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Guillermo Arriaga: “La escritura y la caza son nuestros dos grandes ritos”

Guillermo Arriaga: “La escritura y la caza son nuestros dos grandes ritos”

Guillermo Arriaga (Ciudad de México, 1958), último premio Alfaguara de novela por Salvar el fuego, es conocido también por ser productor, director de cine y guionista de Amores perros, 21 gramos, Los tres entierros de Melquiades Estrada

Los dos ámbitos, el literario y el cinematográfico, son para Arriaga vasos comunicantes. Con él hemos mantenido, vía correo electrónico, la siguiente entrevista.

—¿Qué es Salvar el fuego?

—Por alguna razón desconocida, el fuego se convirtió en un elemento recurrente en esta novela. No escribo con plena conciencia, sino que me dejo llevar por la historia. Al terminarla, me percaté de la gran participación del fuego. Salvar el fuego es una metáfora sobre salvar aquello que nos permite ser nosotros mismos del modo más genuino posible. Para varios, el concepto de felicidad está enmarcado en una preconcepción, no construida por ellos mismos, sino infiltrada por un sistema de valores en ocasiones por completo ajenos a los anhelos y metas propias.

—¿Cómo surgieron las historias que conforman la novela?

"No investigo, no me documento, la mayor parte de lo que cuento o proviene de algo que presencié o de plano armo cabos sueltos a través de la imaginación"

—Como en la mayoría de mi trabajo (con excepción de Escuadrón Guillotina), mis historias devienen de aquello que he experimentado o de lo que he sido testigo en mi vida. Gracias al barrio en el que crecí y a mi pasión por irme al monte en cuanto tengo oportunidad, he tenido acceso a una variedad de vivencias que me han ayudado a alimentar mi obra. No investigo, no me documento, la mayor parte de lo que cuento o proviene de algo que presencié o de plano armo cabos sueltos a través de la imaginación.

La novela está narrada por tres voces: Francisco, José y Marina, que se entremezclan con breves relatos literarios de los presos del Reclusorio Oriente. ¿Qué peso tiene la literatura en esta novela?

—Hay una reflexión constante de los personajes en torno a la literatura y al arte en general. Dependiendo de la circunstancia y la clase social la visión del arte y la creación va cambiando de acuerdo a cada personaje. Para Héctor, el cineasta heredero de una gigantesca fortuna y de minas carboníferas, el arte es una provocación hacia los de su clase y su sistema de valores; para Marina es un desesperado esfuerzo por hallar reconocimiento y profundidad en un mundo que la asfixia; para los presos es una manera de hallar identidad y expresión y para José Cuauhtémoc, la literatura se convierte en la pulsión básica que le permite sobrevivir y mantener viva la esperanza en las condiciones más inhumanas de encierro y tortura.

Salvar el fuego muestra el gran contraste entre dos universos: el de Marina, cosmopolita, socialmente más elevado y ligado al mundo de la danza y el cine, y el de José, que procede de una parte más mísera, una clase social baja, y aparece ligado al parricidio y al asesinato. ¿Cómo ha conseguido que se encuentren estos dos universos en su obra?

—Hay una discusión sobre clase que va más allá de lo económico. José Cuauhtémoc crece en una familia de clase media, con un padre intelectual que lo educa en los estándares más altos. La cultura de José Cuauhtémoc es vastísima. Por instancias de su padre sabe de filosofía, literatura, política, sociología y habla diversos idiomas. Si bien es un homicida, su discurso, su pensamiento crítico, aunado a su condición de hombre con calle e instinto, lo tornan atractivo a los ojos de Marina, acostumbrada a valores rígidos y encorsetados. Aun con la sofisticación de sus conocimientos, José Cuauhtémoc es alguien más cercano a lo “animal”, lo “corporal”, el instinto, tan lejos de lo que Marina está acostumbrada a experimentar. La discusión de clase que inicié en esta respuesta gira entonces: ¿cuál es la clase alta, la que posee recursos económicos o la que sin un gran colchón financiero detenta conocimiento y cultura?

