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Ganador y finalistas del concurso de relatos #naturalmente

Ganador y finalistas del concurso de relatos #naturalmente

El ganador del concurso de relatos #historiasdemadres, organizado por Zenda y patrocinado por Iberdrola, es Raúl de Tapia Martín, autor del relato ‘Biografía de un nido’, premiado con 1.000 euros. Los dos finalistas del certamen, en el que han participado un total de 606 historias, son Marta Noemí Rosa Casale —autora de ‘Espesura’— y Benjamín Eduardo Martínez Hernández —autor de ‘Voz’—, que recibirán por su parte 500 euros cada una. El jurado ha valorado la calidad literaria y la originalidad de los textos presentados.

El jurado ha estado formado por Juan Eslava Galán, Juan Gómez-Jurado, Espido Freire, Paula Izquierdo y Miguel Munárriz.

A continuación reproducimos los tres relatos premiados. En este enlace puedes consultar las bases del premio. Gracias a todos por participar.

***

GANADOR

Raúl de Tapia Martín

Biografía de un nido

El relato más delicado de un nido tiene tres personajes: un ave, una madeja y la abuela Concha.

La abuela Concha tiene por costumbre tejer en la puerta de casa. Bajo el perfil del pico Cervales, sentada a la sombra de una higuera, se refugia en su aroma. Demora en ocasiones la vista sobre los álamos cercanos, los plantados cuando nació su nieto Miguel. Mantiene en el regazo un ovillo de lana rojo amapola. Con él comenzará esta mañana una urdimbre, o esa es su intención. Se levanta en busca de las gafas y no sabe cómo, pero a la vuelta el manojo, que dejó en la silla, ha desaparecido. Mira junto al pilón, busca donde el enebro, pero nada. Quizás haya sido Ibor, el mastín, perro joven que enreda con lo primero que encuentra. No parece haber sido él. Sin ganas de indagar más, resuelve cambiar de color, tiene ganas de tejer.

Pasan las semanas y llegado el mes de marzo, un pájaro levanta su nido sobre una horquilla del álamo más lejano. Tiene forma ovalada y está cubierto de líquenes. No sabe cómo ha logrado verlo, pue no se distingue de la corteza del árbol. Aún le falta trabajo, por ahora tiene forma de tazón. El ave tiene cuerpo de bola y la cola muy larga. Cuando vuelva del huerto preguntará a su hijo Joaquín por el nombre del pájaro. Un mito, le dirá, qué nombre más hermoso, responderá ella.

A falta de otra tarea, dedica la mañana a esa bola de plumas con cola. En realidad, son dos, macho y hembra supone. Hace inventario de todo lo que arriman: musgos, telas de araña, líquenes y plumas, muchas plumas. Con el musgo han hecho la forma del cuenco. Desde el interior, van girando su cuerpo como un compás, para colocar cada hebra verde en el lugar indicado. La tela de araña les ayuda en la hilazón. Como ya han florecido los sauces, cosechan los algodones de sus semillas y pronto acolchan el conjunto. Es abundante el plumón que ocupa el fondo. La abuela Concha interpreta que dará calor a los huevos y después a los pollos. Cuando pregunte a su hijo, este le dirá que llegan a juntar más de dos mil plumas. Su hijo estudia las aves, por eso sabe todas las respuestas. También traen los copos blancos de las puestas de las arañas. Con ellas pegan los líquenes a la piel del nido.

En poco rato ya no se ve el nidal, tanto es el parecido a la corteza del árbol. Ahora entiende la pasión de su hijo por las aves, todo le parece fascinante.

Llega la tarde y, tras la siesta, vuelve a ver cómo va la construcción. Los mitos siguen muy ocupados en su trabajo. Si contara los viajes de ida y vuelta le saldría más de un millar. Mucho tendrán que comer para reponer energías. A ratos, los mitos buscan bajo las hojas, entre los brotes, en la maraña de las copas. Ahí encuentran larvas y pequeños insectos para reponerse.

Cuál será su sorpresa, cuando en esas idas y venidas uno de los mitos aparece con un hilo de lana rojo amapola. En un instante, la hilacha aparece cosida a la gran bola vegetal en que se ha convertido la obra. ¿Dónde encontró la madeja perdida hace meses? Sonríe por la alegría del hallazgo, parece que el pájaro le dedicara el nido, como si lo firmara con su lana de “yerbaviento”. Con tanta atención que le he prestado, la abuela merecía un regalo tan singular.

