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Influencers o la impostura triunfante

Influencers o la impostura triunfante

Ya no se escriben muchos libros contra nada, en parte por el tono panfletario que se le supone a un texto anti lo que sea, pero también porque vivimos en una sociedad en la que todo tiene que estar bien para que nada tenga demasiado significado. La poesía, que es sobre lo que más trata Contra los influencers, y la cultura en general por extensión, se ven caracterizadas ahora por la “simplificación discursiva” y la apuesta institucional por los generadores de contenidos: personas más o menos carismáticas que sostienen discursos homologados, que dominan las artes performativas y que suelen ser físicamente atractivas. Dicho a la inversa, “interesan poco los autores creativos, críticos o innovadores”, y mucho menos si las estadísticas de seguimiento e interacciones de las redes no les respaldan, lo que suele suceder, dado que los autores serios recurren menos a la parafernalia exhibicionista, toda vez que no suele estar entre sus pretensiones el gustar a todo el mundo.

Los influencers difunden agenda política y corporativa, que son hoy prácticamente lo mismo, pero además son distractores eficientes de las masas y prolongadores de la adicción al entorno electrónico, dice Rodríguez-Gaona, mediante el sometimiento a la economía de la atención. En el capítulo dedicado a los poetas nativos digitales, el autor se refiere a “la consagración mediática de propuestas banales o deficientes”, así como al reclamo por medio del escándalo y la polémica u otras formas de mantener el protagonismo, claramente definidas por las pautas culturales del neoliberalismo: posicionamiento de mercado y éxito económico sin que importe el bagaje intelectual, muchas veces precario, sino directamente inexistente. Esta forma de impostura triunfante empuja a la marginalidad a los poetas leídos y profundos, inermes ante el hecho aplastante de que “todo el planeta” haya sido “transformado en un simulacro”.

"Contra los influencers se detiene también en las militancias y en el oportunismo editorial que las apuntala"

La excelencia artística —propia de creadores cultos y discretos— ya no interesa al mercado; algo previamente desarrollado por Lipovetsky y Byung-Chul Han, en el primer caso a través de un principio generalizado de seducción, y en el segundo por la desaparición —también generalizada— de toda singularidad. La crítica institucional y los mass media no se fijan en los relatos complejos ni en los mundos propios porque ni son rentables, ni cumplen con las directrices ideológicas del poder en la sociedad posindustrial. De ahí que veamos a Elvira Sastre hasta en la sopa y no se sepa mucho de nuevos poetas realmente interesantes, aunque de vez en cuando —dice Gaona— pasen cosas que devuelven un tanto la esperanza, como la concesión del Miguel Hernández a Unai Velasco. En resumen, la ruptura con la antigua ciudad letrada “oscila actualmente entre la insularidad de las propuestas poéticas ilustradas y aquellas otras gestadas al amparo corporativo de la interactividad electrónica”.

Contra los influencers se detiene también en las militancias y en el oportunismo editorial que las apuntala. En estos casos —feminismo, perspectiva de género, etcétera— se imponen una vez más los “discursos pseudoprogresistas homologados”, sin olvidarnos de que el pábulo que se la ha estado dando a todo este activismo literario no ha sido desinteresado: se ha venido promoviendo a cambio de su domesticación y comercialización. Esto significa que las viejas reivindicaciones ideológicas están ahora —como todo lo demás— en manos corporativas y nos sugiere una reflexión apocalíptica: silenciosamente, el poder lo controla todo a través de una transparencia global que visibiliza a creadores mediocres o directamente estúpidos, y que condena a la práctica nada a los potencialmente subversivos. A la postre, este modelo de sociedad no sería mejor ni más benigno que el represivo y disciplinario, sino más eficaz a la hora de mantener el orden de cosas establecido y su proyección en el futuro.

