El escritor limeño Gustavo Rodríguez escribió la novela que nos convoca a esta conversación zendiana para saldar una deuda emocional. Durante muchos años prometió a su madre contar la historia de su abuelo, para que no quedase sepultada en el olvido. En Mamita, que presenta estos días en varias localidades, despliega su talento narrativo para convertir una novela que transita entre afectos en un imprescindible de este cierre de temporada literaria.
Parece que estos dos ingredientes se han convertido en la base de todas sus cocciones literarias pues, en Mamita, visita el Perú de sus antepasados con una mirada honesta y libre de crítica, al tiempo que, en el Perú actual, las idas y venidas en el coche para cumplir sus compromisos de promoción se convierten en la excusa para crear un diálogo teñido de humor entre el protagonista, un escritor y su chófer (Hitler). Un diálogo que ahonda en el desamor, la desaparición de los afectos y la escritura.
Con su mamá aprendió —dice en la novela— que la promesa de un afecto no cuesta más que una pizca extra de lengua. Por eso Mamita (Alfaguara), que ahora presenta el escritor Gustavo Rodríguez, es un acto de amor. Zenda se reúne con el autor el mismo día que presenta el título en Madrid. Parece que, en estos minutos suspendidos del presente, desde una recepción de hotel podemos viajar a Trujillo, podemos festejar el cumpleaños de mamita junto a Ronito y el resto de la familia, podemos mirar de reojo la barriga de Hitler apoyada sobre el volante, mientras una memoria llena de emociones se despliega sobre nosotros.
Rodríguez desvela con su prosa una historia pequeña pero universal, la de una familia que sucumbió al éxito y a los fracasos, que se superó con cada contratiempo, una familia que conmueve por sus desdichas y por el cariño que traspasa las páginas de esta novela. Una historia con la que el autor cumple una promesa de años para instalarse, su caudal de palabras y de sentimientos, en el corazón de todos sus lectores.
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—¿Con Mamita ha cumplido la promesa de escribir sobre su abuelo?
—Totalmente, aparte de un acto de amor es un acto de justicia.
—Uno escribe lo que puede (dice el personaje de Dolores en la novela). ¿Qué puede escribir hoy Gustavo Rodríguez?
—En este momento absolutamente nada, porque siento que me he quedado totalmente drenado con esta novela. Pero si me dan la tinta, escribiré la palabra “gracias”.
—El personaje de Otoniel Vela* (su abuelo) es una figura que construye una época. ¿Qué época nos está descubriendo con Mamita?
—Una época silenciada por la historia, de la que debería saberse más. La única novela que se ocupó de este tema fue El sueño del celta, de Mario Vargas Llosa, que es sobre la época del genocidio de siete etnias en la selva amazónica del Putumayo, durante fines del siglo XIX e inicios del XX por la fiebre del caucho. Todos los autos que rodaron en esa época por el mundo llevan la sangre de, probablemente, 30.000 indígenas muertos para que eso fuera posible. Si bien mi abuelo no está claro que haya sido cauchero, es evidente que hizo fortuna en una época de bonanza para toda esa burguesía. Digamos que es una época muy esclarecedora sobre procesos que se repiten cada cierto tiempo en países colonizados, como el mío. En este mismo momento, en la selva, se están cometiendo grandes injusticias, trata de personas, ya no por el caucho, sino por la minería ilegal, por el oro. Se está depredando la selva, se está matando gente. Y vuelve a ocurrir y no se habla lo suficiente de ello.
—Escribir ha sido, en este caso, ir adelantando el duelo. ¿Escribir ayuda a sanar?
—En mi caso sí. No sé si a otros escritores, pero en mi caso sí. Siento que en mis primeras novelas escribía para tratar de entender cosas de mi pasado, y en mis últimas novelas estoy escribiendo para ponerme en el lugar que me espera en el futuro. No me gusta usar la palabra “terapéutico”, pero en todo caso, creo que hay pocos oficios en el mundo que obliguen a una persona a hacerse tantas preguntas como la escritura. Escribir una novela implica hacerse cien mil preguntas. Creo que preguntarse constantemente ayuda a procesarse.
—¿Por qué ha escrito o para qué ha publicado Mamita?
—Porque soy culposo, sentía que tenía una deuda de largo tiempo con mi madre. Si hubiera sido panadero, le habría cocinado pan a mi madre. Como lo único que sé hacer es contar historias, le conté la historia que le debía.
—¿Cómo fue recibir el Premio Alfaguara?
—Hermosamente cataclísmico. No sé qué más decir (risas). Creo que todavía lo estoy procesando.
—¿Recibir ese premio impone a la hora de elegir o plantearse nuevos proyectos?
—Por fortuna, no. El premio ya me agarró algo mayor. Considero que el Premio Alfaguara es literario mientras el jurado está reunido deliberando. Una vez que sale a la luz el ganador y están los reflectores encima de él, ya se convierte en un premio extraliterario, que se rige por otras leyes que no tienen que ver con la literatura. Me propuse sentarme a escribir mi siguiente novela tal como he escrito las anteriores. Por eso escribí Mamita de una manera sosegada, hasta placentera.
—¿Qué cree que habría pasado con la historia de su abuelo si usted no le hubiera dedicado gran parte de esta novela?
—Creo que se habría perdido definitivamente, porque no es lo mismo recibir esta historia directamente de quien la vivió. Recibí la historia de mi abuelo de boca de mi abuela cuando yo era niño, en largas noches a oscuras. No creo que haya habido otro receptor tan afortunado como yo para haberla recibido.
—Escribir esta novela, ¿tiene más de imaginar o de recordar?
—De ambas cosas, casi por igual.
—Si estuviera aquí delante su abuela, ¿cómo le presentaría la novela?
—¡Ay! Se la presentaría con un atisbo de lágrima. Se la presentaría como el niño que le ha hecho un muñequito de cerámica.
—¿Existiría esta novela si no existiese el personaje de Hitler?
—No. No existiría. O no existiría así. La ocurrencia de colocar a Hitler acá se la debo a un lector español. Cuando hice la gira del premio Alfaguara vino a verme Álex Basteiro (curador de Bookish, el club de lectura). Él había leído una novela anterior mía (Treinta kilómetros a la medianoche). Me dijo que había un personaje (un chófer, Hitler) que le encantaría verlo desarrollado en otras historias. Y se me quedó. Cuando me senté a ver cómo escribía esta historia, vi que me era muy funcional y muy necesario para añadir humor y una visión social contemporánea a la novela.
—Parte de Mamita nace de la oralidad, de los relatos que se narraban sobre su abuelo. ¿Cree que existimos porque alguien nos cuenta?
—Sí, existimos porque terminamos creyendo una historia que nos contamos de nosotros mismos, totalmente. Nuestra identidad se basa en la historia que nos contamos a nosotros y en lo que pensamos que otros cuentan sobre nosotros.
—Cuéntenos, si puede, próximos proyectos literarios.
—Probablemente vaya a mi archivo a revisar una novela corta, lúdica, que tengo guardada y que requiere la intervención del lector para su desarrollo. Es interactiva. Probablemente la observe un rato, la complejice, la haga más frondosa.
—¿Para qué sirve el humor dentro de sus novelas?
—Para no ser tan cursi.
—¿Para qué o por qué escribe Gustavo Rodríguez?
—Para relacionarme con otros.
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* Otoniel Vela fue un político, empresario e impulsor de una segunda revolución industrial en Perú a finales del siglo XIX. Gracias a sus viajes a Europa trajo varios inventos de gran valor para el desarrollo de la industria.



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