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La moralidad del mercado

La moralidad del mercado

Los grandes libros de historia son aquellos que, más que contar algo, cambian la narrativa, el modo de contarlo.

El anticapitalista accidental es un gran libro de historia debido precisamente a que modifica la forma habitual y consagrada de aproximarse al fenómeno capitalista. Para Fernando Díez, o, mejor dicho, para el narrador de su libro, una voz que se presenta a sí misma como la de un anticapitalista que ha terminado perdiendo las esencias ante el asombroso e incontrovertible éxito del mercado, el capitalismo no constituye una realidad dada y monolítica, sino en permanente proceso de cambio y adaptación a las circunstancias.

Según Díez, cualquier aproximación a esa realidad mutante que no asuma su carga de explosiva historicidad, las sucesivas y, al parecer, interminables metamorfosis de la misma estaría condenada a errar el blanco. De ahí que solo el pensamiento histórico más audaz, escéptico y desprejuiciado pueda dar cuenta de qué es el capitalismo en cuanto producto de la historia ajeno por completo al mundo eterno de las ideas platónicas.

"El anticapitalista accidental protesta, a su modo sofocado y dormido, contra su pasado de anticapitalista beligerante y endiosado"

La voz de quien se dirige al lector en esta obra que aglutina, y en ello radica su complejidad, varias capas de lectura, y que puede ser o quizás no sea la voz con que se identifica el autor del libro, se halla comprometida con la herencia y las inercias de su desempeño como un anticapitalista esencial, monolítico, indubitable y apodíctico a lo largo de gran parte de su vida adulta. En ese fondo biográfico e intelectual donde se constatan resabios generacionales característicos de un viejo progresista, aquella voz ha terminado constatando una espesa sombra de tergiversaciones, ocultamientos, fraudes y, sobre todo y ante todo, mucha, demasiada arrogancia y superioridad moral.

El anticapitalista accidental protesta, a su modo sofocado y dormido, contra su pasado de anticapitalista beligerante y endiosado porque, con lucidez, no puede dejar de constatar, en el éxito histórico del mercado, una verdad incuestionable sobre el capitalismo. Esta verdad incómoda que resulta, para él, imposible de soslayar sería la tesis histórica sobre la que Fernando Díez, a través de una voz interpuesta, construye su visión histórica del fenómeno capitalista. Una certeza sencilla y magistral, resultado de años de trabajo intelectual, de investigaciones sobre el trabajo y sobre la idea del trabajo, materializadas en libros monumentales como Homo Faber, que Díez enuncia a través de su derrotado y lúcido anticapitalista.

¿Por qué el autor del libro precisa de un narrador, de una voz literaria, para explicitar su tesis histórica? ¿Por qué el libro no se adapta a la usual convención académica y ensayística del autor que no necesita de ninguna sofisticación literaria para exponer sus ideas?

"Fernando Díez es un liquidador de veleidades y flatulencias que solo se sostienen en un imaginario político autocomplaciente muy dado al más infantil y sentimental de los autoengaños"

El asunto de este libro proteico excede una lectura simple y directa del mismo. Por la razón de que Díez solo habla del capitalismo en la perspectiva del anticapitalismo, del, en definitiva, error cometido por el último, con Marx en primer plano, en la evaluación de las fuerzas del mercado. Cabría decir, al hilo del discurso del anticapitalista accidental, que solo al liquidar y triturar los tópicos y supuestos que vertebran el discurso anticapitalista podremos limpiar de telarañas, suspicacias y temores nuestra visión del capitalismo y entender este, aun sin compartir necesariamente lo que es, de la manera adecuada.

Fernando Díez es un liquidador de veleidades y flatulencias que solo se sostienen en un imaginario político autocomplaciente muy dado al más infantil y sentimental de los autoengaños. A través de la voz narrativa que se ha inventado como mediadora de este sobrio ejercicio cartesiano de aniquilación de un pasado intelectual lleno de agujeros negros, de falsos dilemas y falsas soluciones, Díez se revuelve contra la extraviada conformidad de tanto crítico del capitalismo que parece haber dilucidado una confortable capillita doméstica en su espíritu de agraviado por los desafueros del mercado.

Contra esa santidad bobalicona que rezuma superioridad moral, y que hace del crítico un sacerdote con peluca, o un pepinillo en vinagre, Díez no tiene piedad, ni asomo de conmiseración, aunque en ningún momento le veremos caer en la invectiva o el exabrupto, y habrá quienes sucumban a su lograda y esquiva ambigüedad y crean que, en el fondo, Díez es uno de los suyos. El autor resulta inalcanzable para el lector porque su mensaje se administra con el sano escepticismo de quien rehúye el cuerpo a cuerpo, y busca tan solo sembrar dudas e inquietud en el suelo inconmovible de nuestras convicciones más sólidas.

