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La sagrada forma

Hacer sonar la caracola para reunir a la asamblea. Clavar la cabeza del jabalí en la pica a modo de ofrenda a la Bestia. Mantener la hoguera encendida con el fin de no olvidar nuestra humanidad. Si analizamos El señor de las moscas (1954), está claro que William Golding (1911-1983) quiso tratar la pérdida de la inocencia y el antagonismo entre civilización y barbarie, pero hay otro aspecto que —quizás por implícito— suele pasar desapercibido: la importancia de los símbolos. El instrumento ceremonial, el fuego o el animal sacrificado representan conceptos tan relevantes como el derecho o la fe, y aunque parezcan primitivos a ojos de quien lee, operan como puntos de anclaje de un microcosmos, delimitan la medida del mundo de los jóvenes supervivientes. Y es que, igual que el pez crece a la medida de la pecera o el bonsái hace lo propio con la maceta, los rituales son a las sociedades lo que la mano al torno de alfarería.

Nerea Pallares (1989) sabe que el continente puede ser tan relevante como el contenido, y lo demuestra con Los ritos mudos (InLimbo Ediciones, 2021), una colección de relatos deliciosamente incómodos en los que la escritora y periodista lucense hace gala de ojo clínico para detectar, diagnosticar y destilar esas mecánicas silenciosas de las que, de forma más o menos oculta, nos servimos para tratar de darle sentido a nuestra caótica existencia.

La autora de este volumen breve pone el foco en las numerosas inercias que nos transportan de un lado a otro de la vida como perversas escaleras mecánicas. A veces, los personajes de Pallares son conscientes de que forman parte de un todo estructurado, de una realidad —entendida como constructo de experiencias subjetivas— que opera como un compartimento estanco; otras, en cambio, se limitan a experimentar el férreo sometimiento de las reglas —sociales, biológicas, «universales»— sin comprender el porqué.

"Tratándose este de un libro en que la forma importa, Pallares destaca por una prosa intensa, sin miedo a dañar y dejarse dañar en el proceso de contar; sus palabras saben, huelen, duelen, y se sienten vivas"

De este modo, en los diez cuentos que integran la antología hay espacio para la separación, el sacrificio, la adoración y la redención. Conspiramos junto a dos niñas de mejillas sucias, subyugadas por un entorno hostil que juega a robarles su infancia y su dignidad. Somos líneas en el cuaderno de una mujer solitaria que camina por la ciudad devastada, y que escribe, y escribe para intentar recordar —para intentar ordenar— el apocalipsis. Acompañamos al circunspecto supervisor de procesos de una planta de desollado y despiece de animales, en ese ritual utilitarista que constituyen la producción sin fin, la medición constante y el reemplazo automático del defecto. Recibimos la invitación a la fiesta por antonomasia, a un juego de máscaras con ecos de Eyes Wide Shut (1999) que, como toda celebración, exige una buena piñata. Nos ahogamos en el remolino de autodestrucción creado por dos jóvenes artistas dispuestos a amar —y a desafiar las convenciones de ese amor— con todas las consecuencias. En un guiño al origen gallego de Pallares, escuchamos las confesiones de una forense acerca de la pandemia que habita sus páginas, y de su otra explicación. Experimentamos el ansia devoradora surgida del torrente infinito de información que puebla las redes sociales, como lo haría alguien cuyo trabajo fuese filtrar su contenido. Ingresamos en una armoniosa y oculta comunidad rural sueca —digna deudora de El hombre de mimbre (1973) y el mejor folk horror— donde aprenderemos acerca de los difusos límites del cuerpo y la mente. Día tras día, vemos el mismo programa de televisión, hasta que llega el momento de marcar el teléfono y pronunciar la palabra segura. Me acuerdo de Ventajas de viajar en tren (2000) —delirante y magnífica «novela por relatos» de Antonio Orejudo (1963)— con cada objeto mínimo, con cada cachivache (des)provisto de significado que el protagonista del último cuento acumula en su madriguera. Y tratándose este de un libro en que la forma importa, Pallares destaca por una prosa intensa, sin miedo a dañar y dejarse dañar en el proceso de contar; sus palabras saben, huelen, duelen, y se sienten vivas.

En La desaparición de los rituales (2020), Byung-Chul Han (1959) afirma que la importancia de estos últimos reside en que crean comunidad sin comunicación y liberan al individuo de la constante presión del ego. Estemos de acuerdo o no con el filósofo distópico de moda, entendamos las pequeñas y grandes liturgias como algo esencialmente humano o como un yugo dictatorial, Nerea Pallares presenta un conjunto de textos cuyo impacto no solo no está reñido con su brevedad, sino que bebe de la concisión para expandir el alcance de su sombra; justo como sucede con los símbolos más potentes.

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Autora: Nerea Pallares. Título: Los ritos mudos. Editorial: InLimbo Ediciones. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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