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La culpa es de la tierra

Durante la pandemia, el excelente actor José Manuel Seda y servidor organizamos una serie de recitales virtuales en los que, con la excusa de leer algunos poemas, charlábamos de distintos asuntos con aquellos que tuvieran a bien sumarse a nuestra conversación. Fruto de esos encuentros, y a raíz de la relectura de algunas piezas de Federico García Lorca, empecé a pergeñar una tirada de versos que rondaran el imaginario lorquiano a modo de homenaje a la particular confección de su universo femenino.

El romance resultado fue leído por primera vez en ese contexto virtual. Se publicó en una primera versión en la Revista de Letras Bradamante (2020) y fue posteriormente musicado por la actriz y cantante Camila Bordón Arenal sirviendo como pórtico a un montaje teatral que, bajo el título de Estas manos que son mías, revisitaba Bodas de sangre en una particular propuesta escénica para cuatro actores dirigida por Alma Vidal.

A finales del año 2021, el actor y poeta Antonio Hernández Fimia organiza una gala poética como especial fin de año en la que invita a varios dramaturgos, actores, escritores y personalidades del mundo de las artes a poner voz a algunos versos: Aitana Sánchez Gijón, Álvaro Tato, Marta Poveda, Joaquín Notario, Fernando Aguado, Julio Béjar o Ángel Martínez Roger, entre otros. Junto a ellos acudimos mi buen amigo José Manuel Seda y yo a encarnar a dos voces este poema que llega ahora a tus ojos, gracias a la generosa petición de ese monstruo de naturaleza que es Miguel Munárriz. Este ha sido el recorrido vital de este romance que aterriza ahora en Zenda y que tiene en ti, lector amigo, su última y necesaria justificación. Ojalá y lo disfrutes.

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La culpa es de la tierra

 

Que la culpa es de la tierra…

Estrellas, lunas, claveles,

mujeres en los caballos,

roja la sangre en las sienes,

galopan hacia la tarde

huyendo de los jinetes.

 

Bajan la cuesta hacia el valle,

ningún grito las retiene,

ni cuchillos, ni navajas,

ni promesas de alfileres.

 

Cruzan grises olivares,

sienten el frío y la nieve,

pero no hay quien las detenga

y eso que la noche viene.

 

Viene la noche en turbante

con la manta de la muerte,

cubierta en su malva sombra

de estrellas, lunas, claveles.

 

Las que van a la cabeza

sienten que la tarde deje

paso al toro enfurecido,

enemigo de mujeres.

 

Estrellas como granadas

van reventando en poniente,

salpicando a una gitana

que deja su vida alegre

en el silencio del campo

como una balsa de aceite.

 

Lunas, oro de tambores,

siegan la vida siguiente,

que tiñe el agua del río

de un oscuro color verde.

 

Revientan las herraduras,

como espejos, los corceles,

y despliegan por la yerba

al resto de las mujeres.

 

Senos blancos por la tierra,

sexos desnudos, calientes,

se arrastran por las colinas

cuando llegan los jinetes.

 

Bajan ya de los caballos,

sintiendo fuego en el vientre,

salpicando la ensenada

de puñales de claveles.

 

La noche, culpable lirio,

aprieta fuerte los dientes;

se sabe que al apagarse

se agostan ya las simientes.

 

En las venas varoniles

late un humor de aguafuerte,

ojos ya desorbitados,

algarabía de gentes,

olor a romero ardiendo

(humo de lares no miente),

sarmientos, retama, olivo:

ritual de cal y muerte.

 

Galopan de vuelta a casa

mientras ellas palidecen,

pensando en su poca hombría

y enrojecidas las frentes.

 

Solo un hombre silencioso,

vestido elegantemente,

pajarita, bien peinado,

y un acentillo inocente,

recoge los nombres de ellas

como ramas de laureles

y se los lleva a la boca

con sabor a miel y a leche.

 

–Adela, Rosita, Yerma

–dice silenciosamente–,

madres, soles, novias ¿duermen?

Por fuera llenas de vida

y por dentro se me mueren,

por los hombres que las sorben,

por los hombres, como siempre.

 

Y es Federico el que abraza

sus historias, sonriente,

y es Federico el que llora,

y es Federico el que muere.

 

Mujeres en los caballos,

roja la sangre en las sienes,

galopan con Federico

huyendo de los jinetes,

llevando sobre los hombros

estrellas, lunas, claveles.

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