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Ganador y finalista del concurso de historias de libros

Historias de libros en Zenda

Reflexiones desde mi celda, de Chema de Aquino, ha ganado el concurso de historias de libros, patrocinado por Iberdrola y celebrado con motivo del Día del Libro y Sant Jordi. Su premio es de 2.000 euros. Y Allanamiento, de Rafa Castaño, ha quedado finalista y recibirá 1.000 euros. 

El jurado, formado por los escritores Juan Eslava Galán, Juan Gómez-Jurado, Lara Siscar y Paula Izquierdo, ha valorado la calidad literaria y la originalidad de las historias. Aquí puedes consultar las bases del concurso. Para participar, había que escribir un relato en internet en lengua española que incluyera la palabra LIBRO. El relato debía ser publicado en internet mediante una entrada en un blog, una anotación en Facebook o un tuit en Twitter. Una vez los usuarios hubieran publicado el texto, debían inscribirse en el Foro de Zenda en el apartado https://foro.zendalibros.com/forums/topic/historiasdelibros-en-zenda/. Se han presentado más de 500 relatos, y el miércoles pasado publicamos la selección de 20 historias que optaban a los premios.

A continuación reproducimos los relatos ganadores.

Reflexiones desde mi celda

Chema de Aquino

La mayor cicatriz no es vivir cien años de soledad, sino recordar el perfume de la mujer a la que amo encerrado en una oscura celda, donde cada día puedo leer la crónica de una muerte anunciada, la mía

Los ángeles y demonios de mi interior lucharon entre ellos durante un tiempo, pero ahora la metamorfosis ya está completada, nunca volveré a ser lo que fui. Las mil y una noches que llevo en esta celda son mi peor enemigo. Ya he olvidado el color, el olor y, casi, el nombre de la rosa. Crimen y castigo que ni cometí ni merezco… si al menos tuviera la oportunidad de matar a sangre fría a los que me hicieron esto… La conjura de los necios funcionó, y mientras ellos, los miserables, celebran mi falta de libertad, yo sólo pienso en el extranjero que un día me avisó de todo esto. Lo hizo en 1984, el día de los santos inocentes. Su voz adelantándome todo lo porvenir vuelve a mi mente una y otra vez. El gran Gatsby se hacía llamar… Vaticinó todo lo que me iba a suceder cuando yo sólo pensaba en un mundo feliz. ¿Acaso debería haberle creído? ¿Yo? ¿Un poeta en Nueva York en el mejor momento de su vida? No, la odisea por la que he pasado no entraba en mi mente. Quizás mi orgullo y prejuicio me obligaron a rechazarle, a llamarle idiota y renegar de sus narraciones extraordinarias… ojalá pudiera retroceder en busca del tiempo perdido.

El ruido y la furia que inundan mi interior son capaces de destruir hasta los pilares de la tierra, pero de nada sirven en este reducido espacio, entre mi propia sangre derramada y la oscuridad, entre rojo y negro. Aquí ni siquiera podría componer 20 poemas de amor y una canción desesperada. Quizás el secreto esté en resistir, pero me niego a comprobarlo. Mi final se acerca, y cuando me muera, nadie preguntará por quién doblan las campanas, pues estas no sonarán. Joder, ni siquiera tengo un maldito libro con el que poder escapar de aquí. Niebla, ven a mí, estoy preparado para sucumbir. Las tumbas de Saint Denis me esperan como a tantos hombres buenos que llegaron antes que yo. El club de los suicidas va a tener un nuevo miembro.

Adiós, muñeca.

***

Allanamiento

Rafa Castaño

Me preocupo demasiado por todo. Por eso voy tanto a la biblioteca. Mi forma de desahogarme de la frustración es tomar un libro y desactivarlo. Ayudar a los demás, eso sí que me hace sentir bien. Si es una novela de misterio, siembro de breves anotaciones las hojas, apunto la identidad del asesino o los futuros giros que la trama reserva. En las novelas románticas trazo lazos con tintas de distintos colores: roja para los finales felices, negra para los trágicos. Siento debilidad por el negro. Disfruto especialmente escribiendo en las tapas de los libros aburridos NO PASA NADA. Sé que con ellas he ahorrado muchos disgustos y angustias, muchos arrepentimientos.

No hago todo esto por molestar. Más bien soy yo el que se toma la molestia. No creo que la decepción aleccione. Hay ya bastante dolor en el mundo, demasiados libros para el pedazo de tiempo que se nos ha dispensado. Por eso mismo ayer, al llegar a casa, no me sorprendí al ver cruzar mi puerta una raya de pintura blanca.

Quizás, pese a todos los prejuicios en mi contra, alguien me admire. Esta es su forma de agradecérmelo. Algunas gotas caían aún sobre el felpudo. Pasé la mano sobre la madera negra y cedió. Entré y vi más pintura en los cojines, bordados con bodoques apelmazados y frescos, y sobre las fotografías, el espejo del baño, los botes metálicos para la pasta, la cola del perro. ¿Habrían usado al perro como brocha?

Me divertía. Yo no tengo miedo. Alguien se habría enterado de lo que hago, alguien que ama tanto como yo la lectura. Quizás me dejé la puerta abierta o la forzaron, como en las malas novelas, con la radiografía de una cadera rota. Me pasé varias horas raspando con la espátula, tratando de descubrir el significado que ocultaban aquellos pegotes y líneas. Me acosté cansado y sereno, orgulloso de mis buenas acciones, satisfecho de haber captado la atención de un desconocido.

He dormido del tirón toda la noche. Me he levantado con unas ganas terribles de volver a la biblioteca. He soñado con el allanamiento. Estaba entusiasmado, notaba el corazón bajo la tenue piel del pecho, me picaba todo el cuerpo. Me ardía. Necesitaba una ducha de agua fría. He entrado a ciegas en el baño, frotándome aún los ojos, me he metido en la bañera y he abierto el mando para espabilarme. He creído seguir soñando: ríos rojos bajaban por mi cuerpo hasta el desagüe. He mirado hacia arriba. Agua. Me he palpado la cara y me he manchado los dedos. He corrido a mirarme en el espejo, he querido gritar pero no he sabido, he visto un mapa de heridas cruzarme la cara, profundas líneas rojas, moratones, parches lívidos. Bajo el ruido del agua cayendo he oído un portazo, he oído ladrar a mi perro. Alguien me conoce mejor que yo mismo.

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