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Nace Raymond Radiguet, de existencia fugaz

Nace Raymond Radiguet, de existencia fugaz

Más conocido entre los cinéfilos, que le admiran como el autor de la novela que inspiró una de las mejores películas de Claude Autant-Lara —El diablo en el cuerpo (1947)— que entre los bibliófilos españoles de hoy en día, quienes casi han olvidado que fue una suerte de Rimbaud del siglo XX, Raymond Radiguet nació en Saint-Maur (Sena) un día como hoy, el 18 de junio de 1903, para morir en París, apenas veinte años después, el doce de diciembre de 1923.

En los cuatro lustros que dará de sí su breve existencia tendrá tiempo de dejar fascinados a los cenáculos literarios parisinos —con Jean Cocteau a la cabeza—, conocer los más apasionados amores y morir siendo una suerte de encarnación de tres figuras retóricas: las que podrían explicar aquello del “cadáver bonito”. Es este todo un hallazgo lingüístico atribuido a James Dean, por haberlo sido él mismo, aunque, en realidad, fue una frase pronunciada, a modo de sentencia, por Andrew Norton, el abogado incorporado por Humphrey Bogart en Llamad a cualquier puerta (Nicholas Ray, 1949).

"Será al final de la Guerra del 14, esto es en 1918, cuando el propio Raymond Radiguet vivirá la experiencia amorosa que posteriormente inspirará su obra maestra: El diablo en el cuerpo"

Todo en el neonato de ese otro día como el de hoy será literatura. La existencia de Radiguet será una línea recta, un derrotero sin desvíos hasta la muerte, estelar por prematura y entre aplausos —como gusta a los jóvenes—, a esa edad en la que —como dice el sabio— la existencia solo parece ir en serio para quienes no han de descollar.

Hijo del dibujante Maurice Radiguet, cursará estudios en el liceo Carlomagno de la capital francesa. Pero será en la barcaza de su padre, amarrada durante la Gran Guerra en las orillas del Marne, donde las lecturas de los moralistas y los narradores de los siglos XVII y XVIII le formarán como escritor. Cuenta la leyenda —en Radiguet, dados los escasos veinte años que le concederá la vida, todo lo es— que Stendhal, Rimbaud y Proust valían más para el joven que las disciplinas que era menester estudiar en el liceo.

"No gustará a nadie que Radiguet se jacte en sus páginas de haber seducido y abandonado a la que prometió casarse con un paladín de la patria en las trincheras"

Pero será al final de la Guerra del 14, esto es en 1918, cuando el propio Raymond Radiguet vivirá la experiencia amorosa que posteriormente inspirará su obra maestra: El diablo en el cuerpo, novela publicada el mismo año en que su autor habría de morir. Considerada por algunos comentaristas como un antecedente del neorrealismo, que surgiría en la literatura italiana en los años siguientes a la Segunda Guerra Mundial, su protagonista es un adolescente indolente y mentiroso que se iniciará en los misterios galantes merced a los placeres que le dispensa una muchacha de nombre claramente literario —Emma—, tan solo dos años mayor que él, pero ya prometida de un militar, todo un héroe de guerra. No gustará a nadie que Radiguet se jacte en sus páginas de haber seducido y abandonado a la que prometió casarse con un paladín de la patria en las trincheras.

Cuando la joven queda encinta, su enamorado se siente desbordado por una pasión que le agobia, puesto que para él no ha sido más que el descubrimiento de la sexualidad en una mujer que siempre ha considerado pasajera. Finalmente, cuando Emma muera, nuestro narrador y protagonista —de su obra y de la efeméride de hoy— se sentirá liberado.

Autor en 1920 de unos brillantes versos, aún adolescente, abandonará la escuela y la casa paterna para convertirse en uno de los bohemios más famosos y fascinantes de todo París, llegando a ser retratado por Modigliani.

"Serán tantas las aclamaciones que se le dispensarán que, cuando finalmente ve la luz El diablo en el cuerpo, Radiguet es saludado como un auténtico genio"

Ante este panorama, Jean Cocteau no tardará en quedar fascinado con el joven portento sobre el que se cierne la estela de Rimbaud. Ni que decir tiene tampoco que, habida cuenta de su amistad con Cocteau —14 años mayor que él, recuerdan los biógrafos de Radiguet—, el joven autor acabará escribiendo poesía. Los hoteles y cafés de la Madeleine serán testigos de las extravagancias y disipaciones de los escritores. Sí señor, se comenta que se vuelven a reproducir las pasiones que Rimbaud inspirara a Verlaine.

Les joues en feu es el título de esos primeros versos que ven la luz en 1920. Ya en el verano de 1921, Radiguet el precoz comienza la redacción de El diablo en el cuerpo, que merecerá todos los elogios de Cocteau aún antes de que su favorito acabe su redacción. Serán tantas las aclamaciones que se le dispensarán que, cuando finalmente ve la luz El diablo en el cuerpo (1923), Radiguet es saludado como un auténtico genio. Los derechos de autor son cuantiosos y el joven se da con mayor fuerza al exceso y la disipación.

Acaso presagiando su inminente final, el joven escritor ya será saludado como un auténtico prodigio —lo que muy probablemente fue—, y entonces, entre aquellos primeros aplausos que también han de ser los últimos que escuchará en vida, en una entrevista manifestará: “Lo que quisiera saber es a qué edad se tiene derecho a decir que uno ha vivido”.

"El 12 de ese mismo mes el precoz y malogrado Raymond Radiguet se convertirá en ese cadáver bonito, esa expresión que puede confundirse con tres figuras retóricas"

Confesada esta duda, marchará de vacaciones a Piquey, donde llevará una vida sobria: le alentará un deseo evidente de regeneración. Será allí donde termine su segunda novela: El baile del conde de Orgel, que aparecerá en 1924, ya muerto el joven autor.

De vuelta a París, mientras corrige las pruebas de imprenta del manuscrito recién entregado al editor, contrae el tifus. Un día, mientras pasea con sus amigos, es presa de una crisis a la que no sobrevivirá. “Dentro de tres días seré fusilado por los soldados de Dios”, presagiará el 9 de diciembre de 1923. En efecto, el 12 de ese mismo mes el precoz y malogrado Raymond Radiguet se convertirá en ese cadáver bonito, esa expresión —cuya encarnación parecerá haber sido su destino— que puede confundirse con tres figuras retóricas: antítesis, por contraponer la idea de vivir rápido con la de morir joven, resaltando el contraste entre la intensidad de la vida y su fugacidad; paradoja, porque el deceso suele asociarse con la pérdida y el deterioro de la vejez; e hipérbole, porque exagera la noción de vivir intensamente y morir joven como si fuera un ideal. Quién sabe si fue o no fue sincero ese deseo de regeneración del final.

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