"Díez nos dice que el uso habitual por parte de historiadores y antropólogos de la economía del término economía moral es un uso inadecuado"

Lo que muestra, en último extremo, el autor del libro es un narrador aturdido, pero diáfano en su ajuste de cuentas consigo mismo, y en su liberada comprensión del mercado. ¿Qué es el capitalismo para el anticapitalista accidental? Mercado, mercado y mercado. Sí, pero en el sentido estrepitosamente moral del mercado, ya que el capitalismo es, por encima de todo, una economía moral que se desplegaría en tres fases históricas: la del incipiente capitalismo comercial de la Ilustración, la del crudo capitalismo industrial del XIX y la primera mitad del XX y, finalmente, la del hiperconsumismo que caracteriza al turbocapitalismo de nuestros días, que inició su andadura aprovechándose del milagro económico de la posguerra.

Díez nos dice que el uso habitual por parte de historiadores y antropólogos de la economía del término economía moral es un uso inadecuado. Porque parte del contraste entre las economías precapitalistas, morales en cuanto no se hallaban sometidas a la lógica del mercado, y las capitalistas, inmorales o desmoralizadas por someterse a dicha lógica. Para Díez las cosas no son así, porque el capitalismo produce sus propias corrientes de moralidad en forma de mentalidades, valores y estilos de vida. Solo hace falta mirar nuestro mundo sin aprensión para comprender esto. ¿O no encontramos los grandes asuntos morales de nuestro tiempo, como la lucha contra el cambio climático y por el empoderamiento de las mujeres, engrasados sin ningún problema por el mercado? Este se plegaría con sorprendente flexibilidad a cualquier circunstancia, y manufacturaría cualquier estilo de vida, con su propio bagaje de conductas y moralidades, sin pedir cuentas a nadie por su elección. En este sentido, habría un capitalismo burgués, de clase, pero también uno posburgués, contracultural, hedonista, identitario e individualista. Nada peor, según Díez, algo que su anticapitalista ha llegado a entender con claridad, que encastillar el capitalismo, cosificarlo en fórmulas unilaterales e inamovibles, como las consagradas por Marx y Weber en su obra.

"En el siglo XIX, siglo burgués por definición, se impuso no tanto la búsqueda del placer como la evitación del dolor"

Díez explica sucinta y elocuentemente cada una de las tres metamorfosis del mercado en cuanto economía moral, incidiendo en que todo depende, en este bascular de una a otra metamorfosis, de hacia dónde apunte la filosofía moral del capitalismo, que es siempre utilitarista. Así, en el siglo XVIII y en la actualidad, el mercado construye su moralidad en la dirección de la búsqueda del placer y la felicidad, lo que definiría una sociedad expansiva y tolerante con la satisfacción de los deseos y apetitos de sus miembros. Mientras que, en el siglo XIX, siglo burgués por definición, se impuso no tanto la búsqueda del placer como la evitación del dolor, causa de una economía moral más sensible a los valores del deber, la renuncia y el ascetismo. Y, por ello, más productivista que consumista.

En cualquier caso, sea por activa o por pasiva, poniendo el énfasis en el cálculo para obtener placer o para evitar el dolor, el mundo contemporáneo, el mundo de la revolución capitalista, es un mundo que gira en torno al utilitarismo. Y este, aunque para muchos constituya una filosofía moral de bajo nivel, ha demostrado tener una fuerza de penetración psíquica y social incomparablemente mayor que cualquier planteamiento de tenor conservador, republicano, marxista o comunitarista.

"El anticapitalista accidental es una gran lección de historia, de pensamiento histórico que termina por enfrentarnos a los nichos menos frecuentados de nuestra identidad crítica"

El utilitarismo del mercado define nuestro mundo. Ponernos estupendos con este hecho solo reflejaría, aparte de nuestra superioridad moral, la incapacidad de reconocer, nos gusten o no, cuáles son los impulsores básicos del comportamiento humano en la contemporaneidad. Díez le pone la guinda al pastel y, con desenfadada bonhomía, renuncia a enseñar la patita en el último momento, avisándonos de alguna utopía salvadora de nuestra mediocridad pulsional. En su chistera no caben tales utopías que, aunque deseables, parecen inciertas y aventuradas en la actualidad. Lo que cabe es terminar de liquidar nuestra inquieta y descaminada sentimentalidad de hombres espiritualmente heridos por el mercado y renacer a la, sin duda, perturbadora e incómoda visión de que el capitalismo es mucho más que una fábrica de producir salchichas.

El anticapitalista accidental es una gran lección de historia, de pensamiento histórico que, por cambiar la narrativa usual del capitalismo, termina por enfrentarnos a los nichos menos frecuentados y más protegidos de nuestra identidad crítica. Díez no instaría a nadie a dejar ser crítico, sino, más bien, a serlo en la dirección históricamente adecuada. Aunque ello entrañe haber perdido el sueño y tener que habitar una vigilia sin esperanza, pero, al menos, lúcida y justa en la evaluación de las cosas.

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Autor: Fernando Díez Rodríguez. Título: El anticapitalista accidental. Editorial: Abada. Venta: Todostuslibros.

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