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En busca del patriarcado 5 – “El varón domado, qué tipo inconsciente”

En busca del patriarcado 5 – “El varón domado, qué tipo inconsciente”

Partimos de que nunca se hace algo para o por el otro, aunque usted insista en creer, burguesa mía, privilegiada hermosa, chillona sin autonomía, que se autodenomina la voz de las sin voz por los derechos de las que han venido al mundo un poco afónicas. No, señora, usted sale a vociferar por usted, para paliar la culpa, porque le hicieron creer que tener cuerdas vocales y no compartirlas con las que no se esfuerzan por aprender a usar las suyas es políticamente incorrecto. Hoy dedicaremos este espacio a una que tuvo el tupé de ir en contra, de no hacer el caldo gordo a las Femi Hood de turno, pseudocompasivas que, creo yo, desaparecerán de la faz de la tierra el día que la franqueza con uno mismo triunfe: nunca.

Esther Vilar nació en Argentina en 1935, estudió medicina en la UBA y luego se ganó una beca para ir a trabajar a Alemania, en dónde se radicó. El varón domado fue su primer libro publicado, en 1971, a sus 35 años, libro que provocó una gran polémica y se vendió como pan caliente en todo el mundo. Nunca pensó lo que le depararía meterse con la secta victimista, jamás, si no, palabras de la autora, nunca lo hubiera escrito. “No me había imaginado el aislamiento en el que me encontraría después de escribirlo. Tampoco había previsto las consecuencias que traería incluso para mi vida privada”, informó a un periodista en el año 2005. Recibió amenazas de muerte que, a más de 30 años de la primera edición, todavía no habían cesado. En Alemania la consideraron enemiga de las mujeres, fue golpeada por cuatro feministas pacifistas en un baño público de Múnich y finalmente optó por dejar el país para refugiarse en Suiza.

"¿Pero por qué se ofuscaron tanto las Femi Hood de entonces? Porque Esther se anima a dar vuelta a la tortilla, a vivir de manera diferente el vínculo con el hombre"

¿Pero por qué se ofuscaron tanto las Femi Hood de entonces? Porque Esther se anima a dar vuelta a la tortilla, a vivir de manera diferente el vínculo con el hombre. Ella entiende que los explotados son los varones, ellos son los esclavos; las mujeres, seres humanos que no trabajan, empedernidas explotadoras que obtienen su bien capital de su mera anatomía, los doman de chiquitos, les hacen creer que ellas son el sexo débil (así se les demanda menos, como a los tullidos), que ellos deben protegerlas porque son fuertes y valerosos, los ensalzan con halagos, y así querrán servirlas de por vida alegremente, y nunca se darán cuenta de que están siendo manipulados. “El Señor es la mujer. Ella doma al hombre con traidores trucos para hacer de él un esclavo sumiso, y luego lo lanza… a la vida hostil, para que gane dinero… Como contraprestación, le pone la vagina a su disposición a intervalos regulares…”.

Y para colmo de bienes, agrega la autora buscarroña que “el varón es un… ser humano que trabaja. Con ese trabajo se alimenta a sí mismo, alimenta a su mujer y a los hijos de su mujer”. “El trabajo doméstico es tan fácil que en los manicomios lo ejecutan tradicionalmente los oligofrénicos que no sirven para ninguna otra cosa. Como el hombre satisface todos los deseos de la mujer, esta se vuelve cada vez más estúpida. Es un principio biológico que la inteligencia no se desarrolla sino en competición”. Claro, pero aquella era la situación de los años 70, me dirá usted, siempre queriendo acopiar agua pa su estanque, y agregará, con la indignación de punta, que ahora muchas mujeres trabajan. Y yo le voy a dar la razón, aunque no la tenga, así se queda tranquila, pero Esther, que no es indulgente y gustaba de meterse en líos, le respondería que “las mujeres pueden elegir entre la forma de vida de un varón y la de una criatura tonta, de lujo y parasitaria. El varón no puede elegir… Es parte de un gigantesco sistema despiadado dispuesto única y exclusivamente para su explotación máxima… Vivir para el hombre es trabajar”. Tampoco puede optar el muchacho por parir o no parir, that is the cuestión, que la naturaleza resultó ser una turra al final, sí, pero con los señores, parir es un privilegio de ellas.

"En una entrevista que le hicieron en el año 2006 Vilar sigue afirmando que muy pocas mujeres estarían dispuestas a mantener con su salario no sólo a los niños, sino también a sus maridos"

“Nos hemos acostumbrado tanto a ese mecanismo de explotación unilateral de un grupo humano por una banda de parásitas que hemos pervertido todos los conceptos morales. Se ha hecho obvio para nosotros que el sexo masculino es un Sísifo venido al mundo para aprender, trabajar y engendrar niños… hasta el punto de que no conseguimos ya ni imaginar para qué otra cosa podría existir el varón”. El varón debe mantener a sus hijos y a la madre si no quiere ir preso, el varón debe ir a la guerra, el varón se jubila después y se muere antes, porque se da la gran vida, el varón es un chanta opresor, inventó un sistema que lo pone a trabajar la mayor parte del día la mayor parte de su vida para su compañera y sus hijos, el varón debe abandonar último el Titanic y primero el asiento del colectivo para que le respondan luego que quién carajo se cree que es dando el asiento. ¿Te crees que por ser hombre sos mejor que yo? ¡PEL…TUDO DEL ORT…O! ¡MICROMACHISTA! ¡METETE EL ASIENTO EN EL C…LO! (No obedece el pobre porque no le cabe, se imaginará usted).