—¿Es Salvar el fuego una novela de amor? ¿Qué más van a encontrar los lectores que la lean?

"El amor puede ser caótico, convulso, cortante, hiriente, destructivo, como lo es en Salvar el fuego"

—Creo que sí, es una novela de amor, pero también de muchos otros temas: racismo, desigualdad, corrupción, crimen, impunidad, celos, machismo, venganza, feminicidio, sexo, colusión, maltrato familiar, cárcel, encierro, cuerpo, generosidad, solidaridad. Y cuando hablo de amor, no creo que eso lleve de inmediato a la novela rosa. El amor puede ser caótico, convulso, cortante, hiriente, destructivo, como lo es en Salvar el fuego.

La novela presenta una compleja reflexión sobre la moralidad, el mal, y, sobre todo, sobre las elecciones que creemos tomar libremente. ¿Por qué los protagonistas de la novela deciden salvar el fuego?

—Porque el fuego es lo primero que nos arrebatan. En El malestar en la cultura, Freud habla de los graves procesos represivos que las sociedades imponen a sus miembros sin devolver nada a cambio. Se reprime uno mismo en aras de construir un mejor tejido social, pero no sucede así. Somos, en términos de Marx, seres alienados, cuyos sistemas de valores no concuerdan con nuestras necesidades, ni emocionales, ni económicas. Foucault hablaba del sexo como el gran disruptor. Igor Caruso, en la Separación de los amantes, afirma que no, que es el amor el que termina por estallar las estructuras represivas, el elemento más subversivo y por tanto, el más reprimido.

—¿Cómo escribe sus novelas? ¿Planifica las tramas y el arco de sus personajes o va dejando que surjan y se desarrollen mientras escribe?

—Escribo con una muy vaga idea de qué se va a tratar, lo demás lo hago al botepronto. No tengo idea de qué personajes van a aparecer, ni cuál va a ser la estructura, ni tampoco cuál será el final. Para mí es adentrarme en un bosque desconocido y poco a poco voy descubriendo senderos de animales silvestres y los sigo hasta que llego a un lugar que jamás imaginé. Cuando empecé, no sabía que la iba a contar en tres voces, ni tampoco que había un ficticio taller literario del cual saldrían textos de los reos. Escribo como lector y a veces me sorprenden los giros que toman los acontecimientos. La tesis de Unamuno de que los personajes pueden rebelarse contra su creador se aplica por completo en mi obra. Hacen lo que se les pega la gana.

Tanto José como Marina han vivido un episodio que les ha marcado: la muerte de su padre. ¿Cómo ha influido en ellos este hecho?

" La muerte del padre trastoca nuestra identidad de forma radical"

—Es curioso y muy triste, pero el padre de Marina enferma de cáncer y en tres semanas muere. Eso lo escribí al principio de la novela, y dos años después de escribirlo, mi padre enfermó de cáncer y murió exactamente a las tres semanas. Pareciera que mi inconsciente recogió señales de lo que venía del que ha sido el incidente más doloroso de mi vida. No lo sabía del todo cuando lo escribí, pero la muerte del padre es devastadora y genera un cambio radical en la percepción que tenemos del mundo y de nosotros mismos. Ahora entiendo mejor a Marina y a José Cuauhtémoc. La muerte del padre trastoca nuestra identidad de forma radical, y ellos dos lo pierden casi a la misma edad: los veinte años, lo que lo hace aún más contundente. El que José Cuauhtémoc haya asesinado a su padre no quita ni un ápice el golpe bíblico que supone la pérdida. Es más, creo que se exacerba. El que tu padre muera en tus manos cumple la sentencia de la que hablaba Freud en Tótem y Tabú: la usurpación del trono del padre por el hijo. Para Marina, la muerte de su padre la lleva a reinventarse. De ser una potencial bailarina en una compañía, la compra con su herencia anticipada y así descubre una posibilidad de sí misma no contemplada. Y al final, es debido a la muerte de sus padres, que se entreteje lo que Eugenio Montejo, el enorme poeta venezolano, describió: “La Tierra giró para acercarnos, giró sobre sí misma y en nosotros, hasta juntarnos por fin en este sueño”.

