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Javier Memba: “Aún no sabía leer, pero las viñetas de las aventuras de Tintín me cautivaron”

Javier Memba: “Aún no sabía leer, pero las viñetas de las aventuras de Tintín me cautivaron”

Javier Memba nos cuenta la historia del “otro cine”, el de los márgenes que apasiona a las minorías cinéfilas, el de los actores y realizadores malditos, que ordena cronológicamente introduciéndonos en sus vidas y obras. Una crónica del lado oscuro del cine. Hay un cine al margen de Hollywood y sus preciadas estatuillas, ajeno a la cartelera al uso y, en general, al canon de su tiempo. Sin embargo, su marginalidad es toda una cantera de “películas de medianoche”, cintas de culto para minorías cinéfilas más o menos amplias.

En Malditos, heterodoxos y alucinados, Javier Memba ordena algunos de sus realizadores y de sus intérpretes cronológicamente, desde los albores del medio, cuando la que estaba llamada a ser la manifestación cultural más importante del siglo XX recién nacía, hasta el cine surgido en torno a la sedición juvenil, que el rock trajo a las sociedades occidentales mediada la centuria pasada.

A continuación, Javier Memba responde a las preguntas del cuestionario de Zenda.

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—¿Qué libro, película, serie, disco y obra de arte salvaría en un diluvio o un incendio?

—Libro: En la carretera, de Jack Kerouac: “Me acuerdo de Dean Moriarty, y de ese viejo Dean Moriarty, padre de Dean, al que nunca llegamos a encontrar”. Película: El ejército de las sombras, de Jean-Pierre Melville, la obra maestra del polar y del cine de la Résistance, todo un subgénero del polar en Francia. Serie: La dimensión desconocida, de Rod Serling, la cumbre de la ciencia ficción catódica. Obra de arte: las Pinturas negras de Goya, concebidas para decorar su residencia madrileña, luego tan de Madrid como Los fusilamientos del tres de mayo. En la escena de esta última tela, el tipo que extiende los brazos, enardecido frente a la muerte inmediata —y a fe mía vitoreando a España— me conmueve desde que era un niño… Pero me quedo con las Pinturas negras, que convierten la Pradera de San Isidro —verbigracia, La romería de San Isidro— en una suerte de Averno. Y qué decir de la alusión a la sempiterna pendencia entre españoles del Duelo a garrotazos.

—Puestos a salvar, elija una actriz, un actor, un personaje histórico y un político actual.

"Huérfano de padre, como fui, cuando alguien debió enseñarme hombría supe lo que es el coraje en Valor de ley, al ver a Duke coger las riendas del caballo con la boca"

—Actriz: Audrey Hepburn. Actor: John Wayne. Huérfano de padre, como fui, cuando alguien debió enseñarme hombría supe lo que es el coraje en Valor de ley —la versión de Henry Hathaway, naturalmente—, al ver a Duke coger las riendas del caballo con la boca, el Winchester con una mano, el revólver con la otra y galopar contra Ned Pepper y sus cuatro malotes sin detenerse a pensar que se está enfrentando a cinco asesinos él solo. En cuanto al personaje histórico, salvaría a Manuela Malasaña. Pese a esos miserables, esos cobardes que nunca faltan para injuriar a los valientes allí donde murieron, quienes sostienen que a Manuela la asesinaron los franceses al cogerla con las tijeras de sus labores encima, sin haber hecho ella nada contra ellos, yo me quedo con cualquiera de las dos versiones que honran su memoria: esa que nos habla de que con esas mismas tijeras Manuela se enfrentó a la Grande Armée, que era el ejército más poderoso que había conocido Europa hasta entonces; o esa otra, que dice que cayó junto a su padre —de origen francés, por cierto, y por tanto prueba irrefutable de que madrileño es tanto el que nace como el que se hace— mientras todos defendían el cuartel de Monteleón, junto a los capitanes Daoiz y Velarde, en la gloriosa jornada del 2 de mayo de 1808. Me gustaría ser tan buen madrileño como ellos. Respecto al político actual, salvaría a una mujer: a todas luces, a Isabel Díaz Ayuso. La presidenta madrileña ha conseguido lo que antes de ella parecía imposible: acrisolar el madrileñismo. Haciéndolo, además, en su lucha contra los enemigos del amado Foro, que lo son todos los que conciben España como una nación de naciones, o algo por el estilo, y, en buena lógica, tienen en el derribo y la ruina de Madrid —que no solo es la capital, sino que es la más española de todas las ciudades de la Piel de Toro—, su primero y principal objetivo. A su modo, Isabel Díaz Ayuso es la nueva Manuela Malasaña.