"Apela a la necesidad de diferenciar —por parte de prensa, librerías e instituciones— la literatura de tradición artística de los meros productos editoriales"

Tras el extenso comentario sobre poesía contemporánea y actual que constituye el cuerpo del texto, el autor propone sus conclusiones sobre aquella ciudad letrada mencionada: la referencia para referirse a los paradigmas culturales actuales frente a otros anteriores, mucho más honestos y aún ilustrados. Apela a la necesidad de diferenciar —por parte de prensa, librerías e instituciones— la literatura de tradición artística de los meros productos editoriales. Asimismo, invoca la responsabilidad del estado en la preservación de la cultura y en la protección de las propuestas que no van dirigidas a las masas, y defiende un giro de políticas que permita poner en su sitio tanto al “determinismo de mercado” como a “prácticas sociales antidemocráticas, sean individuales o privadas”. En síntesis, aboga por una dinamización y democratización de la ciudad que cuesta mucho concebir, sencillamente porque de lo que se trata es de facturar —como se dice en el himno chusco de Shakira— y de alimentar por gotero a los rebaños que se agitan al otro lado de las pantallas. Para muestra este título en sí mismo: todo un estudio sobre nuestra poesía de este siglo y el anterior que prácticamente ningún literato influencer leerá, aunque solo pueda ser recomendado, como hacemos ya cerrando esta reseña.

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Autor: Martín Rodríguez-Gaona. Título: Contra los influencers. Editorial: Pre-textos. Venta: Todostuslibros.

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Ricarrob
Ricarrob
8 meses hace

Alguna salida laboral hay que dar a los desechos sociales, a los que no sirven para nada de provecho, ni siquiera para políticos. Aunque da pena y rabia pensar que jóvenes preparados no obtengan empleo y, sin embargo, todos los esperpentos que se dedican a fatuidades inservibles y a aconsejar sobre la mejor cremita para la punta del ano, producida por el último laboratorio fabricante de nimiedades, tengan una consideración social superlativa.

Problema de valores en esta sociedad y problema de valoración.

Alejandro L C
Alejandro L C
8 meses hace

La realidad social siempre ha sido esta. No es mi opinión que la literatura, la poesía, ha perdido terreno, lo contrario, creo que han ganado mas espacio en este mundo, en estos universos sociales diversos. Las señales entran en que unos son discretos, invisibles en sus ámbitos, y otros muy públicos porque son vectores de otra cosa. La dominación social de gran alcance, proyectar herramientas de construcción ideológica, de engaño para venderte cosas o para retener a las masas dormidas, atrapadas en las necesidades de grupos humanos que extienden esta tecnología hasta nuestros tiempos. Un influencer es como un gladiador, nadie recordara el nombre de ninguno, a no ser que se salga de ese esquema y se salve.

Ricarrob
Ricarrob
8 meses hace
Responder a  Alejandro L C

Permítame decirle, con mis respetos, que estoy en desacuerdo con la primera parte de su comentario. Estos influenciadores mundos lo son sin poesía y sin literatura, más bien adolecen de alfabetismo y de mínima gnosis. Postureo torpemente erotizante y fraseología llena de topicazos y lugares comunes, frases hechas en estos doctorandos de lo evidente.

Respecto a la expresión «vectores de otra cosa», rezuma eufemismo por todas partes. Quiźás quiere usted decir que los «vectores» realmente son modos de vida picarescos y mentirosos, todo ellos sin pegar clavo. Vamos, la nueva versión granuja del siglo XVII, versión 2.0.

Razón lleva usted respecto a la dominación social. Formas y métodos nuevos de adoctrinamiento reticular, de ingeniería social, manejados por los poderes financieros que se congratulan y se regodean con ello.

Respecto a gladiadoes sin memoria de ellos, lleva usted parcialmente razón. Hay influencers con sangre azul (nuestra constitución, en contra de la americana, que estirpó las estirpes, no prohibió estos desmanes linfáticos) cuyo nombre perdurará para oprobio de la rancia nobleza. Seguimos como en tiempos del XVII: cualquier cosa menos trabajar.

Saludos cordiales.