Inicio > Libros > Adelantos editoriales > Hermann G., de Ignacio del Valle

Hermann G., de Ignacio del Valle

Hermann G., de Ignacio del Valle

En pleno 80º aniversario del fin de la II Guerra Mundial, Ignacio del Valle publica una biografía novelada de un hombre cuya mera mención provoca un estremecimiento: Hermann Göring. Este libro, además, ofrece una profunda reflexión sobre la Europa de principios y mediados del siglo XX.

En Zenda ofrecemos las primeras páginas de Hermann G. (Edhasa), de Ignacio del Valle.

******

1

Cuando el ejército norteamericano detiene a Hermann G. el 8 de mayo de 1945, a las cinco y media de la tarde, en los alrededores de Randstat, éste lleva consigo un equipaje de cuarenta y nueve maletas, varias de ellas cargadas con veinticuatro mil pastillas de opioides, básicamente eukodal y paracodeína, con un efecto similar al de la heroína, pero con un filo parecido a la coca. Es el final de la escapada. El general de brigada Robert Ignatius Stack, ya a una provecta edad, en los años ochenta, en el porche de su casa de Virginia, seguía recordando ojiplático aquella visión surrealista de un hipopótamo descendiendo de un Mercedes blindado, vestido con un uniforme gris perla a punto de reventar, con «tan sólo» cinco medallas en el pecho. Stack, un individuo imponente, de 1,86 centímetros y 90 kilos, que había peleado en los bosques de Argonne durante la Primera Guerra Mundial, que se había enfrentado al Afrika Korps en el norte de África, que había sido condecorado con una Estrella de Plata por su comportamiento en la catástrofe gringa de Kasserine, que era veterano de la campaña de Italia, que estuvo presente en la invasión del sur de Francia y resistió la tralla en Los Vosgos, la última gran ofensiva alemana en diciembre de 1944; es decir, un soldado bregadísimo, alucinó, literalmente, cuando le preguntó a Hermann G. si hablaba inglés y éste le respondió con un soliloquio acerca de la imposibilidad de vestirse con un uniforme más acorde a la situación, debido a que los bombarderos estadounidenses habían arrasado Berchtesgaden y volatilizado la mayor parte de su fondo de armario. El anciano Stack vuelve a reírse, igual que sonaron entonces sus carca jadas y las de su ayudante de campo. Era Hermann G. en estado puro, pero eso aún no lo sabían. Tras él, una caravana de veinte coches y dos camiones, setenta y cinco personas entre familia, servicio, guardias, generales extraviados… Hermann G., una mezcla de circo, cuentacuentos, soberbia, improvisación, brillantez, patriotismo, osadía, carisma, depravación, encanto, humor, crimen, pasión, exceso, vanidad, megalomanía, dandismo, morbosidad. La foto oficial de un detenido Reichsmarschall el 22 de junio muestra un rostro desfigurado por la grasa, pero la mirada de un ave rapaz a punto de dar un picotazo. Las fotografías son importantes en esta historia, las imágenes, igual que lo fueron para el Tercer Reich. Todas esas aclamaciones unánimes que nos fascinan, las concentraciones, tan potentes, tan vio lentas; los noticiarios, los documentos cinematográficos, los banderines y las sonrisas y los brazos en alto y las muchachitas de trenzas rubias que sonríen al paso de las comitivas. Especialmente, cuando se han coloreado y se pue de ver el rojo de las banderas, el negro de las esvásticas, el gris verdoso de los uniformes. Todas esas íntimas escenas grabadas por Eva Braun en el Berghof con su Afga Movex; en concreto, ese momento en que Hitler se marca unos pasos de baile. Una película infinita produciendo un sortilegio perenne, una ficción nazi dirigida por Joseph Göbbels, que se ha convertido en un modelo para la industria publicitaria. En el fondo, como dice Jep Gambardella en La gran belleza, es sólo un truco, sí, sólo un truco; uno que produjo alrededor de ochenta millones de muertos y un inimaginable océano de dolor. Hermann G. también lo sabe: en una de las sesiones durante los juicios de Núremberg, el 29 de noviembre de 1945, se pudieron escuchar las transcripciones de las conversaciones telefónicas realizadas un día después del Anschluss, el 13 de marzo de 1938. Un paripé orquestado con Joachim von Ribbentrop, futuro ministro de Exteriores del Reich, en esa época embajador en Londres, y concebido para los oídos del servicio secreto británico. Un aroma de vodevil recorre su fingida conversación, tachando su ultimátum a las autoridades austríacas de abominable embuste. Lo que Hermann G. no sabe es que también se leerán las transcripciones de otras conversaciones hechas el mismo día, ordenadas por él a su equipo, con la idea de que, en ese futuro milenario del Reich, se pudieran recopilar sus palabras. Quién sabe si pensaba también en escribir su propia «guerra del Peloponeso», y querría tener a mano todas esas notas, las mismas que sobrevivieron milagrosamente a los bombardeos de Berlín, y terminaron en la carpeta de un fiscal, allí, en aquella sala de Núremberg. Se leen entonces más diálogos, otras escenas del vodevil, las reales, ensayadas el 11 de marzo entre Berlín y Viena: son las órdenes de Hermann G. a sus esbirros austríacos, dictadas para la posteridad. Palabras duras, cínicas, imperiosas. Palabras dignas de un gánster, que amenazan con que a Austria le va a caer el diluvio sabiendo que todo es un farol, que el Reich está aún muy lejos de su ultrafamosa Blitzkrieg, de sus demonios verdes descendiendo sobre Creta, de los tanques amarillentos en su inigualable guerra de movimientos sobre las ardientes arenas de la Cirenaica.

La cosa es que funcionó.

Entretanto, durante la lectura de los fragmentos, ¿qué hace Hermann G.? Nuestro hombre apoya la barbilla en el puño y escucha atentamente. Está rodeado por el resto del elenco teatral de aquella época: Arthur Seyss-Inquart, gobernador del Reich en Austria, su último canciller antes de la anexión; Joachim von Ribbentrop, a quien ya conocemos del estreno londinense. Todos escuchan al fiscal con aplicación mientras lee línea tras línea en un tono monótono. Cuando termina el recitado, toda la sala mira a los acusados, especialmente a Hermann G. Es entonces cuan do lo hace, cuando Hermann G. comienza a… reír. Mira a Ribbentrop, y ríe. Éste también ríe, pero de una forma menos abierta, más nerviosa. La risa de Hermann G. sobrevuela el tribunal internacional, la desesperación de Eu ropa, los campos de exterminio, los millones de mujeres violadas, de personas desplazadas, de huérfanos; vuela sobre la hambruna, los saqueos, los niños prostituidos, las ciudades demolidas por los bombardeos… Se mezcla con las carcajadas de Robert Ignatius Stack, arrobado ante su desproporcionada vanidad, que recuerda sentado allá en su porche de Virginia, consciente de que, a pesar de todos sus méritos, él ha entrado en la historia gracias al fortuito encuentro con un asesino (aunque también sabe que la guerra, en un momento dado, se convirtió en algo demasiado poderoso para poder controlarla o comprenderla). Se mezcla con la pregunta que te haces acerca de qué se puede aprender de esa risa, qué podemos aprender sobre Hermann G., sobre nosotros mismos. Podría ser algo agudo y decisivo. Así que… ¿de qué se ríe Hermann G.?

—————————

Autor: Ignacio del Valle. Título: Hermann G. Editorial: Edhasa. Venta: Todostuslibros.

4.4/5 (10 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

0 Comentarios
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios