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Hayashi Yoken quema el Pabellón de Oro

Puede que Kioto fuera una de las pocas ciudades japonesas que se salvaron del castigo que los B-29 Superfortress, y el resto de los bombarderos estadounidenses, impusieron al país del Sol Naciente durante la Segunda Guerra Mundial por su importancia cultural e histórica. También conocida como la Ciudad de los Mil Templos por su gran cantidad de santuarios y pagodas, destaca entre el millar el Pabellón de Oro o Kinkaku-ji. Auténtico símbolo de la elegancia y la belleza de la cultura japonesa, originalmente fue una villa de descanso, mandada construir en 1397 por el shōgun Ashikaga Yoshimitsu. Muerto éste, su hijo lo convirtió en un templo Zen de la secta Rinzai.

Sin embargo, ni la armonía ni la espiritualidad que rezuma el Pabellón de Oro lo salvaron de la barbarie de la Guerra de Ōnin, una contienda civil que sacudió Japón entre 1467-1477. Destruido y reconstruido en varias ocasiones, dicen que el diseño del Pabellón de Oro refleja la armonía entre el hombre y la naturaleza. El pan de oro que lo recubre proyecta un reflejo impresionante sobre el lago que lo rodea, en cuyas aguas abundan las islas decoradas con motivos alusivos al misterio de la Creación budista.

"El de Roma fue un desastre urbano con posibles motivaciones políticas, mientras que el del Pabellón de Oro fue un acto individual motivado por conflictos personales"

Pero otro dos de julio, el de 1950, hace hoy 75 años, toda esa belleza habría de ser pasto de las llamas merced a la acción de un monje, Hayashi Yoken, quien, acaso impelido por el mismo ímpetu que llevó a Nerón a incendiar Roma en el año 64 de nuestra era, decidió prender fuego al Pabellón. Las emociones del ser humano concluyen con demasiada frecuencia en actos extremos. Es posible que tanto el novicio budista como el emperador romano vieran el fuego como una fuerza de transformación, casi artística.

Sin embargo, esa percepción suele nublarse por el daño causado. Ambos incendios tienen en común la destrucción de lugares emblemáticos, pero las motivaciones y contextos son diferentes. El de Roma fue un desastre urbano con posibles motivaciones políticas, mientras que el del Pabellón de Oro fue un acto individual motivado por conflictos personales. Ambos casos reflejan cómo la destrucción puede tener un fuerte impacto cultural.

Con sus facultades mentales perturbadas y el país traumatizado por la destrucción del más hermoso de los mil templos de Kioto, Hayashi Yoken fue detenido y pasó varios años en prisión antes de ser liberado por ese mismo desequilibrio que le llevó a desatinar como lo hizo.

"Bien es cierto que un autor, de una manera o de otra, es todos y cada uno de sus personajes. Así que Mizoguchi es un trasunto de Hayashi Yoken, pero también tiene algo de su autor"

Para entonces, cuando el monje pirómano fue liberado, Yukio Mishima ya había encontrado en el novicio enemigo público motivos para profundizar en uno de sus temas favoritos: la destrucción. Convertido Hayashi en Mizoguchi, el protagonista y narrador del escritor, el monje que prendió fuego al templo es tartamudo. Hijo a su vez de otro monje, su padre estuvo encargado de la custodia del Pabellón y le contaba historias de la magnificencia de la edificación y la belleza del jardín… Paisaje y paisanaje, todo parecía estar dispuesto para que el Pabellón fuese la consagración como monje y como ser humano de Mizoguchi. Pero todo le defraudó, todo se le derrumbó como un castillo de naipes, desde el amor de Uiko, la joven que le inspiraba, hasta Tayama Dosen, el prior que frecuentaba el burdel local.

“Madame Bovary soy yo”, aseguraba Flaubert en una de sus más célebres sentencias. Y bien es cierto que un autor, de una manera o de otra, es todos y cada uno de sus personajes. Así que Mizoguchi es un trasunto de Hayashi Yoken, pero también tiene algo de su autor.

En efecto, El pabellón de oro le sirve a Mishima para acometer no pocas de las contradicciones de su propia biografía. La primera es que, siendo una de las principales preocupaciones de su vida y de su obra la preservación de los valores del Japón tradicional, el anterior a la occidentalización, ello no impida que, en paralelo, sienta el mismo interés por Occidente que Occidente por él. Incluso en España, en aquella de los años 70, la anterior al relativo interés que Yukio Mishima empezó a despertar a raíz del biopic que le dedicó Paul SchraderMishima (1984)—, el doctor Vallejo Nájera le había tratado mucho. Tanto como para hablar en los espacios televisivos de la complejidad psicológica del autor japonés.

"Obedeciendo a los seculares códigos nipones del honor, el 25 de noviembre de 1970 decidió hacerse el haraquiri, un autodestripamiento que no se estilaba desde 1873"

Llegada a las librerías en 1956, El pabellón de oro versa sobre el incendio real del templo por alguien que debió de ser su más devoto adorador. Explora la obsesión del protagonista por la belleza y la destrucción. En estas páginas —traducidas al español del francés por Juan Marsé en 1963— Mishima profundiza en la psicología del personaje principal, mostrando su conflicto interno. La primera intención de Mizoguchi, una vez apaciguada su obsesión con la belleza con el incendio del Pabellón, es arrojarse a las llamas, inmolándose en la purificación del fuego. Sin embargo, finalmente decide vivir.

Pero el escritor no tuvo para sí mismo esa condescendencia última que sí concedió a su personaje. Al cabo, obedeciendo a los seculares códigos nipones del honor, el 25 de noviembre de 1970 decidió hacerse el haraquiri —seppuku en japonés romanizado—, un autodestripamiento que no se estilaba desde 1873. Sí señor, Yukio Mishima se desentrañó delante del jefe del estado mayor del ejército para protestar por la desmilitarización de su país. Actualmente, el Pabellón de Oro esta catalogado por la UNESCO como la referencia 688 de la ciudad del millar de templos.

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