—¿Qué aventura real o literaria le gustaría haber vivido?

—Los viajes de Jack Kerouac y Neal Cassady.

—¿Y qué recuerdo personal le gustaría que jamás se perdiera en el tiempo, como lágrimas en la lluvia?

—Aquellas tardes de mi infancia, que mi madre me llevaba a los cines del Paseo de Extremadura, de programa doble y en sesión continua desde las cinco de la tarde; o esas otras, en que íbamos a las salas de la Gran Vía o Fuencarral, con sus pantallas de gran formato. Mi infancia coincidió con el esplendor de los grandes formatos de pantalla —Cinerama, Cinemascope, Todd-AO—, de ahí que siga sin acostumbrarme a ver las películas en televisión. Por muy grande y HD que sea, me sigue pareciendo una mera miniatura.

—¿Cuál es su primer recuerdo lector?

"Aún no sabía leer, pero las viñetas de las aventuras de Tintín me cautivaron desde esa primera secuencia en que Bruselas está sumida en una extraña ola de calor"

—La estrella misteriosa, el álbum de Hergé. Me lo regaló un alumno de mi madre, al que ella iba a dar clases particulares de inglés, para que yo, mientras tanto, estuviera entretenido. La autora de mis días explicaba a su alumno el genitivo sajón, y yo “viendo los santos”, que decían mis mayores. Aún no sabía leer, pero las viñetas de las aventuras de Tintín me cautivaron desde esa primera secuencia en que Bruselas está sumida en una extraña ola de calor. Esto último lo supe después, cuando aprendí a leer. Pero El mejor periodista del mundo inauguró mi mitología personal entonces, con su sola estampa vista por primera vez, sin entender ni una palabra de los bocadillos.

—¿Cuál es el último libro que ha leído?

—La muchacha de los ojos de oro, de Balzac. Desde que hace veintinueve años, en una feria de libros antiguos y de ocasión, instalada en el paseo marítimo de Santander, vi una edición de Aguilar de La comedia humana y, pobre como siempre he sido, no pude comprarla, cuando veo alguno de los títulos en ediciones independientes y mi exiguo presupuesto me lo permite, me hago con él. Me moriré sin completarla. El propio Honoré no pudo hacerlo. Contar quince años de la historia de Francia en esas 137 novelas, que imaginó en el proyecto original de La comedia humana, no ha de ser una tarea fácil. Dentro del corpus de La comedia, La muchacha de los ojos de oro es una pieza breve, incluida en La historia de los Trece, una serie dentro de aquel universo que reproduce la sociedad francesa entre 1815, cuando la caída del imperio napoleónico —al que se enfrentó Manuela Malasaña sin más arma que las tijeras de sus labores— y la Monarquía de Julio (1830).

—¿Puede recomendar un libro clásico?

—El libro del buen amor, del Arcipreste de Hita: “Aristóteles dijo, y es cosa verdadera…”

—¿Y uno actual?

—Retratos de jazz, de Haruki Murakami y Makoto Wada.

—¿Qué libro no ha podido acabar?

—Ninguno, Una vez los empiezo, tengo como norma seguir con su lectura hasta el punto final, aunque debo reconocer que algunos me ha costado mucho trabajo. A veces ha sido una empresa prolongada, e incluso detenida durante años. No diré títulos porque yo no soy quién para menoscabar la obra de nadie.

