No es habitual encontrarte con una novela de género negro que muestre un catálogo tan amplio de delincuentes de medio pelo, mafiosos, chivatos, dueños de garitos infectos, clanes gitanos, conseguidores e incluso policías que se mueven entre ellos como Pedro por su casa. Y mucho menos usual es que quien ha escrito la novela sea una debutante, aunque haya escrito poesía y teatro. La novela negra tiene sus propios códigos, sus propias estructuras, sus propios recursos literarios. Por eso no es fácil sacar adelante una obra como esta, tan redonda, tan fascinante, tan deslumbrante, tan atrayente, tan seductora. Y pongo también el acento en que sea una mujer quien la haya escrito. Espero que no la tilden de machista como nos tachan a los que nos dedicamos a esto en esa tendencia absurda de confundir al escritor con sus personajes.
Por la novela transitan personajes como Rachid el sirio, el Niño Luis, el Viruta, el Pirulas, el Chóped o la Tata, gente que va por libre o que pertenecen a clanes que están condenados a entenderse o a destruirse entre sí. También nos encontraremos con los policías Santos y Garza, obligados a convivir con todos ellos, y resignados, porque saben que si detienen a unos, otros ocuparan su lugar, por lo que garantizan una red de favores a cambio de soplos. Ellos deciden hacer la vista gorda en unos casos y no en otros, sabedores de que es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer.
La novela está dividida en capítulos cortos, y he notado coincidencias (ya sé que es mucho decir) en muchos de sus párrafos con los de muchos textos de Hemingway. Pero por buscar una raíz, algo entre la forma de escribir de Gloria y algún otro escritor de género anterior, esa raíz es sin ninguna duda George V. Higgins (Los amigos de Eddie Coyle, La rata en llamas, Mátalos suavemente…). Los personajes son extremadamente parecidos. Como el de Massachusetts, Gloria cambia el foco de la narración en cada capítulo. Salta de una zona geográfica a otra, de unos personajes a otros, de una circunstancia a otra. Como Higgins, la fuerza de la narración está en los diálogos. Los personajes se citan y si aparecen hablan, pero no mayoritariamente del delito que van a cometer, sino de circunstancias personales que nunca interesan a su interlocutor que, haciendo un ejercicio de paciencia, escucha con el único interés de que el martirio acabe lo más pronto posible.
Alguien dirá que la novela es tarantiniana, y lo es, ya que enlaza varias historias que se relacionan, unas más que otras, pero no es nuevo que Quentin Tarantino no habría hecho carrera cinematográfica sin leer a George V. Higgins. Y está claro que Cruz y Fraile no tienen el glamour ni la elegancia de Vincent Vega y Jules Winnfield, pero ni falta que les hace. Los Ángeles no son la Cornisa de Orcasitas. Ni de coña.
La novela se adorna con unos pocos capítulos de pocos párrafos en los que se da información y se traza la historia desde sus inicios de las peleas de gallos. Con ello, Gloria hace una analogía entre esta disciplina y el ecosistema de lo que ella llama la Costa Brava de Madrid, que sirve para designar a los barrios citados que aparecen en la novela.
Como en las novelas de Higgins, alguien va a meter la pata. Alguien está en el lugar equivocado a la hora equivocada. O alguien toma una decisión errónea por lo urgente de su situación sin pensar en las consecuencias que vendrán, y vaya si vendrán.
Tomen nota: Gloria Trinidad, Gallos de poca casta. Uno de los debuts literarios más fulgurantes en género negro que me he podido echar a la cara en los últimos años.
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Autor: Gloria Trinidad. Título: Gallos de poca casta. Editorial: Alrevés. Venta: Todos tus libros


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