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La llamada de… Mircea Cărtărescu

La llamada de… Mircea Cărtărescu

Álvaro Colomer sigue indagando en el mito fundacional oculto en la biografía de todos los escritores, es decir, desvelando el origen de sus vocaciones, el germen de su despertar al mundo de las letras, el momento exacto en que sintieron la llamada no precisamente de Dios, sino de algo para algunos más complejo: la literatura.

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Mircea Cărtărescu nunca ha sentido la llamada de la literatura, del mismo modo que tampoco sintió en su momento la de la respiración. Simplemente abrió la boca e inspiró. Su amor por las letras es también innato, un acto reflejo que siempre ha estado ahí, un hecho tan inevitable como nacer con cabeza, manos y pies. Igual que las personas tenemos pulmones sin por ello considerarlos fruto de una vocación, Cărtărescu vive la escritura como algo consustancial, como un proceso orgánico puesto en marcha antes incluso de aprender a leer, como una forma de entender el mundo inscrita ya en su ser. Es más, la literatura es algo tan inherente a su cuerpo que a menudo se ve a sí mismo como una pluma, como una pluma estilográfica diseñada, creada y puesta sobre la mesa única y exclusivamente para escribir. Quién sabe qué pasará el día en que se acabe la tinta con la que alguien cargó su interior.

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"Lewis Hyde defiende que, si recibes la gracia de la escritura, tienes el deber de devolvérselo al mundo, de utilizarlo en provecho de los demás, de convertirlo en una obra literaria de calidad"

No es infrecuente que los grandes autores nieguen la existencia de una llamada de la literatura y que, a continuación, aseguren que el auténtico escritor no es el que se hace, sino el que nace. José Carlos Llop, por ejemplo, opina que ciertas personas llegan al mundo dotadas de una sensibilidad especial, pero que están obligadas a alimentar dicha facultad so pena de perderla de un modo irreversible. Para Pierre Michon hay en los artistas un componente genético que se encarga, mediante la formación de circuitos neuronales distintos a los habituales, de dotar al artista de una disposición mental (sic) tendente a la escritura. En genética conductual, esa combinación de genes que convierte a los neonatos en futuros literatos recibe el nombre de emergénesis. Por su parte, Samanta Schweblin cree que los escritores nacen con una mirada distinta a la habitual, pero que necesitan la ayuda de un maestro, guía o mentor para desarrollarla. Y Pierre Lemaitre dice que se nace con el deseo de ser escritor, pero que solo se satisface ese anhelo trabajando sin parar.

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El caso de los hermanos Goytisolo —y, del mismo modo, el de las Brontë— incita realmente a pensar que sí que hay algo genético en eso de la creatividad. Dicen los biógrafos que en cada generación de esa familia hubo un escritor, como la bisabuela Ana Mendoza y la tía Consuelo Gay, pero que el nacimiento de los tres hermanos, José Agustín, Luis y Juan, terminó por fijar la idea de que muchas vocaciones son en verdad fruto de la genética.

Pero también hay autores que creen que el escritor se hace —y que, por tanto, no nace—, como David Uclés, quien pone como ejemplo el oído absoluto que él mismo posee. Puede tocar sin errores una canción que solo haya oído una vez y, aunque muchas personas llaman a eso tener un don, él sabe que en verdad es fruto de la educación. Durante su etapa en el colegio de monjas donde se educó, las Hijas de la Caridad, se presentó voluntario para tocar la guitarra en misa y tantas veces acabó haciéndolo que al final interiorizó las estructuras básicas con las que se compone toda canción. Es de aquel entonces de donde viene su oído absoluto y es también de ahí de donde proviene su convicción de que nadie nace con nada y de que todo en la vida es ejercicio y práctica. Paco Cerdà, por otro lado, dice que algunos seres humanos tienen la suerte de nacer dos veces: una, cuando su madre los trae al mundo; dos, cuando encuentran algo por lo que luchar. En el caso de los escritores, ese hallazgo, ese descubrimiento, esa llamada es precisamente la de la literatura.

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En su ensayo El don (Sexto Piso), Lewis Hyde defiende que, si recibes la gracia de la escritura, tienes el deber de devolvérselo al mundo, de utilizarlo en provecho de los demás, de convertirlo en una obra literaria de calidad. Dante Alighieri llamó “predestinados” a quienes nacían sabiendo que habían sido dotados de las herramientas necesarias como para hacer algo grande en la vida. Y sostenía que dichas personas estaban obligadas a devolver al mundo el don que Dios les había otorgado. De ahí que él mismo sustituyera su nombre real, Durante, traducible por “el que dura”, por el hipocorístico Dante, “el que da”.

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Mircea Cărtărescu publicará Los conocedores (Impedimenta) el próximo 13 de octubre. Agradecimiento a Marian Ochoa de Eribe por la traducción de la entrevista.

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Roberto Arizpe
Roberto Arizpe
4 meses hace

La literatura obviamente es algo bastante más complejo que “dios”.