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Kirmen Uribe: «Irte de tu país te ayuda a reencontrarte con tu pasado»

Kirmen Uribe: «Irte de tu país te ayuda a reencontrarte con tu pasado»

El escritor vasco Kirmen Uribe (Ondarroa, Bizkaia, 1970), que ha trabajado en su última novela en Nueva York, defiende la idea de salir del entorno propio para crecer como escritor: «Irte de tu país te ayuda a tener otra visión, a ver más tranquila y objetivamente lo que ha pasado y, con el tiempo, a reencontrarte con tu propio pasado».

«Si Velázquez no hubiera ido a Roma, no habría pintado Las Meninas; si Joyce no hubiera ido a París, no habría escrito Ulises«, apostilla.

El pasado de Kirmen Uribe y del País Vasco, su empeño por regresar a la ciudad de los rascacielos, esta vez acompañado de su mujer y dos hijos, y el pacifismo son algunos de los asuntos que trata el escritor vizcaíno, ganador del Premio Nacional de Literatura en 2009 por Bilbao – Nueva York – Bilbao, en su última novela, La vida anterior de los delfines (Seix Barral).

Uribe desentraña el contenido de la obra, surgida de su investigación sobre la figura de la feminista y pacifista húngara Rosika Schwimmer, durante su estancia estos años en Nueva York, en una entrevista con Efe antes de presentarla al público bilbaíno en el marco del Festival Internacional de las Letras, Gutun Zuria.

—¿Qué se va a encontrar el lector en La vida anterior de los delfines?

—Pues se trata de la historia, yo creo que con un poco de encanto, de un escritor y su familia, mujer y dos hijos, que se van de Euskadi a Nueva York a empezar una nueva vida allí con el pretexto de haber ganado una beca de escritura en la Biblioteca de la metrópolis. La beca es para escribir una novela sobre una figura histórica totalmente olvidada, como es la de la feminista, sufragista y pacifista húngara Rosika Schwimmer, cuya vida está metida en 176 cajas guardadas en el archivo de la Biblioteca de Nueva York.

—¿Quién es Rosika Schwimmer?

—Rosika Schwimmer era una soñadora, una activista húngara, judía y sufragista que fue elegida secretaria general del movimiento sufragista europeo, y por ello va a Londres, pero allí le pilla el comienzo de la Primera Guerra Mundial. Ella quiere parar la guerra y por eso va a Estados Unidos, donde habla con el presidente Wilson. Fíjate lo difícil que es hablar con el presidente de los EE.UU, imagínate visitar ahora a Biden. En Washington intenta convencerle de que pare la guerra, y como no lo logra convence al magnate del automóvil Henry Ford para organizar un barco de la paz que va de Estados Unidos a Europa y tratar de organizar un proceso de paz que pare la guerra. Obviamente no lo consigue, es un fracaso, pero sus ideas fueron la base de lo que primero fue la Liga de las Naciones y, después, la ONU. Sus ideas ahora mismo están muy vigentes con la guerra de Ucrania. Con esto quiero decir que pequeños fracasos en el camino de la Justicia hacen que el mundo sea un poquito mejor. También fue candidata al Premio Nobel de la Paz en 1947, y la promocionó Albert Einstein, que era amigo suyo, pero no lo consiguieron, se muere y entra en el olvido. Pero hubo una persona, su ayudante personal, amiga y empleada de la Biblioteca Pública de Nueva York, Edith Wynner, que reunió todos sus escritos, discursos y movimientos para escribir una biografía de ella que al final no terminó, y dejó toda la documentación almacenada en 176 cajas en el Archivo, que es lo que yo he podido recuperar para escribir este libro.

—Con la agresión militar de Rusia a Ucrania, ¿vuelven a ser ahora malos tiempos para el pacifismo?

—Yo creo que el ideal siempre hay que mantenerlo. Entonces, proponer una sociedad no violenta pacífica y pacifista no es ser ingenuo. Ella volvería a intentarlo ahora e iría con la pancarta de «parar la guerra, parar la guerra».

—Pero cuando tienes a alguien como Putin al frente de una potencia nuclear, eso es muy difícil, no?

—En el libro se reflejan varios «fracasos»; está el de Rosika Schwimmer, el de las sufragistas que no conseguían el voto para las mujeres, el de las abortistas de Basauri, que perdieron el juicio… pero con el tiempo, las ideas sobre pacifismo de Rosika Schwimmer nos enseñaron a nosotros, los jóvenes insumisos de los años 80 y 90, que podía haber una sociedad sin violencia.

—Hablando del pasado, ¿ha sido difícil mantener una postura pacifista en Ondarroa en los tiempos duros del terrorismo?

—Yo he tenido la suerte de nacer en una familia que estaba en contra de la violencia hace ya muchísimos años. Lo que pasa es que eso no ocurría en toda la sociedad, por lo que yo vivía como en una especie de burbuja y sentía que el pensamiento de mi madre estaba como diez o veinte años por delante de lo que acontecía en la sociedad vasca, pero al final lo hemos conseguido. Yo creo que ya no hay nadie que piense que matar estuvo bien.

—¿A qué se ha debido ese impulso tuyo de irse a vivir a Nueva York? ¿Le atrae su estilo de vida, es un deseo de alejarte del ambiente de un municipio pequeño como es Ondarroa?

—Si Velázquez no hubiera ido a Roma, no habría pintado Las Meninas; si Joyce no hubiera ido a París, no habría escrito Ulises. Irte, ver tu país desde fuera, te ayuda a tener otra visión, a ver más tranquilamente y objetivamente lo que ha pasado y, con el tiempo, te ayuda a reencontrarte con tu propio pasado, aunque la mayor razón para marcharnos a Estados Unidos ha sido el querer conocer otra sociedad, otra cultura, querer impregnarnos de toda la vida tan frenética de Nueva York, con una vida cultural, literaria, teatral, musical e incluso científica que está en primera línea. Esa ha sido la verdadera razón para querer irnos a Nueva York.

—¿Y cómo se ve a Euskadi desde la distancia?

—En la novela se retrata el País Vasco de los 80 y los 90, una sociedad muy convulsa, muy tensa pero al mismo tiempo muy creativa. Había mucha gente que quería hacer cosas, cambiar el mundo. También los empresarios, también las instituciones. Era una sociedad muy activa. Ahora lo que veo es que el País Vasco es una sociedad muy solidaria —hemos acogido a los refugiados ucranianos—, que quiere la igualdad, que quiere respetar a los colectivos que se han sentido excluidos, pero tal vez hemos perdido un poco de valentía creativa, de ser un poco más soñadores.

—¿Tiene pensado volver pronto a Euskadi?

—Aún no vamos a volver, no sé cuando volveremos. Doy clases en la Universidad de Nueva York y es una oportunidad muy grande para aprender, pero no sólo yo, también mi mujer y mis hijos, y quiero darles esa oportunidad de que estén allí aprendiendo de la diversidad cultural, pero sin perder sus raíces vascas.

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