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Exiliados de marca blanca

Veo a Antonio Machado cruzar la frontera junto a su madre octogenaria. Veo cómo se deshace todo el pasado a sus espaldas, incluido el rostro de su inseparable Manuel. Veo cómo se alojan enfermos y hambrientos en un hostal humilde de la costa francesa, con tos en las costillas y unos versos en el sobretodo: estos días azules son parecidos a aquellos, o quizás no. Veo cómo fallecen ambos, madre e hijo, separados por unas horas, y apenas treinta y un días después de pisar el exilio. Veo a Miguel Hernández cruzando la Raya de Portugal con el pánico en las botas. Veo cómo acaricia el reloj que un día le regaló su querido Vicente Aleixandre, hasta que un policía portugués observa la caricia y lo vende a sus colegas españoles. Veo cómo apalean al poeta alicantino en un calabozo de Huelva, y posteriormente en los distintos penales con olor a cebolla. Veo cómo muere en su particular exilio de miedo y de tristeza.

"Veo cómo se fija en los alambres de púas; detrás, el campo; al fondo, los Pirineos que carcomen el cielo. ¿Saldré?, se preguntaba"

Veo cómo Max Aub penetra en el campo de concentración francés de Vernet, hastiado, pobre. Veo cómo se fija en los alambres de púas; detrás, el campo; al fondo, los Pirineos que carcomen el cielo. ¿Saldré?, se preguntaba. ¿Quién podía saberlo? Veo a Maruja Mallo con sus témperas en ristre en la chilena isla de Pascua, con su gran amigo Neruda observando el arte, recordando ambos a su común poeta Federico García Lorca. Veo a Concha Méndez a punto de expirar en 1986: México ya no es aquel país de fuego al que llegó con Altolaguirre. Veo cómo a Concha le escuece no haber vuelto a pisar España desde aquella lejana guerra del 39: medio siglo sin hogar, ni más ni menos. Veo a Cernuda clamar desde el exilio contra la patria que lo expulsó cruelmente: «¿Volver? Vuelva el que tenga / tras largos años, tras un largo viaje / cansancio del camino». Veo a María Zambrano cruzando los Pirineos, reencontrándose con su marido fugado. Alfonso, discípulo de Ortega, pareja de Zambrano, habla también del exilio del filósofo. Veo a María desesperada, renegando. Veo a Juan Ramón Jiménez agonizando en Puerto Rico: «España», dicen que fue lo último que suspiró.

"Veo cómo sonríen, guitarrean, sienten, participan de la política patria. Y todo ello sin los versos desesperados del poeta, sin alambradas, sin llantos por los caídos, sin palizas"

Y luego veo a hombres celebrar con champagne el último gol de Messi, protegidos por mansiones de oro, sin que los términos que han aparecido recurrentemente por este texto (miedo, hambre, tristeza…) tengan cabida entre sus acomodadas alforjas. Veo cómo viven del mismo sistema del que huyen, al contrario que aquellos que pululan por los dos primeros párrafos. Veo cómo sonríen, guitarrean, sienten, participan de la política patria. Y todo ello sin los versos desesperados del poeta, sin alambradas, sin llantos por los caídos, sin palizas. No parece lo mismo, no. Sin embargo, la política actual obliga a establecer paralelismos chuscos, símiles que destrozan la memoria. La solución a esta terrible confusión ya la dio el protagonista de este texto: hay que separar a los tenores huecos de los grillos que cantan, y a los exiliados de su marca blanca.

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