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La liturgia del tiempo

La vejez femenina en la literatura a lo largo de la historia se ha asociado a la decrepitud física frente a la belleza y la fertilidad de la juventud, y quizá esta sea la razón de que con frecuencia se la haya caricaturizado, envilecido o invisibilizado, como las “viejas” de las comedias de Menandro o Plauto ejemplifican. Pocas son las ancianas representadas como sabias frente a las muchas “brujas” de los cuentos o, aún más, los sabios ancianos, que pueblan, desde la figura del Néstor homérico, poemas, novelas o teatro. La imagen estereotipada de la anciana con connotaciones negativas también está siendo reescrita por la literatura actual. El poemario La hermana aprendida, de Ana Martín Puigpelat (Bartleby, 2025), no cede a la conmiseración y aborda la vejez femenina desde lucidez y respeto a partir de la relación de dos cuñadas octogenarias obligadas a compartir su soledad, a aprender a ser hermanas en este tramo final de sus vidas: “Están solas / entre sí.

La trayectoria dramatúrgica de Ana Martín se aúna a la poética en este libro donde un narrador testigo da cuenta en pequeñas escenas diarias durante un año de la convivencia entre ambas con breves diálogos en cursiva que urgen y alientan una historia de supervivencia al día:

“Devanan recuerdos y son solo palabras.

Es que ya no veo

y vuelve el martinete del engaño.

Bien lo sabes tú que lo callaste.”

Desde la objetividad de la distancia, la tercera persona retrata el encuentro con lo cotidiano: las comidas, los dolores, los recuerdos. Asistimos a la pintura “costumbrista” de las tareas domésticas en un verso afilado que refleja la honestidad, con cierta melancolía, pero sin dramatismo:

“Una dobla un pañuelo con sus dedos torcidos y deja
en su interior la fotografía del aire.
La otra derrumba consistencia de silencio como
una piedra pómez.
Ha transcurrido parte en la mañana y los cristales disfrazan
con ceguera el invierno sobre el cocido incesante por la
olla.”

Lo doméstico se transustancia en trascendente. El ritual ordinario —cocinar, doblar el pañuelo, mirar por la ventana empañada por el vaho— revela la dificultad del gesto, aquel que preserva y desgasta, que recuerda y olvida, que combate la ausencia con una ternura incesante. El poema evoca el aliento detenido entre lo que se guarda y lo que se disuelve en el paso del tiempo: “La otra anciana intenta en el ganchillo dar forma a su / memoria y nada es correlativo ni simétrico como un / viento solano o aquella rama del cedro”. El cuerpo femenino, también:

“Dos fardos que en algún baile fueron sirenas.
Avanzan lado contra lado / tentetieso / artilugio hasta avería.
Música ratonera en sus rótulos.
Dos pulsos mantenidos, dos arpegios que buscan un
abrazo                   o algo               dulce para postre.”

La belleza de antaño ha desaparecido, ya no son sirenas ni pétalos de rosas, sino restos marchitos, cuervos, añejas mujeres que hostigan las esquinas de la soledad, porque, aunque juntas, cohabitan cada una en su niña: “Ni unida ni elegida   cognata soledad”. El espejo lee el pergamino de la piel, los cuerpos, deteriorados, exhiben sus estragos: la artrosis, el dolor de cadera, la piel picoteada por las manchas, las dificultades de la movilidad: “Desde el sillón a la mesa: vericuetos del camino”. Versos especulares que desnudan la anatomía precisa de la devastación del tiempo, mientras la última frontera del territorio de combate enhebra sus costuras: “Dos mujeres retenidas con la gramática de la artrosis. / Podía ser que sea el último verano” y su “futuro de crisantemos”.

"Entre los quehaceres del universo doméstico y cotidiano aflora la preocupación metafísica, un territorio para la reflexión y la muerte"

Ana Martín ha cosido la palabra a los cuerpos. El ritmo dislocado con abruptas pausas que imitan los movimientos torpes y oscilantes de ambas mujeres, los espacios tipográficos y las barras versales entrecortan la lectura, sacuden el verso, suspenden la sintaxis para reforzar ese lenguaje sinestésico de imágenes que germinan sensaciones inesperadas, cuya textura nos araña. La ironía leve matiza la crudeza de la ruina feroz, aliteraciones y elipsis para sumergirnos en una estética de la pérdida —de la memoria, de las fuerzas y las emociones— y la soledad: “Buscan algunas veces el significado del término alegría” o “Como salmuera se han quedado algunas ilusiones”. La porosidad de la vida asida a las costumbres que salvan del abismo:

“Por la noche cepillan el pelo perdido. Discuten números,
cuánto acapara un mechón.
Si lo hubieran sabido antes.
Cepillan el olvido / la muerte / el xilófono pequeño que dicta
compás sin acordes.
Cepillan la amargura que se adentra en el reino de la nada.
Oscurece.”

Entre los quehaceres del universo doméstico y cotidiano aflora la preocupación metafísica, un territorio para la reflexión y la muerte: “Superar la edad de sus padres / fábula sin moraleja”. Así se materializa lo informe: “Línea circular de este trayecto sin destino”. La constatación de los gestos inútiles, no exentos de resistencia y ternura, al intentar moldear el vacío. Ana Martín se apropia de los tópicos literarios universales sobre el pasar de la vida (vita flumen o carpe diem) o la fugacidad del tiempo (tempus fugit o virgo, collige rosas), mientras los despoja del peso de la tradición, los reformula desde una sensibilidad contemporánea, desbastando las aristas y nutriendo nuevas: “Así se sobreentiende que pasa la mañana mientras el agua / muda en caldo” porque “El tiempo lo cura      nada”.

La hermana aprendida es la aceptación íntima del desgaste encarnado en objetos y gestos, en un cuerpo que se ve aquejado, pero que persiste en un ritmo, en un movimiento cuasi litúrgico donde la terneza no abandona a estas mujeres en su cuidado y atención mútua. Los cuerpos en el poema se vuelven visibles en su lenta desaparición. Ana Martín Puigpelat ha escrito un poemario descarnado en su disección de una etapa vital invisibilizada y menospreciada, escondida en geriátricos, esbozando de manera subrepticia la problemática social de la soledad de las mujeres cuya esperanza de vida es mayor, porque quizá no tenemos la valentía para asumir el deslustre del tiempo en nosotros y la poeta nos confronta a esa etapa sin idealizaciones, aunque con la belleza y el lirismo de quien conoce el filo de lo poético para no claudicar.

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Autora: Ana Martín Puigpelat. Título: La hermana aprendida. Editorial: Bartleby. Venta: Todos tus libros.

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Roberto López
Roberto López
1 mes hace

Se nota a mi parecer en la descripción del escrito, que existe una especie de cruda ironía y algo de sarcasmo, cuestión que la autora, por lo poco que se transcribe de su libro, maneja con certera definición en cuanto a la forma en que tratan de vivir juntas