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Gracias, Sr. Salinger

Gracias, Sr. Salinger

El guardián entre el centeno no es mi novela favorita en la historia de la literatura. Es posible que, como la mayoría de lectores, no pudiese elegir una sola obra. O, en el mejor de los casos, dependiese del momento vital que estuviese atravesando.

Pero sin duda, no se iría mucho más lejos del puesto número veinte si me demandasen un hipotético ranking, que me costaría realizar. No solo por su calidad literaria, para mí obvia, sino porque me abrió las puertas a otro tipo de lecturas. Creo que esto ya lo he contado alguna vez; a raíz de la historia de Holden Caulfield descubrí que leer podía ser mucho más fascinante y tenía más que ver conmigo de lo que presuponía gracias a las clases de literatura (o por culpa de ellas). En este sentido, alguien que te abre nuevos caminos siempre es digno de ser observado con cierta (o mucha) admiración. La misma que se le debe a un maestro. J. D. Salinger para mí lo fue. Lo sigue siendo, diría.

"Durante años, mientras vivía, siempre tuve la esperanza de encontrarme con alguna novedad literaria en el mercado, aun a riesgo de sufrir una decepción mayúscula"

Durante años, mientras vivía, siempre tuve la esperanza de encontrarme con alguna novedad literaria en el mercado, aun a riesgo de sufrir una decepción mayúscula. Es lo que tienen los mitos, son más susceptibles de derrumbarse como barro mal cocinado.

Ahora, con él ya desaparecido y en el centenario de su nacimiento, esa esperanza se ha transformado en temor. Rezo para que sus herederos no desempolven sus manuscritos. Algo que sucederá, a buen seguro, más temprano que tarde.

Pero no es de mi relación lectora con Salinger de lo que quería hablarles, sino de la suya con la literatura.

Hace unas semanas aparecía una entrevista con su albacea literario, su hijo Matt, en la que este aseguraba que estuvo escribiendo hasta el final de sus días con el profesionalismo propio de cualquier escritor cuyo destino fuese ver sus obras encuadernadas y puestas a la venta en los escaparates de cualquier librería.

«Se levantaba a las 3 o 4 de la mañana y escribía durante unas cuatro horas, antes de que el mundo se despertara, después volvía a la cama y leía varias horas más. A mediodía se volvía a levantar, desayunaba y seguía escribiendo hasta media tarde…» (El País, 9 de mayo de 2019), relataba Matt Salinger.

"Nos autoeditamos libros infumables sin el menor pudor, solo para conseguir nuestro pequeño minuto de gloria entre una docena de familiares y amigos"

Matt niega (ese es su empeño a lo largo de casi toda la entrevista) la existencia de un Salinger extravagante o, al menos, no más extravagante que el resto de los mortales. Parece ser que se comportaba como una persona normal (signifique eso lo que signifique), que mantenía una relación cordial con la comunidad donde vivía y se ocupaba de sus obligaciones familiares del mejor modo que podía o sabía.

No sé a ustedes, pero a mí me resulta fascinante pensar en un tipo encerrado horas y horas frente a su máquina de escribir sin ningún afán por obtener una recompensa, ya sea económica o de prestigio social. Simplemente por puro amor a la escritura. Máxime tratándose de uno de los autores más reconocidos de la segunda mitad del siglo XX.

Sí, ya sé que Salinger tenía su vida económica solucionada y podía permitirse escribir sin más objetivo que el de poner una palabra tras otra. Ese no es el tema. Del mismo modo, también es cierto que era sabedor de que cualquier novedad suya se convertiría en un éxito de ventas e implicaría para él múltiples viajes, mesas de debate, entrevistas, congresos, presentaciones, etc., etc., y más etc.

Precisamente lo que él más aborrecía, dirán ustedes. Claro, ese es el quid de la cuestión. ¿Para qué escribimos: porque necesitamos contar historias o por el supuesto prestigio social que otorga la faceta de escritor?

¿Quién de ustedes (quién de nosotros, si lo prefieren) renunciaría a la vanagloria de lo mediático? A los cantos de sirena de las alabanzas. ¿Quién renunciaría a escucharse a sí mismo y a seguir escuchándose una vez más?

Nos autoeditamos libros infumables sin el menor pudor, solo para conseguir nuestro pequeño minuto de gloria entre una docena de familiares y amigos. Por eso me sorprende, no sé si también me inquieta, la figura de J.D. Salinger. Un hombre que lo único que quiso hacer, e hizo, toda su vida es dedicarse a escribir.

"Puede que J.D. Salinger, por mucho que su hijo trate de negarlo, también tomase la inteligente resolución de volverse loco y apartarse de esta hoguera de las vanidades"

Mientras, no dejo de observar, tanto en las redes sociales como en el mundo real (sea lo que sea eso), escritores y autonombrados escritores que lo único que desean es publicar. La escritura parece ser un mal trago que hay que pasar para llegar a ello. Es más, estaría por apostar que algunos de ellos publicarían sin escribir, si es que eso fuese posible.

Decía el poeta y ensayista alemán Heinrich Heine que la verdadera locura quizá no sea más que la sabiduría misma que, cansada de descubrir las desvergüenzas del mundo, ha tomado la inteligente resolución de volverse loca.

Puede que J.D. Salinger, por mucho que su hijo trate de negarlo, también tomase la inteligente resolución de volverse loco y apartarse de esta hoguera de las vanidades que en la última década se ha multiplicado hasta resultar insoportable.

Gracias, Sr. Salinger, por su obra publicada y, sobre todo, gracias por su obra no publicada a pesar de ser escrita. Toda un lección.

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