En una entrevista que le hicieron en el año 2006 Vilar sigue afirmando que “muy pocas mujeres estarían dispuestas a mantener con su salario no sólo a los niños, sino también a sus maridos. Y menos aún en caso de divorcio aceptarían dejar su casa y sus chicos al cónyuge y encima mantener al próximo admirador con lo que les quede de su ingreso. Sin embargo, eso es lo que seguimos esperando de los hombres”. Y agrega que la culpa es fifty-fifty, porque “ellos tampoco lo aceptarían de otra manera. Ser mantenido por una mujer hoy no es aceptable, y cuidar de la casa y los chicos en tiempo completo no es algo digno de un hombre de verdad”. “Mostrar que no somos unas santas, y que tenemos que cambiar nosotras si queremos que cambie la sociedad. Las mujeres tenemos un poder muy grande sobre nuestros hijos, y tiene que ser distinta la forma en la que los educamos si queremos un futuro distinto. No somos las víctimas: las mujeres somos las que damos el ritmo a la sociedad”. Algo así demuestra la gran sabiduría Mossuo en el capítulo dos, El reino de las mujeres, y algo así pregonaban Evita y Quintana en el capítulo primero.

"Hoy muchas son las mujeres que se han emancipado, sí, pero lo mismo siguen percibiendo desigualdad"

Hoy muchas son las mujeres que se han emancipado, sí, pero lo mismo siguen percibiendo desigualdad: “A la mujer emancipada le parece injusto que su ascenso sea más lento que el de sus colegas masculinos, pero no por eso se mezcla en las asesinas luchas competitivas de éstos… En vez de esforzarse por alterar ese hecho en el mismo lugar de su trabajo, se precipita —pintada como un clown y cubierta de lentejuelas— a las reuniones de su banda, y se pone allí a gritar por la equiparación de la mujer. No se le ocurre nunca que son las mujeres mismas, y no los varones, las culpables de la situación, por su falta de interés, su estupidez, su infiabilidad, sus eternos embarazos y, sobre todo, por su despiadada doma del varón”. Claramente, Esther estaba harta de lentejuelas, y agrega: “Al igual que las sufragistas, las women’s lib en pocos meses consiguieron todo: el derecho de las camareras a trabajar en turnos de noche, el derecho de las obreras a realizar trabajos que requieren equipo pesado, el derecho a trabajar en lo alto de palos de telégrafo, el derecho a pagar pensiones alimenticias a varones, el derecho a conservar su propio nombre y, por lo tanto, a ser tratada, incluso casada, como persona jurídica responsable única de sus actos, el derecho a cumplir el servicio militar, el derecho a ir a la guerra, etcétera… Pero conseguido esto no pasó nada más… El griterío terminó apenas se reprodujo en todos los periódicos del mundo las fotografías de la primera norteamericana subida a un poste telegráfico, de la primera fontanera, de la primera albañil… ¿Y por qué iba a proseguir? En realidad, no da ningún gusto picar piedras, cargar muebles ni reparar tuberías del agua”.

¿Pero si han conseguido todo, por qué siguen enojadas?, me pregunto en este epílogo perplejo. Trabajan, estudian, conciben si se les da la gana, se casan o no según les parezca, manejan empresas, países, el FMI… ¿Será que al final tanto fingir que somos las pobrecitas nos hemos creído el papel? ¿Se nos han tergiversado los cables, tanto chillar que nos oprimen? Y bueno, yo creo que me lo creí, el varón es un cerdo maldito, ¿o no? ¡Lo dicen en todos los canales! Y el premio es que trabajo para mantenerme, y si además quiero escribir no duermo, dependo sólo de mí, qué gran orgullo, no tengo un varón que me acompañe porque me oprimiría, no tengo hijos porque serían para el varón, usted vio que él es dueño y señor de todo, criaría a un chico para él, afirman ellas, y no me pida fundamento de esto porque no existe, solamente repito como lora.

La autora cree que “las feministas son las últimas que todavía describen a los hombres de la manera que a ellos les gusta verse: egocéntricos, obsesionados con el poder, duros y sin inhibiciones cuando se trata de satisfacer sus instintos. Por eso, las feministas más rabiosas se encuentran en la extraña situación de estar haciendo más por mantener el statu quo que nadie…”. Una completa parajoda, diría mi amiga de Bogotá, ella también vive sola.

Continuará…

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