—¿Puede recitar de memoria un poema?

—“Como cuerpos hermosos de muertos que no envejecieron / y a quienes guardaron, con lágrimas, en una tumba espléndida, / con rosas en la cabeza y a los pies jazmines, / tal parecen los deseos que pasaron / sin cumplirse; sin que se les concediera / una noche de placer, o una de sus mañanas luminosas. (Deseos, de Cavafis)

—¿Cuál es la canción más hermosa del mundo?

—Hoy, “Girl of the North Country”, de Bob Dylan, en la version del Nashville Skyline. Pero mañana podría ser “Que reste-t-il de nos amours?”, de Charles Trenet. Hay muchas.

—¿Puede decirnos una heroína y un héroe —literarios o cinematográficos— imprescindibles?

—Ella la Daisy Buchanan de El gran Gatsby, aunque no sé si será exactamente una heroína; él, Tintín, por supuesto.

—¿Y un personaje malvado que le fascine?

—El conde Drácula.

—¿Tiene una editorial y una librería preferidas?

—La editorial, la antigua editorial Bruguera; la librería, la FNAC de Callao. Espero que vuelvan a abrirla, como prometieron, cuando la cerraron por reformas, el próximo enero hará un año.

—¿Cuántos libros hay en su biblioteca? ¿Qué porcentaje, aproximadamente, ha leído?

—No lo sé con exactitud. Acaso seis o siete mil, de los que habré leído el cuarenta por ciento. Por si sirve de algo, sé con exactitud dónde están colocados todos y conozco sus índices.

—¿Con qué libro se ha emocionado más? ¿Ha llorado tras la lectura de alguno?

—Emocionarme con Colección particular, de Jaime Gil de Biedma. Y llorar, con la muerte de Platero en Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez.

—¿Se ha excitado alguna vez leyendo? Si es así, ¿con qué libro?

—Sí, con Delta de Venus, de Anaïs Nin.

—¿Cuál es el rasgo principal de su carácter?

—El individualismo.

—¿Y su principal defecto?

"Soy muy rencoroso, como calculo que le sucederá a todo aquel que esté tan obsesionado con el pasado como yo"

—Soy muy rencoroso, como calculo que le sucederá a todo aquel que esté tan obsesionado con el pasado como yo. Aunque nunca he conocido a nadie tan rencoroso como yo: nunca le he perdonado nada a nadie y no considero mi resentimiento un defecto. Antes al contrario: lo entiendo como uno de los pilares de mi carácter y, como dijo alguien muy sabio, carácter es fuerza.

—¿Qué aprecia más de sus amigos?

—Que sean capaces de aguantarme.

—¿Cuál es su ocupación preferida?

—La fotografía fija.

—¿Y su sueño de felicidad?

—Más de lo mismo. Más de lo que tengo ahora.

—¿Cuál es el estado actual de su espíritu?

—El sosiego de la vejez, después de toda una vida desasosegado.

—¿Qué detesta más?

—La gente con conciencia política y el ruralismo.

—¿Qué faltas le inspiran la mayor indulgencia?

—Ninguna. Ya digo, soy muy rencoroso.

—Ojalá que no tenga que ir nunca a una isla desierta, pero si así fuera, ¿qué libro se llevaría?

—Bajo el volcán, de Malcolm Lowry.

—¿Y a qué persona?

—A mi esposa, la Santa.

—Si todas sus respuestas han sido sinceras, diga ahora una mentira.

—Creo en la capacidad de la gestión pública para arreglar las cosas.

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Autor: Javier Memba. Título: Malditos, heterodoxos y alucinados. Editorial: Efe Eme. Venta: Todostuslibros.

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Ana
Ana
3 meses hace

Me gustaría dar su obra,su entrevista es muy interesante en sus respuestas y muy familiar
Será por la edad o simplemente me sentí muy a gusto e este momento. Gracias.