Cuando marcha a dormir, la abuela Concha piensa en lo vivido. Esa noche va a soñar que el ovillo es el regazo donde duermen los mitos.

FINALISTAS

Marta Noemí Rosa Casale

Espesura

Una noche fui árbol. Una sola noche, pero pude tocar con mis ramas un cielo profundamente azul. Un azul oscuro, apenas cubierto de nubes y de estrellas. Un cielo que era como un manto que abrigaba y a la vez daba vértigo. Esa noche tuve hojas que plateaban bajo la luna de abril y un nido solitario en la rama más alta. Tuve viento y pájaros revoloteando. Y presagios de tormenta. Fui un árbol en un bosque de troncos retorcidos, con agua corriendo más allá de la espesura y el eco de otros paisajes. Pude sentir cómo mis raíces se hundían en la tierra para buscar sustento, y me alcé firme para mirar más lejos. Fui árbol y fui noche. Fui el grito de un animal desconocido llamando a su cría; un grito lastimero y urgente, replicado en cada rincón del paraje. Fui, entonces, también animal herido, perdido, buscando su manada. Fui heno; paja seca donde dormir tranquila y unos ojos relampagueando en la oscuridad. Unos ojos redondos como dos soles nocturnos. Fui un siseo constante, cargado de enigmas y malos agüeros, y el sonido sordo de pisadas en el follaje deformado por las sombras. Fui silencio y fui ruido ensordecedor, abriéndose paso por los caminos del bosque, hasta donde el trueno anuncia tempestad. Fui miedo y agua cayendo a borbotones. Fui piedra. Fui hueco y tronco vacío solo por una noche. Y respiración entrecortada. Y frío. Y después la paz que sigue a la tormenta. Amanecer con olor a tierra mojada y la vida que vuelve a ser visible, palpable, audible. Como un animal salvaje que deja por fin la hibernación, me estiré con el primer calor de la mañana hasta que cada músculo estuvo en su lugar, presto para correr o para trepar. Tenso en la espera hasta escuchar las voces. Voces humanas repitiendo un nombre, un nombre que retumbaba como un trueno por sobre todos los sonidos del bosque. Mi nombre.

Una noche fui árbol. Tenía once años. Cuando el sol estuvo en lo alto me encontraron.

Benjamín Eduardo Martínez Hernández

Voz

Todas las sílabas se llenaron de humo, no pude armar el verbo. Salimos del metro tropezando, ciegos, con la dificultad propia de quien no encuentra su garganta. La calle nos recibió tirando los cadáveres. Una lluvia de hojas calcinadas y el indescriptible olor a caucho. De un lado a otro corrían escasos transeúntes. Me eché hacia atrás sin devolverme al metro, habían cerrado la estación. No pude ver más.

Sentí que me levantaban, alguien pronunció mi nombre, pero no pude responder.

Dolor en el pecho, algo cercano a un mantra invadía mis oídos. Abrí los ojos. Una multitud de árboles variados realizaban una danza extraña. Yo los escuchaba y veía atento. Uno de ellos acercó una de sus ramas y me levantó. Desde arriba pude ver un poco más: trazaban un círculo, caí.

Me hice de piedra. Otros llegaron y cayeron sobre mí. Supongo que eran hombres, venían de lo alto. Alguien talló iniciales en nosotros. Desconozco. Sentí calor, cada vez más intenso.

Desperté. La calle ardía, todo era escombro. Me levanté, caminé un poco más hasta el fondo de la calle, un tronco grande mostraba sus anillos, los conté, la misma edad que tengo, el dolor regresó. A veces sigo curiosas señales, una niña se acerca y se sienta sobre mí, me habla como si creyera realmente que la escucho. Yo me quedo quieto, no vaya a ser que se asuste. Se marcha. Sé que regresará.

Dicen que así funciona la tierra: la naturaleza jamás pierde su voz.

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Alba Gómez Querves
Alba Gómez Querves
1 mes hace

Muchas felicidades!
Precioso relato, a mí me gustó muchísimo, es maravilloso.