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Guillermo del Toro: «El mal nunca muere»

Guillermo del Toro: «El mal nunca muere»

El cineasta y escritor mexicano Guillermo del Toro inicia junto con el autor Chuck Hogan la nueva trilogía Las cintas de Blackwood con la novela Los seres huecos, en la que sigue «la tradición de detectives ocultistas».

En una entrevista con EFE, Del Toro señala que «en la literatura fantástica hay un subgénero poco conocido, el del detective ocultista», que siempre le ha cautivado desde un punto de vista personal, y cita como ejemplos a Carnacki, detective creado por William Hope Hodgson, que nació casi a la par que Sherlock Holmes; Jules de Grandin, creado por Seabury Quinn, y John Silence, creado por Algernon Blackwood. «Este último es uno de mis ídolos», subraya.

Con esos antecedentes, Del Toro y Hogan, que ya habían coescrito anteriormente la trilogía The Strain, decidieron crear un nuevo detective ocultista, y aunque primero pensaron en hacer «una nueva versión de John Silence», al ver que el personaje era tan distinto decidieron bautizarlo como Blackwood, en homenaje a su admirado autor. Del Toro comenta que Algernon Blackwood, un discípulo de H. P. Lovecraft, tenía «una extraña certeza acerca de lo sobrenatural, no había duda en su literatura acerca de esos fenómenos, eran reales sin discusión, y esa fe, esa enorme carga, ese ying y yang de lo terrible y lo cotidiano es único».

De la cultura pop, la influencia más directa, revela Del Toro, es la serie con el detective-reportero Carl Kolchak, que se emitió en los años 70, creado por Dan Curtis, Jeff Rice y Richard Matheson, «un personaje encantador por su aspecto terrenal y cotidiano, con un automóvil viejo, zapatos de tenis sucios y que siempre andaba corto de fondos».

Como muchas de las películas de Del Toro, Seres huecos (AdN) parte de una premisa realista, una actuación e investigación policial del FBI en la que se incrustan elementos fantásticos y de fábula. «Para mí, lo interesante siempre ha sido ver esas historias fantásticas que sucedían en castillos o cementerios de Europa, trasladadas a mi barrio, a la clase media en México, porque resulta más interesante pensar en un zombi o un vampiro si es tu abuelo o tu hermano mayor en tu barrio, con la televisión encendida.

La novela viaja en el tiempo entre la actualidad, los años 60 o el siglo XVI, donde se sitúan los orígenes del eterno Blackwood. La idea que subyace en esos saltos narrativos en el tiempo es que «el mal nunca muere, el ciclo de creación y destrucción es eterno. Lo que sucede en 1960 en la novela sigue existiendo de manera abierta o latente, porque nuestra naturaleza espiritual es imperfecta».

Del Toro avanza que «conforme la trilogía avance quedará más claro el destino y maldición que acarrea el protagonista, porque a través de los tiempos tiene que salvar al mundo una y otra vez», y siempre enfrentado a su némesis, el fugitivo Earl Solomon. El pasado remoto cimenta, a juicio del director de El laberinto del fauno, «no sólo la mitología sino también la pérdida enorme que sufre Blackwood, quien no tiene prisa, no usa tecnología, no usa atajos electrónicos, su ritmo es de siglos atrás».

De su trabajo con Chuck Hogan, Del Toro dice que es una «delicia»: «Ambos hacemos la exploración de localizaciones e investigación de campo juntos, preparamos la escaleta de los libros y las semblanzas de personajes y después todo es colaboración electrónica, no importa dónde estemos». Aunque tienen «gustos similares», ambos atesoran «diferentes sensibilidades», y mientras al cineasta le interesa mucho «la raíz mitológica de la historia», a Hogan le gusta más «la parte procesal y los detalles cotidianos o realistas de la historia».

Advierten ambos autores en la novela que «la profanación de tumbas en New Jersey por motivos esotéricos es muy real y no se trata de ficción», lo que lleva a recurrir al manido «la realidad siempre supera a la ficción». «Como mexicano, eso me ha quedado claro desde la infancia, y la fusión entre crimen y ocultismo es una realidad aterradora, una fusión que hace un par de décadas se daba mucho en los cárteles del norte de México».

Luchar para que el lector ponga en suspenso su incredulidad, como también pasa en el cine con el espectador, no resulta complicado, asegura Del Toro, «si fundamentas la mitología con cuidado y el paisaje en el que se mueven los personajes queda claro». Después llega el reto de «anclar lo sobrenatural en lo mundano, esa fusión que permite que el lector o el espectador acepte la coartada de la realidad y se acerque a los elementos fantásticos con la certeza de que son tan reales como lo real». En este punto, el autor recuerda las palabras de J. R. R. Tolkien, que decía: «Cread lo fantástico como atractivo, pero usad lo real para reconocernos en ello». En la trilogía anterior, un virus transformaba a las personas en vampiros, y rápidamente en el diálogo surgen los paralelismos con la actualidad. «Esos paralelismos existen siempre en los relatos catastróficos, sea Camus, Defoe o un cuento de ciencia ficción«, señala Del Toro, que añade que cuando estuvo documentándose sobre virología para su película Mimic leyó libros con un mensaje claro: «Para un virus no existe el tiempo o la civilización, un virus nos devuelve a la Edad Media en cuestión de semanas, y creo personalmente que entre civilización y canibalismo hay una distancia corta».

A pesar de que la trilogía anterior, The Strain, se convirtió en una serie de televisión y en cómics, la serie Blackwood, apunta Del Toro, no vivirá el mismo recorrido, «al menos de momento», y nunca antes de acabar de escribir los libros.

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