En muchos momentos de Salvar el fuego, el encierro de José me ha recordado a El conde de Montecristo y su paso por If. Se salva de la locura, y posiblemente de la muerte, por la literatura. ¿Pueden las historias, las narraciones literarias o cinematográficas, rescatarnos?

"Las narraciones literarias o cinematográficas pueden rescatarnos, deben rescatarnos y queremos que nos rescaten"

Salvar el fuego presenta la visión del arte desde diversas posturas, desde el cineasta dueño de una gran fortuna heredada, quien ve en el cine la manera de provocar el sistema de valores burgués y conservador en el que creció, hasta el preso que ve en la creación literaria la manera de sacar de dentro lo que lo emponzoña o de descubrir su identidad. Para José Cuauhtémoc la creación lo rescata del tedio mortal del encierro, de la falta de esperanza, de la certeza de salir del reclusorio con “los tenis por delante”. Creando catedrales de palabras dentro de su cabeza, JC halla la única manera de perdurar en el más extremo de los encierros, sin enloquecer, sin perder de vista un futuro viable. Y sí, las narraciones literarias o cinematográficas pueden rescatarnos, deben rescatarnos y queremos que nos rescaten.

—¿Para qué cree que puede servir la escritura?

"La escritura sirve aún para lo mismo que los cuentos alrededor de las fogatas, para compartir, para emocionar, para crear conocimiento"

—La literatura proviene de las narraciones de caza alrededor del fuego, cuando por las noches quienes habían partido en la expedición volvían a la tribu a contar lo acontecido. Al hacerlo, los cazadores compartían las dificultades, emocionaban a los demás con sus relatos y, muy importante, creaban conocimiento para educar a los niños en las artes cinegéticas. Las pinturas rupestres retratan muy bien este universo que relacionaba a los hombres con el mundo animal. Poco a poco, los relatos debieron aderezarse con elementos fantásticos, con experiencias inventadas. La realidad y la imaginación amalgamadas para construir narraciones. Creo que la escritura sirve aún para lo mismo que los cuentos alrededor de las fogatas, para compartir, para emocionar, para crear conocimiento, para permitir a aquellos que no participaron en la expedición gozar de los detalles de lo sucedido. Por eso creo que la escritura y la caza son nuestros dos grandes ritos, aquellos que permanecen en el ADN más primal de nuestra especie.

Al final de su novela, el tramo de la rebelión carcelaria presenta un ritmo vertiginoso, muy cortado y vibrante. En este punto la novela cambia radicalmente su manera de respirar. ¿Qué perseguía con este cambio?

—Yo no perseguía nada, fue la historia la que me fue dictando el ritmo. No hay voluntad en la construcción literaria. Hay sí, disciplina, rigor, trabajo, pero no voluntad. Yo no puedo a voluntad escribir una obra maestra, ni siquiera un best seller. Moldeamos las novelas con muy escasas herramientas, donde la razón y la lógica no rigen. La novela la escribí durante innumerables viajes, durante periodos duros de enfermedad y de pérdida (lo dije ya, la muerte de mi padre). Los novelistas, más los que como yo tardamos años en pergeñar una obra, somos susceptibles al vaivén mismo de la vida. De alguna manera, quizás, el ritmo vertiginoso de mi propia vida afectó la elaboración de Salvar el fuego.

—¿Qué pensó cuando le concedieron el Premio Alfaguara por esta novela?

"Los anhelos no son más que un vapor que se disipa con facilidad"

