hasta el inicio del confinamiento sólo transcurrieron unos pocos días. ¿Qué vida tiene un libro que se publica a las puertas de una parálisis total?

"El libro ha aparecido en un momento muy raro, y el significado que está teniendo para mucha gente tiene que ver con el estado de ánimo de cada lector"

—Hubo bastante gente que compró el libro en los pocos días que estuvo en las librerías, porque apenas llegó a estar una semana y sólo he podido hacer una presentación, y hay personas lo están comprando en e-book y también otras que lo están reservando en papel. Creo que en estos momentos lo que habría que hacer, incluso desde el activismo, si lo queremos llamar así, es llamar a las librerías, pedirlo y esperar a que abran para que nos lo sirvan cuando puedan, porque entiendo que la vuelta a la normalidad será paulatina. El libro ha aparecido en un momento muy raro, y el significado que está teniendo para mucha gente tiene que ver con el estado de ánimo de cada lector, porque estoy viendo que es un libro que provoca una lectura muy intensa.

Es un momento muy raro para todos, pero en el que el sector de la cultura sufre especialmente, tanto por las consecuencias directas del cierre como por el porvenir que le aguarda en los meses que están por venir.

—A mí no me va mal en el oficio que tengo. Yo sé que cuando todo vuelva a la normalidad iré a los sitios en los que no he estado, tendré encuentros con los lectores, mi libro volverá a estar en las librerías, seguiré escribiendo en el periódico, colaborando en la radio… No tengo nada por lo que quejarme personalmente. Lo que sí que me preocupa es que la cultura es algo que tiene que ver con la cercanía social: las mismas librerías, los conciertos, los actos culturales… Por mucho que haya productos culturales que se consuman en soledad, hay muchos otros que precisan de público, y todos nosotros vivimos de eso. Me preocupa muchísimo el desamparo en el que se va a encontrar gente que vale mucho. La cultura no la hacemos sólo los que vendemos muchos libros. La hacen también los que no venden tantos, los diseñadores gráficos, los ilustradores, los traductores, los editores… Y luego están nuestros hermanos: la gente del teatro, del cine, de la música, de las artes plásticas, de los museos… Se habla mucho de España como un país de servicios, pero se habla menos del gran atractivo cultural que tiene este país, y creo que el Gobierno tiene que darse cuenta de lo que vale su cultura y tiene que apoyarla, porque además es un sector en el que trabaja muchísima gente. No se trata de apoyar a tres escritores famosos, sino de apoyar a toda la industria cultural, y eso tiene que hacerlo ahora. Claro que hay que pensar en el camarero que va a perder su trabajo, pero tenemos que pensar también en el actor que se va a quedar sin funciones.

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