—Como cientos de escritores (y esto lo demuestra la infinidad de manuscritos que entran al premio), anhelaba obtenerlo. Pero bien sabemos que los anhelos no son más que un vapor que se disipa con facilidad. La probabilidad de ganarlo es bajísima, así que no cambié mis planes para estar pendiente del fallo y, a decir verdad, no estaba del todo al tanto de la fecha exacta. Cuando me lo anunciaron estaba yo metido en un rancho en medio de la nada muy cerca de la frontera de Coahuila con Texas, en un lugar donde no llega la señal de celular. Por qué razón me desperté en la madrugada a tomar agua y quedarme jugando solitario spider en mi celular, no la sé, pero justo en ese momento entró la larga distancia desde España para anunciarme que había ganado. Mi felicidad fue absoluta. En ese momento desperté a mi hija, que dormía en el cuarto de al lado y a mi amigo Sergio Avilés para celebrar juntos. Luego desperté al dueño del rancho, Humberto Enríquez, y a las cuatro a.m., en el desértico territorio norteño, festejamos el premio. En poco tiempo debimos arreglar los problemas logísticos para presentarme en vídeo (y verme presentable también, llevaba quince días metido en el monte con la barba crecida). Por suerte mi amigo Jorge Jiménez me acogió en su casa, en Zaragoza, el pueblo más cercano, y pude enlazarme a la ceremonia. Tuve ya la fortuna de ganar el premio a mejor guionista en el Festival de Cine de Cannes. Pues ganar el Alfaguara para mí iguala este logro. Estos dos son los momentos más felices de mi vida profesional.

—¿Qué proyectos literarios le esperan en los próximos meses? ¿Tiene algún proyecto entre manos que pueda contarnos?

—Inicié una novela, llevo setenta páginas. Decidí detenerme para darle su espacio a la promoción de Salvar el fuego. El premio Alfaguara es en extremo importante y requiere de mi concentración y mi esfuerzo total. La nueva novela explora otros caminos temáticos. De nuevo quiero subir la apuesta y en la obra que viene arriesgaré aún más. Creo que la literatura, o al menos la mía, debe empujar los límites, hasta donde se pueda.

—¿Cuándo decidió que quería ser escritor? ¿Recuerda ese momento?

"Conforme pasaban los años me di cuenta que para expresar algo utilizaba narraciones, no ideas, no conceptos: historias. Era imposible que no me convirtiera en escritor"

—Sí, a los ocho, nueve años. Yo no sufrí ese terrible desprecio que se tienen niños y niñas a esa edad. A mí me encantaban, y como era tímido en exceso, hallé en la escritura de cartas la mejor manera de acercarme a ellas. Y luego, conforme pasaban los años me di cuenta que para expresar algo utilizaba narraciones, no ideas, no conceptos: historias. Era imposible que no me convirtiera en escritor.

—¿Qué diferencias nota cuando escribe una novela, respecto a la escritura de un guion?¿Se atrevería con otro género literario?

—Para mí escribir, para novela o para cine, es literatura. No suelo escribir por encargo (lo he hecho un par de veces y fue un desastre) y lo que he escrito para cine lo he tratado de abordar desde un punto de vista autoral y literario. Quise llevar estructuras novelísticas al cine y no a la inversa, perspectiva cinematográfica a mis novelas. Así que considero mi quehacer literario en ambas áreas y cualquiera que haya leído mis libros y haya visto las películas que escribí o dirigí podrá encontrar vasos comunicantes claros. Creo que en mis dos novelas recientes me he atrevido, aunque de forma escondida, a otros géneros: ahí hay cuentos, poemas, microficciones, pensamientos, caligramas…

—¿Qué está leyendo en estos momentos?

—Leo La invención del viaje, de Juliana González, Rímel, de Karla Zárate, Solenoide, de Mircea Cărtărescu, y terminé Campeón gabacho, de Aura Xilonen, y Ahora me rindo y eso es todo, de Álvaro Enrigue. Leí otros libros que no mellaron en mí, en los que reconozco su valía pero que no me tocaron como debían. Al fin y al cabo, uno escribe para los de su propia especie. Estoy por embarcarme en la versión de Moby Dick de esa espléndida editorial que es Navona. Y estoy por leerme todos los premios Alfaguara que me faltan. He leído los de los amigos (de algunos me hice amigo, por leerlos y no a la inversa): Jorge Franco, Xavier Velasco, Sergio Ramírez, Juan Gabriel Vázquez, José Ovejero, Patricio Pron, Carla Guelfenbein, Santiago Roncagliolo, Laura Restrepo, Lichi. Me falta el de mi querido amigo Jorge Volpi y otros.

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